Escenas: La cena, El huerto, La negativa y La confesión.

 

 

Escena I: La última cena.

 

-Jesús: En verdad os digo que uno de vosotros me entregará.

-Juan: Señor, ¿cómo es posible? Si alguno de nosotros fuera a entregarte, por la bebida y los sueños, lo sabríamos.

-Jesús: ¿Saber? ¿Acaso la sabiduría reside en los ojos, en la boca y en los oídos? Si algún ser humano pudiera, con la mente, penetrar en el interior de los seres y las cosas, captar sus intenciones, relaciones e interdependencias, sería venerado como Dios. Pero sólo la apariencia está a su alcance. La sabiduría es una fantasía que el tiempo sepultará en el olvido, forzándolos a buscar, una y otra vez, un sueño imposible. El orgullo y la presunción son hijas de la ignorancia.

-Juan: Pero, tú nos conoces, nos elegiste uno a uno.

-Jesús: Nadie, ni siquiera el Hijo del Hombre, puede eludir su destino.

-Juan: ¿Qué destino, Maestro?

-Jesús: Dios, las Escrituras, el destino, todo es lo mismo. No es la voluntad, la conciencia ni las creencias, sino la manera de ser la que guía con mano férrea la conducta.

-Juan: Pero hemos cambiado. No somos los mismos que conociste a orillas del lago.

-Jesús: ¿Cambiar? ¿Acaso no hubieseis seguido al Bautista si os lo hubiese pedido? Si los seres humanos pudieran cambiar, el Hijo del Hombre no moriría por sus pecados, ni resucitaría entre los muertos.

-Juan: Nunca hubiésemos abandonado a nuestros padres.

-Jesús: Por mí lo hicisteis.

-Juan: Porque sabíamos quien eras.

-Jesús: ¡Saber! ¡Santa ignorancia! Si la duda formara parte de vuestro carácter, dudarías ahora como dudasteis entonces. ¿O crees que, si el saber pudiera salvar a la humanidad, el Hijo de Dios se habría hecho hombre?

-Juan: Nunca hemos dudado de ti, aunque fue duro dejarlo todo. Ahora, aunque quisiera, no podríamos abandonarte y, menos aún, hacerte daño.

-Jesús: Lo sé. Si te conocieras, también tu lo sabrías. En verdad te digo que si los hombres supieran instintivamente lo que les conviene, el dolor y el sufrimiento desaparecerían. Las lágrimas son hijas de la ignorancia.

-Juan: Pero él te conoce, sabe quien eres.

-Jesús: ¿De qué sirve la sabiduría si se ignora a sí mismo? No es sabio el que imagina paraísos, sino el que, conociéndose, vive acorde con su carácter. Pero sólo los elegidos alcanzarán ese estado de tranquilidad y gozo. No hay timonel más seguro que el conocimiento, ni aguas más turbulentas que la ignorancia.

-Juan: Hazlo por mí, Maestro, con una palabra tuya bastaría.

-Jesús: Nada pueden las palabras si no se está predispuesto a ello.

-Juan: Deja, al menos, que lo intente.

-Jesús: Ni el mismo Dios podría modificar su conducta. Escrito está que el Hijo del Hombre morirá crucificado, pero ¡ay del hombre por quien el Hijo del Hombre sea entregado!, mejor le fuera a ése no haber nacido.

-Pedro: No temas, Maestro, mientras estemos a tu lado, nadie te hará daño.

-Jesús: El momento se acerca. Nadie, ni si quiera Dios podría detener lo inevitable.

-Juan: No vayas, Maestro. Quédate con nosotros.

-Jesús: ¡Hombres de poca fe! ¿Acaso creéis que el Hijo del Hombre no puede salvarse a sí mismo? Escrito está que, al oír mi nombre, huiréis.

-Pedro: Yo nunca te abandonaré, Maestro.

-Jesús: Yo moriré en la cruz, y tú me negarás tres veces. No está en tus manos dejar de ser tu mismo.

-Juan: ¿Han pasado tres años y aún dudas de nosotros?

-Jesús: ¿Acaso no duda el Hijo del Hombre de la voluntad del Padre?

-Juan: Pero creemos en ti.

-Jesús: ¿De qué sirve la fe si no os conocéis? La ciencia del bien y del mal no está grabada en una tabla ni pende de un árbol, está en nuestra alma, al alcance de todos. En verdad os digo que los sabios serán perseguidos, torturados y crucificados, y los ignorantes llamados educadores del pueblo. Ignorancia e infelicidad son caras de la misma moneda.

-Juan: Dime quién es, Maestro. Quiero ver su rostro cuando pronuncies su nombre.

