Carta Romana XI

   

     Dice Séneca que de fenómenos contrapuestos se compone la duración eterna del universo. El universo no sé, pero que percibimos la vida como una sucesión cíclica de elementos contrarios es algo que podemos comprobar por nosotros mismos, y, aunque no podemos asegurar que de tal contradicción surja la más bella armonía, como afirma Heráclito, la imagen de un universo en tensión no sólo es bella sino poética. Y no me sorprende que la poesía alimente las concepciones más elevadas de la filosofía y de la ciencia porque, cuando los sentidos no bastan, la imaginación toma el testigo de la vista y, a cierta altura, es difícil distinguir entre literatura, física y metafísica.

    Difícilmente creeré -comenta Montaigne- que Epicuro, Platón y Pitágoras nos hayan dado por moneda de ley sus Átomos, Ideas y Números, porque eran harto sabios para tomar por artículo de fe cosas tan inciertas y discutibles. Pues si -después de escribir más de cien ensayos sobre sí mismo, ser testigo mudo de la historia de Roma, y ocular de los iluminados y dogmáticos de su época, y de la capacidad de la fe para mover a las masas- cree que la sabiduría es un antídoto contra la imbecilidad humana, es que no nos conoce tan profundamente como dice. Comprendo que piense que dedicaron sus almas a invenciones que tuvieran una apariencia sutil y placentera, de modo que, aun siendo falsas, se pudieran sostener contra opuestas proposiciones porque es difícil no ver a los demás como imágenes especulares nuestras. También yo creía que lo bueno para mí lo sería para todos, y puede que lo sea para algunos, pero no para todos, ni siquiera para la mayoría porque si átomos, ideas, clases y números son para él cosas inciertas y discutibles, para Epicuro, para Platón,  para Pitágoras y para adeptos y seguidores son verdaderas e indiscutibles. Si recogiéramos las tonterías dichas por los sabios y los artículos de fe de todas las épocas, ni las cinco estanterías de su redonda biblioteca serían suficientes para soportar el peso de los volúmenes.
    
    Comprendo que siendo Montaigne tan libre e independiente se pregunte: “¿Por qué no ha de ser permisible conservar la libertad de juzgar las cosas sin obligación ni servidumbres?”. Cuesta asumir que la libertad y la autonomía, vitales para él, sean perjudiciales e indiferentes para otros. Pero si el carácter es lo que individualiza a las personas, extraño sería que las necesidades fueran las mismas -¿para qué quiere una persona la libertad si por naturaleza es incapaz de guiarse por sí misma?-, también comprendo que le desagrade la altanería y el orgullo de los que arrastran la verdad como un trofeo y amenazan a los incrédulos con los campos de exterminio, el gulag y la condena eterna porque a mí me sucede lo mismo. Acepto las ideas dubitativas que caminan humildemente y se sonrojan cuando tropiezan, pero las rechazo cuando se pavonean y observan despectivamente a las demás como si fueran obvias, evidentes y las únicas verdaderas, en fin como si sólo debieran existir ellas. Y no me importa la solidez de sus argumentos, ni el número de seguidores, ni que utilice la razón contra sí misma, porque la disparidad y diversidad de opiniones forman parte de nuestras raíces. Reconforta saber que se sirvió de la razón para defender el catolicismo, y yo de él para defender la libertad de pensamiento. Y, aunque es probable que si recogiéramos todas las tonterías diríamos maravillas”, yo digo que esas tonterías son productos de la libertad, y que peor sería no poder recoger ninguna.  

    Es curioso, sin embargo, que Séneca junte en una misma frase palabras que podemos visualizar, como fenómenos, contrapuestos, compone, duración, universo con eterna que escribimos, pero no entendemos. Y, más aún, que asintamos como si la verdad dependiera del resultado: cinco palabras comprensibles, una incomprensible…..¡Afirmación verdadera! Quizá no sea la naturaleza una pintura velada, como arguye Platón para justificar nuestras elucubraciones, sino nosotros consumados artistas que tapamos nuestra ignorancia con palabras, como nuestros ancestros aprovechaban las oquedades de las rocas para simular volumen y movimiento.

    Aunque, de ser así, deberíamos mostrar el proceso creativo para que, viendo lo añadido, reconstruido y modificado, no confundamos verdad con acierto. Y utilizar sólo palabras palpables, para que Montaigne no tenga que ir detrás recordándonos que el más sabio sólo es un hombre, y ¿hay algo más caduco, miserable y nulo que el hombre?”. Supongo que no, y, si lo hubiera, callaría porque también a mí me resulta más placentera la filosofía, la ciencia y la religión cuando nos vituperan que cuando nos alaban. ¡Vamos!, que el dulce cosquilleo que siento cuando Homero, el Libro de la Sabiduría y él nos fustiga, desaparece cuando el Génesis nos hace réplicas de Dios, Séneca nos llama divinos y Cicerón se queja porque Homero atribuía a los dioses sentimientos humanos”. ¡Cómo si las demás especies albergaran razón no habrían asignado la primacía a su propia especie”, llamado hijos de Dios, atribuido un alma, y juzgado moralmente la vida tomándose como medida de sí mismos y de todas las cosas! Además, si hubiera querido atribuirnos cualidades divinas, habría escrito una historia de la ciencia, una cosmología o los Elementos de Euclides, no la destrucción de Troya por los griegos, ni las aventuras de Odiseo por el Mediterráneo.

