“¿Dudas? Ninguna. Sé lo que quiero y cómo hacerlo. Son muchos años de profesión. Sobre lo demás…la muerte de Ángeles, mi vida…me siento confuso, sin certezas como dirías tú…y tu Jenófanes”. Veamos, sabes lo que quieres, pero no qué hacer con tu vida. ¿Qué te preocupa entonces? Deja el futuro a sibilas y pitonisas. La vida es un don de la naturaleza, el bien más preciado. Saber en qué y cómo gastarlo es lo más próximo a la sabiduría, aunque ésta, como advierte Séneca, “se alcanza a través de los años”. No te estoy dando la razón, aunque pueda parecerlo. Ser joven no implica necesariamente vivir desorientado, ni viejo ser sabio. Es la reflexión, no los años, la que conduce a la sabiduría. La experiencia es importante, pero sin la razón baldía. Y como reflexionar está al alcance de todos, también lo estará la sabiduría. La filosofía puede sustituir a la experiencia, pero nada puede sustituir a la filosofía.
«Necesito tiempo». ¿Tiempo? Sólo este instante te pertenece.“Pero es placentero recordar los buenos momentos o imaginar cómo será el futuro”. Si crees que está en tus manos hacer realidad los sueños, no vivirás feliz sino frustrado, en tu poder está quererlos, no conseguir lo deseado. Mal negocio es cambiar lo seguro por lo incierto. “¿Y el pasado? ¿Tampoco el pasado es nuestro?”. ¡Pasado! ¡Futuro! Palabras, sólo palabras. “¿Cómo pueden arrebatarnos lo que aún no es o ya ha sido?”. Fantasea si te resulta placentero, “ya que –como insiste tu jardinero– el placer es el principio y el fin de una vida feliz”, pero, ¡cuidado!, aunque “depende de nosotros sepultar como en perpetuo olvido las contrariedades, y recordar con alegría y dulzura las prosperidades”, no es fácil controlar los recuerdos. “Preferiría aprender a olvidar, pues recuerdo incluso lo que no quiero, y no puedo olvidarme de lo que quiero”, respondió Temístocles al que prometía enseñarle el arte de la memoria.
Dice Séneca que “sobre los aspectos parciales de la vida todos deliberamos, pero sobre el conjunto de ella nadie lo hace”, y, que “no resolverá los casos particulares, a no ser quien ha planteado ya su vida con una visión global”. Así que mejor que dar un consejo es mostrar “el modo de hallarlo”. He aquí el mío: cuando no sepas por quién, o por dónde empezar, hazlo por el más próximo. ¿Qué no sabes en qué o cómo invertir el tiempo? Sigue el consejo y encontrarás la respuesta: en ti mismo. ¿O sabes de alguien más cercano? Conocerse a sí mismo es la inversión más segura y provechosa. ¿Los demás? Preocuparse de uno mismo, ¿no es preocuparse por los demás? Si nos comportáramos con ellos igual que con nosotros mismos, los caminos no se cruzarían, desapareciendo o tornándose inútil la preocupación por el prójimo. Pues, ¿quién atentaría contra sí mismo? Y si lo hiciera, ¿afectaría a alguien más? La naturaleza manda que nos amemos a nosotros mismo, y ha inscrito esa ley en el corazón de todos los seres vivos. ¿Quién, por tanto, no será confiado, comprensivo, tolerante y respetuoso? Y, si no lo es, que busque refugio en la filosofía como exhorta Séneca: “Acógete a ella si quieres vivir incólume, tranquilo, dichoso; en suma, si quieres supremo objetivo éste, ser libre”.
¿Por dónde empezar? Quizás este experimento pueda ayudarte. Si durante unos instantes se apagara la conciencia, ¿qué ocurriría? «¿Apagar la conciencia? ¡Extraño experimento!». Pero no imposible. Imagina que Dios, un genio maligno o tú mismo dispusieras de un artilugio con el que controlar la conciencia de lo seres humanos. Si la apagases, ¿se comportarían igual que ahora? «Diferente». ¿Cómo? «Vivirían solos o en pequeños grupos dominados por un macho, tratarían de copular con el mayor número de hembras posibles, lucharían por el territorio y por el alimento, los más débiles morirían o enfermarían. Más o menos como los demás animales». ¿Escribirían poemas? ¿Harían leyes? «Ni poemas ni normas ni nada de nada. Sólo existirían». ¿Y si recuperaran la conciencia? «Volverían a sus casas con su familia, trabajarían, viajarían». ¿No comerían ni se reproducirían? «Claro, pero de manera civilizada». ¿Qué más? «Leerían, irían al cine, a la iglesia, discutirían sobre el bien y el mal, lo justo y lo injusto, votarían…«. Ahí tienes el comienzo que buscabas: contemplar sus inventos, sus construcciones artísticas, filosóficas y científicas, tú, buscando remedios para los males del alma, yo, observando las conchas acumuladas bajo los pináculos que la razón eleva gota a gota con la arena mojada, dispuesto, si fuera necesario, a escalar sus vertiginosas paredes. Alguien tiene que seguir el vuelo de la paloma. ¿Nuestra trayectoria un triángulo? Un cono más bien, ¿o has olvidado que Diógenes, Zenón, Arístides y Epicuro forman un círculo alrededor de Platón y Aristóteles? ¿Dónde nos encontraremos? Al final del recorrido, justo donde se tocan ambas superficies. Será el momento de cumplir lo prometido: buscar en los talleres y escritorios el rastro de la vida, o sea, la muerte, el dolor y el sufrimiento. ¿Qué pondremos en el otro platillo? Los placeres, la alegría y el gozo. La fuente es una, pero dos los afluentes. Teognis puede ser un buen comienzo:
Bello es no haber nacido.
