EPÍSTOLA XI
“Anoche, durante la cena, uno que había bebido más de la cuenta preguntó de repente: ¿Conocéis el juego de la verdad? Sin esperar la respuesta continuó: Es muy fácil. Los jugadores tiran los dados. El que saca el número más bajo tiene que confesar por qué ha venido. ¿Reglas? Decir la verdad. ¿Quién empieza? ¿Quién es el primero en confesar el motivo por el que ha dejado su cómoda vida en Norteamérica y Europa? Empezaré yo. ¿Queréis saber por qué he venido? ¿Nadie lo adivina? Para abrir una clínica en París, Londres o Nueva York. Habéis oído bien. No estoy borracho, bueno sí. Pero es la verdad. La malaria y el tifus acabarán afectando a los países ricos. Entonces necesitarán especialistas en enfermedades tropicales. Ese es el motivo por el que he venido a este perdido rincón del planeta. ¿Quién sigue?, preguntó señalándonos con el dedo. Nadie respondió. No sé si decía la verdad. Pero la idea, al menos, se le pasó por la cabeza. Cuesta entender que haya personas capaces de aprovecharse del sufrimiento ajeno. La codicia no tiene límite, ni siquiera ante la miseria se detiene”.
Olvidaste añadir el odio, la venganza, la violencia, la envidia y demás hijos de la naturaleza humana. ¿Por qué nos cuesta tanto admitir que somos un conglomerados de instintos y pasiones? ¿Es que no encaja con la imagen divina y racional que propagamos de nosotros mismos? Durante siglos se han considerado moralmente malos, pero ¿y si no lo fueran más que comer o dormir? Peores fabuladores son los que embellecen la naturaleza humana con hermosas palabras, o inculcan la idea de pecado, como si fuéramos culpables, o responsables de haber nacido. La naturaleza humana, como tus problemas, viaja a todas partes contigo, nadie puede huir de ella. Como advierte nuestro amigo Séneca: “¿Me preguntas por qué no has hallado consuelo en tu huida? Porque escapaste contigo mismo”.
Entonces, ¿hay que dar rienda suelta a los instintos? Sólo pretendo que reflexiones porque, a pesar de que los hombres han meditado los mismos problemas desde hace miles de años, las respuestas no están agotadas. Si el devenir es inagotable, “un mar de fuerzas que se agitan en sí mismas, que se transforman eternamente, que discurren eternamente”, también lo serán los puntos de vista. Ningún hombre, ni todas las generaciones de hombres, abarcarán jamás todas las perspectivas. Los hombres se han juzgado a sí mismo, y a los demás, a través de todo tipo de prejuicios religiosos, culturales y filosóficos. Si elimináramos la hojarasca. Y alcanzáramos mentalmente la roca madre. La perspectiva sería diferente.
Intenta comprenderte como si fueras el primer homínido y, aún no existieran predicadores, que, consciente o inconscientemente, prejuzguen la conducta humana. ¿Qué habré ganado si no me gusta lo que encuentro, o está en contradicción con mis convicciones? El conocimiento, ¿qué otra cosa depende de nosotros? ¿Para qué sirve? Para ser libre, ¿te parece poco? Más pobre es el ignorante. ¿De verdad quieres conocer las opiniones de nuestros amigos? ¡Adelante! Hace tiempo que desean intervenir.
Nuestro amigo Séneca afirma que “la suprema felicidad no se ha de situar en la carne; los bienes verdaderos son los que la razón procura; éstos son sólidos y permanentes, no pueden ser perdidos ni tan siquiera decrecer o disminuir”. De la misma opinión es nuestro amigo Descartes que pide que nos acostumbremos “a creer que no hay nada que esté enteramente en nuestro poder más que nuestros propios pensamientos”. Aunque reconoce “que es necesario un largo ejercicio y una meditación frecuentemente reiterada para acostumbrarse a mirar las cosas desde este punto de vista”. Nuestro amigo Platón aún es más rotundo: “El cuerpo nos llena de amores, de deseos, de temores, de mil quimeras, de mil necedades, de tal modo que, por decir verdad, no nos deja ni una hora de sensatez. Porque, ¿qué es lo que provoca las guerras, las sediciones y los combates? El cuerpo y sus pasiones”. Y si hacemos caso a nuestro amigo Nietzsche, más radical, por tanto menos inteligente, se muestra la religión: “La Iglesia combate la pasión con la extinción, en todos los sentidos de la palabra: su medicina, su cura es el castradismo”. Y añade con humor. “Ya no admiramos a los dentistas que extraen los dientes para que no sigan doliendo”. Quizás más equilibrado se muestre nuestro amigo Epicuro: “A la naturaleza no hay que violentarla, sino persuadirla. Y la persuadiremos satisfaciendo los deseos necesarios, los naturales que no causan daño y despreciando los que son claramente perjudiciales”. Otros amigos desean intervenir. Pero creo que, por hoy, es suficiente porque, ante un problema, caben tantas respuestas como individuos.
