Carta Griega XXV

 

     Aseguran sabios griegos, romanos y cristianos que la felicidad es de carácter negativo, también el bien y la salud, si es que son cosas distintas, y que basta con la experiencia para saber qué alimentos, bebidas, actividades y conductas nos benefician y cuales nos perjudican, o sea qué es lo bueno y lo malo. Yo no estaría tan seguro porque si, a Montaigne y a mí, la enfermedad nos paraliza, sin salud no somos nada, a Nietzsche, sin embargo, le enardece, cuanto más agudo es el dolor más creativa es su mente y, a ti, te rejuvenece si, como aseguras, aprovechas la cama para nuevos proyectos.

     “He terminado de revisar y puntuar “Límite de la sombra”, e intento dar forma a otro libro con lo que he ido escribiendo. Parece que he recuperado el placer (o la necesidad) de escribir”, confiesas en tu carta, como si escribir no fuera para ti tan placentero y necesario como comer y beber cuando tienes sed y hambre, y para Cicerón, según comenta en De finibus: “Si cuando escribo me deleito, ¿quién puede haber tan envidioso que me lo impida?”. Nadie, si hacer el mal por el mal no fuera inherente a la naturaleza humana, aunque la cantidad de maldad dependa de la manera de ser y del momento. ¿O, de haber nacido en los años treinta, no habríamos gritado: Heil, Hitler o Salud, camarada Stalin? Las circunstancias bandean la conducta como el clinamen la trayectoria de los átomos.

     Tampoco creo que baste con saber “qué cosas le convienen a uno y cuáles no”, porque la felicidad depende más de la voluntad que de la conciencia. ¿O crees que basta con saber para querer? Sócrates lo creía. Lo sé, pero Aristóteles lo negaba, también yo, ¿o has olvidado que sobre cualquier cuestión: el dolor, el placer, la justicia, la guerra, la paz, el cosmos, Dios se pueden aducir razones contrarias? Y si caes en el error de creer que tu opción es la única verdadera, recuerda que todos los necios piensan lo mismo. Pero, “nadie obra contra lo mejor a sabiendas”. Quizá, pero no por ignorancia, sino porque la manera de ser guía la conducta, aunque el bien elegido dependa de la época. ¿O crees que somos solidarios, feministas, pacifistas, tolerantes y caritativos por naturaleza? El tiempo moldea el gusto con mano férrea.

    Pero “sería absurdo que existiendo el conocimiento, otra cosa nos dominara y arrastrara”. ¿Por qué? ¿Acaso crees que “es lo mismo ser pensado y ser”, que “el orden y conexión de las ideas es el mismo que el orden y conexión de las cosas”, que “todo lo real es racional”, en fin que la naturaleza es creación nuestra? Desengáñate, mientras los seres humanos deambulen por la faz de la tierra habrá amos y esclavos porque, si la virtud y el sentido común fueran innatos, al saber lo que nos conviene nos guiaríamos por nosotros mismos. Pero sabemos por experiencia que la autonomía no forma parte de la naturaleza sino del carácter, tampoco la libertad, porque si, después de vencer a los bárbaros, a los turcos y al fascismo, escondemos el rabo entre las piernas, es porque la idiosincracia depende de las circunstancias.

     Y si creemos que “los pueblos educados en la libertad y hechos a mandarse a sí mismos encuentran monstruosa y antinatural toda otra política”, dicho filosóficamente, que hay una esencia o espíritu de los pueblos que permanece inalterable a lo largo del tiempo, es porque, a corta distancia, naturaleza y costumbre se confunden. Pero como no recordamos, inventamos, la imagen creada, tarde o temprano, dejará de coincidir con la experiencia, quedando el engaño al descubierto. La historia no es mensajera de la verdad como imaginaban griegos y romanos, ni una ciencia exacta como suponía Marx. La historia es creadora de ficciones que refuerzan costumbres y creencias. ¿O crees que “La guerra civil en Francia” es menos literaria que “El Mío Cid” o “El Cantar de los cantares”?

