¿Cómo sé que cita elegir? ¿Saber? Surgen, pero ignoro de dónde, cómo ni por qué. Y, aunque siento que las ideas me pertenecen, apenas me reconozco, porque las cartas que escribo y publico son tan dispares que, si leyeras ambas, sabrías al instante cual he escrito yo y cual el inconsciente, el ello, la voluntad, el fondo común de la especie, el cerebro reptiliano, el alma concupiscible, mi otro yo o el “fondo turbio y legamoso” del que habla Montaigne, porque las mías son claras y distintas, las suyas confusas e incoherentes. Juzga tu mismo. Primero, en bruto, tal como brota en la conciencia, sin separar la mena de la ganga:
–“Quizá alguna palabra actúe como resorte, una idea arrastre a otras, o palabras como ignoro, siento o saber sean como resortes, como torbellinos que arrastran citas relacionadas con ellas. Las palabras, cuanto más se elevan, más se alejadas de los pies están. ¿Acaso crees que los verbos representan cosas? Si las palabras representaran cosas bastaría con una docena para nombrar todo lo que vemos”.
A continuación lavada, pulida, depurada, filtrada, lista para ser leída, comentada, digerida, pensada:
-“Sentir y saber no significan lo mismo, ni el lenguaje y la realidad son caras de la misma moneda, porque, si las palabras representaran cosas, bastaría con una docena para nombrar todo lo que vemos. ¿Las demás? Flatus vocis. No conviene, sin embargo, que se eleven demasiado porque cuanto más se alejan de los pies más extrañas nos parecen”.
¿Cómo llamarlo? Esquizofrenia, extrañamiento, enajenación, don, posesión, inspiración, delirio, elige la palabra que más te guste, ¿yo?, “juego”, aunque no sea “el tiempo”, como asevera Heráclito, ni “Dios”, según Einstein, sino yo conmigo mismo, y por entretenerme, no porque sea el “único modo de tratar los grandes temas” como pretende Nietzsche. Pues la “grandeza”, como cualquier juicio de valor, depende del sujeto no de las cosas. Para mí, por ejemplo, los personajes, el ambiente y el entorno poseen tanta enjundia como el comunismo, la muerte de Dios, y las Ideas o sea el amanecer, el mar y el ocaso tanta como la metafísica, la moral y la política. Juzga tú mismo. Primero el paisaje:
“Zarathustra, pensativo, prosiguió su ruta. Descendía siempre, atravesando bosques y bordeando terrenos pantanosos; mas, como les ocurre a cuantos cavilan sobre cosas difíciles, pisó distraídamente a un hombre”.
Después la prédica:
“¡Para incitar a muchos a apartarse del rebaño, para eso he venido! ¡Ved a los creyentes de todas las creencias! ¿A quién odian por encima de todo? Al que rompe sus tablas de valores, al quebrantador, al infractor. ¡Pero ése es el creador!”.
Reconozco que sus propuestas son estimulantes. Pero también lo son las de Jesucristo, Marx, Platón, Aristóteles, Pirrón, Diógenes, Zenón y Epicuro. Además si todo fluye, por muy sugerentes que sean, tarde o temprano, serán devoradas por la corriente. Porque si todas las imaginaciones de los sabios fueran verdaderas –o sea inmutables y eternas– la realidad no sería caótica y contradictoria como el río de Heráclito sino estática e inmutable como el Ser de Parménides. ¿El Ser? Sí, el Ser, la auténtica realidad: el Comunismo, el Bien en sí, el Logos, Dios, el ADN, los Átomos, la Voluntad de poder. ¿O creías que había sólo una? Con la realidad nos sucede como a Sócrates con las virtudes, que buscando una hemos encontrado “todo un enjambre” de realidades. “No son nuestras necedades sino nuestras sabidurías las que hacen reír”, puntualiza Montaigne. A mí, sin embargo, me hacen reír ambas. Juzga tú mismo.
