¿Por qué la ironía despierta susceptibilidades? ¿Es que la gravedad casa mejor con la condición humana que la risa o el sarcasmo? No, no me burlaba de tu jardinero. Pero no es razonable divinizar a ningún ser humano ni dar demasiada importancia a su pensamiento. Su eficacia prueba su utilidad, no que sea verdadero.
Cuenta Cicerón que los espectadores aplaudían cuando el personaje de Terencio declamaba: “Soy hombre, nada de lo humano me es ajeno”, también yo, si hubiese añadido: aunque “todo lo humano es no sólo soportable sino de poca importancia” o “las cosas humanas son vanas y efímeras”, como Marco Aurelio, o “nada hay más mísero que el hombre de todo cuanto camina y respira sobre la tierra”, como el poeta. ¿Los demás animales? No creo, ¿por qué iban a hacerlo? Si colocaran en una balanza nuestras virtudes y nuestros vicios no habría palanca capaz de equilibrarla, tan negativas serían sus opiniones. Claro que hubiesen dicho y hecho lo mismo, escucha sino a Jenófanes: “Si las vacas o los caballos pudieran dibujar, los caballos dibujarían a sus dioses como caballos, las vacas como vacas”. Pero sólo a seres cegados por el orgullo -“En absoluto el supremo bien del animal puede identificarse con el del hombre. Hemos nacido para cosas más altas y más espléndidas”- pueden emocionar las palabras más que los hechos. “Esfuérzate –aconseja Escipión el Africano- y ten por cierto que sólo es mortal este cuerpo que tienes. Cada uno es lo que es su mente y no la figura que puede señalarse con el dedo”. Otros, como Protágoras, se consuelan proclamando que “El hombre es la medida de todas las cosas”. Los que están destinados a morir tienen derecho al disimulo, incluso al autoengaño, porque no hay palabras ni arte capaz de ocultar los hechos: “El colmo de la infelicidad es no existir después de haber existido”, y el de la estupidez discutir si son galgos o podencos.
-“¿Pero cuáles son esos objetivos más importantes a los que aludes?»
-«Mostrarte, si soy capaz, que la muerte no es un mal, sino un bien”
Asombroso objetivo, ¿no crees? La razón se crece en los casos imposibles. Le ocurre como a Gorgias, que pretende demostrar que Helena es inocente, a pesar de cohabitar con Paris. “Acostémonos y deleitémonos en el amor. Nunca el deseo me ha cubierto así las mientes como ahora, ni siquiera cuando tras raptarte de la amena Lacedemonia me hice a la mar en las naves, surcadoras del ponto, y en la isla de Cránae compartí lecho y amor. ¡Tan enamorado estoy ahora y tanto me embarga el dulce deseo! Dijo, y fue el primero al lecho y su esposa le siguió”. No hay ser más necesitado de la mentira que el hombre.
Dicen que Demócrito “solía reírse de todo, considerando merecedora de risa toda cosa humana”. Juzga tú mismo. Cuenta Homero con que estrépito reían los dioses que, según tu jardinero, habitan en los intermundos ajenos a los problemas humanos, Heródoto que los egipcios “cuando terminan de comer, hacen circular por la estancia, en un féretro, un cadáver de madera pintado y tallado en una imitación perfecta que en total mide unos dos codos y al mismo tiempo que lo muestra dice: Míralo y luego bebe y diviértete, pues, cuando mueras, serás como él” y Séneca que un rico patricio, llamado “Pacuvio, se hacía conducir de la cena a su aposento mientras en medio de los aplausos de sus favoritos se cantaba con acompañamiento de música: la vida ha terminado, la vida ha terminado. Ningún día dejó de celebrar su propio funeral». No, no me retracto, todo lo que afecta a los seres humanos carece de importancia, aunque alguna fina inteligencia podría añadir “salvo para los humanos”. ¿Responder? Prefiero que lo haga Homero:
“Como el linaje de las hojas, tal es también el de los hombres.
De las hojas, unas tira a tierra el viento, y otras, el bosque
hace brotar cuando florece, al llegar la sazón de la primavera.
Así el linaje de los hombres, uno brota y otro se desvanece”,
o tu jardinero que hermana la felicidad con la risa:
“Hay que reír al mismo tiempo que filosofar”.