El verano se marcha, a pesar de que aún estamos a mediados de agosto. Por las mañanas y por las noches, después del amanecer y antes del ocaso, se intuye la luz grisácea del otoño. Empieza a refrescar. El océano se muestra arisco como si estuviera en celo. En el aire se barruntan los temporales. Quizás te parezca demasiado breve el parte meteorológico pero nuestro amigo Nietzsche insiste en hablar de nuevo: “Tener que combatir los instintos, ésa es la fórmula de la décadence: mientras la vida asciende es felicidad igual a instinto”. ¡Ya me extrañaba a mí que nadie hubiera pisado la roca madre! Pero, no te desanimes, aún hay mucho que descubrir.
Cuídate
EPÍSTOLA XII
Dice nuestro amigo Aristóteles que “la virtud es un término medio”, pero “no toda acción ni toda pasión admiten el término medio, pues hay algunas cuyo solo nombre implica la idea de perversidad, por ejemplo, la malignidad, la desvergüenza, la envidia; y entre las acciones, el adulterio, el robo y el homicidio. Pues todas estas cosas y otras semejantes se llaman así por ser malas en sí mismas, no por sus excesos ni por sus defectos. Por tanto, no es posible nunca acertar con ellas, sino que siempre se yerra”. Y crees que la mentira o el engaño entrarían en la categoría de acciones que no admiten gradación. “Aparentar que por solidaridad has venido a este remoto rincón de África, que intentas paliar con tu trabajo la miseria en la que malviven millones de seres del Tercer Mundo cuando en realidad buscas tu propio interés, rentabilizar estos meses en tu propio beneficio es una conducta inmoral, por tanto recriminable”. Y añades: “Tu teoría de la roca madre justifica esa clase de conducta”.
Leyendo tu carta he recordado la advertencia de nuestro amigo Descartes: “Y me complace aprovechar la coyuntura para hacer un ruego a los hombres del mañana, y es que no crean nunca que las cosas que se les digan proceden de mí mientras no hayan sido expresamente divulgadas por mí mismo”. Seguramente no me he explicado con claridad. O, como dice nuestro amigo Séneca, no es posible juzgar desde la distancia las acciones concretas. Intentaré aclarar mi posición.
Muchos están convencidos, como nuestro amigo Platón, que vivimos entre sombras en el interior de una caverna. Y que, si queremos conocer la auténtica realidad, tenemos que salir fuera. Tales tentativas están condenadas al fracaso porque, no se puede salir, de donde no se está. El mundo no es una caverna. Pero supongamos que lo fuese, como pretende nuestro amigo en su bello relato, ¿por qué esa obsesión por salir? ¿Por qué creemos que es mejor lo que nadie ha visto, que lo que contemplamos a diario? ¿Será por resentimiento contra la vida, como opina nuestro amigo Nietzsche?
No trato de justificar ninguna conducta, sólo que te observes a ti mismo, y a los demás, desde otra perspectiva. Pero eso sí, dentro de la caverna -¿no es un sinsentido querer salir sin conocerla por dentro?, ¿y si descubrieras que su interior es tan hermoso que no desearas salir fuera?- porque como afirma nuestro amigo: “No hay nada que pueda juzgar, medir, comparar, condenar nuestro ser, pues esto significaría juzgar, medir, comparar, condenar el todo…¡Pero no hay nada fuera del todo!”. Sueña o delira el que dice haber visto el Bien, la Verdad o la Belleza retozando en hermosos prados. ¿Por qué negar que unos puedan ver, lo que no está al alcance de todos? Cuando cualquier opción es posible, me parece estéril discutir si es verdad, o mentira. Pero recuerda que, como Hércules en la encrucijada, tendrás que elegir uno de los caminos.
Nos quejamos de la irracionalidad de la conducta humana. Y, entristecemos, cuando se hace añicos el mundo bueno, verdadero y bello creado por la razón. Pero, ¿y si no fuera culpable? ¿Y si esos fantásticos mundos fueran creaciones de la mente? ¿Apreciaríamos más la caverna en la que vivimos? ¿Y si lo intentáramos? ¿Ahora? Sí, ahora.
Advierte nuestro amigo el emperador Marco Aurelio que “haber investigado la vida humana durante cuarenta años que durante diez mil da lo mismo. Pues ¿qué más verás?”. ¿Por qué no aceptas el reto, y compruebas por ti mismo, si tu corta experiencia coincide con la vivida por los hombres, durante dos mil quinientos años? ¿De qué serviría? Para poner a prueba tus creencias. Recorramos el camino. Veamos que nos ofrece esa nueva senda. Ya habrá tiempo para desandarlo. Supón que coinciden. ¿Y? Que no se puede desdeñar la experiencia acumulada por la humanidad, porque no encaja con la razón, o con tus prejuicios. Y si la disfunción no se debiera a la imperfección humana, sino a que son ficciones. ¿Afirmarías que el ave Fénix, o las quimeras existen, pero que, hasta ahora, nadie los ha visto, o que, nadie los ha visto, porque son productos de la fantasía humana? ¿Y si sucediera igual con las utopías? Nunca se han podido llevar a la práctica y, cuando lo han hecho, los seres humanos han salido escaldados, porque, son fantasías, como Pera y la Tierra de Nunca Jamás. ¿Por qué no reconocer que la desigualdad, la discriminación, el abuso de poder son características humanas, y los intentos por construir una sociedad igualitaria, que no discrimine y sea más justa, siempre fracasarán? ¿Y si, al analizar esas utopías, comprobáramos que la desigualdad y la injusticia sólo han cambiado de mano, que todo sigue igual: la misma injusticia, la misma desigualdad, el mismo sufrimiento…?
