(En la cárcel. Encuentro entre Salvador y José el obrero.)
José el Obrero: A la una en el parque del Oeste.
Salvador: Un poco justo, ¿no te parece?
José el Obrero: Cumplo órdenes.
Salvador: Lo sé, también he sido comunista. Por eso te lo pregunto: ¿desde cuándo? ¿una semana, dos, un mes? ¿O es que, para que no olvide quien manda, teníais que putearme hasta el último minuto?
José el Obrero: Nadie quiere hacerte daño, y menos los comunistas que luchamos por la felicidad e igualdad de los seres humanos.
Salvador: Está bien. Olvídalo. ¿Estará Helena?
José el Obrero: A la una en el parque del Oeste. Es todo lo que sé.
Salvador: Te advertí que sólo hablaría con ella.
José el Obrero: Las decisiones las toma el Partido.
Salvador: Ya no soy un militante.
José el Obrero: Claro que lo eres, ¿o crees que en un partido obrero se entra y sale cuando a uno le viene en gana como si fuera el coño de la Bernarda?
Salvador: No sabía que militar en un partido imprimiese carácter.
José el Obrero: Hablo en serio.
Salvador: Y yo. La libertad es un derecho inalienable. Al menos eso afirma Rousseau en el Contrato.
José el Obrero: No necesito leer ningún contrato. Yo soy un obrero no un intelectual.
Salvador: Y si el Partido dice blanco es blanco, si negro, negro, ¿verdad?
José el Obrero: El Partido somos todos. ¿Cómo iba a opinar diferente?
Salvador: ¿Y si no estuvieras de acuerdo?
José el Obrero: Un hijo nunca desobedece a su madre.