Primero la revelación, la borrachera, la euforia: “Nosotros sabemos lo que tú enseñas: que todas las cosas retornan eternamente, y nosotros mismos con ellas, que nosotros ya hemos existido infinitas veces, y todas las cosas con nosotros”. Después la caída, la decepción, la resaca, el desencanto: “La objeción más honda contra el eterno retorno, mi pensamiento abismal, son siempre mi madre y mi hermana”. ¿Objeción? ¿Su madre y su hermana una objeción? ¡Su madre y su hermana son hechos! ¿O ignoraba que los seres humanos son el talón de Aquiles de todas las doctrinas mesiánicas? Muy dionisíaco tampoco debía de ser, querer mejorar a la humanidad no parece muy griego, o quizá creyera que el Superhombre era un eslabón, no una esperanza como el Paraíso Comunista y el Reino de los Cielos.
Podemos edulcorar, enfatizar, exaltar, vivificar la realidad, incluso ocultarla bajo un manto de bellas imágenes y metáforas. Pero, por muy abismales que sean nuestros pensamientos, el animal –el Sí-mismo como predica– siempre acaba emergiendo. Y no lo dice Zaratustra sino yo, aunque Montaigne lo haya dicho primero: “Aunque andemos con zancos, siempre andaremos con nuestras piernas, y en el más elevado trono del mundo siempre sobre nuestro culo nos sentaremos”. También su amigo Overbeck debía pensar lo mismo: “El 24 de septiembre de 1895 volví a ver a Nietzsche. Tuve la impresión de estar ante un animal moribundo y noble que se refugia en un rincón a esperar la muerte”. ¿Impresión? Si, en lugar de la cantidad de verdad que podemos soportar, hubiese tomado al animal humano como “auténtica unidad de medida” sabría que nuestros sueños, nuestras imaginaciones, nuestras esperanzas, en fin nuestras verdades son fantasías de seres que enferman, envejecen y mueren. Morir no es una cuestión de gusto ni de perspectiva, morir es un hecho, aunque “animal moribundo y noble que se refugia en un rincón” sea una bella metáfora.
Reconozco, sin embargo, que la risa no es un buen argumento. Y que, probablemente, como insinúa Sócrates, sea síntoma de ignorancia. “¿Qué es eso, Polo? ¿Te ríes? ¿Es ése otro nuevo procedimiento de refutación? ¿Reírse cuando el interlocutor dice algo, sin argumentar contra ello?”. Incluso de incomprensión como lamenta Zarathustra: “¡Vedlos cómo ríen! No me comprenden, no es mi boca adecuada a esos oídos”. Pero, en mi pequeña Atenas, “todas nuestras fantasías –sean opiniones o dogmas, joviales o serias, ligeras o pesadas– tienen derecho a ser escuchadas”, incluso la risa y el silencio porque donde hay libertad no manda la moral, la religión ni la política. Además, si las sabidurías de hoy serán necedades mañana, ¿por qué no reírnos de ambas?
Pero volvamos a la inspiración. Para Nietzsche somos instrumento, “encarnación, medium de fuerzas poderosísimas”. Y es comprensible su desconcierto. Nadie en estado de vigilia escribiría en diez días “Así habló Zarathustra”, compondría cuatrocientas cantatas en seis años ni pintaría la capilla Sixtina en cuatro. Atribuir lo mejor y lo peor de nosotros mismos a una fuerza de origen desconocido, la llamen sociedad, azar o Dios, es una constante humana. Aunque, fisiológicamente, sea un problema de sensibilidad, de intensidad, de pasión, de sobreabundancia, de espiritualizar sensaciones y somatizar convicciones, sueños y creencias, o sea de manera de ser, de carácter. Él siente el superhombre, yo el mar; él observa a los hombres, yo las estrellas; él se escruta a sí mismo, yo a los demás; él escribe aforismos, yo cartas; él canta ditirambos, yo sonetos. ¿De Dioniso? No, de Juan. En mi alma no penetran tan profundamente las Musas.
Para la herida del olvido: sal.
Para el picor lascivo: rascacielos.
Para cazar pegasos en los cielos:
cerbatana de amor primaveral.
Para corona de oro virginal:
tu cabello amarillo. Los revuelos
del halcón y la garza: ritornelos
sobre un campo de amor verde y carnal.
Un beso: punto y coma. Un taburete:
para ser domador de fantasías
en el circo de la monotonía.
Un abrigo por si hay que viajar
lejos. En los bolsillos un billete
hasta la mar: para la sed de amar.
