“Melancolía y tristeza no caben
en la aljaba del travieso niño”,
me recrimina Catulo viéndome
sollozar a los pies de la diosa.
Pero, cuando coloco entre sus brazos
el ramo de flores blancas,
siento en mi corazón sus manos tibias
y sus ojos cómplices,
pues todos los sentimientos
buscan cobijo entre sus alas.