¿Acusarme de ser un sofista un insulto? En absoluto y, menos aún, de ser un aventajado hijo de Gorgias. “La palabra infunde en los oyentes un estremecimiento preñado de temor, una compasión llena de lágrimas y una añoranza cercana al dolor, de forma que experimenta como propia la felicidad o adversidad ajenas”.
¿Recriminarle? Tendría que ser alimentado a cargo de la especie humana si, como afirma Sófocles, “los dioses han hecho engendrar la razón en los hombres como el mayor de todos lo bienes” y, confirma Platón, “la pobreza haría quizá la vejez insoportable al mismo sabio, pero sin la sabiduría nunca las riquezas la harían más dulce”. Temo, sin embargo, que no gozarán de tal privilegio, porque es la capacidad crítica, no la razón o la sabiduría, el mayor de todos los bienes, sin libertad de espíritu, la sabiduría es estéril, y la razón, una cadena más corta que la fe, la tradición y las costumbres.
Tu jardinero confiesa preocupado a Meneceo: “Casi era mejor creer en los mitos sobre los dioses que ser esclavos de la predestinación de los físicos; porque aquéllos nos ofrecían la esperanza de llegar a conmoverlos con nuestras ofrendas; y el destino, en cambio, es implacable”. ¿Preocupado? ¿Por qué? Los físicos critican la irracionalidad de los mitos, Epicuro critica la racionalidad de los físicos, y los mitos critican una naturaleza que se esfuerzan por humanizar. ¿Cuál es el problema? Esperanza o destino, determinismo o indeterminismo, ¡qué más da!, ¿es que una palabra cambiará tu carácter? Lo importante es ser libre, lo demás cuestión de gusto.
Nuestro poeta, profundamente religioso (“desempeñó el sacerdocio de Alcón”), modélico ciudadano (“los atenienses lo eligieron estrategos a los sesenta y nueve años”), y sexualmente muy griego (“un día, en Atenas, paseando con Pericles, estrategos como él y habiendo visto un hermoso muchacho, el poeta no pudo contenerse: ¡Hermoso muchacho, Pericles! Exclamó extasiado y éste le respondió: Mi querido Sófocles, el general debe tener no sólo las manos sino también los ojos castos”), para no provocar la envidia de los dioses concluye: “La irreflexión es, con mucho, el mayor de los males humanos». Y yo, de la grey de Gorgias y Epicuro, asiento: no reflexionar es, sin lugar a duda, el peor de los males. Como ves vuelvo a las andadas. ¿Mi pecado? Darte a probar la miel de los versos de Sófocles. “Me vi obligado sumergirme en sus páginas”. ¿Y te quejas? ¡Ojalá todas los castigos fueran tan onerosos! A mí, que no me importa sumergirme en sus dulces aguas, pueden condenarme cuantas veces quieran, prometo cumplir íntegramente la pena. ¿Elegir? ¿Para qué? Esquilo, Eurípides, Hesíodo, ¡cualquiera satisfará con creces la sentencia! ¿Pruebas? Deja que el azar elija. Comprobarás, como Aristóteles, que “los hombres sólo son buenos de una manera, malos de muchas”.
“Debió de ser una buena persona si, en señal de duelo por la muerte de Eurípides, el coro y él se presentaron vestidos de negro”. Lo era, incluso más que tu jardinero. ¡Claro que tenía razón! Nadie, con los pies en el suelo, negaría que “el placer es el principio el fin de la vida feliz” y que, de los deseos naturales y “necesarios, unos son indispensables para conseguir la felicidad; otros, para el bienestar del cuerpo; otros, para la propia vida”, aunque dudo que él y el sabio Metrodoro lo consideraran así: “Huye, oh bienaventurado, con las velas al viento, de toda cultura”. Quizá pensó que lo único “natural y necesario” era comer y beber o que, “natural y necesario”, eran sinónimos.
