EPÍSTOLA XXIX
Sopla Noto, viento del sur que trae las lluvias de otoño. Días grises y lluviosos alternan con momentos de sol intenso, incluso en la misma jornada el sol, la lluvia y el viento se mezclan desordenadamente. Ni Apolo ni su séquito de sibilas, pitonisas y videntes podrían prever su comportamiento. El otoño es mi estación preferida, caótica e imprevisible, semejante al fuego de nuestro amigo Heráclito: “Dios es día y noche, invierno y verano, guerra y paz, hartura y hambre; pero adopta diversas formas, al igual que el fuego, cuando se mezcla con especias, que toman el nombre de acuerdo a la fragancia de cada una de ellas”.
Cuando ves el cielo despejado, de un intenso color azul turquesa, piensas: no lloverá. Pero, al observar que hay mar de fondo, sabes que, de un momento a otro, negros nubarrones se aproximarán desde el horizonte. Nubes cenizas, grises y negras arrastrarán sus fardos por la superficie encrespando las olas. Y la luz radiante del Sur se irá ennegreciendo. Incrédulo, aguardaré inmóvil hasta que los gruesos goterones se transformen en lluvia. Entonces, como ahora, otearé el cielo, mientras abro el cuaderno o converso con alguno de nuestros amigos. ¿Con quién? Con nuestro amigo Pausanias. Quiere enseñarme, en el ala norte de los Propileos, la pinacoteca donde se exhibe el lienzo de nuestro amigo Polignoto que representa a “Odiseo cuando se presentó en la orilla del río ante Nausícaa y sus compañeras que estaban lavando allí, tal como Homero escribió en sus versos”. Antes, solicito a nuestro viejo amigo, que recite los versos, con la intención de hacer unos bocetos. En uno, represento a Odiseo, despeinado y sucio, sentado junto a unos arbustos –“un acebuche y un olivo” precisó-, pensando qué actitud tomar mientras, a lo lejos, Nausíca juega a la pelota con sus doncellas. “La princesa arrojó la pelota a una de las esclavas y erró el tiro echándola en un hondo remolino, y todas gritaron muy recio. Despertó entonces el divinal Odiseo y, sentándose, revolvía en su mente y en su corazón estos pensamientos”. En otro, Odiseo de pie frente a la princesa, cubre su desnudez con una rama, mientras las esclavas huyen despavoridas. “El divinal Odiseo salió de entre los arbustos…Y se les apareció horrible, afeado por el sarro del mar y todas huyeron, dispersándose por las orillas prominentes. Pero se quedó sola e inmóvil la hija de Alcínoo”. Al verlos comprendí que nuestro amigo Polignoto habría elegido la primera escena porque, aunque el encuentro con la princesa es de un gran dramatismo –de su reacción depende el destino del héroe-, al tener que dibujarle sucio y desnudo, la tensión desaparecía resultando ridículo.
Ansioso por comprobar si coincidíamos salimos en dirección a Atenas. Antes visitamos, en el Pireo, la casa de Céfalo, en la que nuestro amigo Sócrates junto con Glaucón y Adiamanto dialogaron sobre la justicia construyendo una sociedad en la que, paradójicamente, no hubieran gozado de libertad para discutir ni escribir la República (síndrome de Platón, podríamos llamarlo). Cuando se es libre, como eran los griegos, es razonable luchar por una sociedad más justa. Pero sin libertad carece de sentido preguntarse por la justicia, pues, como el día y la noche, nunca caminan juntas, siempre una detrás de la otra.
“Yo, Céfalo –dice nuestro amigo Sócrates- me complazco infinito en conversar con los ancianos…me complacerías mucho si me dijeras lo que tú piensas sobre este punto, y si consideras semejante situación como la más cruel de la vida”. “Con costumbres suaves y convenientes, la vejez es soportable; pero con un carácter opuesto, la misma vejez que la juventud son desgraciadas”, responde Céfalo. “Contra las incomodidades de la vejez encuentras recursos, más que en tu carácter, en tus cuantiosos bienes, porque los ricos…pueden procurarse gran alivio”, replica Sócrates. “Ciertamente tienen alguna razón en lo que dicen pero no tanta como se imaginan…la pobreza haría quizá la vejez insoportable al sabio mismo, pero sin la sabiduría nunca la riqueza la haría más dulce” –concluye Céfalo que, al retirarse a descansar, confiesa sus temores por lo que puede suceder después de la muerte. “Cuando se aproxima el hombre al término de la vida tiene temores e inquietudes sobre cosas que antes no le daban miedo; entonces se presenta al espíritu lo que se cuenta de los infiernos y de los suplicios que están allí preparados para los malos…Lo cierto es que está uno lleno de inquietudes y terror”.
¡Ojalá hubiera estado presente nuestro amigo Epicuro para recordarle que “el peor de los males, la muerte, no significa nada para nosotros, porque mientras vivimos no existe, y cuando está presente no significa nada para nosotros”! O como afirma nuestro amigo Lucrecio en su hermoso poema: “Consumado el divorcio del cuerpo y del alma, cuya trabazón forma nuestra individualidad, nada podrá sin duda acaecernos. Ni aunque después de la muerte recogiera el tiempo nuestra materia y la ensamblara de nuevo tal como está ahora dispuesta, y nos fuera dado contemplar otra vez la luz del día, nada tampoco nos importaría de este suceso, habiéndose roto una vez la continuidad de nuestra conciencia”. Efectivamente nada nos importaría. ¡Qué pena que la alta Engandina esté tan lejos de Roma!
Rememorando éste y otros sucesos recorrimos los siete kilómetros que separan el Pireo de Atenas. Por el camino nos detuvimos ante el cenotafio de nuestro amigo Eurípides, enterrado en la lejana Macedonia y, en su honor, recitamos unos versos de “Las Bacantes”: “¡Dichoso quien del mar escapó a la tempestad y alcanzó el puerto! ¡Dichoso quien de las penalidades se ha sobrepuesto! Una vez uno y otras otro toma la ventaja en la prosperidad y el poder. Para diez mil personas todavía hay diez mil esperanzas. Unas concluyen infelices, mientras otras aportan éxito a los humanos. Pero yo considero feliz a aquel cuya vida cotidiana alberga la dicha”.
