Hablemos de historia, pero dejemos a un lado la vida, la Tierra y el comos, y centrémonos en el ser humano. No porque niegue que “la historia de la naturaleza y la historia de los hombres sean inseparables” como supone Marx, o pretenda “bajar la sabiduría del cielo a la tierra” como intentó Sócrates, sino porque es obvio, o eso les parece a Cicerón, Séneca y demás griegos y romanos, que “la naturaleza todo lo engendra y hace salir de sí misma”. También Marx imagina “la producción del hombre por el trabajo como un progresivo surgir de la naturaleza”.
Es curioso, sin embargo, que, a pesar de remozar una y otra vez, siglo tras siglos, las mismas ideas sobre la naturaleza humana, la sociedad y el universo, creamos que, como Atenea, han brotado de nuestras cabezas. Quizá ignorar el pasado forme parte del instinto de supervivencia porque dudo que la humanidad soportara descubrir que, física, moral y psicológicamente, está exactamente en el mismo punto. Platón, por ejemplo, cree que justo es que “cada uno se ocupe de aquello para la cual la naturaleza lo ha dotado mejor”, Marx que pueda “por la mañana cazar, pescar a mediodía, guardar el ganado por la tarde, criticar después de comer, según mis deseos”, o sea hacer lo que nos gusta. Pero, conscientes de nuestras limitaciones, para no desear lo que no está a nuestro alcance, aunque, para saber que la felicidad depende de nosotros mismos, no hace falta leer la República ni el Manifiesto Comunista, sino conocerse a sí mismo como aconseja Apolo.
“Desde el momento que se ha hecho práctica, sensiblemente palpable que el hombre y la naturaleza son esenciales en sí mismos, se hace imposible -concluye Marx- seguir preguntando por un ser ajeno a la naturaleza y al hombre, superior a ellos”. ¿Imposible? Si conociera a los seres humanos tan profundamente como la filosofía de Hegel, sabría que, si no hay Dios, adorarán a cualquier otro, porque la jerarquía forma parte de la naturaleza humana. “¿Será posible? -se pregunta Nietzsche- Ese santo varón ¡no ha oído aún que Dios ha muerto!”. ¿Muerto? Si conociera la historia, tan profundamente como a Apolo y Dioniso, sabría que las verdades, creencias y convicciones de una generación son rechazadas por la siguiente. El comunismo -asevera desde el trípode- es “el factor necesario de la emancipación y recuperación del hombre”. “El Superhombre -clama desde las cumbres de la alta Engadina- es el sentido de la tierra. Que vuestra voluntad diga: ¡sea el Superhombre el sentido de la tierra! Antaño los crímenes contra Dios eran los máximos crímenes. Pero Dios ha muerto. Hogaño el crimen más terrible es el crimen contra la tierra. ¡Hermanos míos, yo os exhorto a que permanezcáis fieles al sentido de la tierra y nunca prestéis fe a quienes os hablan de esperanzas ultraterrenas!
Se pregunta Cicerón si la belleza del Iliso se debe al lugar o a la descripción de Platón, yo me pregunto si no sucederá igual con Marx y Nietzsche porque, como a Montaigne, “los buenos escritos me llevan a donde quieren”. Cuidado, sin embargo, con asignar funciones divinas a otros entes. Porque si, tentado por la imaginación, concibes la naturaleza no como “una especie de fuerza irracional” sino como “una fuerza que participa de razón y orden”, en vez de progreso, estaríamos caminando en círculo. Aunque tampoco importaría porque caminemos en línea recta, zigzag o de un lado a otro nunca dejamos, ni dejaremos, de ser los mismos.
Veamos, pues, adonde nos llevan los dictados de la lógica. Y no pido perfección sino coherencia, teórica no práctica, en esta carta no en la vida, porque la racionalidad es una cualidad de las palabras no de las cosas. Y, aunque Montaigne piense que “presentarse con dos caras puede ser permitido a los que hablan de asunto ajeno no a los que hablan de sí mismos”, en mi opinión, tan admisible es la doblez privada como pública, porque hacer lo contrario de lo que se piensa es inherente a la especie. Pero no predicar desde el púlpito, el estrado o altavoz en mano, porque entonces hay que vivir exactamente como dice, de lo contrario será juzgado y condenado, no por sus contradicciones sino por hipócrita. “El sabio -afirma Séneca- no ama las riquezas, pero las prefiere, no las admite en su espíritu sino en su casa”. Sutil manera de reconocer que “prefiere la casa espléndida al puente”. Seamos, pues, consecuentes, y, aceptemos la conclusión una vez admitidas las premisas: si no hay Dios, si la conciencia es una excepción en el universo, si no hay ningún más allá, en fin si estamos solos, entonces “somos -como recuerda Aristóteles- dueños de nuestras acciones desde el principio hasta el fin”, por tanto responsables de todos nuestros actos porque ¿a quién o a qué culparemos? ¡Y pregunta Montaigne para qué sirve la lógica!
