Escena VIII

 

(En la cárcel. Encuentro entre Salvador y José el obrero.)

 

José el Obrero:   A la una en el parque del Oeste.

Salvador:   Un poco justo, ¿no te parece?

José el Obrero:  Cumplo órdenes.

Salvador:  Lo sé, también he sido comunista. Por eso te lo pregunto: ¿desde cuándo? ¿una semana, dos, un mes? ¿O es que, para que no olvide quien manda, teníais que putearme hasta el último minuto?

José el Obrero:  Nadie quiere hacerte daño, y menos los comunistas que luchamos por la felicidad e igualdad de los seres humanos.

Salvador:  Está bien. Olvídalo. ¿Estará Helena?

José el Obrero:  A la una en el parque del Oeste. Es todo lo que sé.

Salvador:  Te advertí que sólo hablaría con ella.

José el Obrero:  Las decisiones las toma el Partido.

Salvador:  Ya no soy un militante.

José el Obrero: Claro que lo eres, ¿o crees que en un partido obrero se entra y sale cuando a uno le viene en gana como si fuera el coño de la Bernarda?

Salvador:   No sabía que militar en un partido imprimiese carácter.

José el Obrero:  Hablo en serio.

Salvador: Y yo. La libertad es un derecho inalienable. Al menos eso afirma Rousseau en el Contrato.

José el Obrero:  No necesito leer ningún contrato. Yo soy un obrero no un intelectual.

Salvador:  Y si el Partido dice blanco es blanco, si negro, negro, ¿verdad?

José el Obrero:  El Partido somos todos. ¿Cómo iba a opinar diferente?

Salvador:  ¿Y si no estuvieras de acuerdo?

José el Obrero:  Un hijo nunca desobedece a su madre.