Escena XXV

 

(Se apaga la luz. Suena el timbre. Abre la criada)

 

Criada:  ¿Qué desea?

Salvador:  Podría hablar con Helena.

Criada:  ¿Con la señora?

Salvador:  Con la hija.

Criada:  Su hija no se llama Helena…

Helena:  ¿Qué ocurre?

Criada:  Un señor quiere hablar con usted.

Helena:  Hágale pasar.

Salvador:  Hola.

Helena:  ¿Qué desea? Mi marido no tardará en llegar.

Salvador:  Soy Salvador.

Helena:  ¿Salvador? ¡Salvador!  ¡Qué alegría! Cuánto tiempo sin verte.

Salvador:  ¿Cómo estás?

Helena:  Muy bien. Acabo de acostar a mis hijos. Cuando me ven vestida para una fiesta se ponen nerviosos, y no paran de preguntar a que hora volveré.

Salvador:  ¿Hijos?

Helena:  Sí, tengo dos hijos. Éste es Máximo (Enseñándole una foto sobre una mesa). Rafael siempre ha sentido veneración por Gorki. A la niña le puse Libertad. Después de cuarenta años de dictadura me pareció un bonito nombre, aunque puede que me apresurase.

Salvador:  Son muy guapos. Se parecen a ti.

Helena:  Según mi suegra  son idénticos a Rafael.

Salvador:  ¿Qué edad tienen?

Helena:  Siete y ocho años. Me casé el año que murió Franco y decidimos tener los niños seguidos. Esta foto nos la hicimos en las puertas del ayuntamiento, después de casarnos. Esos son Chelo y Alberto, ¿te acuerdas de ellos?

Salvador:  ¿Qué día murió Franco?

Helena:  El veintiuno de noviembre de mil novecientos setenta y cinco. ¿Cómo has podido olvidarlo?

Salvador:  Vivo en París. Acabo de llegar.

Helena:  ¿Te vas a quedar mucho tiempo?

Salvador:  No lo sé.

Helena:  Tendrás tiempo para tomarte una copa.

Salvador:  Claro.

Helena: Cuando dijiste que eras Salvador me quedé desconcertada. No estaba segura de que fueras tú. Desapareciste de repente. No sabíamos qué pensar (Suena el teléfono). Perdona un momento. Es Rafael. No le he dicho que estabas aquí. Será una sorpresa. Bueno, ¿qué ha sido de tu vida durante estos años?

Salvador:  Como te he dicho, acabo de llegar.

Helena: ¿En serio?

Salvador:  Sí, ¿cuánto hace que no nos veíamos?

Helena:  Ocho años. La edad de Máximo.

Salvador:  Espero que no te haya molestado.

Helena: ¿Molestarme? Al contrario, que se acuerden de ti después de tanto tiempo, siempre resulta agradable.

Salvador:  Lo digo por la hora. Es un poco tarde.

Helena: No te preocupes, aunque no podremos estar mucho tiempo. Hoy hace un año que el Partido ganó las elecciones, y vamos a ir a una cena para celebrarlo. Rafael fue elegido diputado como sabes. Perdona, olvidaba que vives en París. ¿Por qué te marchaste sin decir nada? ¿Tanto te molestó la propuesta de Rafael? Cuando decidimos casarnos intenté localizarte, pero tampoco tus compañeros conocían tu paradero. (Salvador la mira desconcertado).

Salvador:  No recuerdo ni una sola vez en la que no hayamos discutido. Aunque no era el único, también tenía sus encontronazos con Fernando. Coincidí con él en Carabanchel en el setenta y cinco. ¿Qué habrá sido de él?

Helena:  Viviendo Franco era difícil no discutir. La música, el cine, la literatura, los amigosTodo giraba en torno a la política, no como ahora. Pero aquella vez fue distinto. Estuviste muy duro con él, y eso que ya no militabas en el Partido. Reconoce que Rafael se percató, antes que los demás, de los cambios que se iban a producir en España. (Salvador se pasa la mano por la frente respirando hondo) ¿Te encuentras bien?

Salvador:  Sólo un poco cansado. ¿Recuerdas el salto de Aluche?

Helena: Claro fue el día que detuvieron a Rafael, y tú no acudiste a la cita. ¡Qué alivio sentí cuando apareciste por casa!

Salvador: Fui, pero te habías ido. ¿No te acuerdas? No sé si un policía me golpeó con la porra, o resbalé al tratar de huir de aquella encerrona, el caso es que perdí el conocimiento. Y, cuando me desperté, eran más de las once. El golpe aún me está pasando factura.

