Duda Séneca que Homero fuera la fuente de la que manan todas las concepciones filosóficas: “Es evidente que no se identifica con ninguno de estos sistemas, porque los incluye todos siendo ellos incompatibles entre sí”. ¿Incompatible? La coherencia y la compatibilidad son anhelos de la razón, la incoherencia y la contradicción atributos de la vida. ¿O acaso podemos matematizar la ira, la codicia, la envidia y los celos? Confundir la vida con la razón es la piedra en la que tropiezan todos los dogmáticos.
Montaigne piensa lo contrario, que “puso los cimientos de todas las escuelas filosóficas para mostrarnos lo indiferente que es seguir uno u otro camino”. Indiferente para él, no para los que aman la virtud, el placer, o los bienes del cuerpo, del alma y de la fortuna, o sea Zenón, Epicuro y Aristóteles. “Anaxágoras, según Diógenes, fue el primero que manifestó que la poesía de Homero tenía por tema la virtud y la justicia”. Quizá confundiese los anhelos de la razón con la naturaleza humana porque, de ser así, Homero no podría ser la fuente de corrientes contrarias. El principio de contradicción es, para la razón, frontera infranqueable.
Hablemos, pues, de Homero. Pero no de la cólera de Aquiles, ni de los amoríos de Zeus, ni siquiera de la guerra de Troya, tampoco del Zeus de Fidias, del Laoconte, de las pinturas de Micón en el Pórtico Pecile de Atenas, ni de la naturaleza de los dioses, ni siquiera de Alejandro, su fiel devoto, sino de filosofía. ¡Homero y filosofía! No sé si el alma soportará placeres tan puros. “Ora hacen de él un estoico que sólo aprecia la virtud y rechaza los placeres, sin apartarse de lo honesto ni siquiera a costa de la inmortalidad:
–“Laertíada de linaje divino, Odiseo de muchos recursos, ¿conque ya ahora, enseguida, quieres marcharte a tu querida patria? Mas si supieras, en tu mente, cuantos rigores es tu destino soportar antes de regresar a tu tierra patria, quedándote acá conmigo, guardarías esta casa y serías inmortal”.
Un epicúreo que alaba el régimen de una ciudad tranquila y pasa la vida entre festines y canciones:
–“Afirmo que no hay momento más placentero que cuando la alegría se extiende a todo el mundo, y los comensales a lo largo de una sala se deleitan oyendo al aedo, sentados en hilera, y a su alrededor las mesas rebosan de pan y carnes, y sacando de la crátera el vino el copero lo lleva y lo escancia en las copas”.
Ora un peripatético que establece tres clases de bienes:
–“Mas hay un dios que también sobre mí ha extendido aún su mano;
él es quien me ha traído al encuentro de un caminante
que trae un presente semejante a su aspecto: noble de talla
y de figura, de espíritu prudente e hijo de felices progenitores”.
Ora un académico que proclama la duda universal:
–“Decidme ahora, Musas, dueñas de olímpicas moradas,
pues vosotras sois diosas, estáis presentes y sabéis todo,
mientras que nosotros sólo oímos la fama y no sabemos nada”.
Quizá no sea un problema de superficie, de racionalidad, de incompatibilidad e indiferencia sino de profundidad, de magma, de roca madre. Homero trazó el mapa profundo de la naturaleza y el alma humana. Donde griegos y romanos veían dioses y héroes, Homero veía las fuerzas primordiales de la naturaleza y de la vida: destrucción, violencia, fuerza, azar, odio, venganza, ira, codicia. Del atrezzo, máscaras y afeites, se ocupaban escultores, pintores, científicos y filósofos. ¿Qué son las racionales construcciones de estoicos, epicúreos, peripatéticos y académicos sino bellas maneras de ocultar nuestra oscura naturaleza? Nos separan el aspecto, la figura y el sexo. Nos individualiza la manera de ser. Pero nos unen las pasiones, los deseos y los instintos. “A la crueldad, ambición y desenfreno de muchos les falta, para igualar en osadía a la de los más perversos, el favor de la fortuna. Que albergan los mismos propósitos lo comprobarás así: concédeles la posibilidad de hacer cuanto desean”.
Con Homero sucede como con la Biblia, Aristóteles y Marx que importa más lo que creemos ver que lo que leemos. Claro que, siendo el ser humano un conglomerado de genes, experiencias y fantasías, ¡extraño sería que no hubiera tantas interpretaciones como lectores! Centrémonos, pues, en las personas porque someterse a una autoridad, a un guía espiritual, en fin el culto a la personalidad es inherente a la naturaleza humana, pero no en el mismo grado. “Algunos se alzaron con la verdad sin ayuda de nadie; ellos mismos se abrieron el camino. Otros, necesitan la ayuda de los demás; no se pondrán en camino, si nadie les precede, pero seguirán dócilmente. Además de estas dos, encontrarás aún otra clase de hombres: la de aquellos a quienes bajo presión se les puede empujar por la senda del bien. Éstos no sólo tienen necesidad de guía, sino de un colaborador y, por decirlo así, de un corrector”.
