El comentario de nuestro amigo Spinoza no fue de tu agrado. Preguntas con sorna si conozco a alguien que se considere vulgo o masa: “Si todos se autoexcluyen, ¿quiénes forman la masa? Al final resultará que la masa es menos numerosa que los individuos”. Esa es una de las prerrogativas que disfruta el que inventa algo, y el lenguaje no es una excepción. El que habla o escribe queda excluido. “¿Por qué cuesta tanto aceptar que hay tantos estilos de vida, de actuar y de pensar, como seres humanos?”. Si miras a tu alrededor comprobarás que hay muchos seres humanos, pero pocos individuos. No hay tantos estilos de vida como supones sino dos: el de la masa y el de los individuos. Pero escuchemos a nuestros viejos amigos:
“Nunca he pretendido agradar a las masas, pues lo que a ellos les gusta, yo no lo conozco y lo que yo sé, está muy lejos de su sensibilidad”
(Epicuro)
“Me pides qué cosa hemos de evitar más: y te diré, la turba”
(Séneca)
“El hombre libre que vive entre ignorantes procura, en lo posible, evitar sus beneficios”
(Spinoza)
No son los únicos que han pedido la palabra:
“¿Qué he de decir del vulgo y del populacho? Abundan en ellos, por doquier, tantas clases de necedades, y cada día inventan otras nuevas, que no bastarían mil Demócrito para reírse de ellos”
(Montaigne)
O sin tantas florituras a pesar de ejercer la abogacía:
“El mundo está lleno de necios”
(Cicerón)
Si crees que un experto opinaría de modo distinto, nuestro amigo Erasmo te confirmará que la necedad es una divinidad a la que “toda la tierra rinde un culto unánime”. Nuestro amigo Spinoza vuelve a pedir la palabra. Se la daré pero prometo que será el último: “El fin último del hombre que se guía por la razón –dice- es el que le lleva a concebirse adecuadamente a sí mismo y a concebir adecuadamente todas la cosas que pueden ser objetos de su entendimiento”. No, no me estoy contradiciendo (aunque tampoco me importaría demasiado si añades el adjetivo lógica). Por supuesto que tal concepción será diferente en cada hombre. Sólo existen individuos, personas de carne y hueso; vulgo, masa o pueblo son flatus vocis (palabras). Lo cual no significa que tal distinción carezca de sentido. Vulgo es el que actúa sin saber por qué, por la costumbre o por cualquier clase de prejuicio; individuo el que se guía por la razón. Sólo éstos me interesan porque entre ellos existen diferencias. Si no encontrara ninguno, tampoco importaría, porque como afirma nuestro anónimo amigo: “Aún me bastan pocos, me basta uno, puedo contentarme con ninguno”.
Desconfía de los demagogos que se autoproclaman elegidos por Dios, o el destino, para conducir al pueblo hacia la libertad y la justicia, porque no sólo mienten o se autoengañan sino que, para sobrevivir, necesitan convertir a los demás en masa. ¿Acaso su soberbia les impide ver que los seres humanos y todas sus obras, sean materiales o espirituales, son efímeros? Ninguna experiencia revolucionaria, y pocas obras de arte, han durado más que la vida del iluminado que la imaginó y le dio vida. A veces ni siquiera esperan que muera, como nuestro amigo Cabet, que estuvo a punto de ingresar en la cárcel porque los buenos icarianos le demandaron por estafa, al comprobar que las tierras compradas con sus ahorros, no era la Icaria prometida. Al menos actuó de buena fe. No como los iluminados convencidos de que no hay mejor paraíso que el que los mantiene, se llame comunismo, democracia popular o socialismo. Verlos acudir en un coche oficial con chofer a una manifestación contra la injusticia, o redactar sus proclamas contra la desigualdad social en un restaurante de cinco tenedores, es más clarificador que todos los manifiestos comunistas. Por supuesto con el beneplácito del vulgo, ansioso por ocupar sus puestos, es decir, los privilegios de sus antiguos enemigos. La envidia y la codicia se ocultan bajo las más hermosas acciones y palabras. Es el deseo de tener lo que otros poseen, el motor que mueve a los iluminados de todas las especies, como les recrimina nuestro amigo Bakunin a los partidarios de la Dictadura del Proletariado: “No son enemigos más que del poder actual, porque quieren ponerse en su lugar”. Una vez conseguido el puesto y los privilegios ansiados proclaman instauradas la libertad y la justicia.
¿Hay que limitarse a observar con indiferencia el sufrimiento, la miseria y la injusticia? No, si te hace feliz y los que reciben la ayuda resultan beneficiados. Sí, si crees estar en posesión de la Verdad y, por tanto, obligado a conducir a los demás adonde ella habita con el deseo oculto de que serás por ello recompensado. No olvides que hay tantos caminos como individuos, y que, probablemente, el que has elegido no interese a muchos, quizás sólo a ti.
Lucha con la conciencia de que lo haces, en primer lugar, por ti, por tu felicidad, no temas reconocerlo es un egoísmo sano y, en segundo lugar, por los demás. Recuerda que todo es caduco, y que el vulgo es “voluble e inconsciente”. Para que no hablen siempre los mismos citaré a nuestro amigo Freud: “El dominio de la masa por una minoría seguirá demostrándose siempre tan imprescindible como la imposición coercitiva de la labor cultural, pues las masas son perezosas e ignorantes”. Escuchando a nuestros viejos amigos parece que las masas fuesen piedras que atraviesan el río del tiempo.
No, no me he olvidado de tu mar. En medio del océano es difícil que pueda olvidarme. Tápate los oídos con el cuenco de las manos. ¿Oyes el silbido del viento? ¿Y los encrespados gorgoritos de las olas a duo con el bajo continuo de la marea? ¿No? “Echando mano del tridente, congregó las nubes y turbó el mar; suscitó grandes torbellinos de toda clase de vientos; cubrió de nubes la tierra y el ponto, y la noche cayó del cielo. Soplaron a la vez el Euro, el Noto, el impetuoso Céfiro y el Bóreas, que nacido en el éter, levanta grandes olas”.¿Mejor ahora? Cuando recita nuestro amigo el poeta hasta los sordos oyen.
Cuídate