Carta Romana II

    

     No creo que la diferencia de edad sea un problema. Es obvio que los viejos no poseen el vigor de los jóvenes, y que hombres y mujeres son físicamente diferentes. Pero, espiritualmente, que seas joven, Lucilio adulto, Séneca y yo maduros, incluso viejos, carece de importancia. Para filosofar importan los individuos, las perspectivas, no la edad y el sexo. Las circunstancias y nuestro modo de ser nos han moldeado de forma diferente: cuatro individuos, cuatro puntos de vistas. Y, aunque la experiencia puede ser una ventaja, sin reflexión es inútil.

     Es verdad que apenas nos conocemos. Tampoco importa. Séneca y Lucilio serán nuestro vínculo, la manera de acortar distancias. Ellos aportarán los temas y sus opiniones, nosotros las nuestras. Será un fuego cruzado entre cuatro individuos en diferentes etapas de la vida, aunque todos hayamos alcanzado el último rellano.

     Reivindica la posesión de ti mismo, y el tiempo que hasta ahora se te arrebata, se te sustraía o se te escapaba, recupéralo y consérvalo”, aconseja Séneca a Lucilio. Distinguir entre el tiempo y nosotros es práctico y signo de riqueza. Sin palabras, ¿cómo viviríamos? Pero no creo que sean cosas distintas. Todo es tiempo: tú, yo y todo lo que nos rodea. Reivindicarnos y reivindicar el tiempo que vivimos es lo mismo, sólo verbalmente podemos distinguirlos. No he olvidado la conciencia. Ni la memoria. Pero, más que diferenciarnos, certifican que estamos “muriendo cada momento» .

     Te has preguntado alguna vez cómo sería el mundo si pudiéramos comunicarnos directamente, sin intermediarios, porque no creo, a pesar del clarividente Montaigne, que “los hombres se entiendan entre sí merced a la palabra. Es más dudo incluso que fuera posible. Y aunque, gracias a su versatilidad y belleza, podemos expresar lo que sentimos y pensamos con más delicadeza y finura que los sonidos y los gestos -se podría decir que son los dedos de la mente porque, en el fondo, no somos más que palabras-, dudo que sirvan para entendernos. Al menos eso siento cuando, al corregir las cartas, no consigo comprender lo que quise decir en tal párrafo, o con tales palabras, y no siempre logro averiguarlo. A veces incluso me veo obligado a modificar lo escrito. Y, si no logro entenderme ni comunicarme conmigo mismo, difícilmente podré entender y comunicarme con otros. Entre la magia y la claridad es difícil decidir hacia donde inclinar el fiel de la balanza: por naturaleza me atraen el exceso, la fuerza, el derroche, en definitiva, la cara oscura y mágica del lenguaje, pero, al final, es el deber el que tiene la última palabra. En el ara de Apolo sacrifico a Baco, pero no la imaginación. Así que escucha cómo sería el mundo si pudiéramos comunicarnos por ósmosis o por contacto: un paraíso, un remanso de paz, homogéneo y silencioso, en el que la advertencia del sabio Solón:

     “Ten cuidado de cada hombre, mira
que no te hable con rostro sonriente
y tenga en su corazón el odio oculto,
y una lengua falsa te dirija la palabra
desde su negro entendimiento”,

sonaría, a sus imaginarios moradores, tan extraña como a nosotros las profecías sociales, porque, al no disponer de palabras ni de ningún otro artilugio o intermediario, no podríamos ocultar lo que pensamos, o sea seríamos menos falsos e hipócritas. Pero también menos variados, menos diversos, con menos matices, en definitiva el mundo sería menos bello, ¿los seres humanos?, como hermanos, alegres, sonrientes, ayudándose unos a otros, cuidando de los débiles y de los enfermos. ¡Beatífico vínculo es la fraternidad si pudiéramos vivir con los ojos cerrados! Pero la naturaleza nos ha dado ojos y memoria. Deja, pues, islas y Elíseos a los muertos, y disfrutemos de la caverna mientras podamos.

     Todo, Lucilio, es ajeno a nosotros, tan sólo el tiempo es nuestro….del cual nos despoja cualquiera que lo desee”. No todo, sólo un tercio es de libre disposición, el resto se lo llevan las necesidades físicas y las obligaciones sociales. Y, aunque cabe reducirlas, o hacerlas más gratas, el uso que hacemos del tiempo siempre será el mismo y el adecuado. Y, si al mirar para atrás, sientes, como Séneca, que lo has malgastado, es porque han cambiado las circunstancias o tus necesidades. Ingenuamente creemos que, si volviéramos a nacer, lo emplearíamos de un modo distinto, o elegiríamos otros caminos. Así sería si dependiera de la voluntad, no de las circunstancias y del carácter. Dulce engaño es la ingenuidad, ¿no te parece? Aunque el placer sea el artífice. Todas las opiniones del mundo coinciden en que el placer es el fin, aunque se busquen diversos medios”.

     Propone Platón indagar primeramente cómo es la justicia en los Estados y después en cada individuo, prestando atención a la similitud de lo más grande en la figura de lo más pequeño”. Yo, el método contrario, que indagues el día a día, porque podría suceder que esa sensación de pérdida, que perturba tu ánimo cuando analizas grandes períodos, desaparezca en los pequeños fragmentos. En definitiva que cuantifiquemos la vida.  Y si crees que las conclusiones serían idénticas, piensa que disponemos del tiempo que, con nuestras decisiones, nos hemos concedido. Y si la situación depende, en cada momento, de lo elegido, y lo elegido del carácter, puedes estar en desacuerdo con el resultado, pero, guste o no, la elección siempre sería la misma.  Y si, vista desde la distancia, piensas que podías haberlo hecho de otra manera. Recuerda que, cuando elegimos, las circunstancias eran diferentes. En su caso viviendo ociosamente en una de sus villas próximas a Roma.