Bello y poético deseo, pero fisiológicamente imposible. No me extraña que percibiese la creatividad como una fuerza de origen desconocido. Decir sí al “sufrimiento, la culpa, todo lo problemático y extraño de la existencia” debe ser un sentimiento desconcertante. Y, más aún, “querer que nada sea distinto, ni en el pasado, ni en el futuro, ni por toda la eternidad”. Quizá la sobreabundancia, como todo los excesos, no produzca placer sino desasosiego, incluso dolor, si decir sí a la vida exige “no sólo soportar lo necesario, sino amarlo”. O confundió la Vida con la suya, porque yo podría desear la muerte, incluso mirarla con indiferencia, pero no amar el dolor y el sufrimiento. ¿Amar lo necesario? Extraños son los caminos de Dioniso.
Pero dejemos los grandes ideales, las elevadas metas: el Paraíso, la Revolución, la Vida y volvamos a la suya, pues hablemos en abstracto o en concreto, en particular o universal, en primera, tercera o cuarta persona siempre hablamos de nosotros mismos. “¿Tiene alguien, en el siglo XIX, –pregunta Nietzsche- un concepto claro de lo que los poetas de épocas poderosas denominaron inspiración?”. En un siglo tan científico y materialista como el suyo quizás no, aunque lo dudo, soslayar que la humanidad siempre ha sido la misma, es el inconveniente de obsesionarse con uno mismo, y no me refiero a la personas sino a sus predicciones, fantasías y vaticinios. Síndrome de Narciso podríamos llamarlo, o esquizofrenia si te suena más científico, aunque, en el fondo, da lo mismo porque progresemos o retornemos siempre estamos en el mismo punto. ¿O crees que Santa Teresa, San Juan de la Cruz, San Pablo, Juana de Arcos, Dostoyevski, Mahoma y cualquiera de los iniciado en los Misterios de Eleusis no suscribirían sus palabras? Y si tan “poderoso soberano” te hace dudar, hurga, escarba, desenmascáralas, encontrarás idénticas vivencias, impulsos y sentimientos en santos y ateos, filósofos y místicos, mártires y científicos.
Primero la santa: “Muchas veces sin prevenir el pensamiento ni ayuda alguna viene un ímpetu tan acelerado y fuerte, que veis y sentís levantarse esa nube o esa águila caudalosa y cogeros con sus alas”, después el científico: “De súbito, sin aviso de tipo alguno, me vi envuelto en una nube del color de las llamas. Por un momento pensé que había fuego, más tarde que el fuego estaba en mí. Inmediatamente me sobrevino un sentimiento de alegría, de felicidad inmensa acompañada o seguida de una iluminación intelectual imposible de describir”, por último Nietzsche: “De repente se deja ver algo, se deja oír algo que conmueve y trastorna en lo más hondo. Se oye, no se busca; se toma, no se pregunta; como un rayo refulge un pensamiento, con necesidad, sin vacilación”. Por ejemplo, que “lo que la humanidad ha tomado en serio hasta este momento: Dios, alma, virtud, pecado, más allá, verdad, vida eterna….son mentiras”. En definitiva, que “donde los demás ven cosas ideales yo veo ¡cosas humanas, ay, sólo demasiado humanas!”.
Pero si los ideales son ficciones, nadie puede poseer la “medida de la verdad” y, aunque poseyera ese mágico don, entre la Vida, Dios, el Hombre y la Revolución, me quedo con la libertad. ¿Para qué? Para oír, escuchar, charlar, pensar, reflexionar, fabular, imaginar, deambular, leer, comentar, en fin para vivir a gusto –“sin depender de terceros” como recomienda Montaigne- protegido por el mar y las mareas, a ochocientos metros de la costa. Pero si no dispones de las altas cumbres de Sils Marie, de una redondeada biblioteca o de un alejado islote, sigue el consejo del sabio Epicuro y “refúgiate en ti mismo”, no hay lugar más apacible y seguro.
Para Platón, sin embargo, la inspiración es una especie de locura: “No son los poetas, privados de razón como están, los que dicen cosas tan excelentes –ni los filósofos y científicos, ¿o es que las intuiciones filosóficas y científicas tienen un origen distinto que las melodías y los poemas?-, sino que es la divinidad misma quien las dice y quien, a través de ellos, nos habla”. Y si no crees en Dios ni en las Musas, pero tienes fe ciega en la ciencia, llámalo ello, instinto o, más científicamente, “predisposición genética”, aunque tan oscuros son los quark, el cuerpo, la materia oscura y los genes como Zeus, Dios, el alma y la mente. ¿O también crees en el poder creador de las palabras?