    Y que no crea que el conocimiento sea madre de toda virtud y la ignorancia de todo vicio, ni los doctospersonas santas y poseedoras de alguna particular inspiración divina, no significa que alabe el voto de ignorancia porque, aunque el fruto de la filosofía y el que obtienen los ignorantes de la naturaleza sea el mismo, no lo es el placer de la búsqueda, más duradero y asequible que la tranquilidad de espíritu. Al menos para mí, porque sila actividad más preferible para cada hombre es, según Aristóteles, la que está de acuerdo con su propio modo de ser, tan placentero será Arístipo como Epicuro, y tan razonable pensar, como Séneca, que querer saber más de lo suficiente es una forma de intemperancia, como que la inventiva, la imaginación y la fantasía no deben tener más límite que el impuesto a cada uno por la naturaleza. Aunque, por mi manera de ser, me incline por Aristóteles.

    Sorprende, sin embargo, que Montaigne -sabiendo que su comportamiento no es aprendido sino innato, y que su admirado Sócrates no se movía por impulso sino por carácter– alardee de su sociabilidad y convierta la necesidad de comunicar el saber en un deber moral como si fueran características de la naturaleza humana. Porque si un dios me concediera el saber con la condición de no compartirlo, aceptaría, incluso si el islote se hallara en medio del océano, aunque dejaría en blanco las palabras que no entendiera, sean sujeto, verbo o complemento, porque detesto la falsedad, la mentira y el autoengaño más que la fe, la necedad y la ignorancia. No escribiría dice Séneca que de fenómenos contrapuestos se compone la duración eterna del universo sino dice Séneca que de fenómenos contrapuestos se compone la duración “um-um” del universo”. Y, si hubiera más huecos que sustantivos, adjetivos y verbos, haría como el Greco en el «Entierro del Conde de Orgaz» y Rafael en el Triunfo de la Eucaristía-, retratar a los asistentes e imaginar el cielo. Aunque preferiría pintar la realidad sin cortes ni divisiones como Homero  y Miguel Ángel, ¿o es que hay alguna diferencia entre Adán, las Sibilas, Dios Padre, Aquiles, Afrodita, Héctor, el Olimpo, el Hades, el juicio final y la creación del mundo?

    Pero como sólo disponemos de un lenguaje, y mi «daimón»  no permitiría que suspendiera el juicio, utilizaré puntos, comas y paréntesis para distinguir lo observado de lo añadido. Escribiré que todo el universo estuvo concentrado en un punto de densidad infinita, que con la explosión surgió el espacio-tiempo, que no tiene bordes, que se autocreó porque materia y energía es lo mismo para preguntar, a continuación, dónde estaba, de dónde surgió, cómo, por qué, y cuanto a la razón le plazca, tengan o no sentido para el creacionismo, el evolucionismo, el diseño inteligente y la física cuántica. Así creyentes, escépticos y ateos podrán distinguir lo añadido de los hechos y de su interpretación si son cosas distintas, para que no nos suceda como a Alejandro que creía ser hijo de Dios y no era más que un ser humano ignorante de su condición y limitaciones. Te felicito por haber sido acogido en el número de los dioses -le espetó su amigo Filotas-, pero compadezco a aquellos que van a tener que vivir sometidos a una persona que sobrepasa a la condición humana. También yo porque aunque andemos con zancos, siempre andaremos con nuestras piernas, y en el más elevado trono del mundo siempre sobre nuestro culo nos sentaremos.

    No creas que pretendo poner límite a nuestras deseos, sueños y fantasías, porque no hay, para mí, nada tan placentero como seguir sus vuelos y acrobacias. Pero, si preguntas a Séneca cómo puede hablar con tanta seguridad de lo que no vemos, responderá que teníamos conocimiento de la salud del cuerpo y por analogía hemos deducido que existe también la salud propia del alma, y Einstein que, de sus ecuaciones, se deduce que existen agujeros de gusano que conectan diferentes partes del espacio-tiempo y los distintos universos entre sí. ¡Analogía! ¡Ecuaciones! ¡Deducción! ¡Agujero de gusano! Mágicas palabras que nos permite descubrir el alma y viajar de un universo a otro. Nada se opone al hecho de que el número de mundos sea infinito, asegura Epicuro; Demócrito que hay infinitos mundos, que en algunos no hay sol ni luna o son más grandes y en otros hay más de uno; Hawking que en ciertas regiones limitadas en el espacio y en el tiempo se han dado las condiciones necesarias para el desarrollo de vida inteligente porque de lo contrario ni él habría escrito Historia del Tiempo ni yo esta carta. Entonces si Juliano fustiga a Jehová, Jesucristo y San Pablo,  Nietzsche ataca a Platón, al cristianismo y al anarquismo y yo a dogmáticos, iluminados e intolerantes es que en nuestras raíces se dan las condiciones necesarias que hacen posible la discrepancia y la crítica. ¿Qué condiciones? La libertad y el respeto, ¿o creías que eran cosas distintas?

    Cuídate