¿Estás proponiendo que nos crucemos de brazos? Sólo que sepas que las conductas, contraria a la naturaleza humana, están condenadas al fracaso. Pero, si eres feliz intentándolo, hazlo. ¿Y si el hombre cambiara internamente? Sería una revolución genética, no social. Quizá, los continuos fracasos, se deban a un error de perspectiva. Y, para transformar la sociedad, haya que modificar los genes. Mientras tanto, medita esta sentencia de nuestro amigo el emperador Marco Aurelio: “Todo es los mismo: habitual por la experiencia, efímero por el tiempo y ruin por su materia. Todo ahora acontece como en tiempo de aquellos a quienes ya sepultamos”.
El verano llega a su fin. Durante toda la noche, ha sonado la sirena de la niebla. Cuando me levanté, no se veía el mar. A mediodía, el sol brillaba como cualquier día de verano. He buceado alrededor del faro buscando vestigios de los navíos, que, antaño, surcaron estas aguas. Nada hallé, pero gocé del silencio y la belleza del fondo marino. Después de comer releí los versos de nuestro amigo Homero: “Gozoso despegó las velas el divinal Odiseo y, sentándose, comenzó a regir hábilmente la balsa con el timón, sin que el sueño cayese en sus párpados, mientras contemplaba las Pléyades, el Bootes, que se pone muy tarde, y la Osa, llamada el Carro por sobrenombre, el cual gira siempre en el mismo lugar, acecha a Orión y es la única que no se baña en el Océano, pues habíale ordenado Calipso, la divina entre las diosas, que tuviera la Osa a la mano izquierda durante la travesía”.
No sé si fue un sueño, o la neblina que se encaramaba por el horizonte, pero me pareció ver la balsa de Odiseo que, empujado por la suave brisa, se alejaba hacia el país de los Feacios. Mañana volveré a intentarlo. Quizás encuentre alguna moneda o estatuilla arrojadas al mar por los marineros que visitaban el templo de Melkart.
Cuídate
EPÍSTOLA XIII
Tumbado sobre las rocas, desde las que contemplábamos el ocaso, aguardé la llegada de las Perseidas. Extasiado contemplé el cielo como, millones de hombres hicieron y harán, después que hayamos desaparecido. “Fue la admiración lo que movió, como lo es hoy, a los primeros pensadores en sus indagaciones filosóficas. Al principio, les llamaron la atención las dificultades más aparentes, después, avanzando despacio, buscaron la solución de los problemas más importantes, tales como los fenómenos de la luna, del sol y de las estrellas; en suma, la génesis de Universo”, afirma nuestro amigo Aristóteles. A mí, el espectáculo me conmovió. ¿Hay algo más bello y seductor que el cielo nocturno?
Te has preguntado por qué nos emocionamos, por qué nos sentimos anonadados, partes y no individuos. Porque “el cosmos es lo más bello de todo lo que ha sido producido”, según nuestro amigo Platón. Pero, “¿qué ocurriría si la verdad fuera lo contrario?”, inquiere nuestro amigo Nietzsche desde las montañas de la Alta Engandina. ¿Y si el universo fuera un caos? ¿Y si la belleza, el orden, la necesidad fueran mentiras piadosas de unos seres asustados? ¿Qué harías si alguien gritara: ¡El universo existe. Y nada más! ¿Soportarías verte desnudo? ¿Buscarías, en las fábulas de Newton o Einstein, un taparrabos para cubrir nuestras vergüenzas mentales? ¿O consultarías, en cualquier libro sagrado, un cuento más sencillo? ¿Y si añadiera: “El hombre cree que el mundo mismo está sobrecargado de belleza, -olvida que él es la causa de ella. Únicamente él le ha hecho al mundo el regalo de la belleza, ¡ay!, sólo que de una belleza humana, demasiado humana…”? ¡Cómo! ¿Insinúas que los seres humanos están enamorados de sí mismos? ¿Que el mundo es un espejo, que refleja nuestra imagen? ¿Que, cuando observamos un acción bella o justa, contemplamos nuestro propio rostro? ¿Que la sabiduría, acumulada por la humanidad, es simple narcisismo?