“Vivió más de noventa años. ¡Y yo pensaba que morían jóvenes!”. Los que no eran esclavos, y gozaban de buena salud, morían longevos; políticos y militares, apenas sobrepasaban los cincuenta. “¿Creéis, pues, que yo habría vivido tantos años si me hubiese dedicado a la política, si, atendiendo a ella como corresponde a un hombre bueno, hubiese acudido en ayuda de lo justo, y lo hubiese tenido en mi mayor estima?”, pregunta Sócrates a sus acusadores. Alguien debió advertirle que, tan peligroso como el poder, es ser amigo de los poderosos. Cicerón comenta con ironía: “Son célebres las muertes de los grandes generales; en cambio, los filósofos casi siempre mueren en sus lechos». Los números le dan la razón: los filósofos morían en sus camas, los políticos violentamente. Pero no por los motivos que aduce. Cuenta Homero, en la Ilíada, cómo “la augusta Hera”, después pedirle a “Afrodita, hija de Zeus”, “el amor y el deseo que a todos los inmortales y mortales doblega”, “llegó a Lemnos” y “allí coincidió con el Sueño, hermano de la Muerte”. Hesíodo, en la Teogonía, dibujó con precisión su árbol genealógico: “Parió la Noche al maldito Moros, a la negra Ker y a Tánatos; parió también a Hipnos y engendró la tribu de los sueños”. No sé si su madre fue la Noche, o la “maldita Eris”, pero, si subes por sus ramas, verás que el Poder es hermano de la Muerte.
“Sólo se han conservado siete obras. No es justo”. Los estoicos considerarían la pérdida como indiferente (adiáphoron). Si existiera una Razón Universal (Logos), como afirman, tendría sentido quejarse. Pero si el placer guía la conducta humana, y el azar, la historia, no sólo tus quejas son inútiles, sino que deberías considerarte afortunado. Pues incluso una sola obra sería un maravilloso tesoro. Áyax, Antígona, Edipo Rey, Electra, Edipo en Colono, Filoctetes y las Traquinias, ¿cuál eliges? “Cualquiera, me gustan todas”. Y a mí, pero, si “juzgamos el carácter de un hombre por su elección”, como afirma Aristóteles, tendrás que decidirte por una. “Antígona”. ¿Qué habría elegido yo? Edipo, es inevitable elegirse a sí mismo. El antropocentrismo es ley de la naturaleza humana. Principio de Narciso podríamos llamarlo. En economía y política, la relación causal es observable a simple vista: elegimos al político y partido con el que nos sentimos identificados, así basta con observar a los gobernantes para conocer a los gobernados. En cuestiones artísticas, la relación no es tan evidente porque, en el arte, como en la vida, manda el placer. Y, como afirma el sofista, no hay nada menos común que el gusto. “Creo que, si alguien diese órdenes a todos los hombres de reunir en un mismo lugar aquellas cosas que consideran feas, y a continuación tomar de este montón aquéllas que cada uno considera bellas, no quedaría ni una sola, sino que entre todos las irían tomando todas. Pues nadie las considera igual”.
¿Sorprendido? No, un personaje que se enfrenta al poder siempre seducirá a los jóvenes. Cuántos habrán susurrado con ella: “¿Dónde hubiera podido obtener yo más gloriosa fama que depositando a mi propio hermano en una sepultura? Se podría decir que esto complace a todos los presentes, si el temor no les tuviera paralizada la lengua. En efecto, a la tiranía le va bien en otras muchas cosas, y sobre todo le es posible obrar y decir lo que quiere”. Desde una perspectiva humana, es el personaje que mejor nos representa: orgullosa, segura de sí misma, fuerte, valiente. En otro momento de mi vida probablemente también la habría elegido. Ahora, que la vejez se acerca a mi puerta, los personajes planos, obcecados, que viven para fuera no me seducen. Prefiero los que luchan por mantenerse a flote, conscientes de que la vida es oscura y luminosa, llana y abrupta, predecible e incomprensible, es decir, menos humanos pero más vitales, como el maltratado Ayax, la vengativa Electra y el doliente Filoctetes. Pero, sobre todo, Edipo porque, al principio, es tan humano como su hija que, creyéndose dueña de su destino, increpa y amenaza. Pero, cuando comprende que lo único que depende de su voluntad es aceptarlo, se deja llevar sin oponer resistencia. Edipo dando palos de ciego es la mejor metáfora de la vida, ¿no te parece? ¿Compadecerlo? Al contrario, su entereza es admirable. Además la misericordia era para los griegos “una enfermedad del alma”. ¿Resignación? Si lees con atención el poema de Cleantes:
“Guíame, Zeus, y tú, Destino,
a donde quiera que sea yo, por vosotros, asignado,
que sin tardanza he de seguiros. Y aun si no quisiere,
por mi mala índole, no dejaré de seguiros”,
o la férrea sentencia de Séneca: “Los hados conducen al que quiere; arrastran al que no quiere”, comprenderás que es preferible caminar por sí mismo que ser llevado por otro. “Si lo que tiene que suceder es inevitable, ¡qué más da hacerlo voluntariamente o a la fuerza!”. Importa porque, como enseña tu maestro, “el supremo mal es vivir con dolor”, y el que actúa conscientemente sufre menos. Puedes comprobarlo por ti mismo. “Pero enfermaremos o moriremos de todos modos”. No está en nuestras manos evitar la enfermedad o la muerte, sólo asumirlas. El que ve venir la ola se protege para aminorar el impacto, al que coge desprevenido, lo arrastra de un lado para otro.