Entre las puertas Dipilón y las puertas Sagradas contemplamos las estatuas de Deméter, Coré y Yaco de nuestro amigo Praxíteles. En el ágora, cerca del pórtico de Zeus, un Apolo de nuestro amigo Leócares y otro de nuestro amigo Cálamis; en la parte sur, la Afrodita Urania de nuestro amigo Fidias, “de mármol de Paros”. A continuación, nos dirigimos al pórtico Pecilo en el que nuestro amigo Micón representó a los combatientes de Maratón defendiendo la libertad frente a los bárbaros de Oriente. ¡Y si la historia se repitiera como enseña nuestro amigo el maestro del Eterno Retorno! “Mira nosotros sabemos lo que tú enseñas: que todas las cosas retornan eternamente, y nosotros mismos con ellas…Yo volveré, con este sol, con esta tierra, con este águila, con este serpiente, y no a una vida nueva, o mejor, o semejante: volveré eternamente a esta misma vida, idéntica en lo más grande y en lo más pequeño, para enseñar de nuevo el eterno retorno de todas las cosas”. ¡Y tuviéramos que combatir en un nuevo Maratón contra los bárbaros de Oriente!
Fuera del ágora, en el santuario de los Dioscuros, al contemplar sus bodas, obra de nuestro amigo Polignoto, recordé las palabras que Temístocles dirigió a un habitante, de una pequeña isla llamada Serifa, que le echaba en cara que su reputación se debía a la ciudad donde había nacido, es decir, Atenas, más que a su mérito: “Es cierto que si hubiera nacido en Sérifa no sería conocido, pero tú no lo serías aunque hubieras nacido en Atenas”. Sigilosamente guardé el boceto y olvidé mis pretensiones. No entraría en la pinacoteca. Había sido demasiado osado al pretender competir con tales genios.
Subimos por la calle Trípode, donde escancia el Sátiro de nuestro amigo Praxíteles, en dirección a la Acrópolis. Pasados los Propileos contemplamos su Ártemis Brauronia, el grupo Atenea y Marsias de nuestro amigo Mirón, la Procne de nuestro amigo Alcámenes, el Zeus de nuestro amigo Leócares, junto al Partenón, la Atenea criselefantina, el Apolo, la Atenea Lemnia “de belleza tan eximia que recibió el nombre de La Bella” y la Atenea Promachos cuya “punta de lanza y el penacho son visibles cuando uno se acerca navegando desde Sunio” de nuestro amigo Fidias. Por último, en el norte de Atenas, visitamos la Academia y la tumba de Platón “a quien el dios envió señales que iba a ser el mejor en filosofía. Se lo indicó así: Sócrates, la noche antes de que Platón fuera recibido como discípulo suyo, soñó que un cisne caía volando a su regazo”.
“¡Ojalá los seres humanos fueran felices dentro de la caverna!”, me lamenté. “Algunos lo fueron”, dijo cogiéndome de la mano. “¿Qué es? “La torre de Timón”. “¿Qué tiene de particular?” –pregunté defraudado al ver el monumento. “Comprendió que no se puede ser feliz si no es apartándose de las demás personas”. Agradecido prometí que le acompañaría a Olimpia y ascenderíamos juntos por la vía sacra de Delfos hasta el omphalós (ombligo del mundo).
Cuídate
EPÍSTOLA XXX
¿Te escandalizas de que, a comienzos del tercer milenio, continúen los seres humanos sufriendo, en nombre de Dios, los peores tormentos físicos y mentales? ¿Es que ignoras que las religiones monoteístas han sido, son y será el mayor peligro que se cierne sobre los hombres?
Ya sé que las sharias atentan contra la dignidad humana: ablación, lapidación, amputación de pies y manos, y que el concepto cristiano de Dios, como afirma nuestro amigo Nietzsche, “es uno de los conceptos más corrompidos de la divinidad que se han inventado sobre la tierra; quizás represente el nivel más bajo en la evolución descendente del tipo de los dioses. Dios, degenerado hasta ser la contradicción de la vida, en vez de su glorificación y su eterna afirmación”. Escucha a nuestro amigo Juliano que conoció a la bestia recién parida: “Imitáis la cólera y la crueldad de los judíos volcando los templos y los altares, y habéis degollado no sólo a los que de los nuestros permanecían en las creencias tradicionales, sino también, de los que padecen de vuestro mismo error, a los heréticos que no plañen el cadáver de la misma manera que vosotros”. Y comprendiendo que, sin tolerancia ni libertad de pensamiento, la cultura griega desaparecería añade: “Observad, pues, si en cada una de estas cosas no somos superiores a vosotros, me refiero a las artes, la sabiduría y la inteligencia”.
Hoy, veinte siglos después, tal superioridad sigue intacta y, como entonces, ambas religiones esclavizan a la humanidad, aunque el veneno que destilan no es igual de letal. Sí, ya sé que no habría suficiente papel en el mundo para anotar los crímenes cometidos por el cristianismo contra la libertad y la felicidad de los seres humanos. Pero, aún así, tales espíritus libres existieron, y nos dejaron sus escritos, dibujos y pensamientos. ¿Cómo? te preguntarás, porque el cristianismo creció sobre el fértil suelo del logos griego, y nunca conseguirán –por mucho que lo intenten– eliminarlo del todo: el espíritu humano siempre resurgirá triunfante. Escucha sino, dieciocho siglos después, a nuestro amigo Holbach: “Todos los teólogos del mundo, cuando pintan a Dios, ¿acaso hacen otra cosa que pintarnos una gran quimera, sobre los rasgos del cual, cada uno se arregla a su modo, pues no existe sino en su propio cerebro? No hay dos individuos sobre la tierra que tengan, o puedan tener, las mismas ideas de su Dios”.
