En la ciudad no se habla de otra cosa,
tal sensación causaron unas muchachas del Sur
de ojos y negros cabellos
que bailaron, al son de las palmas,
con los vestidos recogidos sobre los muslos,
ante las babosas miradas de unos fofos desdentados
de blancos cabellos que desorbitaron sus pupilas y carnes
con aquellas caderas que con gracia se contorneaban.
Nunca había visto nada parecido,
ni en los festivales del joven Dionisos
cuando los obscenos danzarines del dios
se revuelcan excitando sus cuerpos
al ritmo trepidante de las flautas.
En los ojos de aquellas muchachas
creí reconocer su mirada.