Epístola XXXI

 

     El Corán y la Biblia, la Biblia y el Corán son, como Castor y Pólux o como Ártemis y Apolo, hermanos gemelos, e igualmente peligrosos. Aléjate de ellos si quieres preservar tu libertad. Nuestro amigo Juliano, consciente del error que cometía la humanidad al sustituir los humanos dioses griegos por los profundos abismos de la naturaleza humana, escribe indignado: “Y lo más importante, Dios negó el gusto por la inteligencia, por encima de la cual nada hay más honroso en el hombre. Y concluye: “Porque si alguien quiere examinar la verdad respecto a vosotros, encontrará que vuestra impiedad es una mezcla de la audacia de los judíos y de la indiferencia y de  la vulgaridad de los gentiles. Pues habiendo tomado de ambos no lo más bello, sino lo peor, habéis hecho una franja bordada de males”. No, nuestro amigo el emperador no conoció el Islam. Pero lo que vale para uno vale también para el otro, pues ambos son hijos del mismo padre. Si lo dudas estas suras te convencerán:

     “Cuando encontréis a los que no creen golpead sus nucas
hasta que los hayáis desechos y ¡apretad fuerte las ligaduras!”

     ¿Sigues creyendo que el Islam es una religión respetuosa con los no creyentes? Escucha esta otra:

      “En cuanto a los que no creen -¡así perezcan todos- , de éstos
anulará sus obras! Y así ocurrirá por haber tenido aversión
hacia lo que Alá les ha revelado. Pero ¡él destruirá sus obras!”

     Peligroso, ¿verdad? Mucho. Todas la religiones lo son y, más aún, las excluyentes religiones monoteístas. Los pasionales dioses griegos y los autistas dioses de Epicuro que viven en los intermundos, son tan inocentes como el devenir, según afirma nuestro amigo Nietzsche. ¿Cómo nos defenderemos de tales monstruos? ¿Quién nos protegerá? La filosofía según nuestro amigo Voltaire:  “El único remedio que hay para curar esa enfermedad epidérmica es el espíritu filosófico”. Sé que muchos lo han intentado: Epicuro, Lucrecio, Holbach, Fuerbach, Marx, Nietzsche…Y que la batalla siempre ha quedado en tablas. Pero también que la libertad siempre ha vencido. “Vivimos como ciudadanos libres”, recuerda nuestro amigo Pericles a los ciudadanos de Atenas. Quizás algún día la ignorancia pueda ser vencida. ¿Cómo? ¿Cómo contrarrestar un arma tan mortífera? Ojalá fuera cuestión de tiempo, y no una ley de la naturaleza humana. La ignorancia ha sido, es y será la quinta columna que ha impedido, impide e impedirá vencer al enemigo.

     La Biblia y el Corán son hijo del mismo padre, pero de distintas madres. La Biblia creció en suelo griego, el Corán en el desierto. De Yahvé nos protege el logos, la cultura grecorromana. Pero de Alá, que nació en las estériles arenas del desierto dónde no hay árboles ni plantas que nos protejan, ¿cómo nos defenderemos? Volviendo a nuestras raíces. La libertad de los seres humanos, nuestra libertad está inexorablemente unida a Grecia y Roma, sólo bebiendo de su savia liberadora seremos libres. Sigamos el ejemplo de nuestro amigos Parménides:

     “Bienvenido seas, joven a quién acompaña las aurigas inmortales,
y a quien este carro trae hacia mi morada. Porque no es una suerte
funesta la que te hizo tomar este camino tan alejado de los caminos
frecuentados por los mortales, sino el amor a la justicia y a la verdad.
Es necesario que aprendas a conocerlo todo, tanto el inconmovible
corazón de la bien redonda verdad, como las opiniones de los hombres”

y Jenófanes:

     “Mas por lo que respecta a la verdad cierta, nadie la ha conocido,
ni la conocerá; ni acerca de los dioses
ni siquiera de todas las cosas de que hablo.
Y, aunque por casualidad expresase
la verdad perfecta, ni él mismo lo sabrías;
pues todo no es sino una maraña de sospechas»
.

   ¡Qué distintos del envidioso Dios que quería privarnos del conocimiento! Y que la humanidad haya preferido esas fábulas a estos bellos poemas, a  Alá y Yahvé en vez de a Parménides y Jenófanes.