O sea que uno posee la Verdad y los demás, la necesitan, o creen necesitarla, en otras palabras: uno dirige, los creyentes le siguen, el pueblo obedece. Eso, al menos, afirma Epicuro, y demás afortunados poseedores de la Verdad: Platón, Jesucristo, Mahoma, Lutero, Newton, Marx, Nietzsche y Bakunin, porque yo, que me contento con la opinión, con la apariencia, con lo verosímil, y no aspiro a nada que no esté al alcance de la mano, pongo, por encima de la Verdad, a los que piensan por sí mismos. No porque sea el camino verdadero sino porque transitándolo somos más libres, más tolerantes y más críticos. Pero si han alcanzado la Verdad ¿para qué necesitan a Homero? No imagino a Zenón, Epicuro y Marx justificando sus dogmas ni a sus seguidores dudando de su autoridad. Quizá no sea un problema de inteligencia ni de ignorancia sino de incapacidad, de fe, de inmadurez, de adolescencia ideológica. “Esto dijo Zenón: ¿y tú, qué? Esto dijo Cleantes: ¿y tú qué? ¿Hasta cuándo te moverás al dictado de otro?”.
¿Hasta cuándo? Los fieles “nunca dejan de estar bajo tutela”. ¿De quién? De sus dogmas y prejuicios.
Damis: Bien, Timocles, pregunta, pero sin insultos, por favor.
Timocles: Tienes razón. Dime pues: ¿no te parece, maldito, que los dioses son providentes?
Damis: En modo alguno.
Timocles: ¿Qué dices? ¿Qué todas estas cosas escapan a la providencia?
Damis: Sí.
Timocles: ¿Y no existe un dios que asume el cuidado de todo cuanto existe?
Damis: No.
Timocles: ¿Y todo se mueve al azar?
Damis: Sí.
Timocles: Y vosotros, hombres que oís estas palabras, ¿lo soportáis y no lapidáis al impío?
Damis: ¿Por qué exacerbas a los hombres contra mi, Timocles?
¿Por qué? Si hojearas un libro de historia sabrías que la Inquisición forma parte de la naturaleza humana; de nuestras raíces griegas y romanas: “oponerse a las pasiones, dominarlas y cambiar de opinión, como algo bello y provechoso; considerar un rasgo de cultura la modestia y la moderación, y evitar la soberbia y la jactancia como algo vulgar; temer la vergüenza y la censura, no la muerte; considerar el desprecio a todos como cosa arrogante y necia; alabar la prudencia como un rasgo inteligente; no suplicar sino vencer luchando o morir; alabar el conocimiento como lo más divino y regio porque las otras virtudes le siguen; no engañar ni acusar injustamente; no considerar las cosas del cuerpo y de la suerte dignas de gran cuidado; no creer despreciable lo que no es vergonzoso ni vergonzoso lo que no depende de nosotros sino de la suerte”. ¿O crees que si Luciano hubiese nacido en el siglo veinte Damis y Timocles habrían sido más tolerantes, críticos y libres?
“Niceratos, cuéntanos ¿de qué saber te enorgulleces?”, pregunta Critias en el Banquete de Jenofontes. «Y él respondió: Mi padre, que se preocupaba de que llegara a ser un hombre de bien, me obligó a aprender de memoria todos los versos de la Ilíada y la Odisea. Sabéis sin duda que el sapientísimo Homero ha escrito sobre casi todos los temas humanos”. Pero no hay que interpretar sus versos alegóricamente, advierte Plutarco y, en caso de duda, contrastarlos con otros cantos, otras obras, incluso otros poetas y filósofos. Porque, aunque “el cantor de Troya”, como le llama Horacio,
“Dice más llanamente y mejor que Crantor y Crisipo
qué es loable, qué vergonzoso, que útil, qué no”,
en nada difiere el verso:
“Zeus se irritaba contigo, siempre que luchabas
con un hombre mucho mejor”
de la sentencia: “Conócete a ti mismo”, ni el verso de Esquilo:
“Ánimo: ya que la intensidad del padecimiento
no dura mucho tiempo”
del famoso remedio de Epicuro: “Los grandes padecimientos pasan brevemente y los que duran carecen de fuerza”, ni estos versos:
“La buena fortuna de los mortales
la ganan los que están menos tristes”
de esta máxima de Epicuro: “La felicidad y la dicha no las poseen la abundancia de riquezas, ni el esplendor de las acciones, ni algunos oficios y autoridades, sino la ausencia de pena y la tranquilidad impasible y la disposición del alma, que pone sus límites en aquello que es natural”.
Filósofos y poetas educaron a griegos y romanos. Y quien dice Grecia y Roma dice Europa. La Ilíada y el Evangelio, ¡profunda y bella síntesis!
Cuídate