El islam, que nació y creció lejos de Grecia y Roma, no puede echar de menos lo que nunca ha probado. ¿Qué? La libertad y la autonomía de los seres humanos. El sabio Zarathustra siempre tendrá razón: “Si hubiera dioses ¿cómo toleraría yo no ser Dios?”, y el viejo Heráclito: “Debemos saber que la guerra es común a todos y que la discordia es justicia y que todas las cosas se engendran de discordia y necesidad”.
Ante el inevitable conflicto, ¿cómo nos protegeremos? Rodeándonos de sólidos muros. Y, ¿qué material más resistente que la libertad de pensar y expresar públicamente nuestros pensamientos? ¿Cuál? Que Dios es el invento más peligroso jamás creado. Volvamos a nuestras raíces. No permitamos que utilicen la libertad para eliminarla. Que los niños aprendan los versos de nuestro viejo amigo Homero: “Mas el aedo, pulsando la cítara, empezó a cantar hermosamente los amores de Ares y Afrodita, la de bella corona: cono se unieron a hurto y por vez primera en casa de Hefesto, y cómo aquel hizo muchos regalos e infamó el lecho marital del soberano dios”, y se regocijen con los devaneos amorosos de los dioses olímpicos: “Cuando vio que Hefesto, el ilustre artífice se alejaba, fuese al palacio de ese ínclito dios, ávido del amor de Citerea la de hermosa corona. Afrodita, recién venida de junto a su padre, el prepotente Cronión, se hallaba sentada, y Ares entrando en la casa, la tomó de la mano y le dijo: “Ven al lecho amada mía, y acostémonos, que ya Hefesto no está entre nosotros, pues partió sin duda a Lemnos”. Así se expresó y a ella parecióle grato acostarse. Metiéronse ambos en la cama, y se extendieron a su alrededor los lazos artificiosos del prudente Hefesto, de tal suerte que aquellos no podía moverse ni levantar ninguno de sus miembros y entonces comprendieron que no había medio de escapar”. “¿Sabes qué hicieron los inmortales?”. “Amenazarlos con el infierno”. “No”. “Recriminarles su conducta”. “Tampoco”. “Nada”. “No”. “¿Entonces?”. “Reír a carcajadas”. “Detuviéronse los dioses, dadores de los bienes, en el umbral, y una risa inextinguible se alzó entre los bienaventurados númenes al ver el artificio del ingenioso Hefesto”. Yahvé los habría expulsado del cielo, Alá eliminado. Los dioses griegos inventaron la risa, cristianos y musulmanes la idea de culpa y pecado. La religión es el opio del pensamiento.
Que los jóvenes de Europa reciten los picantes versos de Marcial o Catulo:
Toda una noche poseí a una joven lujuriosa,
cuyas perversiones nadie puede superar.
Harto de mil posturas, le pedí lo que es propio de los muchachos:
antes de que empezara a rogárselo, me lo concedió por completo.
Algo más vergonzoso le pedí entre risas y sonrojos:
me lo prometió, viciosa, al instante.
Pero conmigo no llegó a consumarlo: contigo lo hará, Ésquilo,
si estás dispuesto a aceptar que se trate de un favor recíproco.
¿Sabes cuál es el criterio para detectar el peligro? Pregúntate: si vencieran, ¿podría leer a Nietzsche, Freud, Marx o contemplar los cuerpos desnudos de la Capilla Sixtina?¿El antídoto? Sumergirse en las aguas liberadoras del arte, la literatura y la filosofía de Grecia y Roma, en ningún sitio serás más libres: Homero, Fidias, Protágoras, Baquílides, Safo, Tucídides, Gorgias, Praxíteles, Zeuxis, Polígnoto, Séneca, Sófocles, Esquilo, Eurípides, Apeles, Lisipo, Horacio, Aristóteles, Ovidio, Plutarco, Herodóto, Tácito, Suetonio, Teognis, Epicuro, Cicerón, Lucrecio, Catulo, Pausanias, Juvenal, Marcial, Plutarco, Virgilio, Mirón, Parrasio, Calamis, Antifonte, Solón, Sócrates, Platón, Pirrón, Horacio, Arquíloco, Tito Livio, Terencio, Demócrito, Anaximandro, Píndaro, Aristófanes, Anaxágoras, Jenofonte, Teofrasto, Lisímaco, Arístides, Protógenes, Aulo Gelio, Calímaco, Demóstenes, Luciano, Sexto Empírico, Diógenes, Zenón y Montaigne. El día que olvidemos sus nombres será el fin de Europa.
Cuídate
EPÍSTOLA XXXI
El Corán y la Biblia, la Biblia y el Corán son, como Castor y Pólux o como Ártemis y Apolo, hermanos gemelos. E igualmente peligrosos. Aléjate de ellos si quieres preservar tu libertad. Nuestro amigo Juliano, consciente del error que cometía la humanidad al sustituir los humanos dioses griegos por los profundos abismos de la naturaleza humana, escribe indignado: “Y lo más importante, dios negó el gusto por la inteligencia, por encima de la cual nada hay más honroso en el hombre”. Y concluye: “Porque si alguien quiere examinar la verdad respecto a vosotros, encontrará que vuestra impiedad es una mezcla de la audacia de los judíos y de la indiferencia y de la vulgaridad de los gentiles. Pues habiendo tomado de ambos no lo más bello, sino lo peor, habéis hecho una franja bordada de males”. No, nuestro amigo el emperador no conoció el islam. Pero lo que vale para uno vale también para el otro, pues ambos fueron hijos del mismo padre. Si lo dudas estas suras te convencerán:
“Cuando encontréis a los que no creen golpead sus nucas
hasta que los hayáis desechos y ¡apretad fuerte las ligaduras!”
¿Sigues creyendo que el islam es una religión respetuosa con los no creyentes? Escucha esta otra:
“En cuanto a los que no creen -¡así perezcan todos- , de éstos
anulará sus obras. Y así ocurrirá por haber tenido aversión
hacia lo que Alá les ha revelado. Pero ¡él destruirá sus obras!”
