Epístola XIII

 

     Tumbado sobre las rocas, desde las que contemplábamos el ocaso, aguardé la llegada de las Perseidas. Extasiado contemplé el cielo como millones de hombres hicieron, y harán después que hayamos desaparecido. Fue la admiración lo que movió, como lo es hoy, a los primeros pensadores en sus indagaciones filosóficas. Al principio, les llamaron la atención las dificultades más aparentes, después, avanzando despacio, buscaron la solución de los problemas más importantes, tales como los fenómenos de la luna, del sol y de las estrellas; en suma, la génesis de Universo”, afirma nuestro amigo Aristóteles, a mí el espectáculo me conmovió. ¿Hay algo más bello y seductor que el cielo nocturno?

     Te has preguntado por qué nos emocionamos, por qué nos sentimos anonadados, partes y no individuos. Porque “el cosmos es lo más bello de todo lo que ha sido producido”, según nuestro amigo Platón. Pero, “¿qué ocurriría si la verdad fuera lo contrario?”, inquiere nuestro amigo Nietzsche desde las montañas de la Alta Engandina. ¿Y si el universo fuera un caos?  ¿Y si la belleza, el orden, la necesidad fueran mentiras piadosas de unos seres asustados? ¿Qué harías si alguien gritara: ¡El universo existe, y nada más! ¿Soportarías verte desnudo? ¿Buscarías en las fábulas de Newton o Einstein un taparrabos para cubrir nuestras vergüenzas mentales? ¿O buscarías en cualquier libro sagrado un cuento más sencillo? ¿Y si añadiera: “El hombre cree que el mundo mismo está sobrecargado de belleza, -olvida que él es la causa de ella. Únicamente él le ha hecho al mundo el regalo de la belleza, ¡ay!, sólo que de una belleza humana, demasiado humana…”? ¡Cómo! ¿Insinúas que los seres humanos están enamorados de sí mismos? ¿Que el mundo es un espejo que refleja nuestra imagen? ¿Que cuando observamos un acción bella o justa contemplamos nuestro propio rostro? ¿Que la sabiduría acumulada por la humanidad es simple narcisismo?

     Y si describiera el mundo despojado de prejuicios: “Este mundo es prodigio de fuerza, sin principio, sin fin, un mar de fuerzas que se transforman eternamente, que discurren eternamente, un flujo perpetuo de sus formas, que se desarrollan de las simples a las más complicadas, contradictorio. Este mundo mío dionisíaco que se crea siempre a sí mismo, que se destruye eternamente a sí mismo…este mi “más allá del bien y del mal”…¿queréis un nombre para ese mundo? ¡Este es el de “voluntad de poder” y nada más”.  ¿Y la necesidad? ¿Y el orden? ¿También el cosmos es una ficción? Cualquier explicación humana científica, filosófica y religiosa es una interpretación. Entonces, ¿nadie, nadie, nadie ha salido de la caverna?, ¿ni los hombres de ciencia? ¡Te equivocas! Somos seres inteligentes que utilizamos la razón para taladrar la apariencia, no arañas tejedoras de invenciones. La Verdad es una veta difícil de encontrar, ¡y de extraer!, pero no imposible. Somos los seres más inteligentes de la creación. La naturaleza no tiene secretos.

     Escucha los versos de nuestro amigo Sófocles: “Muchas cosas asombrosas existen y, con todo, nada más asombroso que el hombre. Hermosos, ¿verdad? Sublimes. ¿Y la teoría de la relatividad de nuestro amigo Einstein? Sorprendente. ¿Y el psicoanálisis de nuestro amigo Freud? Clarificador. ¿Y el materialismo histórico de nuestro amigo Marx? Obvio. ¿Y la evolución de Darwin? Asombrosa. No sigas, aún no he terminado. ¿Has oído a nuestra amiga Safo?:  “Semejante a los dioses me parece ese hombre, que se sienta frente a ti, y de cerca escucha tu dulce voz y tu sonrisa deliciosa, y eso hace saltar mi corazón dentro del pecho. Pues, cuando te miro por un momento, se me quiebra la voz. Mi lengua se hiela y al punto un fuego suave recorre mi piel, mi vista se nubla, los oídos me zumban, un sudor frío me cubre y un temblor me agita toda entera y estoy más pálida que la hierba; y siento que me falta poco para morir”. ¿Y al amigo Walt Withman?: “Yo soy Walt Withman, un cosmos, el hijo de Manhattan, turbulento, carnívoro, sensual, que come, bebe y procrea.

     Conozco la raza de los creadores y los espíritus libres. Por eso te pregunto, ¿qué harías si alguien, comprendiendo que iba desnudo, exclamara que, sin disfraces, el mundo es más bello y animara a despojarnos de los vestidos que constriñen el placer de vivir? ¿Le mirarías con desprecio? ¿Le llamarías loco? ¿Traidor a la raza humana? ¿O tendría que retornar a la montaña como Zarathustra porque: “No me entienden”?

    Afirma categórico nuestro amigo Tucídides: “La libertad es la base de la felicidad”, y de todas las creaciones de la mente humana: la belleza, el bien, la justicia. ¿El mar? Una armonía de luz, color y sonido. ¿El sol al atardecer? Rojizo, comprimido, nítido. ¿La noche? Eterna. ¿Tú y yo? Dos fragmentos a punto de extinguirse en el proceso porque, como nuestro oscuro amigo Heráclito nos recuerda, “a pesar de que todas las cosas están sometidas al devenir de acuerdo con esta razón, parece como si los hombres no tuvieran ninguna experiencia” y, menos enigmáticamente, nuestro amigo Nietzsche: “Se es necesario, se es un fragmento de fatalidad, se forma parte del todo, se es en el todo, -no hay nada que pueda juzgar, medir, comparar, condenar nuestro ser, pues esto significaría juzgar, medir, comparar, condenar el todo…¡Pero no hay nada fuera del todo! –Que no se haga ya responsable a nadie…sólo esto es la gran liberación –sólo con esto queda restablecida otra vez la inocencia del devenir…El concepto de “Dios” ha sido hasta ahora la gran objeción contra la existencia…Nosotros negamos a Dios, negamos la responsabilidad en Dios; sólo así redimimos al mundo”.

        Cuídate

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