Carta Romanas XXIII

     

     Sócrates dice no saber nada, Platón parece saberlo todo. La ignorancia y la imaginación son caras de la misma moneda porque, aunque no tengamos certezas, la imaginación suple con creces tal deficiencia. No confundas, sin embargo, imaginación con sabiduría, ni creas que parecer sabio es lo mismo que serlo, tampoco hay que suspender el juicio ni menospreciar nuestras imaginaciones porque, aunque no sean verdaderas, son estimulantes y de gran belleza.

      Los deseos, por ejemplo, nos arrastran y doblegan sin saber por qué. Y es, justamente, ese vacío el que la razón trata de llenar imaginando, como Platón, que poseemos tres almas, como Montaigne que somos un conjunto abigarrado de elementos contrarios y, como yo, que es una cuestión de poder, de dominio del más fuerte. Porque, donde hay elementos dispares: razón-instintos, maneras de ser-costumbres, hombres-mujeres, islam-cristianismo, blancos-negros, ricos-pobres, la coexistencia es pasajera y el enfrentamiento inevitable. Suponiendo que los contrarios sean cosas distintas, no gradaciones de lo mismo que llamamos de una manera u otra, bueno-malo, verdadero-falso, bello-feo, según las circunstancias y el momento. Es tiránica acritud no soportar una forma diversa a la suya lamenta Montaigne. Cierto, pero si, en la abundancia, impera la comprensión, en la escasez manda el miedo y la desconfianza.

     Pero volvamos a los deseos. Me gustaría que alguien me desplumara separando mis plumas de las ajenas, propone Montaigne, aunque no aclara para qué. Que su jardín no da flores tan ricas”, y que su libro haya sido erigido con sus despojos no parecen excusas convincentes. Porque también con despojos erigieron Cicerón, Séneca y Plutarco, las Vidas, las Epístolas y las Tusculanas, y yo mis Cartas, ¿o crees que creaban ex nihilo? Cicerón, por ejemplo, confiesa que toma, a su juicio y arbitrio, cuánto y cómo le parece conveniente”; Séneca que, a pesar de su fe estoica, mantiene su propia opinión”; Montaigne que adereza los vestigios de la vieja Roma con sus propias reflexiones y yo, que de la mezcolanza de todos ellos, si no surge nada nuevo, sí, al menos, algo distinto. Ensayos, Disertaciones, Epístolas y Cartas son eslabones de la cadena que unen, a lo largo y ancho del tiempo, sentimientos, ideales y valores que, si pudiéramos visualizar, sería tan profusa y extensa como la red de dendritas y axones.

     Probemos otros caminos, quizá hallemos, en el vasto océano del saber, una de esas piedrecitas como Newton llamaba a sus imaginaciones. Aunque, tratándose de los seres humanos, no será tan sencillo como determinar la órbita de los planetas porque, si supiera por qué me gusta escribir, leer y pasear, el alma no sería insondable -como fantasea Heráclito- sino transparente como el agua del mar cuando sopla levante. Montaigne, por ejemplo, para juzgar vidas ajenas prefiere considerar su fin. A mí me interesa más lo que dicen y hacen, la muerte, el dolor y demás vicisitudes de la vida filosóficamente y de modo general. Tratándose de ideales y deseos, sin embargo, considero el carácter, no porque sea más clarificador que Materia, Espíritu y Voluntad de Poder, sino porque detiene la perruna búsqueda de un más allá omniabarcante y absoluto.

      Pero si odia la mentira, es adicto a la franqueza y admira la honradez y la inteligencia, ¿por qué, trasplanta, a sus solar, razones, comparaciones y argumentos, confundiéndolos con los suyos y ocultando adrede a su autor? Quizá para burlarse de intelectuales, discípulos y militantes que sustituyen la inteligencia por la memoria, pues, ocultando la autoría, no saben si llaman reaccionario, machista y burgués a Montaigne, Cicerón, Séneca o Plutarco. Aunque lo más probable es que ignorara por qué quería que dieran un papirotazo a Plutarco en su nariz o injuriasen a Séneca en él. ¿O crees que sé por qué hilvano citas de griegos y romanos? ¿e Ión por qué si alguien nombra a Homero no le falta qué decir?

    –Soy, de todos los hombres, quien dice las cosas más bellas sobre Homero.

    –¿También sobre Hesíodo y Arquíloco? Pregunta Sócrates.

    –No, únicamente sobre Homero.

    –Entonces no es en virtud de una técnica sino una predisposición divina (capacidad         innata, diría yo), pues si se pudiera aprender, sabrías hablar bien sobre todas  las        cosas.

     Así sería si el mundo fuera como lo imaginamos. Sócrates, por ejemplo, como no sabe nada, duda si morir es malo o bueno:Es hora de marcharnos, yo a morir y vosotros a vivir. Quien se dirige a una situación mejor nadie lo sabe. Heráclito, como lo sabe todo, asegura que a los que mueren les aguardan cosas que no esperan ni se imaginan. Y Montaigne, como se conoce a sí mismo, asegura conocer profundamente a Plutarco. Pero, ¿cómo es posible si de los demás vemos el aspecto no las intenciones ni los pensamientos? ¿Por intuición? ¿Por analogía? ¿Reconstruyendo la manera de ser? ¿Representando a los seres humanos como círculos que, al superponer opiniones, conductas y emociones similares, revelaran el parecido entre unos y otros? Podemos imaginar, suponer, deducir, interpretar, juzgar pero no saber lo que los demás piensan y sienten. No vemos el mundo como es sino como somos.

     Cuídate