La Esfinge propuso a Edipo este enigma: ¿qué ser provisto de voz tiene cuatro patas, dos y tres? Y lo descifró. Yo te propongo el siguiente: ¿qué me ha impedido salir a pesar de no estar enfermo? Te daré algunas pistas: ventanas cubiertas de gotas, papeles revoloteando, puertas que se abren de repente. ¿Necesitas más o tienes suficientes indicios para saber de qué hablo? ¡El levante! ¡Claro! ¿Qué sino iba a retenerme dentro del faro? En recompensa compartiré contigo estos pensamientos pues, no está en mi mano, otorgarte la ciudad de Tebas. Según nuestro amigo Epicuro: “El placer es el principio y el fin de la vida feliz”. Pero aclara: “No nos referimos a los placeres de los disolutos sino al hecho de no sentir dolor en el cuerpo ni turbación en el alma”. Y añade: “En la supresión de todo tipo de dolor está el límite de la magnitud de los placeres”. (¿Por qué entonces la infinitud y la movilidad me resultan tan placenteras? ¿Tendría que llamar gozo al placer que siento cuando refugiado en el faro observo la polvareda de olas?).
Cuando comprendí que no podría salir, pensé en leer o dibujar. Pero, embrujado por el mar, permanecí toda la mañana contemplando, desde la ventana, cómo avanzaban las olas empujadas por el fuerte viento hasta estrellarse contra las rocas, como haces tú en la estación de las lluvias:“Cuando llueve contemplo desde el porche el espacio infinito”.
Hace dos años que te fuiste. El ciclo vuelve a empezar. De nuevo hablaremos de la ignorancia y su séquito: el dolor, el sufrimiento, la muerte, la envidia, la codicia, el mal, pero también de la sabiduría, la amistad y el placer.
Preguntas con ironía si Dios es una bella creación de la mente humana. Todas lo son, pero no en el mismo grado. Una estatua de nuestro amigo Praxíteles o un cuadro de nuestro amigo Lucien Freud son infinitamente más hermosos que cualquier página del Corán y la Biblia, aunque menos excitantes que los apasionados versos del Cantar de los Cantares: “¡Que me bese con los besos de su boca!…Mi amado es para mí bolsita de mirra cuando reposa entre mis pechos…Amado mío, ¡qué hermoso eres, qué delicioso!…Mi amado metió la mano por la cerradura de la puerta; ¡cómo se estremeció el corazón!”.
Te sorprende el efecto que tal creencia produce en algunos hombres, a mí pavor, pues como advierte nuestro amigo Voltaire: “En todos los tiempos sirvió la religión para perseguir a los hombres”. Comprendo que sientas admiración por personas que dedican su vida a los demás y que, con su colaboración desinteresada, hacen vuestro trabajo más gratificante. Pero ayudar a los demás no deja de ser una manera como otra cualquiera de ocupar el tiempo. Igual podrían hacer la revolución, proteger a las ballenas o hacerse rico. Por supuesto que soy consciente de la importancia histórica de tales creencias, también nuestro amigo Voltaire: “No deja de ser gracioso pensar que Lutero, Calvino y Zwinglio, escritores ilegibles, hayan fundado sectas que dividen a Europa; que el ignorante Mahoma haya dado una religión a Asia y África; y que, sin embargo, Newton, Clarke, Locke, Le Clerc, los más grandes filósofos y las mejores plumas de su tiempo, apenas hayan conseguido reunir pequeños grupos de prosélitos, que disminuyen poco a poco”. Pero si no existiese la religión habrían inventado otra cosa. Los seres humanos todo lo sacralizan.
No voy a eludir el problema si es lo que temes. La pregunta es: ¿existe Dioso o no? En realidad son dos, por tanto examinemos primero una y después otra. Pongamos ambas en la balanza, y que cada cual opte por la que más le agrade. “Que ésta sea tu opinión y ésta la mía”, como reza la antigua sentencia. Supongamos que Dios existe. A favor estaría la estética y el arte. Sólo el Juicio Final de Miguel Ángel o cualquier obra de Caravaggio compensan todos los aspectos negativos, sin olvidar las sentidas cantatas de nuestro amigo Juan Sebastián Bach. En contra, las preguntas sin respuesta que genera: si Dios existe, ¿qué sentido tiene la vida? ¿el mal? ¿la muerte? ¿el sufrimiento? ¿la finitud? ¿Por qué no se asoma desde el cielo y saluda cada mañana: «Buenos días, humanidad, portaos bien que os estaré observando?» ¿Por qué permite que se asesine en su nombre? ¿Por qué nos ha dado la capacidad de hacer el mal? ¿No habría sido mejor que nos hubiese programado para hacer el bien?
