(Se apaga la luz. Sentados en una mesa de un bar están Salvador, Rafael y Helena)
Salvador: Me alegro de que te hayan soltado tan pronto.
Rafael: Sólo he estado unos días. El tiempo que han tardado en pagar la multa. Pero tenías razón, desde dentro no se ven las cosas igual.
Salvador: Padecer y saber no es lo mismo.
Rafael: No, no lo es. (Silencio). Ahora veo las cosas de distinta manera.
Salvador: ¿Ahora?
Rafael: Sí, ahora. Ha llegado el momento de cambiar. Pensé que quizás pudiera interesarte.
Salvador: ¿A mí? Ya no milito en el Partido.
Rafael: Lo sé. Pero, cuando conozcas mi propuesta, quizás reconsideres tu decisión. Se va a celebrar un congreso para decidir si nos integramos en el Bloque Democrático en el que ya están el Partido Comunista y el Socialista. Europa no va a permitir una España Comunista. Así que, si queremos sobrevivir políticamente, habrá que cambiar de estrategia.
Salvador: ¿Y te llegó la inspiración en la cárcel?
Rafael: Déjate de bromas. He discutido mucho con el tío de Helena, no hay otra alternativa si no queremos convertirnos en un partido extraparlamentario.
Helena: De mi tío nos podemos fiar. Por su despacho pasan muchos sindicalistas y políticos demócratas.
Salvador: Pensé que la historia la hacía el pueblo, no sus dirigentes.
Rafael: Es difícil hablar contigo sin discutir. Que haya pensado en ti, ¿no te parece significativo?
Helena: Rafael cree que nadie sobra. Y pensó que la nueva orientación del Partido podría hacerte cambiar de opinión. Cree que posees cualidades que no hay que desaprovechar.
Salvador: ¿Cualidades?
Helena: Sinceridad, honradez, inteligencia…
Salvador: Creí que el Partido valoraba más la disciplina, la obediencia, la mediocridad…
Helena: Por favor, al menos escúchale.
Rafael: Se trataría de abrir el Partido a todos aquellos que se sientan demócratas o progresistas.
Salvador: Es decir, a las clases medias.
Rafael: Seguiría siendo el Partido de los trabajadores. Tu siempre has defendido que hay que hacer análisis concretos de la situación política, no aplicar fórmulas abstractas, pues hagámoslo. A Franco le queda poco de vida.
Salvador: Eso llevan diciendo desde hace cuarenta años.
Helena: Esta vez va en serio nos lo ha asegurado mi tío. Las cancillerías europeas empiezan a mover sus fichas.
Salvador: La democrática Europa quiere decidir nuestro futuro como cuando murió Carlos II.
Helena: Algo parecido. Los países democráticos no van a permitir una España comunista. No se puede parar la historia.
Salvador: Franco ha muerto. El Partido entra en el parlamento. Y después, ¿qué?
Rafael: Defenderemos los intereses populares pero, en vez de hacerlo en la calle, desde el parlamento. Así es como funcionan los países democráticos.
Salvador: Es extraordinario como el lenguaje se acomoda a los nuevos tiempos. Ya no hablas de democracia burguesa o proletaria, ni de capitalismo o comunismo, sino de países democráticos o democracias europeas.
Rafael: Es inevitable. El lenguaje es un fiel reflejo de la realidad.
Salvador: Y, ¿después?
Rafael: ¿Después? ¿A qué te refieres? Luchamos por la libertad, para que el pueblo sea libre.
Salvador: ¿Y la justicia? Según decías la libertad y la justicia eran inseparables.
Rafael: ¿Qué te pasa? Olvida el pasado de una vez, y mira al futuro.
Salvador: ¿Olvidar? ¿Quieres que mire hacia delante como si no hubiésemos padecido cuarenta años de dictadura?
Rafael: La gente quiere soluciones para sus problemas, no que le recuerden constantemente el pasado. Dentro de unos años, nadie se acordará de Franco.
Salvador: ¿Tampoco de los que murieron encarcelados o torturados?
Rafael: Lucharon por unos ideales, por lo que creían que era su deber.
Salvador: Pero no por la democracia de que hablas.
Rafael: ¿Por cuál entonces? ¿Por una democracia como la de Rusia o los países del Este?
Salvador: Sabes muy bien que no.
Rafael: ¿Entonces? ¿Por un régimen desconocido?
Salvador: No sé qué clase de democracia o de país queremos, pero sí sé por cual no luchamos. Desde luego no por una democracia sustentada en un régimen social injusto.
Rafael: Cuando el pueblo sea libre podrá elegir la justicia que desee.
Salvador: ¿La que quiera o la que le ofrezcan? Si has decidido traicionar a tus camaradas, hazlo, pero no cuentes conmigo.
Rafael: ¿Me llamas traidor a mí que he sacrificado mi vida por el bienestar del pueblo?
Salvador: No serías el primero. Si fueras honrado abandonarías el Partido, pero no lo harás porque tú no luchas por los demás sino por ti mismo. A mí no me puedes engañar. Te convertirás en un político profesional cuyo único objetivo será el poder y el dinero. Ojalá no lo consigas.
Rafael: ¿Tú me lo va a impedir?
Salvador: Si pudiera, no dudaría en hacerlo.
Rafael: Nadie puede cambiar la historia.