(Se apaga la luz. Aparece el psicólogo)
Psicólogo: ¿Se cortó el pelo?
Salvador: Al uno, aunque no inmediatamente.
Psicólogo: ¿La ropa también?
Salvador: También.
Psicólogo: Cambió de aspecto para amoldarse a sus deseos y, al no ser correspondido, pensó que le había engañado. El cambio debió de afectarle más de lo que piensa. Seguramente acabó culpándola. (Breve silencio. Reflexionando) Inconscientemente la identificaría con la figura del padre transfiriendo el odio a la persona más próxima a ella…a Rafael. Las mujeres siempre han sido y serán el talón de Aquiles de los hombres.
Salvador: (Mirándole) ¿Está en la habitación o sigue ausente?
Psicólogo: Perdone, ataba cabos. ¿Por dónde íbamos?
Salvador: Decía que Helena me obligó a cambiar y por eso la odiaba.
Psicólogo: Reflexionaba en voz alta.
Salvador: ¿Podemos seguir?
Psicólogo: Le escucho.
Salvador: (Después de un breve silencio) La frase.
Psicólogo: ¿Qué frase?
Salvador: El diálogo, me toca responder a mí.
Psicólogo: Perdone, decía que, ese brusco cambio de imagen, debió de afectarle más de lo que piensa. Seguramente acabó culpándola.
Salvador: En absoluto, ese día tomé conciencia de que el único culpable era un régimen político que permitía que pandillas de niños bien aterrorizaran a jóvenes, que deseaban vivir sin prejuicios, y que calificaban de rojos. Por la mañana, me había enfrentado verbalmente a un guerrillero de Cristo Rey que había intentado agredir a Helena, al finalizar la asamblea informativa sobre el juicio de Burgos. Algunos compañeros de clase me aconsejaron que desapareciera unos días, pues temían que me agredieran o me dieran una paliza. Recuerdo que esa noche no pude dormir pensando que, con la pinta que tenía, me localizarían fácilmente. Al día siguiente fui a la peluquería para arreglarme el pelo, aunque seguí llevando la misma ropa hippiosa.
Psicólogo: Y, ¿qué dijo ella cuando le vio?
Salvador: Que estaba guapísimo, y que, lo estaría aún más, si me lo cortaba del todo.
Psicólogo: Debió de pensar que le tenía en el bote. Y, ¿después?
Salvador: Me preguntó si quería asistir a un seminario sobre economía marxista con otros compañeros. Allí me enteré que Rafael era su pareja.
Psicólogo: Lo cual no debió de hacerle mucha gracia.
Salvador: No, tenga en cuenta que estábamos todo el día juntos. Creí que había algo entre nosotros. No pensé que su interés por mí fuera exclusivamente político.
Psicólogo: No parece muy enfadado.
Salvador: Cómo me iba a enfadar si no hubo nada. Sólo eran suposiciones mías.
Psicólogo: No sea ingenuo. Las mujeres saben muy bien cuando tienen a un hombre en el bolsillo.
Salvador: Fueron suposiciones mías, ella nunca dejó entrever que hubiera algo más que amistad.
Psicólogo: ¿De verdad cree posible la amistad entre los sexos? Si pasaban tanto tiempo juntos, lo normal es que surgiera el deseo.
Salvador: Le repito que no hubo nada. No supe distinguir entre los sentimientos y las convicciones políticas. Quizás porque estaba bastante concienciado. Y la lucha antifranquista se había convertido en mi principal actividad. En el bar de la facultad conocí todos los “ismos” existentes: revisionistas, leninistas, estalinistas, maoístas, troskistas, antifranquistas. A pesar de las diferencias políticas colaborábamos en la pega de carteles o en el reparto de propaganda. Pero ese ambiente fraternal duró poco. Unas semanas después de conocer a Rafael ya no era el joven inexperto de antes.
Luisa: Llaman a la puerta, doctor. Puedo ir a abrir.
Psicólogo: Pero no tarde. Va a intervenir dentro de unos segundos.
Luisa: ¿Qué hago con los pacientes?
Psicólogo: Deles cita para otro día o que esperen si no tienen prisa.
Salvador: Le conocí en casa de Chelo y Alberto, dos compañeros que colaboraban con todos los grupos y grupúsculos que pululaban en la facultad. También estaba Fernando, un trosko con el que luego coincidiría en la cárcel, y cuya amistad provocaría los primeros roces con José el Obrero y, finalmente, la ruptura con los que habían sido durante años mis camaradas.
Psicólogo: ¿En total cuántos?
Salvador: Cinco, Rafael no formaba parte del grupo.
Luisa: Dice que es urgente, doctor.
Psicólogo: ¿Cuántos son?
Luisa: Uno, a los demás les he citado otro día.
Psicólogo: ¿Viene solo?
Luisa: Le acompaña la novia y un familiar.
Psicólogo: Perfecto, que entren.
Luisa: Pero, doctor.
Psicólogo: Póngales al corriente de sus personajes y, si se resisten, diga que forma parte de la terapia.