No sé si la ingenuidad forma parte del carácter, o es producto de la ignorancia, pero sí sé, que haría falta una lámpara más luminosa que la de Diógenes, para encontrar un ser humano cuyas palabras coincidan con sus actos. Es obvio que lo que dicen, difiere de lo que hacen y, lo que hacen, de lo que deberían hacer. La distancia será siempre insalvable, porque lo que no depende de nuestra voluntad sino de la naturaleza humana, nadie lo puede cambiar. Intentarlo sería inútil, pensarlo una pérdida de tiempo.
Las teorías que inventamos, para sobrevivir en un mundo al que hemos sido arrojados sin nuestro consentimiento, no pueden sistemáticamente contradecir la experiencia. La razón, como la paloma de nuestro amigo Kant, no debe volar demasiado alto, pues, como afirma nuestro amigo Epicuro: “La explicación no debe contradecir a la percepción sensible”. Por eso acuso, y señalo con el dedo, a los que ocultan o disfrazan con mentiras el abismo entre lo que hacemos y deberíamos hacer. Con los hipócritas hay que mostrarse implacable.
Es propio de espíritus libres –de individuos no esclavizados por ningún trasmundo político o religioso– sacar a la luz los instintos que se ocultan tras los ideales más elevados: justicia, libertad, solidaridad, democracia y pueblo. “Si te tropezaras con un tipo así,– dice nuestro amigo Luciano-, llámalo amigo de la verdad, honesto, justo y si quieres filósofo; para él y sólo para él no voy a escatimar el nombre, los demás o no conocen en absoluto la verdad y creen que lo saben o, aun sabiéndola, la esconden bajo un manto de cobardía, de vergüenza y de querer recibir honores”.
No hay espectáculo más decepcionante que contemplar a los supuestos deicidas buscar afanosamente nuevos ídolos. «Supuestos» porque no han matado a Dios, sino que lo han sustituido por monstruos aún más peligrosos. No hay ídolos más despóticos que los creados por la razón. Pero, ¿para qué necesitan otro Dios? Para tapar el vacío que el cadáver ha dejado a sus pies. “¿Cómo? ¿Estamos solos? ¿No hay nadie con nosotros? ¡Inventémoslo!” –gritan aterrados temiendo que, si desaparece la luz divina, las tinieblas envolverán sus vidas. “¡No temáis, el peligro ha pasado! –exclaman al instante- El monstruo Libertad ha huido. La Nación, la Patria, la Raza, la Revolución, engendros de la sinrazón, darán sentido a nuestras vidas”.
Desde que murió Zeus, Apolo y Dionisos brumas cada vez más espesas nublan la mente humana: primero Dios, ahora la Razón. Mientras los hombres permanezcan en minoría de edad mental, la Tierra seguirá poblada de dioses. “Con toda franqueza, yo preferiría vaticinar, estudiando la naturaleza, lo que es útil a todos los hombres, aun cuando ninguno me comprendiera, antes que recoger la alabanza entusiasta y circunstancial de la mayoría, dejándome influir por vanas opiniones”. ¡Ojalá la humanidad, o los escasos individuos que hay en ella, siguieran el consejo de nuestro amigo Epicuro!
Si creyera, como nos inculcan desde tribunas y púlpitos, que, mediante la educación o el esfuerzo, la distancia podría reducirse o eliminarse, tendría que considerarme libre, responsable y, sobretodo, culpable lo cual, además de ingenuo, es propio de ignorantes. Admitir tal insensatez no resuelve sino duplica el problema. Artimaña utilizada eficazmente durante milenios por Platón y el cristianismo, es decir, por nuestra cultura.
Pongo mi vida como ejemplo. Si la distancia pudiera acortarse, no la habría conocido ni ella se habría marchado. Aún así fui feliz entonces, y lo soy ahora que vivo en armonía con la vida, arrastrado por sus aguas, sin oponer la mas mínima resistencia (En la próxima carta te enviaré los últimos dibujos que he hecho asesorado por nuestros amigos Pausanias, Plinio y Lessing. Contentar a todos es difícil. Así que, después de oír sus doctas opiniones, trato de ponerme en el lugar del artista, y hago el boceto).