Y si describiera el mundo despojado de prejuicios: “Este mundo es prodigio de fuerza, sin principio, sin fin, un mar de fuerzas que se transforman eternamente, que discurren eternamente, un flujo perpetuo de sus formas, que se desarrollan de las simples a las más complicadas, contradictorio. Este mundo mío dionisíaco que se crea siempre a sí mismo, que se destruye eternamente a sí mismo, este mi “más allá del bien y del mal”, ¿queréis un nombre para ese mundo? ¡Este es el de “voluntad de poder” y nada más”. ¿Y la necesidad? ¿Y el orden? ¿También el cosmos es una ficción? Cualquier explicación humana –científica, filosófica o religiosa– es una interpretación. Entonces, ¿nadie, nadie, nadie ha salido de la caverna?, ¿ni los hombres de ciencia? ¡Te equivocas! Somos seres inteligentes que utilizamos la razón para taladrar la apariencia, no arañas tejedoras de invenciones. La Verdad es una veta difícil de encontrar y de extraer, pero no imposible. Somos los seres más inteligentes de la creación. La naturaleza no tiene secretos.
Escucha los versos de nuestro amigo Sófocles: “Muchas cosas asombrosas existen y, con todo, nada más asombroso que el hombre”. Hermosos, ¿verdad? Sublimes. ¿Y la teoría de la relatividad de nuestro amigo Einstein? Luminosa. ¿Y el psicoanálisis de nuestro amigo Freud? Oscuro. ¿Y el materialismo histórico de nuestro amigo Marx? Obvio. ¿Y la evolución de Darwin? Evidente. No sigas. Aún no he terminado. ¿Has oído a nuestra amiga Safo? “Semejante a los dioses me parece ese hombre, que se sienta frente a ti, y de cerca escucha tu dulce voz y tu sonrisa deliciosa, y eso hace saltar mi corazón dentro del pecho. Pues, cuando te miro por un momento, se me quiebra la voz. Mi lengua se hiela y al punto un fuego suave recorre mi piel, mi vista se nubla, los oídos me zumban, un sudor frío me cubre y un temblor me agita toda entera y estoy más pálida que la hierba; y siento que me falta poco para morir”. ¿Y al amigo Walt Withman? “Yo soy Walt Withman, un cosmos, el hijo de Maniatan, turbulento, carnívoro, sensual, que come, bebe y procrea”.
Conozco la raza de los creadores y los espíritus libres. Por eso te pregunto, ¿qué haríais si alguien, comprendiendo que iba desnudo, exclamara que, sin disfraces, el mundo es más bello y animara a despojaros de los vestidos, que constriñen el placer de vivir? ¿Le miraríais con desprecio? ¿Le llamaríais loco? ¿Traidor a la raza humana? ¿O tendría que retornar a la montaña, como Zarathustra, porque “No me entienden”?
Afirma categórico nuestro amigo Tucídides que “La libertad es la base de la felicidad”, y de todas las creaciones de la mente humana: la belleza, el bien y la justicia. ¿El mar? Una armonía de luz, color y sonido. ¿El sol al atardecer? Rojizo, comprimido, nítido. ¿La noche? Eterna. ¿Tú y yo? Dos fragmentos a punto de extinguirse en el proceso porque, como nuestro oscuro amigo Heráclito nos recuerda, “a pesar de que todas las cosas están sometidas al devenir de acuerdo con esta razón, parece como si los hombres no tuvieran ninguna experiencia”. O, menos enigmáticamente, nuestro amigo Nietzsche: “Se es necesario, se es un fragmento de fatalidad, se forma parte del todo, se es en el todo, -no hay nada que pueda juzgar, medir, comparar, condenar nuestro ser, pues esto significaría juzgar, medir, comparar, condenar el todo…¡Pero no hay nada fuera del todo! Que no se haga ya responsable a nadie…sólo esto es la gran liberación, sólo con esto queda restablecida otra vez la inocencia del devenir…El concepto de “Dios” ha sido hasta ahora la gran objeción contra la existencia…Nosotros negamos a Dios, negamos la responsabilidad en Dios; sólo así redimimos al mundo”.
Cuídate
EPÍSTOLA XIV
En tu querida África está a punto de comenzar la estación seca. Aquí el viento del sur anuncia la llegada del otoño. En los próximos meses la luz, el calor y el polvo se adueñarán de la sabana. Entonces tumbado tras la mosquitera –como según nuestro amigo Herodoto hacían en Egipto hace miles de años– meditarás la propuesta de nuestro amigo Nietzsche. Pero, mientras los frutos de ese reposo llegan, envías, como primicias, tus temores. “Me gustaría ser como esos aventureros que, se internan por caminos desconocidos, en busca de tierras nunca vistas. Otras, atenazado por el miedo, busco refugio en los paisajes familiares. ¿Qué vi? Una corriente informe y caótica. ¿Qué sentí? Pánico”.
