Catulo adorna su cuello
con una sencilla rama de laurel
sujeta por una cinta dorada
que una de las vírgenes,
moradora de la gruta
que sirve de agreste altar
a la diosa cazadora,
le entregó un atardecer,
cuando con devoción derramaba
un tarro de perfume indio
sobre el fuego sagrado
que ilumina, ¡oh maravilla!,
el rostro
ocultando en la penumbra
la mirada.
Al marcharse le dijo:
“Cubre tu cuerpo con sus hojas
hasta que la protectora Selene,
fría madre del vino,
hinche su fértil vientre.
Entonces, estrechándola entre tus brazos,
ruega para que la divinidad
cumpla tus más bellos deseos”.