Esta mañana encontré
en la fuente del jardín,
envolviendo el portentoso falo
que un travieso amorcillo
sostiene entre sus manos,
una nota de mi viejo amigo
citándome a mediodía
en los baños de Mercurio.
Sólo él conoce ese rincón
que ocultó en mi juventud
deseos tan potentes
como el de ese amorcillo.
Nunca perdonaré su torpeza
por haberme hecho revivir
tantos años de felicidad
en tan escasos segundos.