(Se apaga la luz. En la consulta del psicólogo.)
Psicólogo: ¿Es cierto lo que ha dicho? ¿Estaba celoso?
Salvador: Cuando supe que vivían juntos, me sentí engañado, utilizado. Pensaba que se sentía atraída por mí, pero se trataba sólo de un cebo y lo mordí con fuerza.
Psicólogo: Es la típica relación de amor–odio.
Salvador: Nunca la he odiado, ni siquiera la tarde que confesó que su interés por mí sólo era político. ¡La revolución! ¡Cómo llegué a odiar esa palabra!
Psicólogo: Se trataba de un mecanismo de defensa. Echándole a él la culpa podía seguir idealizándola.
Salvador: Es posible que sintiera hacia él una mezcla de envidia y celos. Pero en mayo de mil novecientos setenta y cinco hacía más de dos años que no la veía. No se deje engañar. Es un ser insensible, frío y calculador. Un trepa, eso era realmente.
Psicólogo: Ha llegado el momento de hablar con Helena.
Salvador: Estamos solos usted y yo. No hay ninguna mujer en la habitación, ¿no pretenderá hacer de Helena?
Psicólogo: Eso tiene fácil solución. (Sale. Y vuelve con la enfermera.) Luisa representará el papel de Helena. Tiene mucha experiencia. Lleva toda la vida tratando con enfermos. Sabrá hacerlo, no se preocupe.
Luisa: Hacer ¿qué? Doctor.
Psicólogo: Tiene que hacer de novia del paciente.
Luisa: Pero, nunca he tenido novio. No sabría qué decir.
Psicólogo: No se preocupe. Ella tampoco era su novia. Era más bien su amor platónico, ¿tampoco se ha enamorado nunca platónicamente?
Luisa: Sí, doctor. Llevo años enamorada platónicamente.
Psicólogo: Entonces hará un papel magnífico. Por cierto (dirigiéndose a Salvador) ¿quién era José el Obrero?
Salvador: Un militante con pedigrí.
Psicólogo: ¿Cómo?
Salvador: En los partidos de izquierda había pocos obreros y muchos estudiantes. Así que cualquiera que se autoproclamara vanguardia del pueblo necesitaba un proletario en sus filas como hoy un tanto por ciento de mujeres o de homosexuales para darle apariencia de modernidad, aunque, en la práctica, sean tan machistas como en la época de Franco.
Psicólogo: Curiosos seres los humanos, ¿no le parece?
Salvador: Usted es el profesional.
Psicólogo: Por eso se lo digo.