     Y es una convicción, no una verdad o evidencia. Me gusta que la imaginación vuele cómo y por dónde quiera, porque, por muy elevadas que sean las palabras, no dejan de ser el polvo que los hechos levantan. ¿O crees que, si la educación, el saber y la genética pudieran hacernos mejores, estaría dialogando con una retahíla de muertos, aunque sean griegos y romanos? La fe podrá mover montañas, pero no domeñar la naturaleza humana. Somos y seremos siempre exactamente los mismos. Al menos esa letanía repite una y otra vez el autor de estas cartas. Principio de Aquiles lo llama, porque así como Aquiles no alcanza la tortuga porque, en realidad, no se mueve, la humanidad tampoco vivirá nunca en libertad, igualdad y fraternidad porque la naturaleza humana es y será siempre la misma. Y, no hace falta “imaginar, como propone Nietzsche, a un hombre de ochenta mil años” para dilucidar si su carácter es o no “absolutamente variable” porque tal ser existe, aunque le llamemos Historia, Generación y Especie en lugar de Juan, Antonio y Pedro.

     Además si el tiempo, la educación y el saber pudieran parir hombres nuevos, superiores, distintos, no nos estaríamos preguntando cómo las mismas manos, que interpretaban a Bach, Mozart y Beethoven, podían, instantes después, gasear a miles de niños, mujeres y hombres, cómo los adalides de la justicia y libertad pudieron cubrir Europa, Asia y América de gulags y dictaduras y cómo, educados en la tolerancia y la igualdad, pueden, en nombre de Alá, mutilar y degollar a infieles y creyentes. ¿Cómo? No hay que ser Edipo para desentrañar el misterio. Porque, bajo cualquier melodía, ideal y rezo, se oculta un ser humano, y los seres humanos actúan y actuarán siempre de idéntica manera. Podemos imaginar, edulcorar, disfrazar, pero no modificar la naturaleza humana, que es y será siempre exactamente la misma.

     Quizá haya llegado el momento de agradecer a Platón, al cristianismo y demás sucedáneos: anarquismo, marxismo, leninismo y populismo haber “fingido mentirosamente un mundo ideal” como les recrimina Nietzsche. Porque si no creyéramos que otro mundo es posible, dicho filosóficamente que existe “un mundo verdadero” y “otro aparente”, ni Mateo, Juan, Marcos y Lucas habrían escrito los Evangelios ni Marx el Manifiesto Comunista, ni él Así habló Zarathustra. No deberían, sin embargo, llamarlo aparente, valle de lágrimas, capitalismo y dionisíaco sino humano porque dudo que algún griego, romano y cristiano cambiase Cádiz, Roma y Atenas por el Paraíso, el Sentido de la Tierra y las Islas de los Bienaventurados. ¿O crees que en el Más Allá los atardeceres serán tan bellos como en el Foro, los Propileos y la Caleta? Aunque, en el fondo, da lo mismo, porque, por mucho que repitamos que otro mundo es posible, lo dejaremos igual que lo encontramos, a no ser que devenir y progreso signifiquen lo mismo.

     Y si algún creyente afirma lo contrario es porque en la mente, como en la naturaleza, se hallan todas las opciones posibles: libreesclavo, paganocristiano, machistafeminista, facistacomunista, aunque la elección dependa de la manera de ser, y del azar que triunfe una u otra. ¿O crees que Orfeo, Pitágoras y Platón eran menos cristianos que Jesús, Pedro y Pablo? Aunque, en el fondo da lo mismo, porque creamos en una, dos o múltiples realidades, sacrificar el presente en aras del futuro es inherente a la naturaleza humana. No deberíamos, sin embargo, desearlo con tanta vehemencia porque la llegada del Mesías, el Superhombre y el Comunismo dependen del azar, y el azar es incierto e impredecible. Y si algunos creen que Dios, la Voluntad de poder y la Lucha de clases rigen el curso de la historia es por la manera de ser, o sea porque están convencidos de antemano, no porque Jesús, Nietzsche y Marx sean más persuasivos y sus argumentos más convincentes, aunque Eutidemo y Dionisodoro aseguren lo contrario.

      -Respondedme, ¿sois capaces de convertir en hombres de bien sólo a los que están convencidos o también os atrevéis con los que aún no lo están?

     -Nosotros, Sócrates, nos consideramos capaces de enseñar la virtud,

     -¡Oh, Zeus, qué estáis diciendo! ¿Cómo habéis logrado ese prodigio?

     Sí, ¿cómo? También a mí me gustaría saberlo, porque conocerse depende del carácter, y la genética del azar, en otras palabras, la predisposición es inherente a la naturaleza humana, que se incline a la filosofía, la religión o al sexo, a la manera de ser. ¿O crees que, si la conducta fuera aprendida, sería Catón esclavo de la virtud, Sócrates de la razón, tú de la poesía y yo de estas cartas?