Pero, puesto que nacimos, cruzar
cuanto antes las puertas del Hades.
O este poeta anónimo:
Leopardo-bebe.
Rodéate de lujo.
¡Abraza!
Morirás, el tiempo es breve.
¡Vive la vida a fondo,
oh, griego!
Entre tanta vida no hay que buscar mucho para equilibrar la balanza. ¿Prefieres a Homero? “Preferiría ser esclavo vivo que rey en el Hades”. ¿A tu jardinero? “El sabio no desea la vida ni rehuye el dejarla, porque para él el vivir no es un mal, ni considera que lo sea la muerte”. Yo también, porque, como él, creo que “el mayor bien es la prudencia”. Dejemos, pues, de lado los artículos, y usemos sólo los posesivos, así evitaremos el error inveterado de convertirnos en portavoz del ser humano. Porque, no buscamos la felicidad, ni su felicidad, sino la nuestra, ¡ni siquiera la nuestra!, yo, la mía, tú, la tuya.
Claro que tu mar es más griego que el mío, ¿cómo iba a ignorar que habitas en el Mare Nostrum y que, por las transparentes aguas de tu bella isla, han surcado fenicios, cartagineses, griegos, romanos y árabes? Su nombre, Banyalbufar, es prueba evidente. También sé que habitas cerca de la aurora de rosáceos dedos, yo, sin embargo, en la desembocadura de los ríos infernales, donde Hércules separó con su masa Europa de África. Debe ser hermoso contemplar el atardecer leyendo los versos del poeta. “Las palabras poco añaden a la naturaleza”. Lo sé, pero ésta satisfará tus ojos, no los oídos.
¿En los descansos qué haremos? Igual que los avispados fenicios, según cuenta Herodoto, colocaban sus mercancías en la orilla y, no se marchaban, hasta estar satisfechos con lo que ofrecían, tú mostrarás los ungüentos de estoicos, epicúreos, peripatéticos, académicos, cínicos y escépticos, mientras narro las peripecias de su vuelo. Ya veremos si el trueque es justo. ¿Después del regateo? Degustaremos los versos como hacía, según cuenta Séneca, el rico liberto Calvisio Sabino que “compró esclavos, uno que supiese de memoria a Homero, otro a Hesíodo, además asignó otro a cada uno de los nueve líricos”: Alcmán, Alceo, Estesícoro, Anacreonte, Safo, Simónides, Íbico, Baquílides y Píndaro.
No necesitas mi permiso para colocar nuestra imagen junto a Rafael, después de iniciados, ni tú ni Ángeles ni yo desentonaremos. ¿El parte? Esta vez lo dejaré en manos de nuestro amado poeta.
Hizo figurar en él, la tierra, el cielo y el mar,
el infatigable sol y la luna llena,
así como todos los astros que coronan el firmamento:
las Pléyades, las Híades y el poderío de Orión,
y la Osa, que también denominan con el nombre de Carro,
que gira allí mismo y acecha a Orión,
y que es la única que no participa de los baños en el Océano.
Añade que inmediatamente después de ponerse el sol, Venus apareció por el sur y Orión por el este, en el cenit se acurrucaba Capella. No, no fue una noche sosegada. El viento no dejó de embestir contra el muro del jardín, zarandeado árboles y arbustos. ¿El día? ¿También quieres saber cómo fue el día? Parecía que Neptuno y Plutón habían intercambiado sus reinos. ¿El mar? El mar no era mar, era fango. ¿El cielo? Azul con pequeñas nubes proyectando sus sombras sobre las turbias olas. No, la confusión no fue permanente. En mi isla reina la justicia, que mide en su estricta balanza el tiempo asignado a cada bando. Una vez consumido, volverá la intensa luz con su coloreado cortejo, mientras los negros nubarrones aguardarán que la cabalgata termine, porque “de lo contrario, advierte Heráclito, las Erinias, servidoras de la justicia, lo descubrirán”, o, más poéticamente, su rival: “Y he aquí que existe una virgen, Diké, hija de Zeus, digna y respetable para los dioses que habitan el Olimpo”. ¿Mucho tiempo? No, se aburren con facilidad. El juego no suele durar más de tres o cuatro días. ¿Al final? ¿Es que el círculo empieza o termina? Confieso, sin embargo, que siempre vence el mismo.
¿El consejo? Del poeta. Sería necio buscar lejos lo que tenemos cerca.“Dejemos en paz el pasado por mucho que nos aflija”. ¿Quién lo dice? Aquiles, pero podría ser tú o yo mismo.
Cuídate