Helena:  ¿No te encuentras bien?

Salvador: Sí, pero, a veces, la memoria me falla. No recuerdo lo que estaba hablando y pierdo el hilo de la conversación.

Helena:  Eso nos pasa a todos. Son los años. Aún no me has dicho qué fue de tu vida desde tu repentina desaparición.

Salvador:  No hay mucho que contar.

Helena:  ¿Has vividos siempre en París?

Salvador:  Sí. Después de dejar el Partido, decidí rehacer mi vida lejos de España. Un primo de mi padre republicano vivía en Francia. Así que me fui.

Helena:  A mí me hubiera costado trabajo vivir en el extranjero, aunque fuese en Paris. Los años que siguieron a la muerte de Franco fueron los mejores años de mi vida. Y creo que para todos en general. Aún se mantenían intactas las ilusiones que nos habían impulsado a luchar. Ahora sin embargoMenos mal que Rafael no está, él opina justamente lo contrario. Ya le conoces.

Salvador:  Aunque no he seguido muy de cerca lo que sucedía en España, mentiría si dijera que no pensé en volver.

Helena:  ¿Te casaste?

Salvador:  No, aún no he encontrado la mujer de mi vida.

Helena:  Pues dicen que las francesa son muy sensuales.

Salvador:  El amor es otra cosa.

Helena:  No será que eres demasiado exigente.

Salvador:  Los sentimientos no atienden a razones. Cuando encuentre el amor de mi vida, lo sabré. Es tu turno, ¿qué fue de vosotros?

Helena:  Políticamente fueron unos meses vertiginosos. En agosto detuvieron a Rafael.

Salvador:  ¿En agosto?

Helena:  Lo detuvieron dos veces, ¿no te acuerdas?

Salvador:  A veces tengo lagunas.

Helena:  La primera vez fue en Aluche.

Salvador:  Lo siento vas a tener que refrescarme la memoria.

Helena:  No sé si fue un soplo, o el sitio no era el adecuado. El caso es que detuvieron a mucha gente, entre ellos a Rafael. Mi tío, que era abogado laboralista, se hizo cargo de la defensa y, como puedes imaginar, aprovechaban los encuentros para discutir de política. Él tenía contactos con la oposición antifranquista, y sabía que los partidos de extrema izquierda no tendrían futuro en una Europa democrática. Rafael no tardó en comprender que los partidos, que no formaran parte del bloque democrático, desaparecerían. Para decidir si el Partido se integraba o no, se convocó un congreso para el verano. Entonces volvieron a detenerle. Como habrás podido comprobar su análisis político era correcto. Rafael siempre ha sido más pragmático que todos nosotros.

Salvador:  ¿Qué sucedió en el congreso?

Helena: Eso ya es historia. Perdona había olvidado que vivías fuera de España. La mayoría se integró en el Partido Socialista y algunos, los menos, en el Partido Comunista. Rafael salió elegido en las primeras elecciones y, desde entonces, es diputado. Esta noche vamos a cenar para celebrar el aniversario de la victoria de la izquierda.

Salvador:  ¿Izquierda? ¿Hablas en serio? Nunca lo hubiera imaginado.

Helena: ¿Es que la prensa francesa no informa sobre España o es que tú no lees los periódicos?

Salvador: Ni los periódicos ni la televisión. Cuando abandoné el Partido, dejó de interesarme la política, aunque, después de todo, quizás no haya sido tan mala idea haber vivido en Francia estos años. Como dice el refrán No hay mal que por bien no venga”.

Helena:  No sé si creerte. La política, como las drogas, crea adicción. Mira sino Rafael, o tú mismo, porque te recuerdo que, cuando discutiste con él, ya habías abandonado el Partido.

SalvadorRafael y yo siempre hemos tenido problemas de comunicación.

Helena: Rafael, cuando toma una decisión, no rectifica. En aquel momento era difícil aceptar sus planteamientos, aunque el tiempo le ha dado la razón. Después de la muerte de Franco la situación política cambió tal como él lo había previsto. No tenía sentido seguir anclado en posiciones izquierdistas que no respondían al sentir del pueblo. Sus pronósticos se han ido cumpliendo. Los grupúsculos de extrema izquierda han ido perdiendo votos elección tras elección. El bipartidismo a la americana es inevitable.

Salvador:  No pareces la misma.

Helena:  Es que no somos los mismos. (Suena el timbre). Debe ser Rafael (Sale). No puedes imaginar quién está en la sala. Pasa.