     Los espíritus libres, sin embargo, airean sus invenciones, conscientes de que estamos felizmente solos, y que todas las respuestas religiosas, científicas o filosóficas son fruto de la imaginación humana, aunque los que sienten miedo de ser hombres temor de Dios lo llaman juzguen nuestras invenciones, como buenas o malas, como si tuvieran distinto origen. ¿Qué ser humano, que no estuviera orgulloso de serlo, afirmaría rotundo: “Debes resolver el problema discutido que acabo de exponer por medio de la razón? Construyamos en su honor un museo, con forma de cerebro, rodeado de salas unidas por túneles, donde poder contemplar, en tres dimensiones, las concepciones filosóficas de Heráclito, Hegel y Marx, los modelos astronómicos de Aristóteles, Kant y Einstein, físicos de Demócrito, Descartes y Newton, los poemas de Homero, la música de Bach, Mozart y Beethoven y, ¿por qué no?, las gestas de Baal, Yahvé, Alá, Zeus y Krisna, la pasión de Cristo y los misterios de Osiris y Dionisos. ¿No sería hermoso? ¿Encontrarías mejor alegato a favor de la soledad humana que ese museo del espíritu?

     Hoy he visto el ojo de Dios. Una franja de nubes raídas cubrió el sol escapando los rayos por los agujeros. La luz se abrió en abanico, primero en dirección al mar, más tarde a lo más alto del cielo, como los pétalos de una flor luminosa o las guedejas del cabello. El día había  transcurrido anodino, nada hacía presagiar que se retiraría con tan hermoso espectáculo. ¿Quieres también un cuadro? Creo que tengo lo que andas buscando: uno pintado a dos manos, las de nuestros amigos Apeles y Protógenes. Para abrir boca escucha a nuestro amigo Plinio, que pudo contemplarlo antes que fuera destruido por la mano incendiaria de Nerón: “Yo tuve ocasión de contemplarlo antes: de gran superficie, no contenía más que líneas que se escapaban a la vista; aparentemente vacío de contenido en comparación con las obras maestras de otros muchos, era por esto mismo objeto de atención y más famoso que cualquier otro”. Has leído bien, se trataba de un cuadro abstracto pintado en el siglo IV antes de Jesucristo y, como ves, admirado por el público de antaño tanto como hoy gozamos con las señoritas de Avigñon y los lienzos de nuestros amigos Miró y Kandinsky. ¿Qué he hecho? Cubrir el lienzo de rayas como si se tratara de la piel de una cebra. ¿Cómo ha quedado? Mejor escucha a nuestro amigo Plinio: “Es conocido lo que sucedió entre Protógenes  y él. Aquél vivía en Rodas y cuando Apeles desembarcó allí, deseando conocer la obra de éste, de quien tanto había oído hablar, no paró de buscar su taller. Protógenes se hallaba ausente, pero una vieja sola guardaba un cuadro de gran tamaño apoyado sobre el caballete. Ella le dijo que Protógenes estaba fuera y le preguntó a su vez: “¿Quién le digo que ha preguntado por él?”. “Esta persona”, dijo Apeles, y tomando un pincel trazó por el cuadro una línea de color sumamente fina. Al volver Protógenes, la vieja le contó lo que había pasado. Dicen que el artista, tan pronto como contempló la delicadeza de la línea, dijo: “Ha venido Apeles; ningún otro es capaz de producir algo tan acabado”. A continuación trazó él con otro color una línea aún más fina sobre la primera y al marcharse, ordenó que si aquél volvía, se la mostrara y añadiera que éste era a quien buscaba. Y así sucedió. Volvió Apeles y, enrojeciendo al verse superado, con un tercer color recorrió todo el cuadro con líneas de modo que no dejó ningún espacio para un trazo más fino. Protógenes, entonces, reconociéndose vencido, bajó presuroso hasta el puerto a buscar a su huésped y se complació en transmitir a la posteridad aquel cuadro tal como estaba, para la admiración de todos, pero especialmente de los artistas”. Y yo, cumpliendo sus deseos, transmito a la posteridad su historia para que puedan admirar con la imaginación tan hermoso lienzo. ¿La cita? De nuestro amigo Epicuro: “Nada es suficiente para quien lo suficiente es poco”. Con estos versos de nuestro amigo Jenófanes espero haber colmado todos tus deseos:

     “Los etíopes dicen que sus dioses son chatos y negros,
mientras que los tracios dicen que los suyos tienen ojos azules y son pelirrojos.
Con todo, si el ganado o las vacas o los caballos o los leones
tuviesen manos y pudiesen dibujar.
Y pudiesen esculpir como las personas, entonces los caballos dibujarían a su dioses
Como caballos, las vacas como vacas y todos ellos conformarían
los cuerpos de los dioses a semejanza, cada tipo, del suyo propio”

     Cuando te sientas rebasado por la estupidez humana o rodeado de necios, en la filosofía, encontrarás refugio.

      Cuídate

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