Después de tan extenso prólogo habrás adivinado por qué nunca te he dicho su nombre. Simplemente no lo sabía ni lo he sabido nunca. Ni ella el mío. Nuestra relación fue breve, pero intensa. Apareció una mañana en mi islote como Odiseo en la isla de Calipso. Y, como ella, la recogí del mar y la sostuve entre mis brazos, desmoronándose, al tocar su piel, el entramado de convicciones que había ido forjando, restos de viejos trasmundos que aún impregnaban mis actos. No me importó. Los pensamientos se pueden recuperar, la experiencia hay que vivirla. No hubiese dudado en abandonar la isla si me lo hubiese pedido. Pero desapareció de la misma manera que había aparecido, dejándome, como prueba, unas frases escritas en un trozo de papel que aún conservo: “El contacto humano no es obstáculo para la utopía. Aun sabiendo que, al infringir la primera regla de Espacio Imaginario: no conocerse personalmente, inevitablemente tendría que dejarte, decidí venir. No me arrepiento. Mis sentimientos eran sinceros. Firmado: la Navegante Solitaria”. ¡Reglas! ¡A la mierda las reglas! Yo la deseaba. Necesitaba amarla, estrecharla entre mis brazos. Desesperado oteé el mar. ¡Vuelve!, grité. Pero nadie contestó, sólo el eco de la luz reflejada por la superficie. No, no estoy desvariando. Si tienes un poco de paciencia, las piezas irán encajando poco a poco.
Los intentos por encontrarla fueron en vano. Acudí día tras día al mismo tablón virtual en el que nos habíamos encontrado. Pasé horas y horas delante del ordenador recorriendo todos los puntos de encuentro. Pero no acudió y, si lo hizo, jamás contestó a mis llamadas. Poco a poco su presencia se convirtió en un recuerdo, que el tiempo fue envolviendo de finas capas, hasta quedar enquistado en la memoria.
En la vida, como dice nuestro amigo Epicuro, “hay algunas cosas fortuitas, otras dependientes de nuestro arbitrio”. Temo que mis cartas hayan contribuido a formarte de mí una idea equivocada y, por extensión, de los seres humanos porque, hasta ahora, sólo te había contado las que han dependido de mí. Y, podía parecer, que mis actos estaban planificados de antemano. Pero no ha sido así. En los momentos más decisivos el azar me ha conducido por donde ha querido. Casi nunca suceden las cosas como las recordamos. Espero que esta carta sirva para poner las cosas en su sitio.
Elimina de tu mente el sentimiento de culpabilidad si has caído en la tentación de sentirte culpable. Recordar nos hace felices. Por eso nuestro amigo Epicuro nos aconseja practicar la filosofía para que “pueda mantenerse joven en su felicidad gracias a los recuerdos del pasado”. No me recrimines por nombrar a nuestro amigo porque, lo que importa, son los consejos, no quien los da. Así que no temas citar siempre a los mismos. Y, menos en esta ocasión, pues, gracias al primum Graius, conocí a la Navegante Solitaria, y también a Santiago. No te desesperes. Es normal que la profusión de datos e ideas desborden la mente. Pero tenía que contarte una parte de mi vida que ignorabas. Si sigues leyendo ten por seguro de que arribarás a puerto. Todo en la naturaleza tiene su fin, también esta carta.