Rafael:  ¿Salvador?

Salvador:  Él mismo.

Rafael:  No has cambiado, al menos físicamente.

Salvador:  Helena tardó en reconocerme.

Helena:  Porque no te esperaba.

Rafael:  Nosotros sí hemos cambiado, aunque Helena sigue tan bella como siempre, ¿no te parece?

Salvador:  De eso puedes estar seguro. Nunca la había visto tan hermosa.

Helena:  Por favor, basta.

Rafael:  ¿Dónde has estado durante estos años?

Salvador: En París. Esta mañana cogí un avión, y me planté en Madrid. Estaba paseando por el parque del Oeste, y me acordé de vosotros. Era un poco tarde, pero decidí pasar a veros. Y aquí estoy.

Rafael:  Habrás notado al país muy cambiado.

Salvador:  No sabría decirte. Es un país capitalista como cualquier otro.

Rafael: Capitalista, pero democrático. ¿Es que has olvidado ya los cuarenta años de dictadura?

Salvador:  ¿Cómo iba a olvidarlo?

Rafael: Entonces no utilicemos categorías políticas que podían tener sentido en la dictadura, pero no ahora, que el pueblo español ha recobrado la libertad de la que fue privada demasiados años. Lo que es razonable en la juventud, suena grotesco en al madurez, ¿no crees?

Salvador: Desde luego los vivos no juzgan igual que los muertos. Los vivos van adaptándose a las circunstancias. Así es la vida, ¿no? Pero, ¿y los muertos? ¿Estarían tan satisfechos como tú de esta democracia?

Rafael: ¿Hablaremos alguna vez de política sin discutir? Los muertos muertos están, cumplieron su misión. Me sorprende que alguien, que manda a medio centenar de camaradas a la cárcel, se preocupe tanto por los muertos. No puedes quitarte de en medio y, después de vivir cerca de diez años en el extranjero, volver como defensor de la esencia revolucionaria. Tú cambiaste de chaqueta. Nosotros no, siempre hemos luchado por la democracia. España cambió, y nosotros cambiamos con ella. Eso es todo.

Salvador:  ¿De qué estás hablando?

Rafael:  Lo sabes muy bien. Tú mandaste a medio centenar de camaradas a la cárcel.

Salvador: Es posible que haya cometido a lo largo de mi vida muchos errores, pero no puedes acusarme de lo que no hice. Yo no delaté a nadie, ni di ningún soplo a la policía. ¿Cómo has podido pensarlo?

Rafael: No sigas fingiendo. Un policía amigo del tío de Helena le confesó que habían recibido un chivatazo.

Salvador:  Y supusiste que había sido yo, ¿verdad?

Rafael:  Me amenazaste, ¿no te acuerdas? Cuando te informé de la propuesta que iba a presentar en el congreso extraordinario que se iba a celebrar ese verano, me acusaste de traidor. Desapareciste, y no hubo manera de contactar contigo. ¿Qué podíamos pensar si no que eras un confidente?

Salvador:  ¿Lo sigues creyendo?

Rafael:  Qué importa lo que piense. Nada cambiará  lo crea o no.

Salvador: Pensar que yo era un policía infiltrado debió de hacerte muy feliz. Pero siento defraudarte. Y, aunque lo hubiera sido, ¿serías capaz de juzgarme? El bien y el mal dependen de las circunstancias, ¿qué más da cuando, o en qué momento, se produjera la traición? También tú has traicionado a los camaradas que murieron, permanecieron años en la cárcel o sacrificaron sus vidas por el futuro. Por lo que veo el tuyo es muy confortable.

Rafael: España cambió y cambiamos nosotros. No podemos parar el mundo con la cabeza. El pueblo español es libre para decidir por sí mismo su futuro. Si lo hubiésemos traicionado, ¿iban a votarnos más de diez millones de españoles?

Helena: Dejad de discutir, parece que hubiésemos retrocedido en el tiempo. (Dirigiéndose a Rafael) Es muy tarde. ¿Has olvidado la cena? (Dirigiéndose a Salvador) No le hagas caso cuando habla de política no es el mismo. Sé que no eras un confidente ni diste ningún chivatazo. Las mujeres tenemos un sexto sentido del que carecen los hombres.

Salvador:  No os entretengo más (Levantándose).

Helena: Vuelve otro día que tengamos más tiempo. Mañana mismo si es que todavía continúas en Madrid.

Salvador:  De acuerdo.