Carta Romana XV

      

      “Esta época tan corrupta. ¿Época? ¿Qué época? La de Séneca, siglo I después de Cristo, pero podría ser cualquiera, porque la corrupción del siglo se forma por la particular contribución de cada uno de nosotros. ¿Quién lo dice? Montaigne, nacido en el 1532 y muerto en el 1592. ¿O creías que la corrupción es un mal exclusivo del siglo XXI? Unos -dice- aportan traición, otros injusticias, irreligión, tiranía, avaricia y crueldad, cuando son vigorosos, y otros, entre ellos yo, tontería, ociosidad y vanidad, la mayoría aquiescencia, indiferencia, beneplácito y admiración tan eficaces como la violencia, la envidia, la codicia y el robo.
       
     ¿Sorprendido? ¿Acaso creías que era un vicio de ricos, inherente al capitalismo y a algunos siglos? La corrupción, como la codicia y la envidia, no es un problema de individuos, ni de clase sino de la especie humana. Las generaciones, las épocas, los siglos son corruptos porque lo son los seres humanos, aunque no en la misma medida, la mayoría por falta de ocasión, los menos porque no forma parte de su carácter. Pero, ¿y si fueras cruel, ambicioso y un trepa? ¿Dudas? Montaigne no: Si hubiese nacido con un carácter más licencioso sospecho que me habría comportado malamente. Aunque no tanto como Verres, que se llevó ilegalmente de Sicilia -según Cicerón- cuarenta millones de sestercios. Pero podrían haber sido euros, dólares, yenes y rublos.

    ¿Entonces? Empieza por ti mismo, no vaya a ser que digamos de los demás, lo que más propiamente diríamos de nosotros mismos, y desconfía de los que proclaman estar más preocupados del bien del pueblo que del suyo. Y cuando, desde la tribuna, hablen de la injusticia social, de los derechos de los inmigrantes, de la liberación de la mujer y la igualdad entre hombres y mujeres, pregunta dónde viven, cuánto ganan, quién hace la compra, cocina, plancha y si sus empleados cobran lo mismo. Y, si insiste, sigue su consejo: Cuando alguien habla de la virtud examino su vida, no la pública sino lo que hacía en su casa y en su alcoba porque se trata de su conducta, no de sus capacidades, y no sólo de sus actos sino de sus intenciones, porque se ha de escudriñarse dentro y ver el móvil que los inspira.

      Sorprende, sin embargo, que le resulte menos soportable la corrupción y bandidaje instaurados en los cargos de mando porque, si todos contribuimos, tan culpables serán los propietarios como los trabajadores, los ignorantes como los que saben, los elegidos como los electores, los que votan como los que se abstienen. Muy pesado tiene que ser el sentimiento de culpa para hacer distinciones, señalar con el dedo y culpar a unos más que a otros. Y, muy presuntuosos e ignorantes de nosotros mismos, para detestar en el prójimo defectos que en nosotros son más acusados. Quizá sea un problema de empatía, de proyección como dirían los psicólogos, o simple bobería si cien veces al día nos burlamos de nosotros mismos al burlarnos del vecino. Aunque creo que, si nos desprendiéramos de toda la palabrería con que nos envolvemos -clase social, ricos, pobres, capitalismo, explotación, imperialismo-, encontraríamos celos, codicia, envidia, en fin los resortes que conforman la naturaleza humana.

     Pero para que el progreso moral, la educación, el conocimiento, la solidaridad, y demás monserga religiosa, disfrazada de ciencia, no nos haga olvidar lo que somos, centrémonos en el pasado. No por disipar autoengaños, porque mentiras, manipulaciones, falsificaciones, en fin las convicciones más profundas, las que perduran a lo largo del tiempo son, psicológicamente, tan necesarias para la supervivencia como el alimento para el cuerpo. ¿O crees que, si no lo fueran, subsistirían?

