Después de leerla arrojé el cuaderno al mar. Y me quedé observando cómo se desleían las palabras en el agua. Debió pensar que no volveríamos a encontrarnos. Pero se equivocó. Algunos años después volví a verle. Aunque ya no era el padre Jesús. Era otro hombre.
Era época de exámenes y, debido al calor, estudiaba por las noches. Recorriendo el dial, sintonicé: “Je t´aime, moi non plus”. En el momento en que Jane Birkin alcanzaba el clímax una voz anunció el programa “Sin tapujos”. Con los jadeos de fondo, el locutor susurraba sus fantasías sexuales. Eran las historias que Luis contaba. Entonces lo reconocí. Actuaba en una sala de fiestas haciendo juegos malabares, mientras levantaba objetos o hacía oscilar lámparas con el pene. Iba a casarse con Magdalena. Le había escrito una carta confesándole su amor. Una noche se presentó a ver el espectáculo. Desde entonces vivían juntos.
No sé si fue la vida de Jesús, Satisfaction, la Nausée o los refrescantes aires de finales de los sesenta. Pero no volví a ser el mismo. Aunque más que una mutación fue un simple cambio de credo. Trasladar el paraíso del cielo a la tierra. En eso consistió el cambio. Pero que sujetasen la cadena proletarios en lugar de ángeles no me hizo más libre. Seguí tan esclavizado como había estado hasta entonces. Incluso más porque los nuevos pastores eran menos inteligentes, y el ganado más disciplinado. La liberación se produciría más tarde cuando comprendí que el Dorado no era un lugar sino un estado mental. Y que para llegar no se necesitan guías. Sólo pensar por ti mismo.