Peligroso, ¿verdad? Mucho. Todas la religiones lo son y, más aún, las excluyentes religiones monoteístas. Los pasionales dioses griegos o los autistas dioses de nuestro amigo Epicuro que viven en los intermundos son tan inocentes como el devenir, según afirma nuestro amigo Nietzsche. ¿Cómo nos defenderemos de tales monstruos? ¿Quién nos protegerá? La filosofía según nuestro amigo Voltaire: “El único remedio que hay para curar esa enfermedad epidérmica es el espíritu filosófico”. Sé que muchos lo han intentado: Epicuro, Lucrecio, Holbach, Fuerbach, Marx, Nietzsche…Y que la batalla siempre ha quedado en tablas. Pero también que la libertad siempre ha vencido. “Vivimos como ciudadanos libres”, recuerda nuestro amigo Pericles a los ciudadanos de Atenas. Quizás algún día la ignorancia….¿Pueda ser vencida? ¿Cómo? ¿Cómo contrarrestar un arma tan mortífera? ¡Ojalá fuera cuestión de tiempo y no una ley de la naturaleza humana! La ignorancia ha sido, es y será la quinta columna que ha impedido, impide e impedirá vencer al enemigo.
La Biblia y el Corán son hijo del mismo padre, pero de distintas madres. La Biblia creció en suelo griego, el Corán en el desierto. De Yahvé nos protege el logos, la cultura grecorromana. Pero de Alá, que nació en las estériles arenas del desierto dónde no hay árboles ni plantas que nos protejan, ¿cómo nos defenderemos? Volviendo a nuestras raíces, la libertad de los seres humanos, nuestra libertad está inexorablemente unida a Grecia y Roma, sólo bebiendo de su savia liberadora seremos libres. Sigamos el ejemplo de nuestro amigo Parménides:
“Bienvenido seas, joven a quién acompaña las aurigas inmortales,
y a quien este carro trae hacia mi morada. Porque no es una suerte
funesta la que te hizo tomar este camino tan alejado de los caminos
frecuentados por los mortales, sino el amor a la justicia y a la verdad.
Es necesario que aprendas a conocerlo todo, tanto el inconmovible
corazón de la bien redonda verdad, como las opiniones de los hombres”
y de nuestro amigo Jenófanes:
“Mas por lo que respecta a la verdad cierta, nadie la ha conocido,
ni la conocerá; ni acerca de los dioses
ni siquiera de todas las cosas de que hablo.
Y aunque por casualidad expresase
la verdad perfecta, ni él mismo lo sabrías;
Pues todo no es sino una maraña de sospechas»
¡Qué distinto del envidioso Dios que quería privarnos del conocimiento! Y que la humanidad haya preferido esas fábulas a estos bellos poemas, a Alá y Yahvé en vez de a Parménides y Jenófanes.
Los espíritus libres, sin embargo, airean sus invenciones, conscientes de que estamos felizmente solos y que todas las respuestas –religiosas, científicas o filosóficas– son fruto de la imaginación humana. Aunque los que sienten miedo de ser hombres –temor de Dios le llaman ellos– juzguen nuestras invenciones buenas o malas como si tuvieran distinto origen. ¿Qué ser humano, que no estuviera orgulloso de serlo, afirmaría rotundo: “Debes resolver el problema discutido que acabo de exponer por medio de la razón”? Construyamos, en su honor, un museo con forma de cerebro rodeado de salas unidas por túneles, donde podrías contemplar, en tres dimensiones, las concepciones filosóficas de Heráclito, Hegel y Marx, los modelos astronómicos de Aristóteles, Kant y Einstein, las teorías físicas de Demócrito, Descartes y Newton, los poemas de Homero, la música de Bach, Mozart y Beethoven y, ¿ por qué no?, las gestas de Baal, Yahvé, Alá, Zeus y Krisna, la pasión de Cristo y los misterios de Osiris y Dionisos. ¿No sería hermoso? ¿Encontrarías mejor alegato a favor de la soledad humana que ese museo del espíritu?
Hoy he visto el ojo de Dios. Una franja de nubes raídas cubrió el sol escapando los rayos por los agujeros. La luz se abrió en abanico, primero, en dirección al mar, más tarde, a lo más alto del cielo, como los pétalos de una flor luminosa o las guedejas del cabello. El día había transcurrido anodino, nada hacía presagiar que se retiraría con tan hermoso espectáculo. ¿Quieres también un cuadro? Creo que tengo lo que andas buscando: un lienzo pintado a dos manos, las de nuestros amigos Apeles y Protógenes. Para que abras boca, escucha a nuestro amigo Plinio que pudo contemplarlo antes que fuera destruido por la mano incendiaria de Nerón: “Yo tuve ocasión de contemplarlo antes: de gran superficie, no contenía más que líneas que se escapaban a la vista; aparentemente vacío de contenido en comparación con las obras maestras de otros muchos, era por esto mismo objeto de atención y más famoso que cualquier otro”. Has leído bien, se trataba de un cuadro abstracto pintado en el siglo IV antes de Jesucristo y, como ves, admirado por el público de antaño tanto como hoy gozamos con las señoritas de Avigñon y los lienzos de nuestros amigos Miró y Kandinsky. ¿Qué he hecho? Cubrir el lienzo de rayas como si se tratara de la piel de una cebra. ¿Cómo ha quedado? Mejor escucha a nuestro amigo Plinio: “Es conocido lo que sucedió entre Protógenes y él. Aquél vivía en Rodas y cuando Apeles desembarcó allí, deseando conocer la obra de éste, de quien tanto había oído hablar, no paró de buscar su taller. Protógenes se hallaba ausente, pero una vieja sola guardaba un cuadro de gran tamaño apoyado sobre el caballete. Ella le dijo que Protógenes estaba fuera y le preguntó a su vez: “¿Quién le digo que ha preguntado por él?”. “Esta persona”, dijo Apeles, y tomando un pincel trazó por el cuadro una línea de color sumamente fina. Al volver Protógenes, la vieja le contó lo que había pasado. Dicen que el artista, tan pronto como contempló la delicadeza de la línea, dijo: “Ha venido Apeles; ningún otro es capaz de producir algo tan acabado”. A continuación trazó él con otro color una línea aún más fina sobre la primera y al marcharse, ordenó que si aquél volvía, se la mostrara y añadiera que éste era a quien buscaba. Y así sucedió. Volvió Apeles y, enrojeciendo al verse superado, con un tercer color recorrió todo el cuadro con líneas de modo que no dejó ningún espacio para un trazo más fino. Protógenes, entonces, reconociéndose vencido, bajó presuroso hasta el puerto a buscar a su huésped y se complació en transmitir a la posteridad aquel cuadro tal como estaba, para la admiración de todos, pero especialmente de los artistas”. Y yo, cumpliendo sus deseos, transmito a la posteridad su historia para que puedan admirar con la imaginación tan hermoso lienzo. ¿La cita? De nuestro amigo Epicuro: “Nada es suficiente para quien lo suficiente es poco”. Con estos versos de nuestro amigo Jenófanes espero haber colmado todos tus deseos:
“Los etíopes dicen que sus dioses son chatos y negros,
mientras que los tracios dicen que los suyos tienen ojos azules y son pelirrojos.