-Jesús: Aquel que coma y beba de mi mano me entregará esta noche.

-Juan: Todos comeremos y beberemos de tu mano.

-Jesús: Pero no con el corazón. Si observarais atentamente gestos y miradas, veríais la bondad y la maldad con la misma nitidez que los ojos y la boca. No se puede vivir permanentemente en guardia

-Judas: ¿Acaso soy yo, Maestro?

-Jesús: No te tortures más, lo que debas hacer, hazlo pronto.

-Judas: Quiero oírlo de tu boca. ¿Soy yo, Maestro?

-Jesús: Tú lo has dicho.

-Judas: ¿Y, aun así, me pediste que te siguiera?

-Jesús: ¿Me hubieses creído?

-Judas: Tampoco lo intentaste.

-Jesús: No está en nuestras manos cambiar el destino. Y escrito está que el Hijo del Hombre será entregado por treinta monedas.

-Judas: Pero, ¿por qué yo? ¿Por qué no Juan, Santiago o Pedro?

-Jesús: ¿Acaso cuelga la bolsa de sus cinturas?

-Judas: Yo no pedí tenerla.

-Jesús: Tampoco te negaste.

-Judas: ¿Y tú?

-Jesús: Nadie, ni el Hijo del Hombre puede vivir haciendo lo contrario de lo que siente.

-Judas: Se puede, si no hacemos daño a nadie.

Jesús: Obedece. Mejor es un instante feliz que muchos de infelicidad y remordimientos.

-Judas: Tiene que haber otra manera.

-Jesús: Escrito está que yo moriré en la cruz, y tú colgado de un árbol.

-Judas: A ti, la fama y el honor te acompañarán eternamente. Pero, ¿qué consigo yo muriendo como un perro?

-Jesús: La felicidad. Si te conocieras, sabrías que no hay mayor felicidad que vivir de acuerdo consigo mismo.

-Judas: ¿Aunque otros sufran?

-Jesús: La felicidad, a veces, es dolorosa.

Judas: Extraña manera de ser feliz.

-Jesús: No elegimos nuestra manera de ser, sólo vivir o no acorde con ella.

-Judas: No puedo hacerlo.

-Jesús: No te resistas. Haz lo que tengas que hacer, sólo así encontrarás la paz.

-Judas: ¿La paz? Si escrutaras mi corazón sabrías que, desde hace tres años, el desasosiego no deja de fustigar mi alma.

-Jesús: Si obedeces esta noche cesarán los tormentos.

-Judas: No puedo entregarte sabiendo que eres inocente.

-Jesús: Es la voluntad de Dios.

-Judas: ¡Cómo sé que es Dios y no Satanás el que me habla!

-Jesús: ¿Acaso importa? Déjate llevar, el corazón nunca miente.

-Judas: No puedo.

-Jesús: Un beso es todo lo que te pido.

-Judas: Un beso por toda la eternidad…..No, no es un mal negocio.

-Jesús: En verdad te digo que, esta noche, te sentarás a la diestra del Padre.

 

 

Escena II: Jesús en el huerto de los Olivos.

 

Ángel: No hay ser más inconstante e insatisfecho que el hombre. Hace un momento celebraba la Pascua con sus discípulos, comiendo y bebiendo como hermanos, hasta que susurró al oído de Juan la traición de Judas y Pedro. Algo debió suceder en su mente porque al llegar a este huerto, a las afueras de Jerusalén, angustiado exclamó: ¡Padre, aparta de mí este cáliz!. E hincándose de rodillas, confesó arrepentido que prefería envejecer en Nazareth, con sus padres y hermanos, a morir en Jerusalén joven y abandonado. Y, aquí estoy, en plena noche, deambulando por este mar de ensueño. Y no me arrepiento. Desde que me oculté en lo más profundo del Edén para evitar que el destino se cumpliera, no había sentido tanta armonía, tanto equilibrio. Pero nada dura para siempre, la eternidad es un atributo de Dios, no de los ángeles y los hombres.

Jesús: ¿Por qué dejaste que se marchara? ¿Por qué no detuviste sus pies, como detuviste el brazo de Abraham cuando estaba a punto de atravesar su cuerpo? ¿Es que es más valiosa la vida de un sabio que la de un ignorante? Sé que el destino es inexorable, pero también que no sufren con la misma intensidad los que saben que los que ignoran. ¿O sufrió igual Abraham, sabiendo que su hijo no moriría, que Isaac al ver el cuchillo en manos de su padre? ¡Ojalá la sabiduría fuera, como el mal y el dolor, inherente a la naturaleza humana! Porque si los hombres conocieran su destino, ni él se habría marchado, ni yo estaría dolorido y confuso. ¿O crees que, de haberlo sabido, habría aceptado que muriese un inocente? No se puede ser feliz a costa del dolor ajeno.

