«Epicuro, Platón y Pitágoras (Marx, Nietzsche y demás filósofos, científicos y teólogos) dedicaron sus almas a invenciones que tuvieran una apariencia sutil y placentera (simples y fáciles de utilizar, diría yo) de modo que aun siendo falsas, se pudieran sostener contra opuestas proposiciones”, sostiene el escéptico Montaigne en uno de sus ensayos.
Es probable, porque los Átomos, las Ideas, los Números, el Modo de Producción y la Voluntad de Poder no pueden ser verdaderos al mismo tiempo, y el agón, la competitividad, el espíritu de victoria, “considerar como el mayor de los bienes tener más que otros”, “no conformarse con lo que tenemos, sino querer siempre más”, “regular nuestras acciones por el placer y el dolor”, “ser más amantes del dinero que dadivosos”, “devolver mal por mal o bien por bien”, “irritarse más cuando son tratados con injusticia que cuando son víctimas de la violencia”, “cambiar de opinión a medida que cambian las circunstancias”, “acomodar la memoria al azote que padece” son, en opinión de Aristóteles, Isócrates y Tucídides, inherentes a la naturaleza humana y a nuestras raíces:
“La tranquilidad es más duradera para aquellos hombres que practican la justicia ocupándose de su armamento, y que, con su actitud, dejan claro que, si sufren una agresión, no la tolerarán”, declara el historiador, y ratifica, dos mil quinientos años después, el secretario general de la OTAN: “Una defensa fuerte es el mejor modo de prevenir una guerra”.
Y si, en la antistrofa, el Coro de Bobos, Necios e Ignorantes atribuye al imperialismo, la burguesía y el cristianismo valores tan belicistas, antidemocráticos e insolidarios, recuérdale que para los inventores de la democracia:
“De las dos igualdades que se conocen, una la que asigna lo mismo a todos y otra la que da a cada uno lo conveniente, es más injusta la que iguala a los buenos y los malos, que la igualdad que premia y castiga a cada uno según sus méritos, eligiendo para cada empresa a los mejores y más capaces” porque, como advierte Heráclito: “Uno es como diez mil, con tal que sea el mejor”.
Y, si el coro les acusa de fascistas, retrógrados y reaccionarios, recítale estos versos:
“¡Desdichada! Siempre sospechas y no logro sustraerme de ti.
Mas siéntate en silencio y acata mi palabra
no sea que ni todos los dioses del Olimpo puedan socorrerte
cuando yo me acerque y te ponga encima mis inaferrables manos”.
Me gusta que le den a Isócrates, Platón, Aristóteles y al mismísimo Homero, una bofetada en mi cara, porque más de uno y de una, creyendo que Homero nació en Springfield en vez de en Quíos, y que amenaza a Marge en lugar de a Hera, tachará sus versos de machistas. El igualitarismo, la homogeneidad, el ostracismo, la discriminación positiva, el todos pueden son hijos de la sinrazón y la bobería. “Todos somos hijo de Dios”, y le creyeron. “El hombre ha nacido libre y en todas partes se halla entre cadenas”, y le creyeron. “Entre la sociedad capitalista y la sociedad comunista media el período de transformación revolucionaria de la primer a la segunda. A este período corresponde también un período político de transición, cuyo Estado no puede ser otro que la dictadura revolucionaria del proletariado”, y le creyeron.
Quizá la verdad sea como el universo que la “vemos como es porque existimos”, aunque no sepamos cómo, ni dónde buscarla. Porque si distinguiéramos lo verdadero de lo falso, con la misma claridad que lo doloroso y lo placentero, no seguiríamos a ciegas y dando tumbos desde hace un millón de años. Claro que si supiéramos cómo es, una o múltiple, y dónde encontrarla, en el cielo, en las entrañas de la tierra, en las profundidades del alma o en la piel del cuerpo, no habríamos abandonado la seguridad de la sabana para deambular por mares, ríos y montañas, ni yo asistiría embobado a su caza y captura por griegos, romanos y cristianos, ni escribiría estas cartas porque, ¿quién busca lo que posee?