Pero si crees que la sociedad es responsable de las conductas y los pensamientos porque “el modo de producción de la vida material determina los procesos de la vida social, política y espiritual”, recuerda que sólo existe lo particular, los individuos; los nombres, conceptos y demás, “flatus vocis”, palabras. Así que dejémonos de abstracciones, epifanías y causas ocultas, y veamos a dónde nos llevan los dictados de la lógica. Y no temas las conclusiones ni te preocupes por las consecuencias, porque siempre podremos culpar a la fortuna, al azar o a los genes, si te consuela la ciencia. Cuenta Gorgias que “acompañando a su hermano y a otros médicos a casa de uno de esos enfermos que no quieren tomar la medicina o confiarse al médico para una operación, cuando el médico no podía convencerle, lo conseguía sin otro auxilio que la palabra”. ¿No tienes la sensación de estar en el mismo punto?
Centrémonos, pues, en el tema y hablemos del “testigo de los tiempos, luz de la verdad, vida de la memoria, maestra de la vida, mensajera de la antigüedad”, aunque al sustituir la historia de los individuos por la historia de los conceptos hayamos eliminado al mensajero, enmudecido al testigo y quedado sin maestra. “La historia de todas las sociedades humanas habidas hasta hoy ha sido la historia de la lucha de clases”. Abstraer, generalizar, colocar a los individuos en formación….¡Hábil manera de diluir las culpas! “Cuán absurdo resulta la concepción de la historia que limita su atención a las acciones resonantes de los grandes hombres y del Estado”. Cierto porque generales, reyes y emperadores no luchaban solos, aunque no creo que pretenda exonerar al pueblo, racionalizar la historia o darle estatus de ciencia sino eliminar la responsabilidad individual y el sentimiento de culpa. Porque, como asevera Cicerón, consciente de haber descubierto el talón de Aquiles de la existencia, “No hay ninguna culpa cuando acontece algo cuya responsabilidad no puede achacarse al ser humano”, y ¿qué mejor manera que “revelando la ley económica del movimiento de la sociedad moderna”? Quizá la absolución explique por qué filósofos, científicos y teólogos afirman al unísono que “la realidad invisible es más bella que la visible”, aunque, a mí, más que bella me parece útil e ingeniosa.
Quizá deberíamos escribir la historia como Homero la Ilíada, por un lado, los combates entre los héroes, por otro, las hostilidades entre el ejército griego y troyano. Pero en cantos alternos o, mejor aún, en dos partes: una dedicada a las guerras, dolores y sufrimientos o sea a los individuos; otra al destino, la voluntad de Dios, la lucha de clases y la estructura económica o sea a los conceptos. Así podríamos elegir, en cada momento, la historia que más nos guste. Que quieres tener una visión general, un esquema fácil de recordar, en fin “comprender” a grosso modo, lee el Manifiesto (“En Italia en virtud de la concentración de la propiedad del suelo y de la transformación de la misma en tierras de pastoreo, la población libre casi había desaparecido y los propios esclavos morían en progresión creciente, y tenían que ser una y otra vez sustituidos por esclavos nuevos”), que te apetece conocer el comportamiento de los seres humanos, los móviles que mueven sus conductas: el poder, la codicia, la ambición, la avaricia, la crueldad, la venganza, en fin aprender del pasado, acude a Herodoto (“Seguiré adelante en mi relato ocupándome de los diferentes pueblos, en la certeza de que el bienestar humano nunca es permanente”), Tucídides (“En tiempos de paz y prosperidad tanto las ciudades como los particulares tienen una mejor disposición de ánimo porque no se ven abocados a situaciones de imperiosa necesidad; pero la guerra, que arrebata el bienestar de la vida cotidiana, modela las inclinaciones de la mayoría de acuerdo con las circunstancias imperantes”), Polibio (“Todos los hombres disponen de dos métodos para perfeccionarse: o bien mediante lo que les ocurre a ellos mismos, o mediante lo que ocurre a los demás, el primero no debe ser elegido voluntariamente jamás, hay que perseguir siempre el otro”), Livio (“Los intereses de partido y la preocupación por los intereses particulares siempre fueron e irán en detrimento del bien común”), Tácito (“Cuanto más vueltas doy a los acontecimientos recientes y a los antiguos, tanto más claramente me encuentro con que el capricho anda en todas las cosas humanas”), Suetonio (“Cuantos perturbaron el Estado con hermosos conceptos, los unos como defendiendo los derechos del pueblo, los otros, para robustecer al máximo la autoridad del senado, cada cual peleaba por su propio poder, fingiendo el bien público”) o a tu experiencia porque no hay, ni habrá, generación que aprenda de sí misma ni de las anteriores.
