(Se apaga la luz. Salvador está en el diván, el psicólogo detrás.)
Psicólogo: ¿Mintió o no?
Salvador: ¿No ha oído que la sinceridad no es una virtud revolucionaria? Lo que beneficia a la revolución es bueno, lo que le perjudica, malo. Ese es el imperativo que guía a un revolucionario. Cualquier otro decálogo es, sin lugar a duda, contrarrevolucionario.
Psicólogo: Al menos será verdad que la salvó de las garras de la policía.
Salvador: Usted, como psicólogo, sabrá que cada uno ve lo que desea, y que no hay dos personas que coincidan en lo que han visto. Pero sí estuve en esa asamblea. Recuerdo que, después de librarla del guerrillero, salimos en tropel para que la policía no pudiera fijarse en ninguno en particular. Creo que es así, como las especies gregarias, evitan caer en las garras del depredador de turno.
Psicólogo: ¿Y Rafael? No había dicho que se encontró con él esa tarde.
Salvador: ¿Importa mucho el orden cronológico? Le cuento las cosas según las voy recordando. Creí que era lo que quería, que fuera espontáneo. Pero sí, allí hablamos por primera vez, aunque le había visto presidiendo alguna asamblea.