¿Cribar las “Vidas y opiniones de los filósofos ilustres” de Diógenes? ¿Por qué no? Aunque en todas encontrarás lo mismo: una amalgama de instintos y pulsiones, que envolvemos con almibarados términos, para ocultar los enigmáticos materiales de que estamos hechos, igualitarismo en lugar de gregarismo, discriminación positiva en lugar de bobería, líder y solidario en lugar de macho alfa y macho omega. “Homeomerías” podríamos llamarlos en honor a un espíritu libre, “cuantos de energía”, si crees que la ciencia, como el fuego, procede de una mente divina, o “mar de fuerzas”, como poéticamente los denomina Nietzsche.
“Las cosas –especula Anaxágoras- se diferencian según lo que prevalezca cuantitativamente en la mezcla porque en todo hay una porción de todo”. ¡Y yo que creía que la teoría de la gradación y el carácter había brotado de mi cabeza! No es la guerra, como piensa Heráclito, sino la ignorancia el “padre de todas las cosas”. Tampoco es el ocio como creían los romanos, ni las desigualdades como dogmatizan los creyentes, sino la confusión, la enfermedad que mata las civilizaciones si, como “decía Antístenes, las ciudades perecen en el momento en que no pueden distinguir a los malos de los buenos”. Pero si igualar víctimas y verdugos, avergonzarse del pasado, culparse del fracaso de culturas, razas y naciones, y convertir la bobería en el bien supremo debilitara a los pueblos, hace tiempo que Europa habría sido engullida por los bárbaros. Quizá la realidad no sea tan racional como imaginamos, ni todo lo que se tambalea, cae.
Dejemos, pues, a merced del viento, ese amasijo común a todos los seres, y centrémonos en lo peculiar, lo propio, lo que individualiza, las mezclas, las combinaciones, las terapias de los distintos filósofos, quizá te sirvan de guión para “La Ilíada y la Odisea, las raíces de Occidente”, ¿o no es lo que te retiene en la Escuela de Atenas? ¿Por imitar a Platón? No, ni por contentar a Nietzsche, por utilidad, ¿o es que imaginar al ser humano compuesto de cuerpo y alma, la conducta como buena y mala, el conocimiento como verdadero y falso no ha sido útil? Es el tiempo, no el número de adeptos, la justicia ni la razón, quien decide si nuestras invenciones benefician a la especie. Y si la psique, el bien y la episteme, en fin dividir al ser humano, la conducta y el saber han perdurado es que han sido mutaciones beneficiosas, las Ideas, el modo de producción y el resentimiento también, aunque sus reinados fueran efímeros.
“Decimos que las cosas múltiples son objeto de los sentidos, no del espíritu, mientras que las ideas son el objeto del espíritu, no de los sentidos”, pontifica Platón. “Los modos de producción asiático, antiguo, feudal y burgués moderno pueden ser caracterizado como épocas progresivas de la formación económica de la sociedad”, pontifica Marx. “La rebelión de los esclavos en la moral comienza cuando el resentimiento mismo se vuelve creador y engendra valores”, pontifica Nietzsche. “Dividir el mundo en un mundo verdadero y en un mundo aparente –concluye– es únicamente una sugestión de la décadence, es un síntoma de vida descendente”. Desde su perspectiva quizá, desde la mía, ni duplicar la realidad es síntoma de decadencia, ni graduarla y unificarla de progreso. Apariencia–realidad, decadencia–progreso, materia–Dios, creación–evolución, derecha–izquierda, escéptico–creyente, fe–razón, socialismo–comunismo, Apolo–Dioniso son puntos de vista, opciones, posibilidades, manifestaciones de la diversidad y variedad de la naturaleza.
Además si, como revela Arquíloco, “el azar y el destino” dirigen nuestras vidas, y ratifica él mismo, “el individuo es de arriba abajo un fragmento de fatum”, ¿qué más da una perspectiva que otra? “Unos dijeron –comenta Sexto– que Platón era dogmático en algunas cosas, otros que escéptico y otros que dogmático en unas cosas y escéptico en otras, porque en los diálogos que se dedica a ejercitar el ingenio tiene un talante escéptico y lúdico, pero dogmáticos cuando se pronuncia poniéndose tajante”. Me pregunto si padecía Nietzsche idéntica esquizofrenia, pues, cuando critica a Platón, San Pablo, la democracia, la igualad y el socialismo, se muestra sarcástico, dúctil, incisivo, un aventajado discípulo de Sócrates, cuando anuncia el superhombre, el eterno retorno, la transvaloración de todos los valores, rígido, perruno y ciego. “La fórmula de mi felicidad: un sí, un no, una línea recta, una meta…”, la mía: vivir, en este islote, tranquilo y plácidamente.