“Tarde o temprano tenía que ocurrir, decían algunos. Pero se equivocan. Ángeles estaba allí porque se sentía viva, no porque fuera su destino”. Cuenta Protágoras que dándose cuenta Prometeo que el hombre estaba “mudo, descalzo, sin lecho y sin armas, robó y le entregó la sabiduría de las artes junto con el fuego”, y que, seguidamente, “articuló con rapidez su voz y las palabras”. Si etiquetar la realidad es un “recurso para la vida”, es inevitable achacar su muerte al destino, y, a su albedrío, el que estuviera en primera línea. Pero no te dejes engañar. Aunque, según Parménides, nombrar la realidad de diferentes maneras forma parte de la idiosincracia humana, para la vida, las palabras no significan nada, para los seres libres, tampoco. La imagen de Zeus repartiendo bienes y males probablemente la describa mejor que determinismo, indeterminismo o cualquier otro término.
“Dos toneles están fijos en el suelo del umbral de Zeus,
uno contiene los males y el otro los bienes.
A quien Zeus, que se deleita con el rayo, le da una mezcla
unas veces se encuentra con algo bueno y otras con algo malo.
Pero a quien sólo da miserias lo hace objeto de toda afrenta,
y una cruel aguijada lo va azuzando por la límpida tierra,
y vaga sin aprecio ni de los dioses ni de los mortales”.
“La escena tiene lugar delante del palacio real de Tebas”. Eso dice el libreto. Pero, si los actores se quitaran los coturnos y las máscaras, parecerían sofistas, y el palacio, la Asamblea o el ágora de Atenas. Los agones entre Ismene, Antígona y Creonte son tan intensos como los de Sócrates, Trasímaco, Calicles y Polo en casa de Céfalo. Y, si cerraras los ojos, pensarías que representan «Las Nubes». Pues Hemón, el hijo del tirano, discute con tanta sutileza como Fidípides con su padre. “Aunque sea más joven –afirma con aire de suficiencia– es preferible con mucho que el hombre esté por naturaleza completamente lleno de sabiduría. Pero si no lo está es bueno también que aprenda de los que hablan con moderación”. Cuántos, desde las gradas, se preguntarían escandalizados como Creonte: “¿Es que los que somos de mi edad vamos a aprender a ser razonable de jóvenes de la edad de éste?”. Tu amado poeta superó con creces las enseñanzas de su maestro. Y no me refiero a Esquilo sino a Hipias, Pródico, Protágoras o cualquiera de los sofistas que pululaban por los gimnasios de Atenas. Cuidado no vaya a volverse contra ti el “insulto” y seas acusado, también tú, de ser un aventajado hijo de Gorgias.
“El enemigo nunca es amigo, ni cuando muera”, le recrimina Creonte. “Mi persona no está hecha para compartir el odio sino el amor”, replica Antígona. Hermoso pensamiento, quizá el más hermoso de toda la obra –claro que los sentimientos casi siempre lo son–, aunque no tan certero y desgarrador como este lamento: “Nunca habrá otra vez”. No, no la habrá ni hoy ni mañana ni nunca. Los envidiosos acusaban a Epicuro de robar de todos los huertos. “Nacemos una vez, pues no es posible vivir eternamente”. Antes de juzgar si se trata de un delito escucha completa la sentencia: “Tú, aun no siendo el dueño de tu mañana, intentas demorar tu dicha. Pero la vida se consume en una espera inútil, y a cada uno de nosotros le sorprende la muerte sin haber disfrutado de la tranquilidad”. Puede que robase la semilla, pero suya es la cosecha. Además, ¿quién puede asegurar que Sófocles no hacía lo mismo? Habría que coronarle en vez de censurarle. Pues, gracias a individuos como él, fructifican las semillas del espíritu. ¡Ojalá todos los ladrones fueran tan libres como Epicuro!
“Lo que para ti es arqueológico, para mí es vital”. ¿Tú interés por él es vital? ¿Cuál crees que es el mío? Ese interés arqueológico que me atribuyes es, para mí, tan vital como, para ti, esas medicinas del alma que buscas en aguas griegas. Aunque pensaba utilizar en mi defensa, las sofísticas palabras que Hemón dirige a su padre: “No mantengas en ti mismo sólo un punto de vista: el que lo que tú dices y nada más es lo que está bien”, para no reincidir en el mismo delito acudiré a Protágoras que, como recuerda Diógenes Laercio, fue el primero que sostuvo que “sobre cualquier cosa hay dos proposiciones contrarias entre sí”.
