Catulo me escribe desde Siria
contándome sus andazas
por aquellas tierras bárbaras.
Los magníficos ojos de su pluma,
como si rompiesen el precinto
de un tarro de perfume arábigo,
derraman colores y olores.
Sorprendido y entusiasmado,
pinta con hermosas metáforas
sus jardines y bellas mujeres
que incitan el viril deseo
de los piratas que infectan
islas y mares conocidos.
¿Qué haría yo, Nausica,
si la nave de Cancerbero
te arrastrara lejos de mí,
a un país de extraña lengua?