“¿Hago mal leyendo a Epicuro?”. ¿Mal? El único mal es la ignorancia, aunque si la fuerza del bien fuese tan poderosa, como afirma Sócrates, también leerías a Platón, Aristóteles, Antístenes, Zenón y Pirrón. “Cuando leo tus cartas asiento, pero cuando dejo de leerlas dudo”. Maravilloso estado, ¿no crees? ¿O conoces alguno más libre? Si sustituyéramos la seguridad, la verdad y la certeza por la incertidumbre, la opinión y la duda, no soñaríamos imposibles ni lamentaríamos nuestra condición mortal disfrutando, en su justa medida, ese instante llamado vida. Pero, como recuerda Aristóteles, “el hábito es difícil de cambiar, porque se parece a la naturaleza”. Un experimento disipará tus dudas, pero recuerda que, para que sea válido, tenemos que responder al unísono.“De los deseos, unos son necesarios, los otros vanos”. “¡Necesarios!”. “¡Vanos!”. Intentémoslo de nuevo: “De los necesarios, uno son indispensables para conseguir la felicidad; otros, para el bienestar del cuerpo; otros, para la propia vida”. «¡Para la vida!». «¡Para la felicidad!». Quizá este consejo nos ayude: “Si los conocemos, sabremos relacionar cada elección o negativa con la salud del cuerpo o la tranquilidad del alma, ya que éste es el objetivo de una vida feliz”. «¿Hay que elegir?». No si “alma es un nombre carente por completo de significado”, como afirma Dicearco, o “no es distinta de la mente”, como Demócrito, o como tu jardinero: “Los principios de todas las cosas son los átomos y el vacío; todo lo demás es dudoso y opinable”. Se equivoca, los principios también lo son. De todos lo engaños posibles: religioso, político, filosófico el más eficaz, sin lugar a duda, es el científico.
“¿Hago mal por agradecerle mi mejoría?”. En absoluto, pero sé prudente, no te suceda como al joven que se arrodilló ante Epicuro. “Preso de veneración por lo que yo decía, te sobrevino el deseo de abrazarme cogiéndote a mis rodillas y adoptar en todo la actitud habitual en las reverencias y súplicas a ciertos personajes”. No divinices a ningún humano ni le llames sabio. Ni atribuyas a los demás tus victorias y ninguna a ti mismo. De los excesos nacen esclavos, de la moderación y de la prudencia hombres libres. Y, si cayeras en el error de hacerlo, recuerda que no hay máxima capaz de eludir la muerte. Diógenes de Enoanda hizo grabar en un muro de un kilómetro las doctrinas de Epicuro, yo hubiese rodeado la Acrópolis con esta sentencia: «La libertad es la esencia de los seres humanos; la capacidad crítica el distintivo de los individuos libres». Así que no me recrimines por burlarme de tu jardinero, porque, si bien la frugalidad es digna de alabanza, no es saludable, ni humano, escupir sobre lo que no se está de acuerdo. “Escupo sobre lo bello moral y sobre los que vanamente lo admiran, cuando no produce ningún placer”.
“Le acusaban de insultar a los que no opinaban como él”. No sé si será cierto o malevolencia, pero cualquier hombre “bueno, afable y humano”, que crea estar en posesión de la verdad, sería capaz de hacerlo. Al menos eso asegura Cicerón: “Quédese para la frivolidad de los griegos la mala costumbre de abrumar con injurias a aquellos de quienes disienten acerca de la verdad”. «Pero ¿cómo alguien, que se autoproclama sabio, puede afirmar que su visión es la verdadera y sus soluciones definitivas, si la experiencia enseña que preguntas y respuestas cambian a lo largo de los siglos como confiesa el mismo Epicuro a Heródoto?». “Creemos que un fenómeno puede producirse más o menos de una determinada forma, aunque sepamos que otras muchas pueden ser posibles”. Se me ocurren varias respuestas, aunque la pregunta sea una: que, al despreciar la cultura, haya olvidado los versos de Eurípides, “¿Quién sabe si la vida no es lo que se llama estar muerto y estar vivo llamado morir?”; que su inflado ego –“Afirmaba que no había existido ningún sabio salvo él”- le impida sumergirse, como recomienda Sócrates, “Cuentan que Eurípides le dio a leer el libro de Heráclito “Acerca de la Naturaleza” y le peguntó: ¿Qué te parece? Y le contestó: Lo que he entendido excelente. Y creo que también lo será lo que no he entendido. Pero es que requiere un buceador de Delos”; que, al calificar la lógica de inútil, ignore que la especie es una, pero múltiples los individuos; o simplemente sea una demostración de fuerza como la cornamenta, los dientes y los músculos que exhiben algunos animales cuando disputan el control de la manada. No hay, en la naturaleza, fuerza más poderosa, ni con tanto poder de creación y destrucción como la palabra. “En efecto, puede eliminar el temor, suprimir la tristeza, infundir alegría, aumentar la compasión”.