“Los hombres de Espendio cogieron a Gescón y a los suyos, unos setecientos en total, los alejaron un poco del campamento y empezaron por amputarles las manos, comenzando por Gescón, a quien todos, poco tiempo antes, habían elegido y proclamado bienhechor, nombrándole a la vez árbitro de sus disensiones. Tras amputarles las manos, les seccionaron la nariz y las orejas a aquellos desgraciados, los castraron, les quebraron las piernas y los arrojaron vivos aún a una fosa”. Si piensas que es un problema de civilización, de cultura, en fin que los civilizados griegos eran menos crueles que los bárbaros, te equivocas: “En cuanto a los prisioneros de las canteras, los trataron duramente, por la falta de espacio lo hacían todo en el mismo sitio, por añadidura estaban hacinados unos sobre otros los cadáveres de los que morían, se producían hedores insoportables, padecían hambre y sed, durante unos setenta días vivieron todos juntos en esas condiciones, el total de los que fueron hechos prisioneros no bajó de los siete mil”. Y si crees que, gracias al progreso, hombres, mujeres y niños son, y serán, cada vez mejores, o sea que es un problema de tiempo, hojea los libros de historia, las hemerotecas o la prensa de cualquier continente, país, siglo, año y día, comprobarás que siempre estamos, y estaremos, en el mismo punto.
Paris, 16 y 17 de julio de 1942. La policía del gobierno de Vichy encierra en condiciones inhumanas a 1.129 hombres, 2.916 mujeres y 4.115 niños en el Velódromo de Invierno: “Es algo espantoso, demoníaco, la gente se amontona unos sobre otros, están obligados a hacer sus necesidades a lo largo de los muros, sólo hay dos bocas de agua, el abastecimiento consiste en un cazo de leche y dos rebanadas de pan, el estado de ánimo de todos esos hombres, mujeres y niños amontonados allí es indescriptible, alaridos histéricos, gritos, tentativas de suicidio. Quieren que quede en silencio este crimen espantoso. Pues no, no lo permitiremos. Es preciso que todo el mundo se entere. Que todo el mundo se entere de lo que está pasando aquí”. “Caminante que pasas por aquí. ¡Nunca lo olvides!”.
Sobrenica, 11 de julio de 1995. “Miles de hombres ejecutados y enterrados en fosas comunes, centenares de hombres enterrados vivos, hombres y mujeres mutilados y degollados, niños asesinados delante de sus madres, un abuelo obligado a comer el hígado de su propio nieto. Estas son realmente escenas del infierno, escritas en las páginas más oscuras de la historia humana”, juez Riad, magistrado de la Corte Penal Internacional (TPI). “Caminante que pasas por aquí. ¡Nunca lo olvides!”.
Guerra del Congo, diciembre del 2008. “Seis soldados entraron en nuestra casa. A mi tío le cortaron los brazos y lo pusieron sobre un tronco como si estuviera crucificado. Me dejaban tirada fuera de la choza, a la intemperie, atada de pies y manos. No les importaba que lloviera, que hiciera frío, me violaban todos los días. Cuando vieron que me estaba muriendo, me arrojaron al camino, aunque antes de eso me hicieron mucho daño”. “Los que hacen esto no son seres humanos, son depredadores”, doctor Denis Mukwege, hospital Panzi. “Caminante que pasas por aquí. ¡Nunca lo olvides!”.
Cuídate