¿Desecharlos? ¿Por qué? Lo que hoy no es útil, mañana podría serlo. “Cambiaron el significado normal de las palabras en relación con los hechos, para adecuarlas a su interpretación de los mismos”, se queja Tucídides, también Zenón modificó la terminología de Platón y Aristóteles, y nosotros la de griegos, romanos y cristianos. Querer ser distintos de como somos debe formar parte del instinto de supervivencia, pues, a pesar de saber que volvemos una y otra vez al punto de partida, seguimos intentándolo. “Los okupas de la Corrala Utopía, enfrentados por el dinero de IU”. ¿Es que ignoraban que esa “puta absoluta y celestina universal”, como lo llama Marx, hermana a izquierda y derecha, ricos y pobres, mujeres y hombres? La ideología puede ocultar, camuflar, no modificar la naturaleza humana.
“La eurodiputada de Podemos dona parte de su sueldo a una asociación de mujeres”, quizá confundiese caridad con magnanimidad, o ignorase que la caridad y la humildad son virtudes cristianas; la autarquía y la ecuanimidad griegas y romanas. Podemos modificar, manipular el significado de las palabras, negar o reinterpretar la historia, pero los hechos siempre estarán ahí para el que quiera verlos. “Los comunistas han robado a los cristianos la bandera de los pobres porque la pobreza está en el centro del Evangelio, la bandera de la pobres es cristiana –proclama el sumo pontífice-. Los comunistas dicen que todo esto es comunista. Sí, ¿cómo no? ¡Veinte siglos después! Entonces cuando hablan se podría decir: ¡Vosotros sois cristianos!”, certifica el papa Francisco y yo ¿o no utilizan las mismas palabras e idénticos argumentos?
Si no supiera que los rebaños necesitan pastores, pensaría que la ignorancia es directamente proporcional a la desorientación, la credulidad y el atrevimiento, incluso puede que la confundamos con la inteligencia y el progreso. “Nadie sabe mejor que los ciudadanos que, día a día, sacan adelante al país, qué es lo que necesitamos”, pontifica el demagogo de turno. ¡Cómo si comer, beber y tener un techo no fueran deseos naturales y necesarios! Dudo, sin embargo, que distingan entre necesidad y capricho y, más aún, cómo satisfacer sus necesidades honrada y justamente porque, de saberlo, no habrían votado a Hitler ni vitoreado a Stalin ni estarían ahora escuchándole. Comenta Montaigne que “cuando al vulgo se le otorga la facultad de criticar y menospreciar las cosas que ha tenido en extrema reverencia, basta que pongan en duda algunas para que una, a semejante incertidumbre, todo lo demás”. Quizá rechazar, ignorar, menospreciar formen parte de nuestra naturaleza; reconocer, admitir, sentirse orgulloso de nuestras raíces, del carácter. “El hombre es un animal bípedo”, afirma Platón, “un ser racional perteneciente al género humano, caracterizado por su inteligencia y lenguaje articulado” matiza WordReference; de ser yo el académico, habría escrito “inteligencia o lenguaje articulado” porque no es la razón sino la imaginación la característica de la especie.
“En la pantalla aparecerá un fondo de color amarillento o azulado, que poco a poco se irá aclarando, distinguiéndose la corola de una flor, o la superficie del océano, las olas y los pétalos representan los ciento cuarenta seis filósofos, el océano y la flor las “Vidas y opiniones de los filósofos ilustres”. El océano, la flor.…¡certeras metáforas!, si, como parece, todos los seres vivos estamos formados por las mismas pulsiones e instintos, aunque la cantidad –la manera de ser y la especie-, dependa del azar, de la voluntad de Dios, de los genes o como quieras llamarlo, porque las vicisitudes de la vida son las mismas para todos, los puntos de vista, las perspectivas, los sentimientos, distintos, también los tuyos y los míos -¿o no deambulas tú por la Escuela a la caza de imágenes y remedios y yo entre las rocas, a merced del mar y el viento?- y los de Diógenes porque, de lo contrario, no hubiese dedicado a Epicuro tan sentido elogio: “Con sus Máximas Capitales concluyo nuestro escrito, para que el final coincida con el principio de nuestra felicidad”.
