Esta vez no contestaré a ninguna pregunta. Seguro que sales ganando porque, según nuestro amigo, “muchos dolores los consideramos preferibles a los placeres si, por soportar tales dolores, nos sobreviene un placer mayor”. No te habrá sido difícil adivinar de quién se trata porque lo cito en casi todas las cartas, quizá demasiado, pero, ¿es culpa mía que haya nacido primero?
Como pudiste comprobar los días que pernoctaste en el faro, después de la siesta me siento a leer junto a la puerta. Aprovechando que el levante seguía ausente cogí las Máximas Capitales y las Exhortaciones de nuestro amigo Epicuro: “Estos consejos, y otros similares, medítalos noche y día en tu interior y en compañía de alguien que sea como tú”. ¿Sabes en qué pensaba cuando las elucubraciones alejaban mi mente de la lectura? En la felicidad que inundó tu cara cuando tomaste la decisión de marcharte (“Aquí no hay nada que me retenga”). Si te estás preguntando adónde quiero llegar, te respondo inmediatamente: eres el ejemplo de que para ser feliz no basta con tener la necesidades básicas cubiertas. No me eches en cara que soy un privilegiado habitante del primer mundo, porque en los países pobres, teniendo lo indispensable, tampoco son felices. Cuando hablo de necesidades no me refiero a tener coche, comer en restaurantes y disponer de dinero para el ocio como pensarían los habitantes del primero, del tercero y de cualquier mundo, sino salud, alimentos y un sitio donde dormir. (“Pan y agua proporcionan el más elevado placer, cuando los lleva a la boca quien tiene necesidad”). Sé que muchas personas no disponen de esos bienes. No es culpa de la naturaleza sino de la avaricia de los hombres, tanto de los países ricos como de los pobres. (“La riqueza conforme a la naturaleza está limitada y es muy fácil de conseguir. Lo que es conforme a las vanas opiniones cae al infinito”).
Necesitamos comer, beber y vestirnos para no sufrir físicamente, pero la mente y el espíritu requieren otro tipo de alimento, sólo satisfaciendo ambas necesidades seremos felices. “Así, cuando decimos que el placer es el fin, no hablamos de los placeres de los corruptos y de los que se encuentran en el goce, como piensan algunos que no nos conocen y no piensan igual, o nos interpretan mal, sino de no sufrir en el cuerpo ni ser perturbados en el alma”. Si fuera así de sencillo, la felicidad estaría al alcance de todos, ¿es lo que estás pensando? Eres de nuevo el ejemplo de que conseguir ese equilibrio no está en los genes ni se trata de un problema matemático. Pero que, cuando se consigue, te sientes a gusto contigo mismo. Por eso aconseja nuestro amigo Epicuro: “Es, pues, preciso que nos ejercitemos en aquello que produce la felicidad, si es cierto que, cuando la poseemos, lo tenemos todo y, cuando nos falta, lo hacemos todo por tenerla”. En definitiva que, aunque para ser feliz hay que tener cubiertas la necesidades básicas, la experiencia enseña que no es suficiente. La mente, el espíritu o el alma también tienen necesidades, ¿qué necesidades?, comprender cómo son las cosas realmente, no deformadas por la religión, la ideología y nuestras creencias.
Cuando leo máximas como ésta:
“Pues ni los banquetes ni los festejos continuados, ni el gozar con jovencitos y mujeres, ni los pescados ni otros manjares que ofrecen las mesas bien servidas nos hacen la vida agradable, sino el juicio certero que examina las causas de cada acto de elección o aversión y sabe guiar nuestras opiniones lejos de aquellas que llenan el alma de inquietud ”,
siento deseo de imitar a Diógenes de Enoanda que esculpió sus Máximas Capitales en un muro de varios kilómetros, o pilotar un avión para escribir en el cielo sus palabras. Si fuera poeta, no dudaría en escribir en verso su pensamiento. Afortunadamente lo hizo nuestro amigo Lucrecio :
“Cuando la vida humana yacía a la vista de todos torpemente postrada en tierra, abrumada bajo el peso de la religión, cuya cabeza asomaba en las regiones celestes amenazando con una horrible mueca caer sobre los mortales, un griego osó rebelarse contra ella. Su vigoroso espíritu triunfó. Con lo que la religión, a su vez sometida, yace a nuestros pies; a nosotros la victoria nos exalta hasta los cielos.”
Grandioso crescendo, ¿no crees? No hay que ser un melómano para captar la música de sus versos. Por supuesto no todos los pensamientos de Epicuro exhalan un placer espiritual tan intenso, aunque, a mí, todos me resultan placenteros. A nuestro amigo le ocurre algo parecido, no puede evitar sentirse exultante a pesar de su desesperado llamamiento:
“¿Nadie ve, pues, que la Naturaleza no reclama otra cosa sino que del cuerpo se aleje el dolor, y que, libre de miedo y cuidado, ella goce en la mente un sentimiento de placer?”
Si sigues su consejo, comprobarás que se puede ser feliz a pesar de las guerras, el hambre y el sufrimiento ajeno.
Desde mi atalaya veo la playa, normalmente solitaria, invadida por cientos de personas. Feliz de estar al otro lado, giro la cabeza y contemplo el horizonte. Este sentimiento también es compartido por nuestro amigo Lucrecio: “Es dulce, cuando sobre el vasto mar los vientos revuelven las olas, contemplar desde tierra el penoso trabajo de otro”, y más hermoso es aún si lo leemos en su lengua:
“Suave, mari magno turbantibus aequora ventis,
e terra magnun alterius spectare laborem”
Anoche desde lo alto del faro el espectáculo que contemplé me sobrecogió. Las luces del pueblo se reflejaban sobre la superficie del mar como en los espejos que adornan los belenes en Navidad. Percibía con claridad el campanario de la iglesia, la lonja y los barcos atracados en el muelle. En esos momentos comprendes que el hombre más que racional, o bípedo, es un ser creador y, la belleza, su creación más sublime. Te confesaré un secreto: el arte, no las creaciones de la razón, me reconcilia con los seres humanos.
Cuídate