En defensa de Eurípides

 

     Acusa Aristófanes a Eurípides de llevar a escena a Fedras y Estenebeas, esas putas, y Nietzsche le acusa de llevar al espectador del graderío al escenario, o sea de destruir la tragedia y reconstruirla sobre cimientos no dionisíacos. Aunque reconoce que terminó su carrera glorificando a Dioniso, su adversario. ¡Cómo si arrepentirse bastara para cambiar los hechos y sus consecuencias!

    Si, cuando hacemos daño a un animal, o a un ser humano, sintiéramos el dolor en nuestra propia carne, no harían falta juicios, cárceles ni condenas. Pero como la hipocresía, la mentira y el disimulo son los únicos dones que Zeus, Dios o la Naturaleza nos han otorgado, conviene que los culpables cumplan íntegras sus condenas. El arrepentimiento puede calmar la conciencia, pero no restañar las heridas ni resucitar a los muertos. Tampoco la venganza replica Protágoras: El que intenta castigar con razón no se venga a causa del crimen cometido, sino para que no obren mal de nuevo, a no ser que se vengue irracionalmente como un animal.

   ¿Racionalidad? ¿Quién habla de racionalidad? Hablo de justicia, de castigar a los culpables cuando, aún están calientes, los cuerpos de las víctimas. Porque si no tenemos otra medida de la verdad y de la razón que las opiniones y costumbres del país en que vivimos, dicho filosóficamente, si nada es inmutable, como asevera Marx, lo que hoy es justo, racional y verdadero, mañana dejará de serlo. Al menos en teoría porque, en la práctica, el Materialismo Histórico es tan divino e inmutable como la Biblia, el Corán, los Olímpicos, el Arché y el Tiempo, si, como profetiza Einstein, Cronos, a lomos de Helios, se detendría.

     Quizá haya llegado el momento de volver a nuestra raíces, de recuperar las Vidas y las Historias sustituyendo la abstracta lucha de clases por la inmutable naturaleza humana. Porque, basta con mirar alrededor, para saber que la ambición, el odio, la crueldad y la codicia mueven la conducta humana. Tampoco hay que ser sabio, ni amante de la sabiduría, para comprender que la ideología, el modo de producción, Dios, el azar, el destino son, para unos, excusas para no sentirse responsables, para otros, una hábil manera de satisfacer los instintos. Porque todos los seres vivos, ratifica Nietzsche, hacen lo posible por apropiarse, adueñarse, ser más, hacerse más fuerte, sean hombres, mujeres, ricos, pobres, sabios, ignorantes, dirigentes, fieles, militantes y seguidores.

    Lo sé, pero yo no especulo, describo; tampoco Tucídides. No hubo exceso que no se cometiera: los padres mataron a sus hijos, los suplicantes fueron arrancados de los templos y asesinados, incluso cambiaron el significado normal de las palabras en relación a los hechos, para adecuarlas a su interpretación de los mismos. No se quedaron a la zaga comunistas, troskistas y anarquistas: «El régimen de torturas que se aplicaba en las chekas era brutal: palizas con vergajos de caucho, seguidas de duchas muy frías, simulacros de fusilamientos, y otros tormentos horrorosos y sangrientos», ni nacionales, requetés y falangistas: «Vimos las aceras de la Comandancia Militar empapadas de sangre. Los arrestos y las ejecuciones en masa continúan en la Plaza de Toros. Las calles de la ciudad están acribilladas de balas, cubiertas de vidrios, tejas y cadáveres abandonados». Calamidades que ocurren y ocurrirán mientras la naturaleza humana sea la misma, sentencia Tucídides.

     “No me extraña, a veces me pregunto si es posible que existan personas con peores instintos que las fierasasiente José Bravo, prisionero en el campo de concentración de Mathausen. ¿Posible? Si hubiera hojeado a Herodoto, Tucídides, Polibio, Tácito y Livio sabría, como Juliano, que no hay bestia tan feroz como el hombre, se disfrace de izquierda, derecha, progresista, nacionalista, musulmán o cristiano. Tampoco me sorprende que haya aprendido, en Mauthausen, lo que ya sabían griegos, judíos y romanos, porque la necedad es como la fisis; el logos va y viene.

