Epístola XXI

 

     “Hablas de razonar, ser libre pero nunca de filosofía. ¿Es que cuando reflexionamos sobre el sentido de la existencia o sobre la vida y la muerte no estamos filosofando?”. Eso piensa nuestro amigo Epicuro: “Que nadie, mientras sea joven, se muestre remiso en filosofar, ni, al llegar a viejo, de filosofar se canse. Porque, para alcanzar la salud del alma, nunca se es ni demasiado viejo ni demasiado joven, yo también. ¿Por qué entonces no hablo de filosofía ni cuando tratamos expresamente de ella? Quizás porque las palabras, con el paso del tiempo, adquieren una pomposidad con la que no te identificas, o se vuelven tan imprecisas que no estás seguro de que lo que haces coincida con ellas.

     “¿Existe otro objeto de reflexión más importante que la vida humana? ¿Y otro término para designar esa actividad?”. Cuando preguntaban a nuestro amigo Freud: “¿Y cómo puede saberse cuál es el momento apropiado en cada caso?”, respondía: “La mejor regla es esperar que él mismo se haya acercado tanto a lo reprimido que, siguiendo su propuesta de interpretación, sólo necesite dar unos pasos más para alcanzarlo”. Creo que el momento ha llegado. Hablemos de filosofía.

     Se sorprende nuestro amigo Montaigne de la poca estima que tenían en su tiempo a la filosofía: “Notable es que las cosas, en nuestro siglo, sean tales que la filosofía, para la gente de entendimiento, pase por nombre vano y fantástico, de uso nulo y de nulo valor, tanto en reputación como  en efecto”. En el nuestro no opinan de forma diferente. La filosofía es una meditación sobre la muerte, dice nuestro amigo Platón. Quizás sea el tema de nuestro tiempo: ¿hay algo más radical e ineludible que la muerte? ¿La vida? La vida es un capricho de la naturaleza. Un instante entre dos nadas. Vivir, existir, ser, pensar, querer, sentir, ¿qué son sino diferentes advocaciones de la muerte? La vida es la muerte consciente de sí misma. ¿Demasiado pesimista? Si así lo juzgas es que ignoras la utilidad de la filosofía. ¿Porqué reflexionamos? ¿Para qué? ¿Por qué no nos limitamos a existir, a dejar que pase el tiempo, a considerar la muerte como parte de la vida? La filosofía es el estrigilo que elimina las mentiras con las que la ideología, la ignorancia y la costumbre desvirtúan la existencia.

     No hagas caso a nuestro amigo Epicuro, ni a nuestro amigo Montaigne: “Puesto que es la filosofía la que nos instruye en la vida y la infancia ha de instruirse en esto como los demás hombres de otras edades, ¿por qué no imbuir la filosofía en esos años?”, ni tampoco a nuestro amigo Horacio: “Útil es a los pobres, útil a los ricos; ni jóvenes ni viejos la descuidarán sin lamentarlo”, porque si bien: “Es necesario servir a la filosofía si queremos alcanzar nuestra verdadera libertad”, como afirma nuestro amigo Epicuro, o nuestro amigo Séneca: “Sin ella nadie puede vivir libre de temor ni inseguridad, pues no pasa hora sin que acontezcan cosas que reclamen un consejo que sólo ella puede dar”, también lo es, que para encontrar a un ser humano con “cierto espíritu crítico, una cierta capacidad de análisis, una mente ingeniosa y una inteligencia penetrante e imparcial”, como exige nuestro amigo Luciano, no bastaría con la linterna de nuestro amigo Diógenes. La filosofía, a pesar de las optimistas exhortaciones de nuestros amigos, no es para todos.

          Cuídate

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