No tengas miedo. Sólo son ficciones, invenciones humanas que, pueden ser sorprendentes, absurdas e inverosímiles, pero nunca mortíferas ni peligrosas, si se tienen como tales. Tranquilízate. ¿No sientes que estás sobre la tierra? ¿Si? Observa las estrellas. ¿Nunca trazaste figuras de hombres y animales? Y, en la nubes, ¿no descubrías cabezas de cocodrilos, rebaños de ovejas o caballos con alas? Contempla la corriente con ojos de niño. ¿Qué ves? “Una riqueza de fascinante de tipos, la exhuberancia propia de un pródigo juego y mudanza de formas”. ¿Qué más? “Un fragmento de fatum, una ley más, una necesidad más para todo lo que viene y será”. ¿Sientes pena, dolor o culpabilidad? Sólo el fluir de la corriente, la inocencia del devenir. ¿Cómo vivirás? Libre, sin falsas limitaciones. ¿De verdad quieres saber cuántas personas han recalado en ese mundo de espíritus libres? Algunos, aunque ninguno se ha expresado con tanta pasión como nuestro amigo Lucrecio. Compruébalo por ti mismo, siguiendo la cadencia de sus versos:
“O miseras hominum mentis, o pectora caeca!
Qualibus in tenebris vitae quantisque periclis
degitur hoc aevit quodcumquest! Nonne videre
nil aluid sibi naturam latrare, nisi utqui
corpore seinctus dolor absit, mente fruatur
iucundo sensu cura semota metuque?
Dinamita, ¿no te parece? Y no es el único al que, las palabras de Epicuro, excitaban hasta el orgasmo.
Cuando el viento de levante, arrastraba hasta el faro, el repique de las campanas, Nausica bailaba desnuda. “¡Jadea con fuerzas! ¡Que se entere esa araña que estamos follando! –gritaba enardecida-. Están envenenando sus mentes, ¿es que no se dan cuenta? Predican que es bueno el dinero, poseer más que los demás, consumir y hacer la guerra; pecado desnudarse o follar. ¡Hipócritas! Lo que la naturaleza reclama no puede ser malo”.
No sé de qué país procedía, tampoco su nombre. Santiago la llamaba Nausica; los demás, la hippie. Llegó, como muchos jóvenes en los años setenta, huyendo de una sociedad que divinizaba el dinero. Se dirigía a Marruecos, pero decidió quedarse. Recorría las playas recogiendo cristales de colores, corchos, piedras, trozos de roca, redes para sus esculturas. “Desechos de Poseidón” –los llamaba. No le interesaba la política, así que nunca tuvo problemas con la dictadura, ni con la gente, porque no solía permanecer mucho tiempo en el mismo lugar. Todo cambió cuando conoció a Santiago. También cambió nuestro amigo Catulo, cuando conoció a Clodia: “Llorad, ¡oh, Venus y Cupidos!, y vosotros, cuantos hombres hay sensibles al amor. El pájaro de mi niña ha muerto; el pájaro, objeto de las delicias de mi niña, a quien ella amaba más que a sus propios ojos, pues era como la miel y la conocía tan bien como una hija a su madre y no se apartaba de su regazo, sino que dando saltos de un lado para otro, sólo a su dueña piaba siempre. Ahora avanza por aquel camino cubierto de tinieblas, de donde dicen que no vuelve nadie. Pero os maldigo, malditas tinieblas del Orco, que todo lo bello devoráis. Tan bonito pájaro me habéis robado. ¡Oh maldito crimen! ¡Oh gorrioncillo, digno de lástima! Ahora, por tu causa, los ojitos de mi niña enrojecen hinchados de llanto”.
O, nuestro amigo Salomón, cuando conoció a su amada: “¡Qué hermosa eres, qué encantadora, qué amada, hija deliciosa! Esbelto es tu talle como la palmera, y son tus pechos sus racimos. Yo me dije: Voy a subir a la palmera, a tomar sus racimos, sean tus pechos racimos para mí. El perfume de tu aliento es como el de las manzanas. Tu palabra es vino generoso a mi paladar, que se desliza suavemente entre labios y dientes”.
Aunque el deseo sexual sea el demiurgo de las obras más bellas, el faro y el mar embrujaron a Nausica.
Cuídate
EPÍSTOLA XV
Ha muerto Asclepia. Esta mañana descubrí su cuerpo flotando entre las algas. Debió perder el equilibrio, cuando picoteaba el verdín de las rocas. El mar también mata, aunque menos que la codicia e ignorancia de los furtivos.
¿Cómo empezó la saga? Por casualidad como casi todo. Santiago, al comprobar que no distinguía los pimientos de los calabacines, me preguntó qué pensaba hacer con la huerta y los animales. “El perro le hará compañía y la gallina le servirá de despensa” –comentó tratando de convencerme. Yo –que le hubiese dicho que sí, aunque se hubiera tratado de una manada de elefantes– prometí cuidar de Metrodoro y de Asclepia. Mis buenas intenciones no debieron de parecerle suficiente. Así que se ofreció para quitar los matojos, regar el huerto y dar de comer a los animales. Yo acepté encantado.
Charlando de lechugas y tomates nos hicimos amigos. Quizá, a los que juzgan por las apariencias les resulte difícil de entender. No a los que, como yo, piensan que la amistad es un sentimiento profundo. Los sentimientos, pasiones y deseos no son tan diferentes como creen.
