“El mundo es más homogéneo de lo que aparenta y, más aún, la conducta humana (también yo lo creo). Pero todos no somos iguales, ni nos comportamos de la misma manera (de eso estoy convencido)”. Si quieres saber si tú o yo hubiésemos actuado como tu compañero (el número cinco de tu tabla redonda), la respuesta es no. Siempre me he rebelado contra los que se aprovechan de los demás y utilizan su poder para denigrarlos y satisfacer sus deseos.
Te repugna que haya abusado sexualmente de una menor porque, como nos recuerda nuestro amigo Kant: “El hombre, y en general todo ser racional, existe como fin en sí mismo no como medio para usos cualesquiera de esta o aquella voluntad”, pero hay algo más, ¿verdad? Te resulta incomprensible que haya actuado así una persona que alardea de ser solidario con el género humano, que se vanagloria de ser progresista o de izquierdas -¿has olvidado que “en política…las palabras, las promesas y los juramentos no tienen ningún valor”, como nos recuerda nuestro amigo Bakunin?- y que presenta su perspectiva como la única verdadera. La hipocresía es el peor de los males.
Claro que has hecho bien denunciándolo. No se puede mirar siempre hacia otro lado. No importa lo que piensen los demás sino tú mismo. A ellos los ves unos minutos, a ti continuamente. La filosofía no puede evitar el golpe, pero si mitigarlo. Es como una coraza mental que te protege impidiendo que la herida sea profunda.
Imagina, por un momento, a los seres humanos sentados en la base de una pirámide. Si miras hacia arriba observarás que los lados se acercan, aunque no se cruzan (asíntota le llaman los matemáticos), uno de los lados representa lo que hacen, el otro lo que deberían hacer, el camino que la razón señala. Es decisión de cada uno permanecer donde la distancia es mayor, o ascender donde los lados se aproximan. La mayoría vive abajo. No seré yo el que los censure. Algunos, como el número cinco de tu tabla redonda, alardean de vivir en lo más alto. No los escuches, obsérvalos. Y, si lo que hacen no coincide con lo que deberían hacer, censúralos sin miedo porque son unos hipócritas. Viven como los de abajo, pero aparentan estar arriba.
Derecha e izquierda son flatus vocis carentes de significado. En nada se diferencian, ambos viven de idéntica manera. La excusa de que no piensan igual puede encubrir, pero no justificar las conductas. El que vocifera desde lo alto tiene que vivir como piensa, y si no que calle. Si juzgáramos a las personas por sus actos y no por sus palabras, conductas criminales como la de tu compañero no nos cogerían desprevenidos. Expertos demagogos saben que, mientras sus actos permanezcan ocultos, será fácil mantener el engaño. El problema, como le ha ocurrido al comensal número cinco, es que lo pillen in fraganti.
No hay espectáculo más decepcionante que contemplar a esos hipócritas medrar económica, social y políticamente. Al olor del poder, del dinero y de los privilegios se quitan la máscara. Proclaman que son progresistas, de izquierdas, defensores de los desheredados, de los que sufren injusticias tratando de ocultar entre enjambres de palabras que viven al contrario de como dicen que piensan. “Nos ocurre –comenta nuestro amigo Montaigne- lo que Tucídides dijo de las guerras civiles de su tiempo: que en favor de los vicios públicos se las bautizaba, por excusarlas, con palabras nuevas y suaves, bastardeando y mitigando sus verdaderos títulos”. Y no censuro la distancia sino la hipocresía.
Nada más humano que hacer lo contrario de lo que se dice y piensa porque, como advierte nuestro amigo Schopenhauer: “Lo que el hombre quiere real y principalmente, la tendencia íntima de su ser y el fin que, por consiguiente, persigue, es cosa que ninguna influencia externa ni enseñanza alguna pueden modificar”. Pero lo que es admisible a nivel privado no lo es a nivel público. No se puede predicar una cosa y hacer otra. Por eso gobiernan mejor los calificados de derecha, y el capitalismo ha sobrevivido tantas décadas. Quizás baste, como botón de muestra, el comentario de nuestro amigo Maquiavelo: “Los hombres olvidan más pronto la muerte del padre que la pérdida del patrimonio”, o simplemente mirar a tu alrededor o a ti mismo. ¿Sabes por qué todos los intentos por sustituir el capitalismo están condenados al fracaso? Porque, al ser antinaturales, acaban imitándolo, pero en beneficio de una minoría aún más reducida que mantiene sus privilegios a sangre y fuego, viviendo la mayoría peor que antes, como vaticinaba nuestro amigo Bakunin: “La dictadura revolucionaria y el estatismo…son igualmente reaccionarias, pues el resultado de una y otra es la afirmación directa e infalible de los privilegios políticos y económicos de la minoría dirigente y de la esclavitud política y económica de las masas del pueblo”, o sin tanta palabrería: “No son enemigos más que del poder actual, porque quieren ponerse en su lugar”. ¿Que si es más justo? ¿Es que los hombres lo son? Un sistema más racional forzosamente tendría que ser minoritario y, por supuesto, voluntario. Una isla, una granja o una casa serían sociedades más justas y libres, y aún serían mejor si cambiaran las personas (empezando por uno mismo) porque, aunque fugaz como todo lo humano, costaría menos sufrimientos.
¿Te ha dejado mal sabor de boca? Ahí van estas dulces palabras de nuestro amigo Bakunin: “Llegará el tiempo en que sobre las ruinas de los Estados políticos se fundará, en plena libertad y por la organización de abajo a arriba, la unión fraternal libre de las federaciones, abarcando sin ninguna distinción, como libres, los hombres de todas las lenguas y de todas las nacionalidades”. ¿No? Los versos de nuestro amigo el poeta son infalibles: “Cuando hubo arribado a aquella isla tan lejana, salió del violáceo ponto, saltó a tierra, prosiguió su camino hacia la vasta gruta donde moraba la ninfa de hermosas trenzas, y hallóla dentro. Ardía en el hogar un fuerte fuego, y el olor del hendible cedro y de la tuya, que en él se quemaban, difundíase por la isla hasta muy lejos; mientras ella cantando con voz hermosa, tejía en el interior con lanzadera de oro. Rodeando la gruta, había crecido una verde selva de chopos, álamos y cipreses olorosos, donde anidaban aves de luengas alas; búhos, gavilanes y cornejas marinas, que se ocupan de cosas del mar. Allí mismo, junto a la honda cueva, extendíase una viña floreciente, cargada de uvas, y cuatro fuentes manaban muy cerca una de la otra, dejando correr en varias direcciones sus aguas cristalinas. Veíanse en contorno verdes y amenos prados de violetas y apio; y, al llegar allí, hasta un inmortal se hubiese admirado, sintiendo que se le alegraba el corazón”.
¿El mar? Frío, de color verde oscuro y aguas transparentes. ¿Has notado que, cuando el cielo está cubierto de nubes, es cuando mejor se aprecian las formas y los colores de la naturaleza?
Cuídate