Epístola XIX

 

     ¿Comer o beber es un problema? Tampoco el sexo debería serlo. Pero lo es como cualquier actividad que requiera el concurso de otra persona. Si no necesitáramos a nadie podrías satisfacer tus deseos donde y cuando quisieras, como nuestro amigo Diógenes que, «al masturbarse en público decía: ¡Ojalá también se calmara el hambre frotándose la barriga». El sexo no es el problema. ¿Entonces? Los demás son el problema. Aunque “la voz de la carne pide no tener hambre, ni sed, ni frío”, mientras somos jóvenes el deseo sexual nos ensarta como a espetos. Sólo, con el paso del tiempo, la naturaleza afloja las riendas, como confiesa nuestro amigo Sófocles cuando, ya anciano, le preguntaron si aún gozaba de los placeres del sexo: Dios me libre –respondió-, hace largo tiempo que he sacudido el yugo de ese furioso y brutal tirano”, y confirma nuestro amigo Platón: “La vejez, en efecto, es un estado de reposo y de libertad respecto de los sentidos”.

     Espero haber contestado a tu pregunta. Pero, si lo que deseas saber es cómo lo solucioné cuando me vine a vivir a este islote, confieso que también para mí fue un problema, más aún, la madre de los problemas. ¿Qué hice? Lo contrario de lo que se supone, en vez de reprimir el deseo potenciarlo, darle rienda suelta. “A la naturaleza no hay que violentarla, sino persuadirlas”, aconseja nuestro amigo Epicuro. El método es eficaz, aunque pueda parecer poco ortodoxo. Conocí a un sacerdote que lo utilizaba con los seminaristas que no observaban el voto de castidad. Compré películas pornográficas e instalé un vídeo en cada habitación. El paciente tiene que superar la enfermedad enfrentándose a ella, no reprimiéndola.

     Al principio te excitas. Pero, después de ver las mismas escenas una y otra vez, día tras día, durante semanas, no sientes nada. El tratamiento finaliza cuando contemplas el coito con indiferencia, incluso con aversión, como cuando comes demasiado y el recuerdo de la comida te provoca nauseas. Quizás el éxito se deba a la mente más que al método, porque el sexo depende más de la cabeza que de los sentidos, aunque también influya el estímulo. Meses más tarde comprobé que una imagen no es tan turbadora como la piel de una persona.

    Sucedió a finales de mayo. Dormitaba junto al faro cuando oí voces. No le di importancia porque, cuando hace buen tiempo, salen muchos barcos. Pero, al escucharlas cada vez más cerca, me levanté. Había un velero fondeado a unos cincuenta metros, pero nadie en la cubierta ni en los alrededores. Al acercarme vi a una mujer que subía por las rocas apoyándose en los troncos del embarcadero. Iba a advertirle que tuviera cuidado con el verdín, cuando resbaló golpeándose contra la madera. Le ayudé a salir del agua, pero al incorporarse perdió el conocimiento. Así que la recosté sobre las rocas. Entonces comprobé que podemos morfinizar los deseos, pero no vencerlos. Con esfuerzo conseguí que llegara hasta la hamaca. Aún recuerdo los escalofríos cada vez que rozaba su cuerpo. Después me senté junto a ella. Y me quedé mirándola hasta que el sol secó su ropa. Te estarás preguntando cómo puedo recomendar un método que falló estrepitosamente. Dije que era eficaz, no infalible. Mientras estuve solo funcionó, cuando ella apareció olvidé lo aprendido. No sólo no me importó, sino que me alegré de que así fuera. Me temo que nuestro amigo Sartre se equivoca al juzgar a los demás sin especificar el sexo. En tiempo de celo los otros son el paraíso no el infierno.

     Lo que ocurrió después lo dejaré para otro día. Mientras medita estas palabras de nuestro amigo Luciano: “Terrible cosa es la ignorancia y causa de innumerables males para la humanidad, al envolver la realidad como en la niebla, oscurecer la verdad y ensombrecer la vida del hombre”, o las que nuestro amigo Timón pone en boca de nuestro amigo Jenófanes: “Ojalá yo hubiera estado dotado también de una inteligencia firme, capaz de ver el doble aspecto de cada cosa. ¿Para qué? Para “conservar la serenidad de espíritu”. ¿Quién lo dice? Nuestro amigo Sexto Empírico: “El fundamento del escepticismo es la esperanza de conservar la serenidad del espíritu. En efecto, los hombres mejor nacidos, angustiados por la confusión existente en las cosas y dudando de con cuál hay que estar más de acuerdo, dieron en investigar qué es la Verdad y qué es la Falsedad; ¡cómo si por la solución de esas cuestiones se mantuviera la serenidad de espíritu! Por el contrario, el fundamento de la construcción escéptica es ante todo que a cada proposición se le opone otra proposición de igual validez. A partir de eso, en efecto, esperamos llegar a no dogmatizar.

     Dicen que lo bueno, si breve, es dos veces bueno. Y, si no lo es, al menos no me echarás en cara que olvido el parte meteorológico: era una típica mañana de domingo soleada y luminosa. Estuve casi todo el día al aire libre. Al principio siguiendo la regata, después aprovechando el cálido sol de otoño. ¿El mar? Estaba tan a gusto sintiéndose acariciado por tantos balandros, piraguas y  botes que no se movió en toda la tarde.

     Cuídate

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