     “¿A quién me nombrarás que conceda algún valor al tiempo, que ponga precio al día, que comprenda que va muriendo cada momento?”. Esta vez seré yo el que se aproveche de la lingüística. Es cierto que morimos cada día, pero, a esa pérdida, la llamamos envejecer. Y, aunque nos quejemos tanto del final como del proceso, la muerte que nos preocupa no es la diaria sino la definitiva. Ni envejecer y morir es lo mismo, ni la vida y la muerte son sólo palabras como enfatiza Tales. Dijo que no había diferencia entre la vida y la muerte. ¿Entonces por qué no te mueres? Le preguntó uno (¡buena pregunta!). Porque no hay diferencia» contestó. Puede que su redundante respuesta parezca ingeniosa, e incluso arrancara el aplauso del público, pero dudo que haya convencido, a pesar de los siglos transcurridos, a alguno de sus lectores. Tampoco creo que, interiorizar que usamos mal el lenguaje, suponga un alivio, porque el problema no es qué sea la muerte, ni por qué morimos, sino que inevitablemente desapareceremos. Todo lo demás es simple divertimento. Así que olvida la muerte y el futuro, ambos inevitables e inciertos. Y defiende el tercio que te corresponde de las opiniones ajenas. Y, si quieres mantener la balanza equilibrada, empieza por conocerte a ti mismo. ¿Cómo lo sabrás? Cuando haya armonía entre lo que te gustaría y lo que haces.

     Considero el primer indicio de un espíritu equilibrado poder mantenerse firme y morar en sí. Mas evita este escollo: que la lectura de muchos autores y de toda clase de obras denote en ti una cierta fluctuación e inestabilidad”. No siempre revolotear entre libros denota un espíritu inestable, a veces, es la única manera de saciar el alma. Y, aunque la virtud esté más cerca de la moderación que del exceso, ni la inquietud ni el ansia de saber son un obstáculo cuando son inherentes a la persona. Pero si, a pesar de las apariencias, dudas si seguir el consejo, sustituye la tercera persona del verbo por la primera, y comprueba si armoniza o no con tu carácter. “No estoy en ningún lugar si estoy en todas partes”, en otras palabras, para sacar provecho de las lecturas, o sea progresar espiritualmente, tengo que centrarme en un autor, una obra y una idea, no picotear de muchas al mismo tiempo, quizá entonces veas con claridad si debes o no obedecer el consejo. Cuarenta mil libros ardieron en la biblioteca de Alejandría, hermosísimo monumento a la opulencia real: alguno habrá que lo alabe”. ¿Alguno? Quizá confundió la naturaleza humana con la suya.

     “Es conveniente ocuparse y nutrirse de algunos grandes escritores”. Prefiero ocuparme de los que me gustan. Es decir de los que abordan temas o problemas que me interesan. ¿Por qué sino leemos las cartas de Séneca a Lucilio, las de Epicuro a sus discípulos, las de Montaigne a sí mismo o escribimos las nuestras? Tampoco tienen que ser los mejores. Pues, aunque el filtro del tiempo es un argumento de peso, la última palabra siempre la tendremos nosotros, en el caso que la manera de ser y nosotros sean algo más que dos palabras distintas.

     “Procúrate cada día algún remedio frente a la pobreza, frente a la muerte, frente a las restantes calamidades, y cuando hubieres examinado muchos escoge uno para meditarlo cada día”. Encontrar un remedio para el alma no será un problema, porque santones, chamanes, guías espirituales e iluminados sociales siempre han sido los especímenes más abundantes. Puede incluso que, en la etapa científica en que nos hallamos, su número haya aumentado. El motivo es sencillo: la cantidad está en proporción directa al de necesitados, o sea al número de fieles, militantes y seguidores. Y esa ley de hierro nada tiene que ver con Dios, la injusticia social, el dominio de clase o la falta de ilustración, la jerarquía es inherente a la naturaleza humana. Pero que meditando nos libre de la pobreza, la muerte, cure las enfermedades y el sufrimiento no va a ser tan fácil. Aún así seguiremos el consejo porque, aunque no sea por empatía sino por miedo al contagio, no creo que tales penalidades dejen a nadie indiferente. Y, si alguien afirma lo contrario, espera a ver cómo reacciona ante esos cuatro jinetes: “A la muerte remito la prueba del fruto de mis estudios, y entonces veremos si me salen de la boca o del corazón”. Y si sus palabras concuerdan con los hechos, dale la enhorabuena. ¿A él? No, a la fortuna, al azar, a la casualidad o al viento, porque, aunque los hombres pertenecemos a una misma especie y, con poca diferencia, tenemos instrumentos muy semejantes para juzgar y concebir«, lo cierto es que “hay más distancia de un hombre a otro que de un animal a un hombre”. Y no me refiero a la crueldad y violencia, sino a la inteligencia y al carácter.

     ¿Preguntas cuál es el límite conveniente a las riquezas? Primero tener lo necesario, luego lo suficiente”. Contentarte con lo necesario hoy y, con lo suficiente, mañana es un buen consejo, siempre que enriquecerse no sea el objetivo de tu vida. Y aunque es difícil saber, en cada momento, la cantidad conveniente, tu manera de ser te mostrará el camino; la reflexión y los años, el fiel de la balanza.

       Cuídate