     Y Eurípides no fue el único, también acusaron a Homero de humanizar a los dioses, y a Caravaggio de utilizar borrachos y prostitutas para representar a Jesús, la Virgen y los santos -en la Crucifixión de San Pedro, a un mendigo que pernoctaba bajo los puentes de Roma y en La muerte de la Virgen, a una mujer ahogada en las aguas del Tíber-, o sea de naturalizar el arte, como propone Montaigne en uno de sus ensayos. Yo naturalizaría el arte tanto como ellos artificializan la naturaleza.

    Pues yo dejaría que coexistieran ambas, para que cada uno elija la opción que más le guste. Porque si, como afirma el autor de estas cartas, las concepciones éticas, políticas, sociales, filosóficas y científicas, aparentemente abstractas, están condicionadas, o determinadas en última instancia, por el carácter, tan vitales serán los dramas de Esquilo como los melodramas de Eurípides, los aforismos de Heráclito como los diálogos de Sócrates, la dulzura de Rafael como la fuerza de Caravaggio. Que no eran cristianos viejos ni griegos de pura cepa. ¿Y qué? ¿Acaso no eran humanos?

   Además, si las obsesiones, miedos y creencias son proyecciones nuestras, el espíritu heleno y cristiano serán la esencia de una persona, no de una raza, de una nación y de un pueblo. Y no la critico, cada uno ordena el mundo de acuerdo con su carácter, sino que llamen, a la manera de ser, verdad, en lugar de opinión, o punto de vista. ¿O crees que si Nietzsche hubiera sido sensible al dolor habría llamado a la vida Dioniso, en lugar de valle de lágrima? ¿O Miguel Ángel, Rafael y Caravaggio habrían pintado sibilas, madonnas y bacos, si las creencias religiosas hubiesen guiado sus manos?

    Desde el prólogo sabe el espectador lo que va a ocurrir, escribe consternado Nietzsche. ¿Y qué? También yo sé lo que voy a encontrar, y no por eso dejo de sumergirme en sus tragedias, porque no busco modelos -de poco servirían siendo su manera de ser y la mía distintas- sino experiencias, ideas, opiniones, actitudes, sentencias, reflexiones y pensamientos. ¿Para qué? Para comprobar si estamos en el mismo punto. Y, aunque sé que no nos hemos movido, ni nos moveremos un ápice, morderé, como enfatiza en las Ranas, los versos, los corales, los músculos de sus tragedias, porque no es el resultado, sino la búsqueda lo que me resulta placentero. ¿O creías que es el saber lo que mueve mi conducta?

     Así que sumerjámonos en Alcestis, Medea, Hipólito, Hécuba, Bacantes e Ifigenia hasta alcanzar el núcleo, la roca madre, la esencia como la llaman griegos, romanos y cristianos, para comprobar si el principio de Aquiles es ley de la naturaleza, de una generación o de una época. Y, por el camino, analizaremos los átomos que conforman su manera de ser, su ADN. ¿Cómo? Por el método de Zenón: si por los sueños podemos inferir la moralidad de las personas, ¿por qué no, por las opiniones religiosas, científicas y filosóficas, el carácter?

   Eurípides no pregunta dubitativo: ¿Al sostener que existen los dioses, no nos engañamos con mentiras y sueños irreales, siendo que sólo el azar y el cambio mismo controlan el mundo? ni, pone en boca de Eteocles: Si hay que cometer injusticia, que sea por la tiranía, para enseñar a pensar, ver, comprender, retorcer, amar, maquinar, conjeturar maldades, mirarlo todo con aprensión… como alardea ante Dioniso, ni para destruirlo como suponen Aristófanes y Nietzsche. Eurípides duda, medita y reflexiona porque la capacidad critica forma parte de su carácter. ¿O crees que un amante de Atenas, de la libertad de pensamiento y palabra, del saber, que consideraba que ni el atardecer ni la aurora son tan maravillosos como la justicia, preferiría la esclavitud y la dictadura a la libertad y la democracia?

