Epístola XXX

 

     ¿Te escandalizas de que, a comienzos del tercer milenio, continúen los seres humanos sufriendo, en nombre de Dios, los peores tormentos físicos y mentales? ¿Es que ignoras que las religiones monoteístas han sido, son y será el mayor peligro que se cierne sobre los hombres?

   Ya sé que las sharias atentan contra la dignidad humana: ablación, lapidación, amputación de pies y manos, y que el concepto cristiano de Dios, como afirma nuestro amigo Nietzsche, es uno de los conceptos más corrompidos de la divinidad que se han inventado sobre la tierra; quizás represente el nivel más bajo en la evolución descendente del tipo de los dioses. Dios, degenerado hasta ser la contradicción de la vida, en vez de su glorificación y su eterna afirmación”. Escucha a nuestro amigo Juliano que conoció a la bestia recién parida: “Imitáis la cólera y la crueldad de los judíos volcando los templos y los altares, y habéis degollado no sólo a los que de los nuestros permanecían en las creencias tradicionales, sino también, de los que padecen de vuestro mismo error, a los heréticos que no plañen el cadáver de la misma manera que vosotros”. Y, comprendiendo que sin tolerancia ni libertad de pensamiento la cultura griega desaparecería, añade: “Observad, pues, si en cada una de estas cosas no somos superiores a vosotros, me refiero a las artes, la sabiduría y la inteligencia”.

     Hoy, veinte siglos después, tal superioridad sigue intacta, y, como entonces, ambas religiones esclavizan a la humanidad, aunque el veneno que destilan no es igual de letal., ya sé que no habría suficiente papel en el mundo para anotar los crímenes cometidos por el cristianismo contra la libertad y la felicidad de los seres humanos, pero, aún así, tales espíritus libres existieron, y nos dejaron sus escritos, dibujos y pensamientos. ¿Cómo?, te preguntarás. Porque el cristianismo creció en el fértil suelo del logos griego, y nunca conseguirán por mucho que lo intenten eliminarlo del todo. El espíritu humano siempre resurgirá triunfante. Escucha sino, dieciocho siglos después, a nuestro amigo Holbach: “Todos los teólogos del mundo, cuando pintan a Dios, ¿acaso hacen otra cosa que pintarnos una gran quimera, sobre los rasgos del cual, cada uno se arregla a su modo, pues no existe sino en su propio cerebro? No hay dos individuos sobre la tierra que tengan, o puedan tener, las mismas ideas de su Dios”.

    El islam que nació y creció lejos de Grecia y Roma, no puede echar de menos lo que nunca ha probado. ¿Qué? La libertad y la autonomía de los seres humanos. El sabio Zarathustra siempre tendrá razón: “Si hubiera dioses ¿cómo toleraría yo no ser Dios?”, y el viejo Heráclito:Debemos saber que la guerra es común a todos y que la discordia es justicia y que todas las cosas se engendran de discordia y necesidad”.

     Ante el inevitable conflicto, ¿cómo nos protegeremos? Rodeándonos de sólidos muros. Y, ¿qué material más resistente que la libertad de pensar y expresar públicamente nuestros pensamientos? ¿Cuál? Que Dios es el invento más peligroso jamás creado. Volvamos a nuestras raíces. No permitamos que utilicen la libertad para eliminarla. Que los niños aprendan los versos de nuestro viejo amigo Homero: “Mas el aedo, pulsando la cítara, empezó a cantar hermosamente los amores de Ares y Afrodita, la de bella corona: cómo se unieron por vez primera en casa de Hefesto, y cómo aquel hizo muchos regalos e infamó el lecho marital del soberano dios, y se regocijen con los devaneos amorosos de los dioses olímpicos: “Cuando vio que Hefesto, el ilustre artífice se alejaba, fue al palacio de ese ínclito dios, ávido del amor de Citerea la de hermosa corona. Afrodita, recién venida de la casa de su padre, el prepotente Cronión, se hallaba sentada, y Ares entrando en el palacio, la tomó de la mano y le dijo: “Ven al lecho amada mía, y acostémonos, que ya Hefesto no está entre nosotros, pues partió sin duda a Lemnos”. Así se expresó y a ella parecióle grato acostarse. Metiéronse ambos en la cama, y se extendieron a su alrededor los lazos artificiosos del prudente Hefesto, de tal suerte que aquellos no podía moverse ni levantar ninguno de sus miembros y entonces comprendieron que no había medio de escapar”. “¿Sabes qué hicieron los inmortales?”Amenazarlos con el infierno. No. Recriminarles su conducta. Tampoco. Nada. No. “¿Entonces?”. Reír a carcajadas. “Detuviéronse los dioses, dadores de los bienes, en el umbral, y una risa inextinguible se alzó entre los bienaventurados númenes al ver el artificio del ingenioso Hefesto. Yahvé los habría expulsado del cielo; Alá eliminado. Los dioses griegos inventaron la risa, cristianos y musulmanes la idea de culpa y pecado. La religión es el opio del pensamiento.

      Que los jóvenes de Europa reciten los picantes versos de Marcial o Catulo:

     «Toda una noche poseí a una joven lujuriosa,
cuyas perversiones nadie puede superar.
Harto de mil posturas, le pedí lo que es propio de los muchachos:
antes de que empezara a rogárselo, me lo concedió por completo.
Algo más vergonzoso le pedí  entre risas y sonrojos:
me lo prometió, viciosa, al instante.
Pero conmigo no llegó a consumarlo: contigo lo hará, Ésquilo,
si estás dispuesto a aceptar que se trate de un favor recíproco»

     ¿Sabes cuál es el criterio para detectar el peligro? Pregúntate: si vencieran, ¿podríamos leer a Nietzsche, Freud, Marx y contemplar los cuerpos desnudos de la Capilla Sixtina? ¿El antídoto? Sumergirse en las aguas liberadoras del arte, la literatura y la filosofía de Grecia y Roma, en ningún sitio serás más libres: Homero, Fidias, Protágoras, Baquílides, Safo, Tucídides, Gorgias, Praxíteles, Zeuxis, Polígnoto, Séneca, Sófocles, Esquilo, Eurípides, Apeles, Lisipo, Horacio, Aristóteles, Ovidio, Plutarco, Herodóto, Tácito, Suetonio, Teognis, Epicuro, Cicerón, Lucrecio, Catulo, Pausanias, Juvenal, Marcial, Plutarco, Virgilio, Mirón, Parrasio, Calamis, Antifonte, Solón, Sócrates, Platón, Pirrón, Horacio, Arquíloco, Tito Livio, Terencio, Demócrito, Anaximandro, Píndaro, Aristófanes, Anaxágoras, Jenofonte, Teofrasto, Lisímaco, Arístides, Protógenes, Aulo Gelio, Calímaco, Demóstenes, Luciano, Sexto Empírico, Diógenes, Zenón y Montaigne. El día que olvidemos sus nombres será el fin de Europa.

     Cuídate

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