«Pero en lo más solitario de ese desierto se opera la segunda transformación: en león se transforma el espíritu, que quiere conquistar su propia libertad, y ser señor de su propio destino.
Aquí busca a su último señor: quiere ser amigo de su señor y su Dios a fin de luchar victorioso contra el dragón.
¿Cuál es ese gran dragón a quien el espíritu no quiere seguir llamando señor o Dios? Ese gran dragón no es otro que el “tú debes”. Frente al mismo, el espíritu del león dice: yo quiero.
El “tú debes” le sale al paso como un animal escamoso y refulgente en oro, y en cada una de sus escamas brilla con letras doradas el “tú debes”.
Milenarios valores brillan en esas escamas, y el más prepotente de todos los dragones habló así:
“Todos los valores de las cosas brillan en mí. Todos los valores han sido ya creados. Yo soy todos los valores. Por ello, ¿no debe seguir habiendo un “yo quiero”? ”. Así habló aquel dragón. Hermanos míos ¿para qué es necesario en el espíritu un león así? ¿No basta acaso con el animal sufrido, que es respetuoso, y a todo renuncia?
Crear valores nuevos no es cosa que esté tampoco al alcance del león. Pero sí lo está el propiciarse libertad para creaciones nuevas.
Para crearse libertad, y oponer un sagrado no al deber –para eso hace falta el león. Crearse el derecho a valores nuevos, esa es la más tremenda conquista para el espíritu sufrido y reverente. En verdad, para él eso equivale a una rapiña, a algo propio de animales de presa.
Como su cosa más santa, amó en su tiempo el tú debes. Hasta en lo más santo tiene ahora que encontrar ilusión y capricho, para robar el quedar libre de su amor: para ese robo es necesario el león».
(Federico Nietzsche : “Así habló Zarathustra”)