      Y, si Tiberio asegura que basta con “haber vivido veinte años para saber que nos conviene o no”, se equivoca porque la mayoría muere sin saberlo…..¡Cuantificar el consejo del dios! Y luego nos asombramos que “el libro de la naturaleza esté escrito en lenguaje matemático”, ¡cómo si la mente fuera un espejo que reflejara el apeiron, los números, los átomos, las homeomerías o los cuatro elementos! No percibimos la realidad como es, sino como somos, ni “a los hombres y sus circunstancias” invertidos como en una cámara oscura por culpa del capitalismo, sino por pertenecer a la especie humana. Alterar, deformar, desvirtuar, embellecer, edulcorar la realidad, es inherente a la naturaleza no al modo de producción, la manera de ser y la ideología religiosa.

     Lo que no debería sorprendernos, jugar a ser Dios es para la mayoría sumamente placentero, para mí, no, porque, por mi manera de ser, no me siento alienado como especula Marx en los Manuscritos: “Presupuesta la propiedad privada mi individualidad se haya extrañada hasta tal punto, que el trabajo me resulta odioso, un suplicio”. El suyo quizá, aunque dudo que escrutando las entrañas del capitalismo se sintiera enajenado, el mío, en absoluto, porque haya o no propiedad privada, viva en el paraíso o en un valle de lágrimas, cuando escribo, leo y paseo me siento feliz y a gusto. Confundir la naturaleza humana con la manera de ser no forma parte de mi carácter, la fantasía sí, me gusta imaginar que estamos compuestos de cuerpoalma, claseindividuo, yoello, manera de sernaturaleza humana. Al menos de palabra, porque dudo que seamos tan ingenuos e ignorantes como para atribuirnos cualidades que no poseemos, ni tan ciegos y cobardes como pretende Nietzsche: “El error –asegura– no es ceguera, el error es cobardía”. ¡Cómo si fantasear no fuera más placentero que describirse tal cual, sin añadidos ni mentiras! No siempre somos tan retorcidos como imaginamos.

     Sorprende, sin embargo, que, estando la salud y la felicidad al alcance de la mano, desoigamos los consejos de la naturaleza, como lamentan Epicuro y sus discípulos. “Me llenó de gozo y de confianza el haber aprendido de Epicuro a gozar correctamente del vientre”, confiesa agradecido Metrodoro. Claro que para saber “que hay que comer y beber sin daño para el vientre y con agrado” dicho filosóficamente que “El bien es evitar el mal” no necesitaba ingresar en el Jardín, hubiese bastado con observarse a sí mismo, filosóficamente, quizá, porque la abstracción es tan subjetiva como la experiencia. Aunque Marx opine lo contrario: “Partimos de premisas reales de las que sólo es posible hacer abstracción por vía imaginativa”. ¡Cómo si al percibir y abstraer dejáramos de ser nosotros mismos! ¿Epicuro? ¿También quieres oír al maestro? “Reboso de placer en el cuerpo cuando dispongo de pan y agua, y escupo sobre los costosos placeres del lujo, no por ellos mismos, sino por las molestias que les acompañan”. Y, si eres amante de los enigmas, escucha al fiel Lucrecio:

     “¿Nadie ve que la Naturaleza no reclama
otra cosa sino un cuerpo exento de dolor,
y una mente alegre, libre de terrores e inquietudes?”

     ¡Claro que lo ven! Pero la conducta no depende de vista sino la manera de ser, la pregunta y las alabanzas, también, ¿o crees que sintiendo innata aversión a toda autoridad espiritual, moral y física, llamaría a Epicuro, Marx y Jesús “padre, mente divina, descubridor de la verdad”?, ¿qué Nietzsche alabaría el dolor si no fuera de constitución enfermiza?, ¿o qué Miguel Ángel preguntaría:

     “Dime, por Dios, Amor si estos mis ojos
de veras ven la belleza a la que aspiro
o va dentro de mí”,

si no supiera la respuesta? Y si Lucrecio pensaba que llamando a su manera de ser Naturaleza, y Nietzsche Dioniso a la suya serían más creíbles, se equivocan. No es la religión, la filosofía y la ciencia sino la manera de ser la que determina la conducta. ¿O crees que siendo la luz para Homero, el cuerpo para Miguel Ángel, y la belleza para mí el bien supremo desearíamos una vida distinta? Juzga tú mismo.

