Escena I

 

(Consulta del psicoanalista. Salvador está tumbado en el diván, el psicólogo detrás)

Psicólogo :   Le escucho.

Salvador:  Se trata de un sueño, doctor, del mismo sueño. Un sueño que ronda mi         cabeza desde hace quince años.

Psicólogo:   ¿Siempre el  mismo?

Salvador:  Desde hace quince años.

Psicólogo:  ¿Sin ninguna variación?

Salvador:  Exactamente el mismo día tras día, semana tras semana, año tras año.

Psicólogo:  Soñar lo mismo puede resultar monótono, pero psíquicamente irrelevante. Lo significativo son los deseos que se ocultan tras las imágenes. Deseos insatisfechos que viven aletargados durante años, a veces toda la vida, que pugnan, noche tras noche, por despojarse del ropaje con que el yo trata de ocultarlos. Confíe en mí, descubriremos lo que esconde tras el  sueño.

Salvador:  No confío en los hombres.

Psicólogo:  ¿Entonces?

Salvador: Usted no es un hombre, es un psicólogo, aunque no creo que los adjetivos supongan una mejora. Si los hombres no son fiables, los científicos aún lo son menos.

Psicólogo:  Yo diría que más.

Salvador: Se equivoca. Los uniformes, aunque sean batas blancas, transforman a los hombres en seres despreciables, crueles, ansiosos de sangre. Se creen dioses con potestad para decidir sobre la vida y la muerte. Superiores. Como si no fueran de carne y hueso. ¿Hay algo más peligroso que un hombre que no quiere serlo? Responda doctor, ¿lo hay?

Psicólogo: Continúe. Diga todo lo que se le ocurra, lo que sea,  sin importar si es bueno o malo, adecuado o inadecuado.

Salvador: ¿Cómo?

Psicólogo:  Que no deje de hablar. Los deseos son tan vanidosos como los hombres. Si permanecieran ocultos, bajo la máscara de los sueños, nunca los detectaríamos. Ni siquiera sabríamos que existen. Por eso, aun a riego de ser descubiertos, salen a la luz del día agazapados entre las palabras como Ulises entre  los carneros.

Salvador: Limítese a interpretar su papel. Yo también he leído a Freud.

Psicólogo: Está bien. Empiece por contar su sueño. Ese sueño que lleva quince años soñando, con habilidad y paciencia iremos eliminando las capas que ocultan el deseo que yace en lo más profundo de su inconsciente. Seguramente en su infancia sufrió un trauma que ha reprimido, y esa fijación le atormenta. Se siente culpable.

Salvador:   ¿Quién es el enfermo? ¿Usted o yo?

Psicólogo:  Perdone, pero es usted un enfermo arquetipo.

Salvador:   ¿Cómo dice?

Psicólogo:  Que usted es un enfermo ideal. De esos que se encuentran en los manuales, pero rara vez en las consultas, y que gustan a los especialistas porque les permite lucirse. Como esos toros bravos que son indultados por el público.

Salvador:  ¿Empiezo?

Psicólogo:  Le escucho.

Salvador:  Veo una cabina de teléfono con la puerta entreabierta. El auricular pende del cable. Como si lo hubiesen colgado con prisa. Alguien se aleja.

Psicólogo:  ¿Cómo es? Descríbala.

Salvador:  Gris metálica como todas.

Psicólogo: ¿Y el sitio? ¿Por qué estará en algún lugar? Quizá en una calle, en una plazoleta o junto a un edificio que le resulte familiar.

Salvador:  En la Puerta del Sol.

Psicólogo:  ¿En Madrid?

Salvador:  Frente a la D.G.S.

Psicólogo:  Puede identificarlo. Me refiero al que ha llamado por teléfono.

Salvador:  Sí.

Psicólogo:  ¿Quién es?

Salvador:  Yo, soy yo.

Psicólogo:  ¿Está seguro?

Salvador:  Claro.

Psicólogo: ¿Recuerda la conversación?

Salvador: No.

Psicólogo:  Alguna frase o alguna palabra.

Salvador: No, nada. Es un sueño mudo sin voces ni sonidos: la puerta entreabierta, el auricular oscilandoaunque ese detalle no sé si lo he soñado o lo imagino.

Psicólogo:  ¿Qué quiere decir?

Salvador: Que no es real. Que el detalle no forma parte del sueño. Seguramente lo he visto en una película o lo he leído en una novela, y se ha colado en el sueño como si formara parte de él.

Psicólogo: Está bien, volvamos al sueño, y procure no omitir ningún detalle. A los deseos como a los niños les gusta esconderse en los lugares más inusitados. Si queremos encontrar su paradero habrá que revisar el sueño milímetro a milímetro.

Salvador: La cabina, el teléfono y yo alejándome. Es todo. No hay más.

Psicólogo: Recapitulemos. Es un sueño breve, que se repite obsesivamente, sin apenas acción ni símbolos claros. De hecho lo que le preocupa es que se repite. El contenido no parece inquietarle. Quizás el número sea una señal, el modo como su inconsciente le avisa del peligro. Su presencia en la consulta, después de quince años, prueba inequívocamente que, lo que oculta, tuvo que ser  traumático.

Salvador:  Nunca me había preocupado hasta ayer. (Silencio)

Psicólogo: Le escucho.

Salvador:  Y si lo escenificáramos.

Psicólogo:  Soy un científico, un hombre científico, ¿no se acuerda?, no un actor. Además ¿se refiere al sueño o a lo que sucedió ayer?

Salvador:  A lo que sucedió ayer.

Psicólogo:  ¿Ayer? ¿Cómo voy a representar lo que desconozco?

Salvador:  Si no es capaz de ponerse en mi lugar, ¿cómo va a curarme?

Psicólogo:  No parece muy ortodoxo, pero ¿a quién le importa la ortodoxia? El resultado es lo que importa. En la ciencia todo vale. El autoanálisis del maestro también fue calificado de heterodoxo, y ahí está el psicoanálisis. Le escucho.

Salvador:  Ayer recibí una visita inesperada.

Psicólogo:  No lo habrá imaginado.

Salvador: Rafael se presentó de repente. Y fue real, no un sueño. Estuvo tan cerca de mí como usted en este momento.

Psicólogo: ¿Quién es Rafael? ¿No era usted el que llamaba por teléfono? ¿O es que hablaba con él?

Salvador: Un camarada, el camarada Gorki.

Psicólogo:  No aparecía ningún camarada en el sueño.

Salvador: Escuche, y no interrumpa. ¿No es eso lo que enseña su maestro? Cuando le toque el turno a Rafael ya le indicaré lo que tiene que responder. Además ya le he dicho que apareció de repente, así que tendrá que improvisar el diálogo.

Psicólogo: Es una terapia poco ortodoxa, pero si resulta eficaz, el libro será todo un éxito: “Cómo curar a un enfermo interpretando el papel de enfermo”. Buen título, ¿no le parece?

Salvador:   Deje de soñar, y escuche.