Reconozco que, cuando la religión o política deformaban mi mente, tal amistad hubiese sido imposible. Ahora tanta admiración me producen los versos de Homero, las cantatas de Juan Sebastián Bach y los desnudos de Miguel Ángel como una flor, el atardecer y el cielo estrellado. Cuando la jerarquía desaparece, sólo quedan buenas o malas personas. Y la bondad no se mide por el tipo de preocupaciones.
Según iban muriendo, traía otra. Si las hubiese numerado, sabría al instante cuando desembarqué en este islote. Pero reconoce que hubiese sonado ridículo. Podría pensarse que nombraba a un rey o a un papa. Cuando supe que habían pertenecido a Nausica, comprendí por qué los había bautizado con esos nombres. Santiago sabía que Metrodoro era el amigo más querido de Epicuro. Pero no que Sócrates, antes de morir, se descubrió el rostro para recordarle a Critón que le debía un gallo a Asclepio: “Oh Critón, debemos un gallo a Asclepio. Pagad la deuda, y no la paséis por alto”. “El día que trajo la gallina pensé que era el almuerzo. Cuando vio que cogía el cuchillo para cortarle el cuello gritó: ¡Cabrón! Si la tocas, te capo. Y, puedes estar seguro, que lo habría hecho” –comentó Santiago riendo.
Dices que es inmoral matar animales por dinero. Y, cuando viste a los furtivos esposados junto a los cadáveres mutilados, odiaste a los seres humanos. “Comprendo que maten para comer, pero no para comerciar con las garras, las aletas, los colmillos o los cuernos. La codicia no tiene límites”. Seguramente no sean los furtivos los únicos ni los principales responsables de esas muertes. Puede que vuestra presencia formara parte del entramado. No conozco su cultura, pero sí los motivos que guían la conducta humana. No creo que erremos mucho, si analizamos la nuestra.
Empecemos por el dinero, quizá nos ayude a comprender por qué tratamos con tanta crueldad a otros seres. Nuestro amigo Juvenal, observando a sus coetáneos, afirma: “Entre nosotros la majestad de las riquezas es la más venerada, por más que, ¡oh funesta moneda! no habita en modo alguno un templo ni erigimos jamás altares al dinero”. Y nuestro amigo Petronio pregunta: “¿De qué sirven las leyes donde sólo reina el dinero?”. La lista de cofrades es tan larga como seres humanos han existido. ¿Pensabas que era un vicio exclusivo del hombre blanco? ¿Que negros, amarillos, chinos e indios no están infectado por el mismo virus? ¿Has olvidado que debajo del color de piel, la edad y el sexo se oculta un ser humano? ¿Quieres que lo describa? Escucha a nuestro amigo Maquiavelo: “Porque de los hombres en general se puede decir esto: que son ingratos, volubles, simuladores y disimulados, que huyen de los peligros y están ansiosos de ganancias; mientras les haces bien te son enteramente adictos, te ofrecen su sangre, su caudal, su vida y sus hijos, cuando la necesidad está cerca; pero cuando la necesidad desaparece, se rebelan”. O a nuestro amigo Hobbes un siglo más tarde: “¿Cuál es la opinión que este hombre tiene de su prójimo cuando cabalga armado? ¿Cuando atranca la puerta? ¿Qué opinión tiene de sus criados y de sus hijos cuando cierra con candado los arcones?”. Si observas a los hombres, las mujeres y los niños de cualquier país, raza o época, comprobarás que todos los seres humanos se comportan de idéntica manera.
El Génesis explica así la infranqueable distancia entre el hombre y los demás seres: “Díjose entonces Dios: Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza, para que domine sobre los peces del mar, sobre las aves del cielo, sobre los ganados y sobre todas las bestias de la tierra y sobre cuantos animales se mueven sobre ella”. El mecanismo es simple, pero eficaz: creamos un ser atribuyéndole algunas cualidades humanas en grado superlativo, y le llamamos Dios. “La religión es la escisión del hombre consigo mismo; considera a Dios como un ser que le es opuesto. Dios no es lo que es el hombre, el hombre no es lo que es Dios. Dios es el ser infinito, el hombre el ser finito; Dios es perfecto, el hombre imperfecto; Dios es eterno, el hombre temporal; Dios omnipotente, el hombre impotente; Dios es santo, el hombre pecaminoso. Dios y el hombre son extremos; Dios es lo absolutamente positivo, la suma de todas las realidades, el hombre es lo absolutamente negativo, la suma de todas las negaciones”. La mente humana enfrentada a su propia creación. ¡Qué bello espectáculo! No encontrarás mejor argumento, para desenmascarar a Dios, que el de nuestro amigo Feuerbach. Si creyera que la sencillez es la principal característica de la verdad, no dudaría en considerarlo verdadero.