Te resistes, dudas, desconfías, no sé si Zenón lo consideraría bueno, malo o indiferente: “Buenos son los siguientes: sabiduría, templanza, justicia, valentía…Males: demencia, incontinencia, injusticia, cobardía…Indiferentes: vida, muerte; fama, deshonra; dolor, placer; riqueza, pobreza; enfermedad, salud y cosas semejantes”, pero para mí, son señales inequívocas de que cada día que pasas en la Escuela eres más crítico e independiente, es decir, más libre. “El pequeño fenicio”, como le apodaba la afilada lengua de Cicerón (¡No me extraña que acabaran cortándosela!), protestaría indignado: se es sabio o ignorante, no más o menos sabio o ignorante. Sócrates, experto conocedor de la naturaleza humana, agradeció a los jueces que le condenaran a muerte, porque así podría dialogar con los grandes hombres del pasado. Yo que no soy envidioso, ni ardo en deseos de cambiar la existencia por la nada, preferiría un encuentro entre el fenicio y el romano. Lengua e inteligencia son ruidosas armas, ¿no crees?
“Son, como el deus ex machina de Eurípides (¡Eurípides! Si fueras Paris y yo Aquiles yacería de nuevo en el suelo, pues has vuelto a dar en el blanco), pura literatura, un artificio para dar color al drama, una manera de sorprender al espectador, de jugar con sus sentimientos. Si no podía noquear al espectador con el argumento, –corría el riesgo de ser multado, como Frínico, por representar la destrucción de Mileto-, podía provocar idéntica catarsis exponiendo ideas que desentonaran con el entorno. Pensamientos tan pesimistas no encajan en la ardiente luminosidad del Egeo”, concluyes rotundo. Comprendo tus dudas si ni siquiera suenan creíbles desde de tu querida Banyalbufar. “Al atardecer, sentado en una de las terrazas, aguardo impaciente el ocaso. A mis pies el acantilado, en frente el sol deslizándose hacia el horizonte a través de un cielo a punto de quebrarse”. También a mí me resulta difícil imaginar cómo sonarían tan lúgubres cantos en las laderas de la Acrópolis.
Un drama, sin embargo, necesita algo de sombra, ¿no crees? “Nadie, ni Dios ni los dioses, podrían ocultar la luz”. De acuerdo. Pero, ¿la tragedia se habría desencadenado si tu preocupación hubiera sido el acertijo propuesto por la Esfinge? Quizá no lo hayas analizado desde todas las perspectivas posibles. No se queja de que la vida sea un valle de lágrimas, sino que “ya que se ha venido a la luz, lo mejor, con mucho, es volver cuanto antes allí de donde se viene”. Habla de salir y entrar, de lo que ocurre desde que entras hasta que sales no dice nada. Ni un lamento ni una queja, nada. Quizá estos versos aclaren el misterio:
“La única felicidad es festejar la vida: Beber, comer, disfrutar de las cosas, eso es vivir”.
“Para mí, es algo más”. De acuerdo, pero aún así la Esfinge habría huido despavorida. ¿Sófocles? Habría asentido. ¿Demócrito? También, pero con moderación, porque el bienestar, el sosiego, la serenidad, la “tranquilidad de espíritu es en sí misma la vida feliz”, aunque, para él, residiera en el conocimiento. ¿Séneca? No, Lucilio tampoco. Aparece en una de sus epístolas en boca de un interlocutor anónimo, aunque, no sólo la gente corriente, también individuos, como Palades, opinaban lo mismo:
“La vida sólo es esto: la vida es placer, ¡disgustos marchaos!
Breve es el tiempo de la existencia humana. Ahora Baco Liberador,
ahora los coros y las coronas de flores, ahora las mujeres.
Hoy sea yo feliz, pues el mañana para nadie es previsible”.
¿Creías que seguiríamos las huellas de la vida al final del trayecto? Es cierto que así lo planeamos. Pero, ¿quién nos obliga a seguirlo? Deja que la razón rehaga una y otra vez los planes, mientras tanto seguiremos el rumbo que marque el deseo. Así, no sólo seguirás de palabra a tu jardinero, sino con hechos. Para abrir boca esparciré, aquí y allá, migajas de nuestros amigos, prueba las que te gusten. ¡Claro que puedes a hacer lo mismo! Aunque probablemente no te haga falta porque, en la Escuela, están todos los que pueden enseñarte algo: Platón, Aristóteles, Zenón, Epicuro, Protágoras, Antítenes y Diógenes. Nosotros añadimos a Pirrón, aunque le desagrade a nuestro orador: “Unos se equivocan más que otros, y más que ninguno Pirrón”. ¿Dejarnos influir por sus opiniones? Entonces no seríamos libres, y Sófocles y Platón no serían los únicos en no gozar del “mayor de los bienes”, además de los errores también se aprende.