      Quizá sea el tiempo, la duración, no la racionalidad ni la justicia el criterio más fiable para calibrar la eficacia de nuestras ficciones educativas, familiares y políticas. Y no pretendo sustituir a Darwin por Lamarck, porque no creo que sea el uso, o desuso, sino la tensión, la lucha, la eliminación, la urdimbre de la existencia. Aunque no deberíamos ignorar el gusto ni el azar, porque si la necesidad y el placer no formaran parte del instinto de supervivencia, ¿por qué iba a resultarnos más placentero imaginar el presente como progreso, que como retroceso y eterno retorno? Y que sea hacia lo mejor o lo más justo, hacia el caos o el desorden es indiferente, porque la mona, aunque se vista de seda, mona se queda. ¿La mona?  Sí la mona, ¿o crees que la ciencia puede describir con más precisión el comportamiento humana? Si, en vez de indagar, recopiláramos la experiencia acumulada en refranes y proverbios, tendríamos una radiografía exacta del ser humano, o sea la mejor ética jamás escrita, sin palabrería ni engaños. Y entonces nadie podría afirmar que no se siente reflejado. No reconozco en Aristóteles la mayor parte de mis impulsos ordinarios a causa de lo mucho que los ha revestido”, se queja Montaigne. Quizá porque se está describiendo a sí mismo, como él en sus Ensayos. Y, siendo sus caracteres distintos, difícilmente coincidirán uno con el otro, ni yo con ambos, pues aunque, a veces, no me reconozca en sus éticas ni en sus Ensayos, sí reconozco al ser humano, probablemente porque el magister dixi ya no es Aristóteles sino Marx, la Historia, la Razón y el Progreso. Y, en tales elucubraciones, ni les reconozco a ellos, ni a mí mismo, ni al ser humano.

     ¿Por dónde empezaremos? Por Pericles, luego por Demóstenes: Hárpalo, huyendo de Alejandro, buscó el amparo del pueblo ateniense y se puso en sus manos junto con sus bienes y sus naves. Los demás oradores, puesta la mira en su riqueza, acudieron prestos en su ayuda y trataban de persuadir a los atenienses de que acogieran y salvaran al suplicante. Demóstenes, al principio, aconsejaba que lo expulsaran. Pero, a los pocos días, cuando se hacía el inventario de las riquezas, lo vio Hárpalo admirando una copa. En cuanto se hizo de noche se la envió. Demóstenes no se resistió, sino que vencido por el soborno, se pasó al bando de Hárpalo, y finalizaremos con Cicerón. Pero podría ser un político, un artista, un filósofo, un científico y un sacerdote de cualquier país, siglo, sexo y raza, incluso un antisistema, comoDiógenes de Sinope que falsificó la moneda y, al ser descubierto, según unos, fue desterrado; según otros, se exilió por su propia voluntad, asustado”. Y si prefieres períodos más amplios empezaremos por las guerras médicas, la guerra del Peloponeso, la guerra civil entre Mario y Sila, César y Pompeyo, Augusto y Marco Antonio: Por culpa de las riquezas, invadieron a la juventud la frivolidad, la avaricia y el engreimiento; robaban, gastaban y valoraban en poco lo propio, anhelaban lo ajeno, la decencia, el pudor, lo divino y lo humano indistintamente nada les merecía consideración ni moderación”, si más cercanas por la revolución francesa, la revolución rusa y las dos guerras mundiales: La corrupción hace estragos en todas partes, la amistad sincera es una excepción, no hay respeto ni confianza y, con el pretexto de la colectividad, se ha instaurado la sospecha, la hostilidad y el odio. ¡Y pensar que aún hay personas que defienden este monstruoso régimen!”, y si te gustan más actuales, cualquier ayuntamiento, parlamento, institución o persona: La regidora de Manilva ha abandonado Izquierda Unida tras admitir que había contratado a veinte familiares en el Consistorio, pero ha decidido no dimitir de su puesto.

    Pero si lo que quieres saber es en qué medida has contribuido a la corrupción de tu época, analiza cualquier período de tu vida, porque no todos aportamos traición, injusticias, irreligión, tiranía, avaricia, crueldad, tontería, ociosidad y vanidad, sino cada uno según su manera de ser y las circunstancias.

        Cuídate