Ángel: Debe ser él, ¿quién sino se atrevería a romper la belleza de este instante? ¡Tan difícil resulta comprender que sufrir, envejecer y morir son hechos; y la conciencia e inconsciencia sólo puntos de vista! Si se conocieran tan profundamente como se ignoran, vivirían y morirían sin más, como el resto de los animales. Pero la moderación no casa con seres presuntuosos e inestables que ansían ser distintos de como son. ¡Necios! Si la naturaleza humana estuviera sometida al devenir, sus conocimientos serían inútiles. ¿Y qué harían sin su ciencia unos seres que, para sobrevivir, necesitan el engaño? La verdad está más cerca de lo percibido que de lo pensado.

Jesús: Pero fui yo el que eligió morir joven, nadie lo hizo por mí, o eso creía. Pero, ¿y él? Cuando vi que su alma se retorcía, intentando liberarse de la trampa que lo estaba matando, comprendí que no mentía. “¿Por qué, dijo, iba a entregarte sabiendo que eres inocente?”. “Porque escrito está que el hijo del hombre será entregado por treinta monedas”. “Entonces ¿he nacido sólo para se cumplieran las Escrituras?”. No supe qué responder. “Así se hará”, dijo y se marchó. Pensé que, en ese momento, una luz, un ángel, una palabra tuya le detendrían. Pero nada ocurrió. Entonces me pregunté si también yo habría sido un mero instrumento en manos de Dios, de las Escrituras, del destino o como queramos llamar a esa voz interior, que, desde hace más de treinta años, me impulsa a seguir este camino de dolor y sufrimiento, o si no serán las Escrituras, Dios y el destino un espejo en el que nos reflejamos a nosotros mismos. Ojalá la sabiduría calara tan profundamente como la ignorancia, porque, hasta los más necios, saben que, viviendo de acuerdo con la manera de ser, somos felices y, en contra, desgraciadosPero, ¡ay de aquel que para ser feliz necesite que los demás sufran! La culpa es un fardo difícil de soportar.

Ángel: Me acercaré para que note mi presencia. Los seres divinos no podemos ver ni oír, pero sí sentir e imaginar, aunque los hombres, prisioneros de sus ojos y oídos, afirmen lo contrario. ¿O creen que si los demás animales fueran tan fantasiosos como ellos, no nos verían a su imagen y semejanza? Claro que si la inteligencia fuera tan poderosa como los sentidos, ni él dudaría de su destino, ni yo estaría en este huerto. Cuando se calme hablaré con él. Quizá consiga que piense como Hijo de Dios, porque nada es tan impredecible como la conducta humana. Aunque debo darme prisa, no queda mucho tiempo, por las sombras veo que la noche está a punto de cruzar el límite.

Jesús: Sé que estás aquí, noto tu presencia, aunque no pueda verte. No me extraña que los seres humanos desconfíen. También yo, a veces, me pregunto, si, cuando creo hablar con mi Padre, en realidad estoy hablando conmigo mismo. Aunque no debería quejarme, porque ¡cuánto darían los hombres por hablar sin tener que mirarse unos a otros! Alaban la amistad, la compañía de los otros, pero se engañan cuando aseguran que no sería felices viviendo solos, porque, si pudieran, ni siquiera hablarían consigo mismo. Pero la palabra es una red demasiado fina para detener la conducta. Lo que ha visto la luz, ni el mismo Dios puede modificarlo. Lo nacido es inalterable.

Ángel: ¿Por qué dudas? ¿Acaso no anuncié a tu madre que tendría un hijo, ayudé a José a huir a Egipto y a ti durante todos estos años? Nunca te he abandonado. Siempre estuve a tu lado, aunque no sintieras mi presencia.

Jesús: Pero no cuando te necesité.

Ángel: Cumplía las Escrituras como tú, como todos.

Jesús: No sabía que estuviera escrito que, para ser feliz, debía morir un inocente.

Ángel: Y, no morirá, si es lo que deseas. Pero has de abandonar el huerto antes de la medianoche. Porque, permanezcas o te marches, las Escrituras han de cumplirse.

Jesús: Si no me entrego, ni Judas se suicidará ni Pedro me negará tres veces.

Ángel: Nadie, ni siquiera Dios, puede eludir el destino.

Jesús: Liberándome ya lo ha hecho.