Me pregunto si la ciencia no será –como la religión, la filosofía, la política y el arte– una manera de satisfacer el deseo de trascender propio de la especie, y su aparente objetividad y neutralidad una manera de sortear la censura de la conciencia. Porque si tan orgullosos estamos de ser “polvo de estrellas”, ¿por qué esa obsesión por ser más de lo que somos? Dicho poéticamente si no ocultará en su interior la misma trascendencia que las custodias o los silenos de madera. “Sócrates –asegura Alcibiades- es lo más parecido a esos silenos existentes en los talleres de escultura, que, cuando se abren en dos mitades, aparecen, en su interior, estatuas de dioses”. Pero si las custodias guardan el cuerpo de Cristo y los silenos, las bellas esculturas de Fidias, Policleto y Praxíteles. ¿Qué esconde la ciencia? Lo que todos persiguen, pero nadie encuentra: la Verdad, aunque religiosos, filósofos y políticos de todas las épocas, incluso el mismo Nietzsche, aseguren poseerla: “Soy el primero que ha descubierto la verdad”. ¿El primero? Si su vista fuese tan aguda como su olfato sabría que ni el Amor, ni el Sexo, ni la Libertad, ni la Igualdad, ni la Justicia ni la Solidaridad tienen una penitencia tan numerosa y concurrida como la que sigue a la Verdad, la Bobería, la Idiotez y la Tontería.
Muy apegados de sí mismos debían de estar para proclamar la muerte de Dios, o que revolucionando el modo de producción desaparecería la ideología religiosa. Si hubieran escuchado la voz de la experiencia, o leído a Homero tan concienzudamente como el Anticristo y el Capital, sabrían que podemos derribar ídolos, pero no eliminarlos, porque no es la razón ni los instintos sino la astucia la esencia de la naturaleza humana. “El advenimiento del Dios cristiano, que es el Dios máximo a que hasta ahora se llegado, (En su época quizá, porque en el siglo XX fue Marx y, en el XXI, Alá) ha hecho manifestarse en la tierra el maximus del sentimiento de culpa (¿El maximus? Si hubiera nacido en el siglo XX o en el XXI sabría que el sentimiento de culpa aún no ha tocado fondo. Quizá sentirse culpable sea el coste que han de pagar los vencedores, el caballo de Troya de los vencidos o sentirse orgulloso de nuestra cultura no forme parte de la idiosincracia europea). De la incontenible decadencia de la fe en el Dios cristiano sería lícito deducir la decadencia de la conciencia de culpa (¿Deducir? Así sería si el sentimiento de culpa fuera inversa –no directamente proporcional– al ateísmo, la falta de fe y demás sucedáneos; si la racionalidad formara parte de la naturaleza no del lenguaje; o si la naturaleza estuviera escrita en lenguaje matemático). El ateísmo y una segunda inocencia –concluye Nietzsche- se hallan ligados entre sí”. Quizá deberíamos centrarnos en el hablante no en lenguaje, en el sujeto no en las cosas, aunque bastaría con utilizar correctamente pronombres y formas verbales: no decir “nosotros” sino “yo”, ni “el” o “la” sino “en mi opinión”. Porque el ateísmo y la inocencia no “se hallan ligados entre sí” sino en su persona, si, como confiesa en “Ecce Homo”, ser ateo se da en él “instintivamente”, no como acontecimiento o resultado.
“Hoy estarás conmigo en el Paraíso” asegura Cristo, “El alma es inmortal” asegura Sócrates, “No hay ningún Dios, ahora la ciencia ofrece una explicación más convincente” asegura Hawking, “Si no hay dioses no soportaría no ser Dios” asegura Nietzsche, “Hemos nacido para cosas altas y espléndidas” asegura Cicerón. Quizá, y no les culpo, el carácter nos acompaña desde que naces hasta que mueres. No conviene, sin embargo, confundir el yo con la especie. A mí, por ejemplo, con la salud me basta, porque, para ser feliz, no necesito creer en Dios ni en ningún sucedáneo –lo llamen paraíso, mundo mejor o progreso– sino que mi manera de ser, mi carácter, mi “Si-Mismo”, como advierte Nietzsche, o mi demón, como afirma el viejo Heráclito, diverja lo menos posible de mí mismo, dicho intempestivamente que “no se mofe de mi yo y de sus vanidosas piruetas”. ¡Cómo si el Superhombre y el Eterno retorno no fueran fantasías tan vanidosas como la llegada del Hijo de Dios y el Paraíso, o las concepciones religiosas, filosóficas y científicas no fueran hijas de la fantasía! La ignorancia debe ser tan necesaria para la supervivencia como el engaño, el alimento y la bebida si, a pesar de las evidencias, juramos que ideas, creencias y convicciones nacen con nosotros. ¿O creías que la depresión, la anorexia y las barrigas cerveceras no existían en el Paleolítico, en Roma y en Grecia?