A continuación, le nombramos creador de todo cuanto existe, incluido el dolor, el sufrimiento, la enfermedad y la muerte. Algún defectillo tendría la idea. Lo importante es que funciona. Observando que físicamente los seres vivos son prácticamente iguales, decidimos que interiormente somos distintos, sin importar que esa peculiaridad no sea visible. Buscamos un nombre sonoro. Por ejemplo, alma. Ya tenemos la justificación que necesitábamos, para actuar sin complejo. Escucha sino a nuestro amigo Descartes: “Después del error de los que niegan a Dios, el cual creo haber dejado suficientemente refutado, no hay nada que aleje tanto a los espíritus débiles del recto camino de la virtud como el imaginar que el alma de las bestias es de la misma naturaleza que la nuestra, y que, por consiguiente, nada tenemos que temer ni que esperar después de esta vida, exactamente como las moscas y la hormigas”. No sé si será una contrarrefutación de lo ya anteriormente refutado, un lapsus o un darwiniano ávant la léttre –“El hombre desciende de un tipo de organización inferior”– porque, si no es así, es el mejor argumento que se ha imaginado contra la existencia de Dios, nuestra más perdurable invención. Y concluye, quizá para que no se note tanto, “la nuestra es de una naturaleza enteramente diferente del cuerpo, y que, consecuentemente, no está sujeta a morir con él”.
Pregunta nuestro amigo Sócrates si la gente creerá las mentiras que se le cuentan. Y Glaucón responde: “No…pero creo que se podrá conseguir de sus hijos y de todos los que después nazcan”. O sea nosotros.
Quiero terminar citando a nuestro amigo Rousseau, afortunadamente siempre hay alguien que va contracorriente: “Parece, en efecto, que si yo estoy obligado a no hacer daño alguno a mi semejante, menos consiste en su carácter de ser racional que en su condición de ser sensible; condición que, siendo común al bruto y al hombre, debe cuanto menos dar al uno el derecho de no ser maltratado inútilmente por el otro”. Y yo pregunto: “¿Sabes de algún medio para hacerles creer esta fábula?”. Mientras aguardo la respuesta, escucha los versos de nuestro amigo Walt Withman: “Creo que una hoja de hierba no es inferior a la jornada sideral de las estrellas, y que la hormiga es igualmente perfecta, y un grano de arena, y el huevo del abadejo. Y la rana arbórea es una obra maestra de la divinidad, y la zarza trepadora podría ornar los salones del cielo, y la más ínfima coyuntura de mi mano desafía a toda la maquinaria, y la vaca paciendo con la cabeza inclinada supera a todas las estatuas, y un ratón es un milagro suficiente para convencer a seis trillones de incrédulos”.
Cuídate
EPÍSTOLA XVI
“Es necesario liberarse a uno mismo de las cadenas de las ocupaciones cotidianas y de los asuntos políticos”. Al menos eso aconsejaba nuestro amigo Epicuro hace más de dos mil años. Los seres humanos, por lo que cuentas en tu carta, siguen creyendo que la política hará feliz a la humanidad. “El niño guerrillero, que abandonaron a la puerta del hospital, murió. Durante el almuerzo hemos discutido el caso. Estuvimos de acuerdo en que si lo hubiesen ingresado antes habría salvado la vida. Sin embargo, los que se autoproclaman progresistas, o de izquierdas, opinaban que el auténtico problema no era el tiempo que había estado sin ser atendido, sino que un niño, en edad escolar, se vea obligado a empuñar un arma en vez de estar en la escuela, o jugando con sus amigos. El culpable no era el tiempo ni las heridas sino la injusticia social. De acuerdo, dije, sabemos cómo y por qué murió, falta saber para qué han sacrificado su vida. Por una sociedad más justa sin explotados ni oprimidos, afirmaron. ¿Estáis diciendo que se puede luchar por la justicia y, al mismo tiempo, tratar a las personas injustamente? Entonces, ¿con qué derecho sacrifican la vida de un niño? ¿En el ara de la justicia habéis dicho? Creí que Dios había muerto. Ninguno respondió, pero todos me censuraron con la mirada”.
En otras circunstancias, te hubiesen enviado al paredón o a la cárcel. ¿Crees que exagero? Escucha a nuestro amigo Tucídides: “En tiempos de paz y prosperidad tanto las ciudades como los particulares tienen una mejor disposición de ánimo porque no se ven abocados a situaciones de imperiosa necesidad; pero la guerra, que arrebata el bienestar de la vida cotidiana, es una maestra severa y modela las inclinaciones de la mayoría de acuerdo con las circunstancias imperantes”.
La fe no admite discusión. Y, menos aún, si se trata de una fe racional. ¿Cuál es su primer mandamiento? “Todo lo real es racional y todo lo racional es real”, según nuestro amigo Hegel. Afirmar que la realidad es racional porque lo dice la razón es un juego peligroso. No se despiertan los monstruos sólo cuando la razón duerme sino también, y con más furia, cuando se embriaga. Las teorías que niegan la realidad en vez de explicarla son fantasías, no invenciones de la mente humana. Ninguna explicación puede ignorar la experiencia –“el único bien que parece derivarse de la vejez”, según nuestro amigo Juliano- acumulada por la humanidad durante milenios.