Imbuido de la fuerza persuasiva de Gorgias -“El alma experimenta mediante la palabra una pasión propia con motivo de la felicidad y la adversidad en asuntos y personas ajenas”- acompañas tus temores con unos versos de Eurípides, quizás para emular a Heracles, que distrajo con unos huesos a Cancerbero que guardaba las puertas del Hades o porque, como Paris, conoces mi talón de Aquiles.
«Recordando las palabras que había oído a un sabio
meditaba en mi interior las desgracias que me sobrevendrían:
o una muerte prematura o la huida dolorosa del exilio,
o pensaba siempre en algún mal
para que si me llegaba alguna calamidad enviada por el azar
al cogerme desprevenido no me desgarrara»
Cicerón asiente: “No hay nada que alivie tanto como el pensar continuamente que no hay nada que no pueda suceder”. Tu jardinero lo rechaza: “Es una necedad pensar en un mal que puede venir o que quizá no se presente nunca”. “¿Dejarás de comentar las máximas de Epicuro?”. No mientras me resulte placentero, tampoco dejaré de buscar, aunque me alivien, porque sus pensamientos, como cualquier medicina “no ejerce el mismo poder sobre todos”, puede curar a unos, perjudicar a otros y ser indiferente al resto. Esta vez el aguinaldo saldrá de mi bolsillo: deambula libremente por las escuelas, escucha a unos, y a otros, sin someterte a ninguna autoridad porque, tan placentero como la meta, es el trayecto.
¿Culpables? Tan culpables son los seguidores como los maestros porque, “siendo cada uno mismo, el principal y más grande adulador de sí mismo, admite sin dificultad al de fuera”. Cuando todos te consideran Dios, es fácil acabar creyéndolo. Alejandro se proclamó hijo de Zeus, a pesar de que por la herida manaba sangre. Pero los adeptos son más peligrosos, porque, conscientes de no poseer sus cualidades, aspiran a gozar de los mismos privilegios.
¿Qué motiva sus conductas? El poder, ¿qué si no? Y no soy el único, también lo cree Eurípides: “Si es necesario cometer injusticias, lo más bello es cometerla por el poder”. ¿Adivina a quién entusiasmaban esos versos? ¿Pistas? Dos: era calvo y presumido. ¿Una más? Le acusaban de ser “el marido de todas las mujeres y la mujer de todos los maridos”. Además, si como canta Menandro: “Todas las cosas que viven y ven el mismo sol que nosotros son esclavas del placer”, dominar a los demás debe ser, para algunos, un excitante afrodisíaco.
Zenón “cambió así los versos de Hesíodo:
Excelente es
quien sigue al que bien habla.
Bueno también
quien de por sí todo lo entiende”
Yo cambio así los suyos:
Libre es
el que sigue su propio criterio.
Esclavo,
el que sigue el de otros.
¿Superar un atardecer en tu isla? ¿Cómo podría si, como escribes, lees a todas horas los versos del poeta? “Hesíodo lo consiguió”. ¿En serio? ¿Desde cuándo vencer y ser mejor es lo mismo? Aunque no me importaría perder tratándose de Homero. Así que cierra los ojos y déjate llevar por el vaivén de las olas, suavemente, sin oponer resistencia…luego observa cómo eclosiona la luz del amanecer, cómo inunda el cielo con tonos dorados como si lo atravesara una bola de fuego de un amarillo intenso, luminoso como un lienzo de…¡Tiziano! No. ¡Tintoretto! Tampoco, más mediterráneo, más griego. ¡Del Greco! Exacto. ¿El Expolio? No. ¿San Mauricio? No, no. ¿La Trinidad? ¡Efectivamente, intenso y luminoso como la Trinidad del Greco! Observa con que delicadeza reposa el cuerpo de Cristo sobre la falda de Dios padre. Hermoso, ¿verdad? Coloca un círculo donde planea el Espíritu Santo. No te preocupes no dañarás el lienzo. Blanco no, rojizo como la túnica del ángel y nítido como si fuera a rodar por el horizonte. “De rosáceos dedos”. Sí, de rosáceos dedos, aunque intentaba describir el atardecer, no la aurora. No debí olvidar que “la poesía es una pintura hablada y la pintura un poesía muda” y “lo que vemos de él es pintura, no poesía”.
Cuídate