“Casi 700.000 libros fueron adquiridos o copiados” para la biblioteca de Alejandría, comenta orgulloso Aulo Gelio. “Cuarenta mil libro se quemaron” a causa de la guerra lamenta Séneca. Pero, si la mayoría “se dedica a repetir las mismas cosas”, como arguye Cicerón, y corrobora Artemidoro: “No han hecho otra cosa que copiar los unos las obras de los otros, exponiendo torpemente cuanto ya había sido descrito espléndidamente por sus antecesores”, eliminando copistas, imitadores y glosadores, los libros destruidos se contarían con los dedos de la mano. Tampoco necesitamos testigos para saber que, si la naturaleza es la misma para todos, pueden cambiar las formas, no los contenidos. Ni la voluntad de poder ni la revolución ni la ciencia ni siquiera el tiempo, la educación y el progreso pueden modificar los genes. Creer que existe un Ser Supremo, que somos libres y buscar sentido a la existencia es connatural a la naturaleza humana. Y, aunque el cambio es agradable –que beneficie o perjudique depende del gusto-, por mucho que científicos, filósofos y teólogos aseguren que cualquier tiempo pasado fue peor, en mi opinión fue exactamente el mismo. ¿O crees que si hubiésemos nacido en 1917, 1936 o 1940 habríamos actuado de distinta manera? “En tiempos de paz y prosperidad –escribe Tucídides- tanto las ciudades como los particulares tienen una mejor disposición porque no se ven abocados a situaciones de imperiosa necesidad; pero la guerra, que arrebata el bienestar de la vida cotidiana, modela las inclinaciones de la mayoría de acuerdo con las circunstancias imperantes”. Y no se trata de filosofía sino de hechos.
¿Y si fuera la forma el sustrato, la materia primera, el justo medio que equilibra el placer y dolor, el pesimismo y el optimismo, Apolo y Dioniso? Juzga tú mismo. Primero la luz, la alegría, el gozo:
¡Oh! El sacramento del cuerpo,
de los miembros abrazados,
de los que se levantan altivos,
¿qué puede ser más hermoso?
Yo te celebro vida,
círculo de esperanza,
sólo tú alivias la existencia.
Después la oscuridad, el dolor y el sufrimiento:
“Mis sueños reflejados (corazón amable y transparente de sinceridad),
desafiando al ruiseñor en el límite de su altura,
huiré de sus alas llenas de lágrimas
y del combate, bajo un sol que aún se atreve a brillar.
Surgiré oscuro, evitando el rapto doloroso y consentido,
para trazar los límites de la desdicha”.
¿El nexo? La belleza, y no anuncio, describo, sensaciones, no realidades, poesía, no metafísica. Contentarse con lo que está al alcance de la mano, de la vista es el sino del aurea mediocritas. ¿Qué vi? Un silencio grisáceo, un cielo neblinoso, un mar de azogue y el horizonte de Cádiz flotando entre nubes, sobre la catedral, entre nebulosas y estrellas, Betelgeuse, Procyon y Siro…..Día–Noche, Cielo–Tierra, Malo–Bueno, Izquierda–Derecha, Masculino–Femenino, Mortal–Inmortal, Limitado–Ilimitado, Húmedo–Seco, Par–Impar, Lleno–Vacío, Vida–Muerte.….eternas fracturas de la mente humana.
¿Más allá? El vacío, la nada poblada de gigantes, titanes, constelaciones, agujeros negros, de gusanos y música de estrellas. El hombre ni mide ni crea, imagina, sueña y muere.
Cuídate