Diógenes el cínico

 

     No sé qué dios remueve
con mar de fondo los recuerdos.

     Hoy navega con sus velas henchidas
una sentencia que por azar escuché,
cuando era joven, en el mercado,
de labios de un barbudo harapiento,
una mañana que pasé junto a él
siguiendo el vaivén de unas caderas:
Los seres humanos imitan la belleza
pero no pueden alcanzarla.

     Giré la cabeza y odié al charlatán,
pues mi bella perseguida había escapado.