O quizá sea como “el placer y la felicidad, de naturaleza negativa”. Y, así como “el sabio no persigue el placer sino la ausencia del dolor”, no deberíamos buscar una explicación única, absoluta y excluyente sino el mayor número posible para elegir una u otra según la utilidad, el estado de ánimo y el momento. Porque sabemos por experiencia que ninguna es verdadera, aunque demostrarlo no dependa de nosotros sino del tiempo. Podríamos, por ejemplo, utilizar el “Origen de las especies” para sentirnos unidos a la naturaleza y la Biblia por estética, ¿o hubieses preferido que Miguel Ángel dibujase a homínidos encaramados a los árboles en lugar de la mano de Dios creando al hombre de la nada?, El Capital para sentirnos omnipotentes, y a Tácito, Tucídides y Homero para no olvidar que “la necedad, la bajeza, la malicia y la maldad más profunda” conforman individuos, clases y especie, las Vidas de Plutarco, los Ensayos de Montaigne y las Epístolas de Séneca para conocer la naturaleza humana, o simplemente leer a Heródoto si, como asegura Schopenhauer, “el que lo ha leído, ha leído bastante historia”. Y, si no tienes a mano sus nueve libros, elige un período cualquier y cambia los nombres, Guerra del Peloponeso por Primera Guerra Mundial, Temístocles por Churchill, Corinto por Munich. Porque, siendo la naturaleza humana una y la misma para todos, de idéntica manera se comportarán los griegos en el siglo V a. de C, alemanes, ingleses, franceses, rusos y españoles en el XX d. de C. y las generaciones venideras.
¿Elegir? ¿Para qué? Si “una misma naturaleza rige el curso de unas cosas y otras, juzgando lo bastante el presente –arguye Montaigne- podremos asimismo juzgar el pasado y el futuro”, ¿o no recomienda Aristóteles a Nicómaco empezar por lo más conocido? ¿Para qué? Para “mantener la serenidad de espíritu”. Porque si “la Verdad es una cosa inexistente”, como muestran la experiencia, el tiempo, y argumentan los pirrónicos, podemos “exponer sin dogmatismos” nuestro parecer, conscientes de que no es la justicia ni el bien sino la manera de ser es la que guía nuestra conducta. ¿O creías que es por convicción por lo que “unos dicen que han encontrado la verdad, otros declaran que no es posible y otros siguen investigando”? Ni la perruna búsqueda de la verdad, ni gozar de la existencia con moderación, pesar y desmesura son consustanciales a la especie sino al carácter. ¿O crees que si pudiéramos contemplar al unísono nuestra doble naturaleza, animal y humana, aceptaríamos gustosos que nacemos y morimos, y todo lo demás son sueños y ficciones?
Algunos quizá, Epicuro, Demócrito y Empédocles, ni se lo plantearían, porque si
“no existe nacimiento de ninguno de los seres mortales,
ni tampoco un fin en la funesta muerte
sino que solo la mezcla y el intercambio de lo mezclado existen
y esto es llamado nacimiento por los hombres”,
entonces la muerte no sería un problema. Y, si no hay problema, tampoco conciencia, y, si no hay conciencia, tampoco dolor…..Anticiparse a los acontecimientos, ¡ingeniosa estrategia para no sufrir!, ¿o no fue así como Fabio Máximo y Alejandro vencieron a los bárbaros? Y lamenta Nietzsche que sus admirados griegos consideren “la conciencia como el estado elevado, como el estado superior, como la condición de la perfección, mientras que, en realidad, lo contrario es lo verdadero”. Verdadero no sé, eficaz sin duda. ¿O no es la inconsciencia lo que envidiamos de animales y niños? ¡La docta ignorancia! Demasiado esfuerzo para llegar al mismo puerto, ¿no te parece? Morir es un hecho y los hechos son inmutables, la sabiduría y la ignorancia perspectivas que modifican la percepción, no las cosas. Lo sepamos o no, moriremos.