También yo sufrí, como Pablo de Tarso camino de Damasco, una caída mental una tarde al oír a un anciano afirmar ante la tumba de su esposa: “Nunca más volveré a verla”. No sé si fue el tono de voz, o la serenidad de su rostro, pero esas palabras iluminaron mi mente, mostrándome la realidad desnuda, sin trasmundos que la desfigurasen. Me sentí engañado, pero feliz. El velo no ocultaba una realidad deforme y monstruosa, como me habían inculcado desde niño, sino un proceso sin etapas, fugaz, finito, perecedero hacia ninguna parte. Un devenir poblado de detalles bellos y hermosos. La felicidad al alcance de la mano. Iluminado por esa nueva luz me refugié en este islote. Desde entonces vivo dentro de la caverna gozando intensamente de los objetos que proyectan mi mente sobre las sombras (¿Imaginas cuáles? Mis reconstrucciones de los cuadros de Apeles, Parrasio y Zeuxis, las lecturas–charlas con nuestros amigos griegos y romanos, los Versos Paganos de Heleno y, por supuesto, el mar, el viento, el cielo y tus cartas).
Anoté en mi diario –que, a continuación, transcribo– los pensamientos que pasaron por mi mente para saborearlos cuando sólo fueran dulces recuerdos. Sabía que, con el paso del tiempo, los sentimientos, las ideas, las vivencias se perderían por el camino y que, esa nueva perspectiva, modificaría mi conducta y mis pensamientos. Espero que algún día encuentres, dentro de ti, el Espacio Imaginario en el que seas el creador, en los grandes y pequeños detalles, de tu vida. De la única vida.
Primavera de 1990
“Puede que no queden tierras por descubrir. Y que los nuevos aventureros deban buscar en otros rincones de la galaxia. Pero, antes de iniciar tan incierto viaje, deberías mirar dentro de ti mismo. Descubrirás que hay un mundo aún inexplorado lleno de posibilidades. ¿Quieres saber su nombre? Espacio Imaginario. En contra de mis convicciones he decidido dar conocer mi descubrimiento. Y, ¿qué mejor instrumento que la Red? No lo hago por amor a la humanidad sino, como tierra prometida, para los escasos individuos que habitan en ella. Sólo a ellos me dirijo.
En Espacio Imaginario no hay seres humanos ni animales ni plantas. Ni ríos ni montañas. No es un lugar. Es un espacio vacío que tienes que poblar. Para llegar, no necesitas ningún vehículo ni embarcación. Sólo sustituir, las adherencias heredadas que lastran tu mente, por nuevas vivencias, reflexionando hasta sentirlas como tuyas. Cambiar racional y emocionalmente es un proceso lento que nadie puede hacer por ti. Puedes recorrerlo en cualquier momento y lugar. Incluso en presencia de otros seres humanos. Al carecer de meridianos y paralelos no puede ser localizado. Sólo tú tienes acceso. Se requiere saber, conocimiento. Sin información nunca encontrarás tu Espacio Imaginario. Los ignorantes sueñan con lugares ignotos. Utopía los llaman. Son espejismos. Sucedáneos. Expertos en el más allá. Nunca vislumbrarán esta nueva tierra. Los espíritus libres habitan dos mundos: uno, en el que ha nacido; el otro, creación suya. No debes preocuparte. A nadie necesitas. Te bastas contigo mismo.
Abro las puertas de mi Espacio Imaginario no para darte refugio sino para que busques el tuyo. Espacio Imaginario no es un espacio común, es una utopía individual e intransferible. Para “hombres altivos, independientes y orgullosos” como deseaba nuestro amigo Epicuro. Si quieres encontrarlo éste es el camino: elimina mentiras y engaños hasta encontrar la roca madre. Una vez allí verás que no hay nada ni nadie. Que eres un ser creador y, a ti, te corresponde poblar ese mundo nuevo que has descubierto. Estos hallazgos son mis creaciones:
Primero. Objetos, seres, cosas son fragmentos del mismo proceso del que hemos surgido y al que retornaremos. No hay nada más que lo que alcanza tu vista: objetos, seres que nacen y mueren.
Segundo. El nacimiento y la muerte son hechos biológicos. Pertenecen a la naturaleza. Pero la vida, es decir, el tramo entre ambos extremos es exclusivamente nuestro. Si bien el momento de nacer no depende de nosotros. Podemos disponer del resto sin limitaciones.