     ¿Y Julio César? Porque, según Cicerón, no se quitaba de la boca el maquiavélico verso de Eteocles. Lo sé, tampoco Hitler, Stalin, Lenin, Mao, Chávez, Castro y Jomeini. ¿O es que democracia popular, república bolivariana, república socialista, república islámica y tiranía no significan lo mismo? Eteocles-César-Maquiavelo… Siglo quinto, siglo primero, siglo quince…  ¿Progreso o retorno? ¡Azar y Necesidad!, como diría Demócrito. Porque si el tiempo fuera lineal, como suponen Cristo, Marx y Bakunin, o cíclico, como imaginan Heráclito, Zenón y Nietzsche, no estaríamos siempre en el mismo punto. ¿Cómo cortaremos el nudo? Afirmando, como Gorgias, que nada existe, como Sófocles que para quien estos pensamientos no sean aceptables, que se conforme con los suyos y yo con éstos o, como Eurípides, que la realidad no se percibe del mismo modo, excepto a la hora de conferirle un nombre, pero éste no es la realidad en sí misma, o sea que en todo, concluye Montaigne, existe el nombre y la cosa.

    Y si, donde hay tres individuos, tres caracteres: Esquilo, Sófocles y Eurípides, Aristófanes y Nietzsche ven una tendencia cada vez menos dionisíaca, es por la manera de ser, porque la finalidad, el sentido, el orden y la belleza están, según dice, en nuestras cabezas, no en las cosas. Y no lo critico, en mi isla, es la imaginación, no la razón la que establece los límites, ni lo defiendo, cómo podría defenderlo si ignoro si Eurípides habla en los coros, en sus héroes, en sus heroínas o en los prólogos. Tampoco pretendo erigirme en portavoz de la humanidad, o disfrazar de ciencia y erudición, lo que me resulta placentero, ni siquiera alabar a la divina Atenas, sino la libertad de pensamiento. No necesito a Diógenes ni su linterna, prefiero guiarme por mí mismo.

    Y que viva en un faro, a ochocientos metros de la costa, no significa que no escuche con placer a griegos, romanos y cristianos. No hay que vivir en la Alta Engadina, ni haber meditado bajo los muros de Worth, para saber que los griegos tienen y han tenido siempre en sus manos las riendas de nuestra cultura, aunque no viajen solos, les acompañan Moisés y Jesucristo. ¿O no pintó Rafael a Dante con Virgilio y Homero? ¿Y a Petrarca con Arquíloco y Safo? Aunque de haberlo pintado yo, habría colocado, en el centro, a Jesús con Dioniso; a su izquierda, a Santiago el mayor con Melpóneme, a Andrés con Terpsícores, a Felipe con Polimnia y a Bartolomé con Calíope; a su derecha, a Tomás con Euterpe, a Mateo con Clío, a Santiago el menor con Talía, a Judas Tadeo con Urania, a María Magdalena con Erato, y a Simón, Judas, Juan y Pedro con Píndaro, Safo, Arquíloco, Corina o cualquier otro; a sus pies, daimones y demonios; sobre sus cabezas, amorcillos y ángeles. Porque tan griegos son las Musas como los Apóstoles, los profetas como los filósofos, la Ilíada como los Evangelios.

    Así que sentémonos a los pies de Esquilo, Sófocles y Eurípides y recojamos las migajas del festín de Homero. Porque las raíces son como la fisis, el arché, las rocas, el orto y ocaso; las opiniones, como el amor, el odio, las mareas, el viento y los temporales. ¿Y los atardeceres? ¿Acaso importa? Si la belleza es inherente a la naturaleza humana, tan bello será un atardecer newtoniano como un atardecer cuántico. Porque sea atraído por la gravedad, se deslice por el espacio-tiempo, o salte de una órbita a otra, el sol siempre se abrirá paso por el horizonte.

     Y que las ondas-partículas no sean visibles, no significa que no podamos visualizarlas, porque no es la razón sino la imaginación la esencia de la naturaleza humana. Así que supón que no estás en el Puerto sino en el Vaticano, que no paseas por la playa de la Muralla sino por la Signatura, que, al fondo, no ves la bocana del puerto, la Catedral, las grúas, el muelle y la iglesia del Carmen sino el Triunfo de la Eucaristía. Luego borra santos, ángeles, a Jesús, San Juan y María, y cierra los ojos. ¿Qué ves? ¿Nada? ¿Y colocando el halo del Espíritu Santo sobre la aureola de Cristo? ¿Tampoco? No te preocupes, visualizar lo imaginado es difícil, pero más lo es poblar el cielo de ángeles, dioses y gigantes, y, más aún, escribir un poema, componer una melodía e inventar una hipótesis. Porque crear con retazos está al alcance de muchos; de la nada, de Dios y unos pocos.

      Cuídate

 

Eurípides contemplando la Acrópolis     Dibujo de Juan Capllonch