La Afrodita de Praxíteles

 

      Ordené colocar en un rincón,
oscurecido por una madreselva,
la dulce y bella imagen de Afrodita
que Catulo me envió desde Atenas,
hija de las manos de Praxíteles.

     Oculto entre el follaje aguardé
que el atardecer modelara
tenuemente su desnuda silueta
e intenté escribir una bella estrofa
emulando a los antiguos poetas.

     Pero mis intentos fueron vanos,
el pequeño pedestal sigue aún vacío.