Tercero. Todo lo que no es biológico, como nacer y morir, procede de la vida, es decir, del tramo del que somos dueños. Por tanto ficciones, cuya única realidad es que somos sus creadores. La religión, la moral, la filosofía, el arte y la ciencia son productos de la mente humana. Con el paso del tiempo, esas obras se han independizado de sus creadores, llegando los hombres a creer que Dios, el Bien, la Verdad y la Belleza existen por sí mismos. Esa amnesia, que les hace imaginar la realidad dividida en dos partes, les impide comportarse y pensar sin la deformación de sus propias invenciones dejando, en ese instante, de ser individuos para convertirse en masa. Así como nuestro amigo Feuerbach recuperó para la humanidad el hilo religioso, haciéndonos ver que Dios es una creación del hombre. Debemos recuperar las demás hebras. La Verdad, el Bien y la Belleza son creaciones humanas, peligrosos sólo si, por aumentar su hermosura y belleza, los imaginamos independientes de sus inventores.
Cuarto. Los hombres “altivos, independientes y orgullosos”, es decir, los individuos deben desprenderse de esas adherencias culturales que envuelven la naturaleza humana, para reconstruir la realidad y sus vidas desde una perspectiva exclusivamente humana, es decir, sin tutelas trascendentes. ¿Cómo conseguirlo si el tramo que me pertenece, es decir, la vida es tan breve? Contrastando tu experiencia con las experiencias de otros individuos. Es importante que estén lo más alejados posible de tu propia época, para tener la seguridad de que el cedazo del tiempo sólo ha retenido a los mejores. ¿Cuál es el momento más lleno de sabiduría y belleza de toda la historia de la humanidad? Sin duda Grecia y Roma. Hombres como Homero, Hesíodo, Heráclito, Tucídides, Aristóteles, Platón, Protágoras, Eurípides, Epicuro, Sófocles, Catulo, Lucrecio, Virgilio, Ovidio, Séneca, Marcial, Horacio, mujeres como Safo incluso algunos más cercanos como Maquiavelo, Spinoza, Montaigne, Marx, Nietzsche y Bakunin me ayudaron a alcanzar la roca madre. Aunque no pude evitar que la razón se entrometiera buscando regularidades. Y, fruto de su perruna búsqueda, fueron estas dos leyes que transcribo para calmar su ordenado apetito:
.Principio de Aquiles o Ley de Zenón. Igual que Aquiles cree correr tras la tortuga pero, en realidad, no se mueve, permaneciendo siempre en el mismo punto, los individuos, las generaciones y la humanidad están condenados a empezar de cero. Es decir, no avanzan ni avanzarán, siempre están y estarán en el mismo sitio. Explicación: la propia experiencia –y no siempre– es la única capaz de modificar la conducta humana. Ahora bien como la experiencia y la conducta dependen una de otra, se necesita experiencia para guiar la conducta, pero, al mismo tiempo, hay que actuar para tener experiencia. Obviamente no hay ni puede haberla del presente ni del futuro, y la experiencia ajena no sirve. Por tanto los individuos, las generaciones y la humanidad inevitablemente recorrerán una y otra vez los mismos caminos que han transitado los humanos desde el comienzo del tiempo.
.Ley del cuadrado o de Newton. La felicidad de un individuo está en proporción inversa al número y en proporción directa a la distancia. Es decir, su felicidad es inversamente proporcional al número de personas con las que se relaciona, y directamente proporcional a la distancia a la que se mantenga de los demás seres humanos. Por tanto, cuanto más se aleje una persona de otra, y a menos vea, más posibilidad tendrá de ser feliz, y cuanto más se acerque y más contactos tenga, menos. Por eso vivo en un islote a más de medio kilómetro de la costa, pero bastaría con rodear tu casa de brezo o una tapia. E incluso con cerrar los ojos o desconectar mentalmente cuando no haya otra posibilidad.