“Cuando oigo, comenta Montaigne, a los arquitectos emplear palabras grandilocuentes como pilastras, arquitrabes, cornisas y estilo corintio y dórico, en el acto mi imaginación me lleva al palacio de Apolidón, y luego vengo a descubrir que son las piezas más villanas de la puerta de la cocina”. A mí me sucede igual con Aristóteles, Epicuro, Zenón, Marx y Nietzsche. Cuando hablan de eudaimonía, ataraxia, apatía, comunismo y voluntad de poder, imagino deslumbrantes hallazgos, caminos nunca hollados, alciónicas alturas hasta que comprendo que están hablando de sí mismos. Nietzsche lo niega: “Una cosa soy yo, otra cosa son mis escritos”, Montaigne asiente: “Tanto he hecho yo a mi libro como mi libro me ha hecho a mí”, y yo porque ¿cómo podemos hablar de lo que ignoramos? ¿Cómo? Supliendo con la intuición nuestra leve razón y escasa experiencia. ¿O crees que si habláramos sólo de lo que sabemos podría Jesús predicar el reino de los Cielos, Zarathustra el eterno retorno, Marx el comunismo y yo escribir estas cartas? Razón e imaginación son consubstanciales a la especie, los excesos al carácter. ¿O no fue la manera de ser la que condenó a Sócrates?
No debemos, sin embargo, magnificar la ignorancia, ni identificar inconsciencia con felicidad, tampoco evitar el sufrimiento si, soportándolo, obtenemos un placer mayor, porque si rehuimos los problemas, ¿cómo iba imaginar Niayesh Afshordi que vivimos dentro de un universo de cuatro dimensiones, Marx, Nietzsche, Platón soñar con una sociedad ideal, con un hombre nuevo y con una realidad racional, y tu y yo fantasear sobre la doble naturaleza humana y animal? Desengáñate. Nadie busca lo que cree conocer. “Por lo que saben los físicos de la singularidad, comenta el astrofísico canadiense, podrían haber salido dragones”.
Dragones, paraísos, comunismo, eterno retorno, Bien en sí…..¡Qué más da! Si sabemos por experiencia que nuestras predicciones jamás se cumplen: dijeron que vendría el Mesías y seguimos esperando, que el Paraíso cubriría la tierra y seguimos esperando, que la religión desaparecerían y seguimos esperando, que el progreso nos haría mejores y, a pesar de estar siempre en el mismo punto, seguimos creyéndolo. Además si la bondad de los antídotos depende del carácter, la prevención será una opción más, como el cristianismo, el marxismo, la bobería y el buenísimo, porque prever los peligros es tan razonable como la virtud, el placer, la ignorancia, la duda y encogerse de hombros…..Prevenir en vez de curar, ¡astuta conducta!, ¿no te parece?
La mayoría, sin embargo, creerá que la auténtica vida comienza con la muerte, como Jesús, que, creyendo que morir es vivir, promete al buen ladrón que “mañana estará en el paraíso”. Aunque no todos lo tengan tan claro. Heráclito, por ejemplo, piensa que “muerte es todo lo que vemos cuando estamos despiertos”. Y Eurípides duda:
¿Quién sabe si lo que llaman vida
es muerte y lo que llaman muerte vida?
¿Quién? ¡Todos cuando despertamos! Habría gritado desde las gradas del teatro Dioniso. ¿Diógenes?, ¿qué habría hecho Diógenes?, como Lázaro, levantarse: “Contra el que decía que el movimiento no existe, se levantó y echó a andar”, ¿Marx?, como Diógenes: “Si puede o no hablarse de verdad objetiva no es un problema teórico, sino práctico”…..Jugar con las palabras, ¡curiosa manera de entretenerse!