“Le atraería “su generosidad”, “su dulzura”, “su piedad” , “su amor humanitario hacia todo el mundo” y su “exceso de honestidad” porque todas las escuelas proponen idéntico tratamiento: meditar, reflexionar, interiorizar, también tus cartas, aunque sea por boca de griegos y romanos. Y no eres el único, también Platón se ocultaba tras la figura de Sócrates, aunque, de ser cierta la anécdota, más que transcribir, inventaba. “Dicen que Sócrates escuchó a uno que leía el Lisis de Platón y comentó: ¡Por Heracles! ¡Qué montón de mentiras cuenta de mí ese jovenzuelo! Pues había escrito cosas que el Sócrates real no había dicho nunca”, concluye Diógenes.
Puede que las palabras sean las mismas: ataraxia, virtud, placer, felicidad, sosiego, tranquilidad, personalidad, carácter, y que signifiquen lo mismo para todas las escuelas, pero no los remedios, porque curar el cuerpo y el alma depende más de la manera de ser que de los tratamientos y fármacos. Ejercitar el cuerpo, reflexionar y despreciar los placeres pueden ser beneficiosos para unos y perjudiciales para otros porque, como apostilla Schopenhauer, siguiendo a griegos y romanos: “No lo que son objetivamente y en realidad las cosas, sino lo que son para nosotros, en nuestra percepción, lo que nos hace felices o desgraciados”. En mi caso debe ser cierto, pues escribo, leo, reflexiono, medito, paseo, almuerzo y me acuesto cuando me place, sea de noche o de día, haga frío o calor, sople levante o haya mar de fondo. No son las normas, o los demás, sino mi manera de ser, mis gustos y el azar los que marcan el ritmo. “Tu vida –reflexiona Marco Aurelio– está circunscrita a un período limitado, si no aprovechas esta oportunidad pasará, y tú también, y ya no habrá otra”.
“Del dulce vivir, el tiempo
que me queda ya no es mucho,
por eso sollozo a menudo.
Estoy temeroso del Tártaro,
pues es espantoso el abismo
del Hades, y amargo el camino
de bajada….Seguro además
que el que ha descendido no vuelve”,
lamenta Anacreonte.
Pero, ¡de su brevedad!, no porque sea un valle de lágrimas. “Cuando Homero implora que cese la discordia tanto entre los dioses como entre los hombres –advierte Heráclito– no se da cuenta que maldice la generación de todas las cosas, ya que éstas se generan a partir de una contraposición y una lucha”. Amar la vida tal como es, sin trascendencias, es la esencia del alma griega, aunque Platón asegure que hay otro mundo, y sus fieles cristianos, comunistas y anarquistas, ignorando que la esperanza es un bien incierto, sigan sus pasos. El deseo de trascender distorsiona la realidad tanto como la verdad y la ignorancia.
“Con tres anécdotas –asegura Nietzsche– es posible configurar el retrato de un hombre”, incluso con una bastaría, porque, si las teorías son generalizaciones de nosotros mismos, tan significativas serán tres anécdotas como una. Juzga sino tú mismo: «En el curso de mi enfermedad –escribe Epicuro– no tenía conversaciones acerca de mis sufrimientos corporales, ni con mis visitantes tenía charlas de este tipo, sino que seguía ocupándome de los principios relativos a los asuntos naturales, y, además de eso, de ver cómo si bien la inteligencia participa de las conmociones que afectan a la carne, sigue imperturbable atendiendo a su propio bien; tampoco daba a los médicos oportunidad de pavonearse de su aportación, sino que mi vida transcurría feliz y noblemente”. Si tuvieras que valorar su sensibilidad al dolor, ¿qué puntuación le darías? “No parece que le afectara mucho, así que cero”. ¡No me extraña que afirmara que “las enfermedades duraderas procuran a la carne más placer que dolor”! Ni que Cicerón desconcertado confesara: “Pienso que se está riendo de nosotros”. Pues, a pesar de constatar que estamos formados por los mismos materiales, pero en cantidades distintas, juzgamos a los demás como si fueran las mismas para todos. Pero si la proporción de empatía, maldad, envidia, celos y demás vicios y virtudes fuera la misma, ¿en qué diferiría la masa de los individuos?, ¿y unos individuos de otros?