Quinto. Comprendiendo que el reiterado fracaso, en que han terminado todos los intentos por conseguir la felicidad colectiva a lo largo de historia, es consecuencia de esos principios. Y que, aun así, los hombres–masas no cejarán de intentar cambiar la naturaleza humana. Decidí abandonar esa vía muerta: la felicidad colectiva. Y proclamar que la felicidad personal es la única posible, es decir, que sólo los individuos pueden ser felices. Consciente de los peligros del lenguaje que, al utilizar nombres abstractos, nos hace creer que existen dos tipos de seres o grados de realidad. Y, por tanto, dos tipos de felicidad: individual y colectiva. Teniendo en cuenta la experiencia histórica y que sólo existen seres de carne y hueso. Concluí que la utopía individual era la única posible. Llamé Espacio Imaginario a esa utopía en la que los individuos se convierten en creadores de la realidad y de sus vidas. Se trata, por tanto, de una utopía mental, individual e intransferible.
Sexto. Espacio Imaginario es un espacio metafísico en el que reina la imaginación sin ninguna traba. Se puede acceder desde cualquier sitio: un bar, una cafetería o un autobús. Basta conque te aísles mentalmente. Aunque sólo es accesible al individuo que lo crea, quedando excluidos todos los demás. Fugaz como todas las creaciones de la vida. Es el único espacio en el que la autarquía y la autonomía individual son posibles”.
A pesar del esfuerzo mental que me había costado eliminar los trasmundos –que, durante años, me habían provocado sentimientos de culpabilidad y hastío, cada vez que los sueños se derrumbaban– me sentía feliz, porque una vez alcanzada la roca madre tenía toda la vida por delante para redescubrir el mundo. Y, como ya no tenía que salir de la caverna para darle sentido a la vida, estaba seguro de que, al observar el interior con los ojos de un niño, apreciaría multitud de detalles placenteros que hasta ahora habían pasado desapercibidos.
En contra de mis convicciones decidí comunicar a los demás que la utopía era posible. Fue así como lancé mi mensaje salvador por la Red: “Kýrai doxaí: aponía, ataraxía. Firmado: El Farero de Alejandría”. A los pocos días alguien respondió: “Destino, muerte y dioses. Firmado: La Navegante Solitaria”. Intuía que estaba cometiendo un error, pero, en vez de dar marcha atrás, le expuse las normas que debíamos seguir si quería mantener el contacto: nunca nos conoceríamos personalmente ni sabríamos nuestros auténticos nombres, sólo nos comunicaríamos por internet, en el caso que aparecieran nuevos aventureros utilizaríamos las letras del alfabeto de forma que, una vez agotadas, el siguiente grupo utilizaría dos letras y así sucesivamente hasta cubrir el planeta de Espacios Imaginarios.
Un día, ojeando los “Amores” de nuestro amigo Ovidio, encontré una carta en la que explicaba cómo había logrado encontrarme. Las pocas veces que había pensado en ello lo había atribuido a sus conocimientos informáticos. Supuse que, con tales conocimientos, habría sido fácil localizarme. No había tenido en cuenta otra posibilidad porque no pensé que la persona, que respondiera a mi llamada, tuviera otro interés que encontrar su Espacio Imaginario. Y me equivoqué, aunque sólo en parte, porque nadie puede prever cuándo el azar se va a cruzar en su camino.
Un amigo le pidió que fotografiara algunos faros para el suplemento dominical de un periódico. Así fue como encontró mi islote. Debió de arribar en una de mis inmersiones, y durante un fin de semana porque, según cuenta, no había nadie. Ni siquiera Santiago. Aún así hizo algunas fotos. Y, al encontrar la Odisea de nuestro amigo Homero y el Hipólito de nuestro amigo Eurípides sobre las rocas, tuvo una corazonada que, confirmó, cuando vio las paredes del faro tapizadas de libros. Temiendo ser descubierta se alejó lo más rápido que pudo. Pero luego, recordando nuestras charlas por internet, decidió conocerme personalmente. “Era como probar del fruto prohibido”. Lo que ocurrió después ya lo sabes.
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