Otros argumentarán que la auténtica realidad no es la que vemos sino la que pensamos. Parménides, por ejemplo, asegura que “no podemos pensar lo que no es”, Platón que “hay muchas cosas bellas y muchas buenas y también lo bello en sí y el bien en sí, las cosas múltiples son objeto de los sentidos, las ideas del espíritu”, o sea que la bizquera, o diplopía, es ley de la naturaleza, no una convicción, aunque en el fondo es lo mismo, ¿o no llamamos verdad a nuestras creencias? Pero si “lo pensado es una ficción”, como intuye Nietzsche, nuestros pensamientos, serán útiles, no verdaderos. ¿Útiles? Sí, para charlar, pensar, soñar, opinar, imaginar, jugar, incluso reír y bostezar, en fin para pasar el tiempo de la manera más agradable posible. ¿O no es haciendo lo que nos gusta como somos felices?
Los más científicos, sin embargo, afirmarán que percibimos la realidad distorsionada por las creencias, el modo de producción y la clase social. “En la ideología los hombres y sus circunstancias aparecen invertidos como en una cámara oscura”, pontifica Marx. Pero no te preocupes, para evitar la aberración basta con creerle, seguir sus huellas o, como proclama Nietzsche, “decir sí a la vida sin reservas, aun al sufrimiento, aun a la culpa, aun a todo lo problemático y extraño de la existencia”. No conviene, sin embargo, confundir lo percibido con los sentimientos que provocan. A la vida pertenecen el dolor, la enfermedad, la vejez y la muerte; a la manera de ser, las alabanzas, la afirmación, la aceptación incluso la euforia. “El dolor, asegura, no es una objeción contra la vida”, o sea que hay que resignarse, pero no, como Job, con humildad y paciencia, sino, como Posidonio, plantándole cara: “¡No consigues nada, dolor! Por muy molesto que seas, nunca admitiré que eres un mal!”. ¡Cómo si el umbral del dolor dependiera de la voluntad y no del ADN!
Me pregunto si la afirmación dionisíaca de la vida no será la versión renovada de la resignación estoica y cristiana, y el comunismo, el Bien en sí y la transmutación de los valores proyecciones del sujeto. Porque si el carácter fuera como la naturaleza humana, uno y el mismo para todos, sabios e ignorantes, burgueses y proletarios, santos y pecadores verían el mundo de idéntica manera. Es curioso que, no necesitando ninguna verdad, ningún más allá y ningún ideal que justifiquen la existencia, escuche con placer sus opiniones. Quizá la diversidad no sea una cualidad de la naturaleza sino del sujeto. Y los diferentes puntos de vista no reflejen la riqueza de la realidad, sino la manera de ser de los observadores que, cuando aseguran haber descubierto la verdad, están descubriéndose a sí mismos. Nietzsche discrepa: “No nos conocemos a nosotros mismos, nosotros los conocedores”. Quizá le sucede como Sócrates que conocer y manera de ser coinciden. Y, si no coincidieran, no importaría, sustituyendo la verdad por el juego, la razón por la imaginación, los dogmas y la fe por la crítica y la libertad, podemos elegir la opción que más nos guste: conocerse, ignorarse, escudriñarse y seguir el hilo de sus imaginaciones con una copa de vino en la mano.
¿Engañarnos? No creo, la doblez, el engaño y la mentira son inherentes a la especie, pero también la creatividad, ¿o conocer no es imaginar? Y aunque no dudo de su eficacia –embellecer, deformar, moralizar la realidad es consustancial a la naturaleza humana-, no hay que confundir la realidad con nuestras interpretaciones, la naturaleza está ahí, a la vista, ante nuestros ojos, Ideas, noumeno, lucha de clases, voluntad y demás palabras las inventamos. Y, que haya que “seguir la naturaleza como si fuera un dios, y obedecerla”, no significa que tengamos que limitarnos a trepar, cavar y caminar, no es natural rechazar la prudencia, la inteligencia, la astucia y demás dones que la naturaleza nos ha dado ¿o es que los leones, las zarzas, los toros y los calamares dejan de utilizar las garras, las espinas, los cuernos y la tinta porque vayan a ser devorados? La creatividad es tan natural como los rugidos, el sueño y el canto, y necesaria, porque limitarse a comer, beber y reproducirse no forma parte de mi carácter.
