Una mañana que Fidias esculpía
la procesión del pueblo de Atenas
portando su ofrenda a la diosa,
Sócrates, amante de los corrillos,
acercándose a los jóvenes que reían
con los retratos de sus amigos,
preguntó: “¿Quién pone en duda
el parentesco de dioses y hombres?”
Y señalando los torsos, rostros
y relinchos esparcidos por el suelo
afirmó: “Ahí tenéis el nexo”.