Ángel: Te ha liberado a ti, no a Judas y Pedro. Alguien deberá morir en tu lugar. Ese es el trato.

Jesús: No permitiré que un inocente muera por mí. No sería justo.

Ángel: ¿No es justo que mueran por ti y, sí, que tú mueras por ellos?

Jesús: Pero nadie me obligó. Yo lo elegí libremente.

Ángel: ¿Acaso importa si morir es inevitable?

Jesús: La conciencia alivia el dolor.

Ángel: Consciente o no, la muerte es un hecho, y los hechos ni siquiera Dios puede cambiarlos.

Jesús: Si el destino fuera tan poderoso, ni tú estarías aquí, ni yo podría abandonar el huerto.

Ángel: Nada, ni nadie, nos obliga a estar aquí, las Escrituras, Dios, el destino son sólo palabras.

Jesús: No puede entregarme en contra de su voluntad. No sería justo.

Ángel: De acuerdo, se hará como deseas. Pero no olvides que las Escrituras han de cumplirse. Así que apresúrate, no tienes mucho tiempo. La medianoche se acerca, oigo ulular a los búhos y revolotear a los murciélagos.

Jesús: Desde hace treinta y tres años no he hecho otra cosa.

Ángel: Pero por tu manera de ser, no porque te obligaran. Los que se conocen, no necesitan guías ni razones, sólo pensar y actuar de acuerdo consigo mismo.

Jesús: La sabiduría no es tan poderosa.

Ángel: Pero sí el carácter.

Jesús: ¡Ojalá estuviera soñando! ¡Ojalá los olivos fueran pinos, los muros del templo dunas y los torreones cumbres y picachos!

Ángel: Sueñes o estés despierto, deambules por un huerto o por el desierto, ¿acaso importa? Si la vida fuera un sueño y los hombres sombras, no morirían. Pero, si mueren, es que existen. Porque ningún ser, por muy omnipotente y omnisciente que fuera, habría imaginado la vida y la muerte. La naturaleza es sorda y muda.

Jesús: ¡Basta! ¡Aléjate Lucifer! Escrito está que no lograrás doblegarme.

Ángel: ¿Doblegarte? Ni todo el saber del mundo desequilibraría la balanza. El carácter es inmutable.

Jesús: ¿Cómo sé que no intentas engañarme?

Ángel: Porque te conoces. Después de treinta y tres, deberías saber que no hay mejor guía que el placer, ni mayor fuente de placer que uno mismo.

Jesús: Entonces, ¿por qué me siento desorientado y confuso?

Ángel: Porque la duda forma parte de tu carácter, aunque no haya aflorado hasta esta noche.

Jesús: Siempre he sabido lo que tenía que hacer.

Ángel: El alma es insondable. Nunca, ni disponiendo de toda la eternidad, nos conoceremos bastante. Porque si los seres humanos pudieran conocerse, serían como Dios, eternamente felices.

 

 

Escena III: Negativa de sus discípulos y su madre.

 

-Ángel: Felices, libres, inocentes, culpables….¡Y se quejan de que han nacido desnudos, como si no tuvieran, en sus bocas, el arma más poderosa! Lo hizo o no lo hizo, es lo que único que importa, todo lo demás son palabras, y las palabras, en boca de Dios, son luz, vida, arte; en boca de los hombres son humo, polvo, nada.

 

-Coro

No sé si otro mundo es posible.
Si el tiempo, la naturaleza o el azar
mejorarán a los seres humanos.
Si Dios, en su infinita bondad, creará
una nueva raza de seres sabios y justos.

Pero si pudieran escudriñar sus mentes,
observar las intenciones que ocultan
detrás de las palabras,
con la misma nitidez que estos olivos,
bastaría con una mirada
para distinguir a los buenos de los malvados.

Y, donde reina la libertad y la justicia,
no hay necesidad de ningún más allá,
lo llamen Comunismo o Reino de los Cielos.

 

-Ángel: Extraña raza son los seres humanos, ansían ser como Dios y, cuando comprenden que lo son, desean ser hombres.

 

-Coro

Ojalá la noche no fuera tan oscura
ni el silencio fuera tan denso.
Ojalá los olivos fueran estrellas
que iluminaran el huerto.

Noche callada,
nítida noche de Jerusalén
alumbra los caminos
que llevan a Getsemaní.

Ojalá las ramas fueran velas
y los deseos viento.
Ojalá los olivos fueran barcas
que surcaran el huerto.

Noche estrellada,
nítida luna de Jerusalén
aquieta las aguas
del mar de Getsemaní.

Ojalá la mente fuera un dios
tan poderoso como dicen.
Ojalá bastara con decir quiero
para abandonar el huerto.