Así que sitúate a 20 metros sobre el nivel del mar, a 36º 35 41 del Ecuador y 6º 13 38 de Greenwich. Ya me encargaré yo del atardecer, el color, las palabras…..y del lienzo. ¿Hojear la Biblioteca de Apolodoro o la Historia Natural de Plinio? ¿Para qué? La imaginación gobierna la religión, la filosofía y la ciencia, los sentidos el arte. Así que dejemos los mitos y la Ilíada para otra ocasión y centrémonos en la Biblia y los Evangelios. ¿Cuál? La Inmaculada, la Anunciación, la Natividad, la Asunción o cualquier misterio gozoso, luminoso, doloroso y glorioso de la vida y muerte de Jesús y la Virgen. Porque es la belleza la que guía mis ojos y mis pensamientos, y la belleza no requiere fe ni verdad, ni siquiera imaginación, sólo sentidos y vivencias, ¿o crees que el Expolio, la incredulidad de Santo Tomás o el Santo Entierro provocan en todos los mismos sentimientos? Juzga tú mismo.
Primer boceto: atardecer barroco. A un lado, la Anunciación, al otro la bahía. Observa el torrente de luz que envuelve la piel blanquecina del ángel, el rostro y las manos de María, dejando la habitación oscuras. E imagina una tarde gris de cielo neblinoso, el mar tiritando, pero en calma, por el oeste, un brazo de niebla blanquecina deslizándose por la superficie, por el este, cerrando el círculo, espesas nubes grises aprisionando la silueta de Cádiz sobre un fondo brumoso. De repente, ¡milagro! Las columnas se detienen: una, en las Puertas de Tierra, la otra, en las murallas de la Alameda, quedando la bahía en quietud y penumbra.
Blanco, gris y negro, fríos, demasiado fríos, ¿no te parece? La luz invernal de la bahía no es tan sombría. ¿Entonces? Probemos con Fray Angélico, quizá un poco color suavice los estridentes claroscuros de Caravaggio.
Segundo boceto: atardecer renacentista. A un lado, el Edén, al otro la bahía. Observa la calma, el equilibrio, la armonía de la luz que envuelve las flores, los árboles frutales, las alas doradas del arcángel, y el blanco, rojo y azul del rostro, la túnica y el manto de María. E imagina, en esa dulce quietud, dos lunas, una rosa que desciende, otra blanca que se eleva, por el oeste, un sol rosáceo sobre tres franjas, azul, dorada y celeste, por el este, una franja oscura, en el zenit, la luna.
Rosa, celeste, azul, rojo, dorado, demasiada armonía, ¿no te parece? La luz de la bahía no es tan contenida. La luz de la bahía es exuberante, cegadora, más barroca que renacentista. Quizá algo intermedio, el Greco por ejemplo, si, como asegura Aristóteles, “la virtud tiende al término medio”. Pero no esperes demasiado, la manera de ser y la conciencia no siempre van de la mano y, menos aún, la realidad y el deseo.
Tercer boceto: atardecer manierista. A un lado, la bahía, al otro, el arcángel Gabriel y la Virgen María. Pero, esta vez, no tendrás que observar cómo la luz serpentea entre nubes, alas y cestos, ni cerrar los ojo, con los tonos cálidos, fríos y neutros de María, el ángel, el Espíritu Santo y el coro de querubines podrás imaginar el atardecer que más te guste, incluso inventar uno, alargando, espiritualizando formas y acentuando colores, por el este, recargando nubes, por el oeste, aligerándolas con estrechas aberturas que el sol ribetea de bronce, plata y oro.
Cuídate