Escena XXX

 

(Se apaga la luz. Sentados en una mesa de un bar están Salvador, Rafael y Helena)

 

Salvador:  Me alegro de que te hayan soltado tan pronto.

Rafael: Sólo he estado unos días. El tiempo que han tardado en pagar la multa. Pero tenías razón, desde dentro no se ven las cosas igual.

Salvador: Padecer y saber no es lo mismo.

Rafael:  No, no lo es. (Silencio). Ahora veo las cosas de distinta manera.

Salvador:  ¿Ahora?

Rafael: , ahora. Ha llegado el momento de cambiar. Pensé que quizás pudiera interesarte.

Salvador:  ¿A mí? Ya no milito en el Partido.

Rafael:  Lo sé. Pero, cuando conozcas mi propuesta, quizás reconsideres tu decisión. Se va a celebrar un congreso para decidir si nos integramos en el Bloque Democrático en el que ya están el Partido Comunista y el Socialista. Europa no va a permitir una España Comunista. Así que, si queremos sobrevivir políticamente, habrá que cambiar de estrategia.

Salvador:  ¿Y te llegó la inspiración en la cárcel?

Rafael: Déjate de bromas. He discutido mucho con el tío de Helena, no hay otra alternativa si no queremos convertirnos en un partido extraparlamentario.

Helena: De mi tío nos podemos fiar. Por su despacho pasan muchos sindicalistas y políticos demócratas.

Salvador:  Pensé que la historia la hacía el pueblo, no sus dirigentes.

Rafael: Es difícil hablar contigo sin discutir. Que haya pensado en ti, ¿no te parece significativo?

Helena:  Rafael cree que nadie sobra. Y pensó que la nueva orientación del Partido podría hacerte cambiar de opinión. Cree que posees cualidades que no hay que desaprovechar.

Salvador:  ¿Cualidades?

Helena:  Sinceridad, honradez, inteligencia

Salvador:  Creí que el Partido valoraba más la disciplina, la obediencia, la mediocridad

Helena:  Por favor, al menos escúchale.

Rafael: Se trataría de abrir el Partido a todos aquellos que se sientan demócratas o progresistas.

Salvador:  Es decir, a las clases medias.

Rafael: Seguiría siendo el Partido de los trabajadores. Tu siempre has defendido que hay que hacer análisis concretos de la situación política, no aplicar fórmulas abstractas, pues hagámoslo. A Franco le queda poco de vida.

Salvador:  Eso llevan diciendo desde hace cuarenta años.

Helena: Esta vez va en serio nos lo ha asegurado mi tío. Las cancillerías europeas empiezan a mover sus fichas.

Salvador: La democrática Europa quiere decidir nuestro futuro como cuando murió Carlos II.

Helena: Algo parecido. Los países democráticos no van a permitir una España comunista. No se puede parar la historia.

Salvador:  Franco ha muerto. El Partido entra en el parlamento. Y después, ¿qué?

Rafael:  Defenderemos los intereses populares pero, en vez de hacerlo en la calle, desde el parlamento. Así es como funcionan los países democráticos.

Salvador: Es extraordinario como el lenguaje se acomoda a los nuevos tiempos. Ya no hablas de democracia burguesa o proletaria, ni de capitalismo o comunismo, sino de países democráticos o democracias europeas.

Rafael:  Es inevitable. El lenguaje es un fiel reflejo de la realidad.

Salvador:  Y, ¿después?

Rafael: ¿Después? ¿A qué te refieres? Luchamos por la libertad, para que el pueblo sea libre.

Salvador:  ¿Y la justicia? Según decías la libertad y la justicia eran inseparables.

Rafael:  ¿Qué te pasa? Olvida el pasado de una vez, y mira al futuro.

Salvador: ¿Olvidar? ¿Quieres que mire hacia delante como si no hubiésemos padecido cuarenta años de dictadura?

Rafael: La gente quiere soluciones para sus problemas, no que le recuerden constantemente el pasado. Dentro de unos años, nadie se acordará de Franco.

Salvador:  ¿Tampoco de los que murieron encarcelados o torturados?

Rafael:  Lucharon por unos ideales, por lo que creían que era su deber.

Salvador:  Pero no por la democracia de que hablas.

Rafael:  ¿Por cuál entonces? ¿Por una democracia como la de Rusia o los países del Este?

Salvador:  Sabes muy bien que no.

Rafael:  ¿Entonces? ¿Por un régimen desconocido?

Salvador: No sé qué clase de democracia o de país queremos, pero sí sé por cual no luchamos. Desde luego no por una democracia sustentada en un régimen social injusto.

Rafael:  Cuando el pueblo sea libre podrá elegir la justicia que desee.

Salvador:  ¿La que quiera o la que le ofrezcan? Si has decidido traicionar a tus camaradas, hazlo, pero no cuentes conmigo.

Rafael:   ¿Me llamas traidor a mí que he sacrificado mi vida por el bienestar del pueblo?

Salvador: No serías el primero. Si fueras honrado abandonarías el Partido, pero no lo harás porque tú no luchas por los demás sino por ti mismo. A mí no me puedes engañar. Te convertirás en un político profesional cuyo único objetivo será el poder y el dinero. Ojalá no lo consigas.

Rafael:  ¿Tú me lo va a impedir?

Salvador:  Si pudiera, no dudaría en hacerlo.

Rafael:  Nadie puede cambiar la historia.