A Schopenhauer, ¿cuánto le darías? “Si, como asegura, las nueve décimas partes de nuestra felicidad descansan exclusivamente sobre la salud, su sensibilidad sería extrema, así que le daría un nueve”. ¿Yo? ¿Cómo me puntuaría yo? Cerca del alemán y alejado del griego, porque, como Montaigne, “procuro lisonjearle separadamente, apartarle de su trabazón corporal, le hablo de Catulo y Séneca, todo en vano, si el cuerpo sufre de cólico dijérase que el alma sufre de lo mismo”. Quizá sean inseparables como predica Epicuro, una manera de hablar, el extremo más opuesto de nosotros mismos o, por mi manera de ser, me afecten más los dolores del cuerpo que los del alma.
¿“Nunca te despiertas pensando, la misma rutina: trabajar, comer, dormir, las mismas personas? “Al despuntar la aurora me encontraré con un indiscreto, un ingrato, un insolente, un mentiroso, un envidioso, un insociable”, reflexiona Marco Aurelio, consciente de que la prevención es el mejor antídoto contra los dolores del alma. Quizá deberíamos, como aconseja Eurípides,
“Reunirnos a llorar en la casa donde ha visto la luz un niño,
si pensamos en los variados males de la vida humana;
enterrarle, en cambio, con toda clase de honores y regocijos
a quien con la muerte ha puesto fin a sus duras penas”,
porque la vida es un engaño, nos engaña la razón, nos engaña la naturaleza y nos engañamos a nosotros mismos”.
No voy a contradecirte. Ni a tratar de convencerte porque sabemos por experiencia que “el carácter jamás cambia”. Pero, si “toda realidad se compone de dos mitades, el sujeto y el objeto, tan necesaria y estrechamente unidas como el oxígeno y el hidrógeno en el agua”, podría suceder que la rutina, el hastío, el tedio estuvieran en tu mente, en tus ojos no en tu casa, en tu trabajo o en mi islote. “Las mismas circunstancias, los mismos sucesos exteriores –asevera Schopenhauer- afectan a cada individuo muy diferentemente, y aunque colocados en un mismo medio, cada uno vive en un mundo diferente”, en el mío, la aurora, los atardeceres y las estrellas son cada día distintos y placenteros, también el regusto de la Ilíada, los Trabajos y los días, Safo, Catulo, Montaigne y Séneca, cada vez que deambulo por los estantes curioseando títulos y autores.
Hablemos, pues, de la luz, del mar, del viento, de las estrellas y del cielo, hablemos del tiempo. Pero no de la “imagen móvil de la eternidad” como poetiza Platón, las “formas a priori de la sensibilidad” que supone Kant o el “continuo espacio-tiempo” que imagina Einstein, sino de sentimientos. ¿El ocaso? Lunar, neblinoso como el sol de otoño. ¿La luz? Turbia, escurridiza como si estuviese empapada de agua. ¿El horizonte? Elevado, como si el mar se hubiese encaramado sobre sus hombros. Comprendo que el divino Platón sintiera que era la forma el arjé de todas las cosas, para mí, sin embargo, el “quid”, el “ontos” de la existencia es la belleza. ¿Qué hubiese pintado Mantegna? Robustos gigantes escalando el óculo de “La Cámara de los Esposos”, en el cenit Zeus blandiendo el rayo, ¿yo?, a Deneb, Altair y Vega trazando entre Lira, Cisne y Águila un triángulo luminoso.
Esta vez no podrás acusarme de citar sólo a griegos y romanos. “Al venir al mundo púsome mi genio esta disyuntiva: o conocer la verdad o enseñar lo falso, no me fue difícil elegir”, asegura Schopenhauer, tampoco a la mayoría de los hombres porque la verdad es tan atractiva y estimulante como el alcohol, la marihuana y el tabaco. El problema es que la humanidad está tan saturada de verdades como el Escamadro de cadáveres. “Sin embargo, gusta ver cómo se abre paso la verdad”. Su daimón no debía ser tan perspicaz como el de Sócrates, porque si el “mundo es mi representación”, todos creerán que la suya es la verdadera. Verdad, Inmortalidad, Eternidad, altisonantes palabras, ¿no crees?
Cuídate