Con todo, si el ganado o las vacas o los caballos o los leones
tuviesen manos y pudiesen dibujar.
Y pudiesen esculpir como las personas, entonces los caballos dibujarían a su dioses
Como caballos, las vacas como vacas y todos ellos conformarían
los cuerpos de los dioses a semejanza, cada tipo, del suyo propio”
Cuando te sientas rebasado por la estupidez humana o rodeado de necios, en la filosofía encontrarás refugio.
Cuídate
EPÍSTOLA XXXII
He permanecido toda la tarde frente a la ventana viendo como avanzaban, por el oeste, negros nubarrones, acompañados de relámpagos y truenos. ¿Y sabes? No hacía falta que nuestros amigos Anaximandro, Giordano Bruno y Hawking trataran de convencernos de que habitamos en un minúsculo planeta que gira alrededor de un agujero negro junto a millones de estrellas, ni nuestro amigo Darwin que procedemos de los primates, basta con contemplar una tormenta para comprender lo insignificantes que somos. ¿Por qué entonces ese orgullo, esa superioridad de la que tanto alardeamos? Quizás porque unos dicen poseer la verdad y los demás lo creen. Conclusión: los humanos somos semidioses, por tanto superiores, o como afirma nuestro atormentado amigo Pascal: “El hombre es una caña, la más débil de la naturaleza; pero es una caña pensante. No es menester que el universo entero se arme para aplastarla: un vapor, una gota de agua, es suficiente para matarlo. Pero aun cuando el universo lo aplaste, el hombre sería todavía más noble que el que mata, porque sabe que muere…el universo no sabe nada. Toda nuestra dignidad consiste, por lo tanto, en el pensamiento”. El amor es ciego, aunque sea a las “cañas pensantes”. Exaltar al enemigo para engrandecerse no deja de ser una manera de reconocer la propia debilidad. Yo, sin embargo, que llevo toda la tarde observando las colosales estructuras de tonos grisáceos, que forman las nubes al avanzar desde el horizonte, iluminadas por la intensa luz de los relámpagos, prefiero los versos de nuestro amigo Lucrecio:
“Suave, mari magno turbantibus aequora ventis,
e terra mágnum alterius spectare laborem;
non quia vexari quemquam iocunda voluptas,
sed quibus ipse malis careas quia cerniere suave est”
Es decir: “Es dulce, cuando sobre el vasto mar los vientos revuelven las olas contemplar desde tierra el penoso trabajo de otro; no porque ver a uno sufrir nos dé placer y contento, sino porque es dulce considerar de qué males te eximes”. ¿Qué males? El engaño o el falso orgullo, ¿acaso no significan lo mismo? ¿Quién me ha liberado? Nuestro amigo Sexto Empírico. ¿De qué? De los falsos ídolos, de los embaucadores que seducen con una mano para sujetarte con la otra, de todos los resentidos. ¿Cómo? Leyendo sus “Esbozos pirrónicos”. Hacía tiempo que no me sentía tan libre. Mentalmente libre. ¿Orgullo? No, gozo porque no hay más libertad que la de la mente, ni lugar en el que seamos más libre que en los amplios espacios del escepticismo. Y, sin embargo, pocos se aventuran por tan hermosos parajes, aunque muchos, lo contemplen desde lejos y, sólo algunos, los hayan visitado. ¿Quiénes? Nuestros amigos Montaigne, Pirrón y Sexto, quizás alguno más. ¿Por qué tan pocos? Porque pocos se atreven a mirar a su alrededor sin engaños y a sentirse orgullosos de ser hombres. ¿Cuántos se atreverían a reconocer que estamos solos, que tú y la conciencia son productos del azar y además apreciarlo? ¿Cuántos estarían dispuestos a vivir en soledad y aceptar las consecuencias? Desengáñate la felicidad, la ataraxia, la paz interior, la tranquilidad de espíritu no está al alcance de todos. Sólo cambiando la actitud mental puedes sentirte libre porque, como dice nuestro amigo Sexto: “El objetivo del escéptico es la serenidad de espíritu en las cosas que dependen de la opinión de uno y el control del sufrimiento en lo que se padece por necesidad”.