Los cofrades de la razón pretenden lo contrario: aprisionar la realidad en sus diques mentales como les recrimina nuestro amigo Ortega: “En lugar de situarse ante el mundo y recibirlo en la mente según es, con sus luces y sus sombras, sus sierras y sus valles, el espíritu le impone un cierto modo de ser, le imperializa y violenta, proyectando sobre él su subjetiva estructura racional”. Y, aunque la corriente acaba derribándolos, no dudan en provocar sufrimientos innecesario porque esperan “que el mundo rectifique y, ya que no hoy, se comporte mañana según la razón”.
¿Hay que aceptar estoicamente la injusticia social? No, pero tampoco mentir o engañarse. En su ignorante orgullo limitan el discurso a los hombres “de carne y hueso”, como dice nuestro amigo Marx. Pero si, a ese análisis, añadieran lo aportado por testigos de otras épocas comprenderían que los seres humanos están compuestos de un núcleo intemporal y una capa móvil, como proclama nuestro amigo Tucídides en su “Historia de la guerra del Peloponeso”: “Pero si cuantos quieren tener un conocimiento exacto de los hechos del pasado y de los que en el futuro serán iguales o semejantes, de acuerdo con las leyes de la naturaleza humana, si éstos la consideran útil, será suficiente”. Y, si quitaran la envoltura, observarían su naturaleza como la describe nuestro amigo Maquiavelo: “El que quiera prever el futuro debe mirar el pasado, ya que todas las cosas de este mundo siempre han sido semejantes a las pasadas. Esto obedece a que sus autores son los hombres, los cuales siempre han tenido y tendrán las mismas pasiones, de modo que el resultado también tendrá que ser siempre el mismo”. O, nuestro amigo el emperador Marco Aurelio, quince siglos antes: “Ten presente…que todo, desde siempre, se presenta de forma igual y describe los mismos círculos”.
Ojalá esos apóstoles de la razón contestaran sin prejuicios: ¿cuántas revoluciones han durado más de unos días o unos meses? Escucha de nuevo a nuestro amigo Tucídides: “Muchas calamidades se abatieron sobre las ciudades con motivo de las luchas civiles, calamidades que ocurren y que siempre ocurrirán mientras la naturaleza humana sea la misma”. Y continúa: “La causa de todos estos males era el deseo de poder inspirado por la codicia y la ambición”.
¿Cuántos revoluciones han sido hechas para calmar la ambición de un grupo o de una persona? Aunque soy de los que piensan que el egoísmo es loable, también creo que engañar a los demás haciéndoles creer que luchan por grandes ideales cuando, en realidad, es por su propia felicidad, es un comportamiento despreciable. ¿Por qué? Porque es hipócrita.
Si alguien gritara desde la tarima: “Queremos cambiar la sociedad no porque aliene o explote a los hombres sino para dar sentido a nuestras vidas. Seguramente fracasemos y, aun consiguiéndolo, con el tiempo surgirán los mismos vicios. No importa, seguiremos intentándolo una y otra vez. Y muchos otros lo harán en el futuro”. Aplaudiría como nuestro amigo Montaigne: “Dígase lo que se quiera, es obvio que, incluso en la virtud, el fin postrero de nuestras miras es la voluptuosidad”. Pero desenmascaré al estafador que se autoproclame pastor y, a los demás, rebaño.
Si admitieran, como nuestro amigo, que “las razones primordiales y universales son de trabajosa búsqueda”. Comprenderían que ufanarse de haberlas encontrado es necedad o locura. Y si, por azar, se hicieran realidad sus alucinaciones que no olviden las palabras de nuestro amigo Kant: “Quizás mediante una revolución sea posible derrocar el despotismo personal junto a la opresión ambiciosa y dominante, pero nunca se consigue la verdadera reforma del modo de pensar, sino que tanto los nuevos como los viejos prejuicios servirán de riendas para la mayor parte de la masa carente de pensamiento”.
Me gustaría que sonrieras. Hablo en serio. Lee este poema de nuestro amigo Marcial, ya me contarás si consiguió que rieras.
Cada vez que Marula sopesa con sus dedos
un pene empalmado y se toma su tiempo en medirlo
dice sus libras, onzas y gramos.
Cuando ese mismo, después del trabajo y del deporte,
cuelga igual que una correa floja,
dice Marula cuánto pesa menos.
Por tanto, esto no es una mano sino una balanza.
Se ufanan los pintores, escultores, poetas y cantantes de su originalidad, de su revolucionaria concepción del arte, o de su capacidad de escandalizar al público con sus obras. En realidad es la ignorancia lo que provoca el escándalo porque el sexo, las infidelidades y los cuernos han despertado siempre idéntico entusiasmo. Por cierto, nuestro amigo Marcial nació en el siglo I después de Cristo y dedicó sus poemas al emperador Domiciano.
Cuídate