Esta vez el parte será nocturno. “La naturaleza es un fuego artístico que marcha hacia delante en su camino por engendrar”, afirma Zenón. Reconozco que es un bello pensamiento, aunque su maestría, a veces, sea superada por su vástago, el cerebro. Claro que sus creaciones son fugaces. Pero, ¿qué material no lo es? Utilices soles, galaxias, pensamientos e ideas, un instante humano y un instante cósmico, ¿en qué difieren? Ni siquiera el tiempo es eterno. Tema del agón: el ocaso, en el orto la naturaleza no tiene rival. Estilo: libre. ¿El de la naturaleza? Teatral, operístico, con un extraordinario dominio del espacio, la luz y el color, lleno de matices, de suaves contrates como un fresco de Aníbal Carracci, pero, al mismo tiempo, natural, sin artificios. El cerebro es más intimista: dibuja con trazos rápidos, ligeros, efímeros bocetos hechos de sueños, deseos, pensamientos, ideas, envidias, celos, venganzas, amores no correspondidos, historias idealizadas, pero humanas, demasiado humanas. ¿Imaginación o naturaleza? Juzga tú mismo.
No fue una atardecer mediterráneo, un sol azafranado como una inmensa perla sobre fondo blanquecino, sino más bien gélido, norteño. Velado, por una neblina mortecina y ligera como una tela de araña, descendió suavemente como el rocío por la superficie de las hojas. No sé si fue un descuido, o formaba parte del espectáculo. Pero, justo cuando rozó el horizonte, cortó los hilos tintando el horizonte de rosa, gris y nácar. Segundos después decenas de estrellas revolotean por el firmamento.
¿Qué hizo su vástago? Unir los puntos luminosos cubriendo el cielo de figuras y árboles. Por el este, apareció Orión, el gigantesco arquero, seguido a corta distancia por el Perro. Observando la escena me preguntaba cuál sería la pieza. No tardé en averiguarlo. A la carrera se dirigió al cenit corriendo tras el Cisne que volaba hacia el norte. Y, ¡maravilla!, en medio de la noche amaneció Venus. ¿Vencedor? El ser humano, ¿quién si no?, sin su imaginación ambos lienzos estarían muertos.
¿Un consejo para dormir? ¿Es que no tienes bastante con curar el alma? Además está a punto de amanecer. Y, como decías, ni Dios ni los dioses pueden ocultar la luz. Aún así no te quedarás sin tu ración. Incluso puede que salgas ganando, pues esta vez será doble. Es más te propongo un juego para combatir el insomnio: ser juez por una noche. “Esto denuncia y acusa bajo juramento el espíritu de Grecia contra Sócrates el ateniense: Sócrates delinque al defender de palabra y obras valores antihelénicos. Pena: memorizar La Iliada de Homero y un poema de cada una de las nueve Musas”. Prueba: su retorcida respuesta a estos versos de Alexis.
«Conviene que el hombre prudente reúna los placeres
y tres son los placeres que poseen el poder
que, en verdad, contribuye a la vida:
beber, comer y conseguir a Afrodita.
A todo lo demás conviene llamarlo accesorio«.
Acusado: “Los malos viven para comer, los buenos comen y beben para vivir”. ¡Buenos! ¡Malos! ¡Comer! ¡Beber! Es un moralista incorregible, ¿no comprende que los instintos pueden acusarle de difamación, y la vida, de homicidio? “El tribunal no dictará sentencia hasta que la acusación no aclare si beber, comer y el sexo contribuyen o son sinónimo de vida, y el acusado explique a qué llama vivir”. Otra noche de insomnio escucharás los irrefutables testimonios de Platón y Jenofonte. Entonces la condena será inevitable. Mientras tanto cumpliré mi promesa. Pero esta vez será sin replica. El espíritu de Grecia tiene derecho a cantar a Baco sin tábanos que le molesten.
«El bien supremo del mortal es la salud
El segundo, la hermosura de su cuerpo
El tercero, una fortuna adquirida sin mácula
El cuarto, disfrutar entre amigos el esplendor de la juventud«.
¿Aún dudas de su culpabilidad? Recuerda que me he ofrecido a cumplir la pena.
Cuídate