¿Imaginas el efecto que debió de producir, en las toscas mentes de los romanos, el doble discurso sobre la justicia de nuestro amigo el escéptico Cleantes? ¿Imaginas el estupor al escuchar un día que la justicia es la virtud suprema, base del orden social y, al día siguiente, proclamar que, gracias a que Roma no la tuvo en cuenta, se convirtió en la ciudad más poderosa? Pocos están dispuestos a contemplar la realidad desnuda -«¡Es tan agradable vivir engañado!», ronronean los privilegiados y la masa al unísono– y, menos aún, madrugar como el joven ateniense Hipócrates para escuchar los razonamientos dobles de un espíritu libre. ¿No sabes quién es? Nuestro amigo Protágoras: “Alboreaba ya la pasada noche, cuando Hipócrates, hijo de Apolodoros empezó a aporrear la puerta de mi casa con su bastón; y no habían hecho más que abrirle, cuando se precipitó dentro gritando a voz en cuello: ¡Sócrates!, ¿te has despertado ya, o duermes todavía? Yo reconocí al punto su voz y le dije: “¿Eres tú, Hipócrates? ¿Qué desgracia vienes a anunciarme?” “¿Desgracia? ¡Al contrario, algo magnífico!” “Venga entonces bienvenida tu noticia. Pero ¿de qué se trata?” “Pues que está aquí, adivina, ¡Protágoras!”. Quizá el hombre que nuestro amigo Diógenes buscaba en vano, y no debía ser el único si, como cuenta nuestro amigo Platón, provocaba tal entusiasmo en la juventud de Atenas: “Completaban aquel coro de admiradores algunos jóvenes de aquí. Por cierto que mucho me admiraron las graciosas evoluciones de tal coro, que maniobraba con la mayor habilidad y precisión, con objeto de no colocarse jamás delante de Protágoras para no estorbarle el paso. Es decir, que cada vez que daba media vuelta con los que le acompañaban en primera línea, los otros a una, entreabrían sus filas a derecha e izquierda, y dando una graciosa media vuelta se colocaban a sus espaldas; resultaba admirable en verdad”. Hermosa coreografía, ¿no te parece? ¿Sorprendido? No lo estarías si escucharas sus palabras: “El hombre es la medida de todas las cosas de las que son en cuanto que son y de las que no son en cuanto que no son”. Comprendes ahora por qué, veintiséis siglos después, sigue provocando idéntico entusiasmo.
¿Entonces, como afirma nuestro amigo Dostoyevski, “si Dios no existe todo está permitido”? No opina lo mismo nuestro amigo Protágoras: “Sobre lo justo y lo injusto, lo santo y lo no santo, estoy dispuesto a sostener con toda firmeza que, por naturaleza, no hay nada que lo sea esencialmente sino que es el parecer de la colectividad el que se hace verdadero cuando se formula y todo el tiempo que dura ese parecer”, ni nuestros amigos: Pródico (“Los antiguos consideraron como dioses el sol y la luna, los ríos ,las fuentes y en general todas aquellas cosas que son útiles para nuestra vida”), Hipias (“La ley, tirana de los hombres, imponen muchas cosas contra naturaleza”), Gorgias (“La palabra es un gran soberano que con un cuerpo pequeñísimo y totalmente invisible realiza acciones divinas”), Licofrón (“No hay diferencias entre nobles y plebeyos”), Trasímaco (“La justicia no es otra cosa que lo que es útil al más fuerte”), Antifontes (“Un hombre practicará la justicia con gran utilidad..si hace caso de las leyes cuando hay testigos, pero si se halla solo y sin testigos ha de cumplir los dictámenes de la naturaleza”) y Critias (“Una vez el hombre ha nacido ya no tiene nada seguro, excepto que ha nacido para morir y que durante su vida no puede escapar a la fatalidad”).
No temas, no te dejaré con la miel en los labios. Así tu mente pondrá abarcar tanto espacio como tu mirada, cuando, atraviesas la sabana, curando enfermos. El dolor no distingue de piel, de edad ni de sexo. Por eso cualquier fármaco será bien recibido, sin que importe quien lo haya fabricado. Sé que algunos rechazan la medicación, porque consideran que forma parte del colonialismo cultural europeo, y prefieren andar entre brujos y magias. Tampoco el sufrimiento mental entiende de credos ni de culturas. Si las palabras eliminan el dolor, ¡qué importa el idioma en que han sido escritas! Lo que sana el cuerpo y la mente de un hombre sanará los de cualquier otro. Y, si alguien afirma que la libertad es una cuestión cultural, no un problema humano, es que nunca se ha sentido libre.
Démosles la voz a nuestros amigos, para que puedas caminar por la sabana, tan libre como por las calles de cualquier rincón de Europa. “En algún apartado rincón del universo, que centellea desperdigado en innumerables sistemas solares, hubo una vez un astro en el que animales astutos inventaron el conocer. Fue el minuto más soberbio y más mentiroso de la “historia universal”; pero, a fin de cuentas, sólo un minuto. Después de respirar la naturaleza unas pocas de veces, el astro se entumeció y los animales astutos tuvieron que perecer”. Profundo pero claro, ¿no te parece? ¿Quién opinaba así? Nuestro amigo el eremita de Sils Marie.
Cuídate.
EPÍSTOLA XXXIII
Es de noche. Los puntiagudos cuernos de la luna anuncian agua. A su lado, se recuesta Venus, la estrella matutina que anunció a nuestro amigo Ovidio que debía partir hacia la patria de Medea en el Ponto Euxino: “Mientras hablo y lloramos todos, había aparecido brillando en lo alto del cielo Lucífero, estrella funesta para mí”.
Durante todo el día, nubes grises y redondeadas han cubierto el cielo como rocaille modelada por un imaginativo artesano. El mar blancuzco parecía estirado, denso como el mercurio que se acurruca en el fondo de una cuba. La quietud era absoluta. Nada se movía, ni los barquitos que divisaba desde el faro. Era el único ser vivo, o quizás sólo fueran mis pensamientos.
Humana ante oculos foede cum vita iaceret
in terris, opresa gravi sub religione
horribilis super aspectu mortalibus instans,
quae caput a caeli regionibus ostendebat
primun Graius homo mortalis tollere contra
est oculos ausus primusque obsistere contra.
No te preocupes del mensaje, sólo del ritmo de sus palabras y de su belleza.
