(Se apaga la luz. De nuevo Rafael y Salvador.)
Salvador: ¿Estás satisfecho?
Rafael: ¿Y si reconstruyéramos lo que sucedió el diecisiete de junio de mil novecientos setenta y cinco? Quizás encontremos una explicación.
Salvador: Con una condición, que empecemos el veintinueve de mayo.
Rafael: ¿El veintinueve de mayo? ¿Por qué? ¿Es que no has oído el informe?
Salvador: No sé qué sucedió el diecisiete de junio, pero recuerdo muy bien lo que ocurrió el día que salí de la cárcel. Espero que también tú. ¿O acaso lo has olvidado?
Rafael: No, pero no veo que guarde relación con lo que estamos hablando.
Salvador: Si vamos a reconstruir el pasado habrá que empezar por el principio, ¿no te parece?
Rafael: Está bien, no discutamos. Pero prométeme una cosa.
Salvador: ¿Qué?
Rafael: Que contarás todo lo que hiciste, incluso lo que pensaste.
Salvador: ¿Por qué no iba a hacerlo?
Rafael: ¿Empiezas tú o yo?
Salvador: Tú mismo.
Rafael: Habías solicitado una cita con Helena. Pero, después de leer el informe que José el Obrero había enviado sobre tu comportamiento en la cárcel, se decidió que acudiera en su lugar un representante del Comité Central. Corrígeme si me equivoco. Hace tantos años.
Salvador: Debes cumplir lo acordado si quieres que siga el juego, ¿no has dicho por qué esperasteis hasta el último minuto para comunicarme la buena nueva sabiendo, como le dije a José el Obrero, que necesitaba hablar con Helena?
Rafael: Los militantes tenían libertad para decidir cuando y cómo, pero si se retrasaron sería por seguridad. ¿Has olvidado que los comunistas éramos perseguidos con saña por la dictadura?
Salvador: Y los anarquistas, los troskystas, incluso los partidos burgueses eran reprimidos.
Rafael: Centrémonos en esa mañana, ¿de acuerdo?
Salvador: Está bien, pero no olvides las reglas del juego.