      Un sol egipcio, rígido, metálico,
lasca extraída de una mastaba,
tallado en los intangibles muros del universo,
expande su luz dorada.

     Las gaviotas arquean sus alas
arrastradas por sólidos hilos,
sigilosas nubes bordean caminos
y un mar de móvil belleza.

      Descalzo por la orilla
se enreda entre mis pies la espuma,
tenue orla de luna llena.

     Una felicidad profunda
invade mis pensamientos,
como la oscura luz que abraza la Tierra,
cuando el sol huye entre sábanas blancas.

     Siento entonces que el infinito
acompasa la respiración de mi cuerpo
y mis ojos, como estrellas,
despiden su luz intensamente.

     No sé si el sol, la luz y el mar son apolíneos, y sentirse parte del todo dionisíaco, ni si “la existencia y el mundo sólo pueden justificarse como fenómeno estético” como especula Nietzsche, tampoco creo que lo necesiten, el mundo está ahí, a nuestro lado y la vida se vive sin más y, aunque lo consiguieras, de nada serviría, pues, los justifiques o no, la vida seguirá siendo ciega, sorda y muda. Pero sí sé que “confundirse con el cielo, con el sol, con la luna, con las huidizas nubes como si formase parte de ellos”, como desea Walt, “escarbar y minar la tierra” como ansía Miguel, sumergirse en la “unidad originaria” como sueña Nietzsche y sentir que el infinito acompasa mi respiración son sensaciones, sentimientos, no añoranzas ni deseo de trascender. Pero, ¡por la manera de ser!, no por ser dionisíacos. ¿O crees que vivo sin finalidades ni trascendencia por intuición, reducción al absurdo o por imitar a griegos y romanos? ¿Que Jesús, Marx y Platón ansiaban un paraíso en lugar de un valle de lágrimas, camaradas en lugar de individuos y un cielo luminoso en lugar de una caverna, para liberar a la humanidad de la explotación, la ignorancia y el pecado? Quizá deberíamos desandar el camino, aprendiendo de la naturaleza no de los hombres, buscando la belleza no la verdad, gozando del presente no del futuro, en fin elevando la filosofía al cielo del que la bajó Sócrates. ¿Para qué? Para vivir tranquilo y a gusto. ¿O no es lo que todos ansiamos?

     Ser feliz, quizá, vivir tranquilo y a gusto, lo dudo, porque la felicidad depende de la manera de ser, y hay tantas como “luminarias en el cielo”. Aristóteles, por ejemplo, pensaba que “el fin es la felicidad”, Arístipo, sin embargo, que “el fin y la felicidad difieren”, y yo que siendo el masoquismo inherente a la especie no me sorprendería que persiguiéramos lo contrario de lo que nos hace felices y, menos aún, que “Apeles, Etión, Melantio y Nicómaco pintaran con cuatro colores: blanco, ocre, rojo y negro, sus obras inmortales”. Porque también tú, con el día, el mes, la estación y el año, imaginas atardeceres incendiarios, nítidos, nórdicos….y yo, si no lo hubiera pintado Miguel Ángel, porque, de haber sido yo, habría dibujado, en el testero, a Lucifer junto a Caronte y Minos, el azul del cielo sobre las cumbres nevadas del Olimpo, a Jesús y María rodeados de los doce dioses: Zeus, Hera, Atenea, Afrodita, Apolo, Artemisa, Ares, Hefesto, Dioniso, Hermes, Poseidón y Hades, a sus pies, daimones, eros, ángeles, arcángeles y querubines, en la bóveda, a Yahvé y el Caos, el nacimiento de Atenea y la Creación del hombre, la Edad de oro y el Paraíso, las Sibilas y los Profetas los habría dejado, la cruz también, por estética, no por ser instrumento del martirio, y las espinas y los clavos, aunque habría añadido los despojos. ¿O no murió Dioniso por redimir a los hombres?

     Pero, como rectificar es de sabios, te diré que el sol languidecía, la luna se afianzaba, mientras yo los observaba sabiendo hacia que lado se inclinaría la balanza. ¡Y después lamentamos nuestra ignorancia como si la omnisciencia fuera más placentera que la incertidumbre y la duda! Y no niego que saber sea agradable. Pero más lo es comprender que son ficciones, imaginaciones nuestras porque, si la ignorancia (i) no fuera tan infranqueable como la G de Newton, la c de Einstein y la h de Planck, no estaríamos charlando sobre lo divino y lo humano a ochocientos metros de la costa.

      Cuídate