(Cuando la vida humana yacía a la vista de todos
torpemente postrada en tierra, abrumada por le peso de la religión
cuya cabeza asomaba en las regiones celestes
amenazando con una horrible mueca caer sobre los mortales
un griego osó el primero elevar hacia ella
sus perecederos ojos y rebelarse contra ella)
No temas, la magia volverá cuando te sumerjas de nuevo en sus versos:
Ergo vivida uis anima pervicit et extra
processit longe flammantia moenia mundi
atque omne immensum peragravit mente animoque
unde refert nobis victor quid posit oriri
quid nequeat, finites potestas denique cuique
quanam sit ratione atque alte terminus haerens.
(Su vigoroso espíritu triunfó y avanzó lejos
más allá del llameante recinto del mundo
y recorrió el Todo infinito con su mente y su ánimo.
De allí, nos trae, botín de su victoria,
el conocimiento de lo que puede nacer
y de lo que no puede, las leyes, en fin,
que a cada cosa delimitan su poder
y sus mojones profundamente hincados)
Y concluye:
Quare religio pedibus subiecta vicissim
obteritur, nos exaequat victoria caelo.
(Con lo que la religión, a su vez sometida,
yace a nuestros pies; a nosotros la victoria
nos exalta hasta el cielo)
Hermoso, ¿verdad? Sin la cultura griega la hidra religiosa nos habría encadenado para siempre. Quiero que lo sepas y que todos oigan mis alabanzas. Si no sabes escribir versos, sigue el ejemplo del alelado emperador Claudio, que ordenó borrar el rostro de Alejandro pintado por nuestro amigo Apeles, para colocar el de Augusto, y sustituye, en los versos de nuestro amigo Lucrecio, el nombre de Epicuro por cultura grecorromana, grecolatina o griega. Seguro que no necesitas cambiar ni una coma. No hace falta ponerse tan serio, también los griegos reían. Lee “El diálogo de los muertos” de nuestro amigo Luciano. Y reirás a carcajadas.
Continuo indeciso. Al dibujar la Afrodita Anadyomene de nuestro amigo Apeles, no he podido evitar reproducir la Venus de Cnido, de nuestro amigo Praxíteles, flotando sobre las olas: una joven desnuda, de cuerpo delicado, saliendo del agua con un fino peplo en una mano. Pero, después de concentrarme, he hecho dos bocetos: en uno, la diosa, que acaba de salir de entre las olas, exprime sus largos cabellos, mientras las gotas de agua caen sobre la arena; en el otro, la diosa se recoge el cabello mojado iluminando su cuerpo desnudo la luz de la luna. Aunque me he puesto varias veces en lugar de nuestro amigo Apeles, no he conseguido decidirme por ninguno.
Cuídate
EPÍSTOLA XXXIV
La Esfinge propuso a Edipo este enigma: ¿qué ser provisto de voz tiene cuatro patas, dos y tres? Y lo descifró. Yo te propongo el siguiente: ¿qué me ha impedido salir a pesar de no estar enfermo? Te daré algunas pistas: ventanas cubiertas de gotas, papeles revoloteando, puertas que se abren repentinamente. ¿Necesitas más o tienes suficientes indicios para saber de qué hablo? ¡El levante! ¡Claro! ¿Qué sino iba a retenerme dentro del faro? En recompensa compartiré contigo estos pensamientos pues, no está en mi mano, otorgarte la ciudad de Tebas. Según nuestro amigo Epicuro: “El placer es el principio y el fin de la vida feliz”, pero “no nos referimos –aclara– a los placeres de los disolutos sino al hecho de no sentir dolor en el cuerpo ni turbación en el alma”. Y añade: “En la supresión de todo tipo de dolor está el límite de la magnitud de los placeres”. (¿Por qué entonces la infinitud y la movilidad me resultan tan placenteras? ¿Tendría que llamar gozo al placer que siento cuando refugiado en el faro observo la polvareda de olas?)
Cuando comprendí que no podría salir, pensé en leer o dibujar. Pero, embrujado por el mar, permanecí toda la mañana contemplando, desde la ventana, cómo avanzaban las olas empujadas por el fuerte viento hasta estrellarse contra las rocas, como haces tú en la estación de las lluvias: “cuando llueve contemplo desde el porche el espacio infinito”.
Hace dos años que te fuiste, y el ciclo vuelve a empezar. De nuevo hablaremos de la ignorancia y su séquito: el dolor, el sufrimiento, la muerte, la envidia, la codicia y el mal. Pero también de la sabiduría, la amistad y el placer.
Preguntas con ironía si Dios es una bella creación de la mente humana. Todas lo son, pero no en el mismo grado. Una estatua de nuestro amigo Praxíteles o un cuadro de nuestro amigo Lucien Freud son infinitamente más hermosos que cualquier página del Corán o la Biblia, aunque menos excitantes que los apasionados versos del Cantar de los Cantares: “¡Que me bese con los besos de su boca!…Mi amado es para mí bolsita de mirra cuando reposa entre mis pechos…Amado mío,¡qué hermoso eres, qué delicioso!…Mi amado metió la mano por la cerradura de la puerta; ¡cómo se estremeció el corazón!”.
Te sorprende el efecto que tal creencia produce en algunos hombres, a mí pavor, pues, como advierte nuestro amigo Voltaire: “En todos los tiempos sirvió la religión para perseguir a los hombres”. Comprendo que sientas admiración por personas que dedican su vida a los demás y que, con su colaboración desinteresada, hacen vuestro trabajo más gratificante. Pero ayudar a los demás no deja de ser una manera como otra cualquiera de ocupar el tiempo. Igual podrían hacer la revolución, proteger a las ballenas o hacerse rico. Por supuesto que soy consciente de la importancia histórica de tales creencias. También nuestro amigo Voltaire: “No deja de ser gracioso pensar que Lutero, Calvino y Zwinglio, escritores ilegibles, hayan fundado sectas que dividen a Europa; que el ignorante Mahoma haya dado una religión a Asia y África; y que, sin embargo, Newton, Clarke, Locke, Le Clerc…los más grandes filósofos y las mejores plumas de su tiempo, apenas hayan conseguido reunir pequeños grupos de prosélitos, que disminuyen poco a poco”. Pero si no existiese la religión habrían inventado otra cosa. Los seres humanos todo lo sacralizan.