Afirmemos ahora lo contrario: Dios no existe. Entonces el mundo sería producto del azar, también nosotros y los demás seres, el resto, todo lo que no ha surgido de la naturaleza, creaciones de la mente humana: la Verdad, el Bien, la Belleza y, desde luego, Dios. ¿Cómo? ¿Quieres saber cómo? Según nuestro amigo Critias: “Como las leyes solamente privaban a los hombres de cometer acciones violentas en público, pero las cometían en secreto, es por eso, supongo yo, por lo que algún hombre de astuto y sabio pensar introdujo por primera vez el temor a los dioses, de manera que hubiese algún objeto de miedo para los malos si a escondidas hacían, decían o pensaban alguna cosa. Por esta razón fue introducida la divinidad que con su mente percibe y ve, lo piensa y domina todo”. Yo, sin embargo, prefiero la explicación de nuestro amigo Feuerbach: el ser humano crea la idea de Dios proyectando fuera de sí sus mejores cualidades como el amor, la bondad y la buena voluntad, en palabras de nuestro amigo Nietzsche: “El hombre no ha osado atribuirse a sí mismo sus momentos pletóricos y portentosos…considerando todo lo grande y potente como algo suprahumano, el hombre se ha empequeñecido a sí mismo, ha desdoblado las dos faces –una muy débil y pobre y otra muy fuerte y portentosa- en dos esferas separadas llamando a la primera hombre y a la segunda Dios”.
“¿No hay preguntas sin respuesta?”. No, ninguna. Si estamos solos y existimos por azar a nadie hay que rendir cuentas. “¿Por qué somos así?”. Por lo mismo que el sol sale por el este y se pone por el oeste o el verano sigue a la primavera. Simplemente es así, aunque podría haber sido de cualquier otra manera. “¿No es triste una vida sometida al azar, sin esperanzas?”. Al contrario, completamente satisfactoria. Valoraríamos la existencia, desde el dolor o la muerte hasta la conducta humana, en su justa medida, sin relación a nada ni a nadie, o al mismo hombre, en el peor de los casos, como propone nuestro amigo Protágoras: “El hombre es la medida de todas las cosas de las que son en cuanto que son y de las que no son en cuanto que no son”. “¿Y el sentido?”. Sin Dios puedes darle al mundo, a tu vida, el que desees o más te guste.
“¿Qué opinas sobre la diversidad de religiones? Porque la existencia o no de Dios no agota el tema”. Que deberían de parecerse lo más posible a su creador. ¿Hubieses preferido que Miguel Ángel y Praxíteles hubiesen esculpido seres de dos cabezas y ocho brazos en vez del David y el Diadumeno? Creo que el artista debe reflejarse en su obra, por eso prefiero la religión griega. El monoteísmo es una creación perversa porque se aleja tanto del modelo humano que parece que sus engendros son reales, como nos recuerda nuestro amigo Juliano: “Que dios negase el discernimiento de lo bueno y de lo malo a los hombres creados por él, ¿no es excesivamente absurdo? Además los rasgos que le han asignados como la venganza o el odio son deplorable…ese dios debe ser llamado envidioso porque, cuando vio que el hombre participaba de la inteligencia, para que no gustara del árbol de la vida…lo expulsó del paraíso”. La religión griega conserva el encanto de los seres que la inventaron, por eso ríen los dioses cuando el cornudo Hefesto pilla a su fogosa esposa retozando con el apuesto Marte y el libidinoso Zeus se metamorfosea en toro, lluvia y cisne para engañar a su esposa Hera.
«¿Y el arte? ¿No son más bellas esas alegres escenas que el dolor del crucificado?». El arte cristiano es triste y oscuro porque obliga al artista a pintar dentro de un sepulcro. El arte griego es vital, luminoso, humano. ¿Y toda esta diatriba es por quererme convertir no sólo en el hombre del tiempo sino también en el cronista de la villa? Sí, los romeros salieron a su hora para encontrarse con su Blanca Paloma. Desde mi islote no pude verlos, pero sí oí el cohete que anunciaba la salida. Ni siquiera mencionando a la Diana de Éfeso o la Atenea Lemnia de nuestro amigo Fidias conseguirás que contemple el espectáculo. Tendrás que hacerlo sólo. Ya que no puedo satisfacer tus deseos dejaré que lo haga nuestro viajero amigo Herodoto: “Va un gran número de personas de uno y otro sexo; algunas mujeres llevan crótalos y los hacen repicar; algunos hombres, por su parte, tocan la flauta durante todo el trayecto, mientras que el resto de las mujeres y los hombres cantan y tocan palmas y cuando llegan, celebran la fiesta y se consume más vino en esa fiesta que en todo el año. Y sin contar los niños, entre mujeres y hombres, se reúnen hasta setecientas mil personas”.
Cuídate