No voy a eludir el problema si es lo que temes. La pregunta es: ¿Existe o no Dios? En realidad son dos, por tanto examinemos primero una y después otra. Pongamos ambas en la balanza y que cada cual opte por la que más le agrade. “Que ésta sea tu opinión y ésta la mía” como reza la antigua sentencia. Supongamos que Dios existe. A favor estaría la estética y el arte. Sólo el Juicio Final de Miguel Ángel o cualquier obra de Caravaggio compensan todos los aspectos negativos. Sin olvidar las sentidas cantatas de nuestro amigo Juan Sebastián Bach. En contra, las preguntas sin respuesta que genera. Si Dios existiera ¿qué sentido tendría la vida? ¿el mal? ¿la muerte? ¿el sufrimiento? ¿la finitud? ¿Por qué no se asoma desde el cielo y saluda cada mañana: Buenos días, humanidad, portaos bien que os estaré observando? ¿Por qué permite que se asesine en su nombre? ¿Por qué nos ha dado la capacidad de hacer el mal? ¿No sería mejor que nos hubiese programado para hacer el bien?
Afirmemos ahora lo contrario: Dios no existe. Entonces el mundo sería producto del azar, también nosotros y los demás seres, el resto, todo lo que no ha surgido de la naturaleza serían creaciones de la mente humana: la verdad, el bien, la belleza y, desde luego, Dios. ¿Cómo? ¿Quieres saber cómo? Según nuestro amigo Critias: “Como las leyes solamente privaban a los hombres de cometer acciones violentas en público, pero las cometían en secreto, es por eso, supongo yo, por lo que algún hombre de astuto y sabio pensar introdujo por primera vez el temor a los dioses, de manera que hubiese algún objeto de miedo para los malos si a escondidas hacían, decían o pensaban alguna cosa. Por esta razón fue introducida la divinidad que con su mente percibe y ve, lo piensa y domina todo”. Yo, sin embargo, prefiero la explicación de nuestro amigo Feuerbach: el ser humano crea la idea de Dios proyectando fuera de sí sus mejores cualidades como el amor, la bondad o la buena voluntad, en palabras de nuestro amigo Nietzsche: “El hombre no ha osado atribuirse a sí mismo sus momentos pletóricos y portentosos considerando todo lo grande y potente como algo suprahumano, el hombre se ha empequeñecido a sí mismo, ha desdoblado las dos faces –una muy débil y pobre y otra muy fuerte y portentosa- en dos esferas separadas llamando a la primera hombre y a la segunda Dios”.
“¿No hay preguntas sin respuesta?” No, ninguna. Si estamos solos y existimos por azar a nadie hay que rendir cuentas. “¿Por qué somos así?” Por lo mismo que el sol sale por el este y se pone por el oeste o el verano sigue a la primavera. Simplemente es así, aunque podría haber sido de cualquier otra manera. “¿No es triste una vida sometida al azar, sin esperanzas?”. Al contrario, completamente satisfactoria. Valoraríamos la existencia, desde el dolor y la muerte hasta la conducta humana, en su justa medida, sin relación a nada ni a nadie, o al mismo hombre, en el peor de los casos, como propone nuestro amigo Protágoras: “El hombre es la medida de todas las cosas de las que son en cuanto que son y de las que no son en cuanto que no son”. “¿Y el sentido?”. Sin Dios puedes darle al mundo y a tu vida el que quieras.
“¿Qué opinas sobre la diversidad de religiones? Porque la existencia o no de Dios no agota el tema”. Que deberían de parecerse lo más posible a su creador. ¿Hubieses preferido que nuestro amigo Miguel Ángel o nuestro amigo Praxíteles hubiesen esculpido seres de dos cabezas y ocho brazos en vez del David o el Diadumeno? Creo que el artista debe reflejarse en su obra, por eso prefiero la religión griega. El monoteísmo es una creación perversa porque se aleja tanto del modelo humano que parece que sus engendros son reales, como nos recuerda nuestro amigo Juliano: “Que dios negase el discernimiento de lo bueno y de lo malo a los hombres creados por él, ¿no es excesivamente absurdo? Además los rasgos que le han asignados como la venganza o el odio son deplorable…ese dios debe ser llamado envidioso porque, cuando vio que el hombre participaba de la inteligencia, para que no gustara del árbol de la vida…lo expulsó del paraíso”. La religión griega conserva el encanto de los seres que la inventaron, por eso ríen los dioses cuando el cornudo Hefesto pilla a su fogosa esposa retozando con el apuesto Marte o el libidinoso Zeus se metamorfosea en toro, lluvia o cisne para engañar a su esposa Hera.
¿Y el arte? ¿No son más bellas esas alegres escenas que el dolor del crucificado? El arte cristiano es triste y oscuro porque obliga al artista a pintar dentro de un sepulcro. El arte griego es vital, luminoso, humano. ¿Y toda esta diatriba por quererme convertir no sólo en el hombre del tiempo sino también en el cronista de la villa? Sí, los romeros salieron a su hora para encontrarse con su Blanca Paloma. Desde mi islote no pude verlos, pero sí oí el cohete que anunciaba la salida. Ni siquiera mencionando a la Diana de Éfeso o las Panateneas de nuestro amigo Fidias conseguirás que contemple el espectáculo. Tendrás que hacerlo sólo. Ya que no puedo satisfacer tus deseos dejaré que lo haga nuestro viajero amigo Herodoto: “Va un gran número de personas de uno y otro sexo; algunas mujeres llevan crótalos y los hacen repicar; algunos hombres, por su parte, tocan la flauta durante todo el trayecto, mientras que el resto de las mujeres y los hombres cantan y tocan palmas…y cuando llegan, celebran la fiesta…y se consume más vino en esa fiesta que en todo el año. Y…sin contar los niños, entre mujeres y hombres, se reúnen hasta setecientas mil personas”.
Cuídate