 

-Ángel: Hermoso deseo, ¡y astuta manera de preservar la especie! Porque si comprendieran que desear lo imposible es no desear nada, no sobrevivirían. El engaño es el pan del alma. No hay fuerza más destructiva que el conocimiento, ni objeto más oscuro e inescrutable que la mente humana.

 

-Coro

Ojalá comprendieran que la mente
no es Dios, que el alma y Dios
son sólo palabras,
que no pueden ser más de lo que son
lo llamen hombre nuevo,
superhombre o esperanza.

Pero nunca dejaran de soñar,
de mirar más allá, de buscar
e imaginar mundos imposibles
porque si gozaran la finitud
con la misma intensidad
que anhelan la luz del sol
serían eternamente felices.

La felicidad, la llamen Dios,
igualdad, fraternidad o justicia
es inasequible a la naturaleza humana.

 

-Ángel: Extraños seres que para sobrevivir necesitan imaginar quimeras y paraísos. ¡Cómo si real y posible fueran la misma cosa! Real es este mar de olivos, esta quietud, este cielo estrellado; posible lo imaginado, lo soñado, lo que está más allá, lo que nunca ha sido ni será, porque lo que tiempo no ha conseguido, jamás, con voluntad y esfuerzo, se conseguirá.

 

-Coro

Hermoso es soñar,
y necesario para la especie,
porque si no soñaran
serían bestias o ángeles.
Pero más hermoso sería
que se contentaran
con lo que ven y oyen,
porque, si valoraran el momento,
la vida, el mundo en el que viven,
serían moderadamente felices.

Pero nunca dejarán de anhelar
lo que no está en sus manos,
porque la moderación y la felicidad
no forman parte de la naturaleza humana.

Moderación es sinónimo de vida;
el exceso de extinción y muerte.

 

-Ángel: ¡Silencio! Se dirige a sus discípulos. Las Escrituras están a punto de cumplirse. Pero no como él espera: no morirá en la cruz como desea, pero ninguno de sus discípulos aceptará morir en su lugar.

-Corifeo: ¿Tampoco los más amados: Santiago, Juan y Pedro?

-Ángel: Ellos fueron los primeros en negarse.

-Corifeo: Oscuro es el corazón de los hombres, cuando ignoraban quien era, obedecieron y ahora, que saben quien es, se niegan a obedecerle.

 

-Coro

Ojalá el corazón no fuera tan oscuro,
ni sus aguas tan profundas y turbulentas,
ojalá los sentimientos fueran
tan claros y distintos como los pensamientos,
porque si la mente pudiera iluminar
sus profundas y turbulentas aguas,
el alma sería tan clara como el cuerpo.

 

-Ángel: No les culpes, quieren pero sienten que no deben hacerlo.

-Corifeo: No juegues con las palabras, ¿o has olvidado las funestas consecuencias que han causado a los seres humanos a lo largo de los siglos? Si Dios o la Naturaleza colocaran en un platillo el horror provocado por quimeras y paraísos, imaginados, verbalizados y escritos a sangre y fuego en férreas leyes y bellos mandamientos, el hambre, la enfermedad y la muerte nunca equilibrarían la balanza. Las palabras cuanto más elevadas son más sufrimiento producen. ¿O causan el mismo dolor el amor que la verdad, la tolerancia que la fe y la certeza que la incertidumbre?

-Ángel: Hieren las palabras vanas, no las que se corresponden con los hechos, y es un hecho que el impulso que les obligó a seguirle, ahora les prohíbe hacerlo.

-Corifeo: No se negarían si le amaran.

-Ángel: Ningún mandamiento por justo y bello que sea puede modificar la conducta. La manera de ser es inmutable.

-Corifeo:  ¡Y ciega!

-Ángel: ¿Acaso no lo son los sentidos?

-Corifeo: Aun así algo dirían.

-Ángel: Nada, no dijeron nada.

-Corifeo: ¿El Hijo del Hombre les pide que mueran por él y no dijeron nada?

-Ángel: Dudaron, eso es todo. Puedes comprobarlo por ti mismo.

-Jesús: ¿Por qué callas, Pedro? Y tú, Juan, ¿tampoco dices nada?, ni tu Santiago. ¡Hablad, por Dios, decid algo!

-Pedro: Señor si supiéramos que es la voluntad de Dios, lo haríamos.

-Jesús: ¿Saber? ¿Acaso sabíais cuando os pedí que me siguierais?

-Corifeo: ¡Extraños seres son los humanos! Cuando tienen que velar, duermen y, cuando tienen que hablar, callan.

 

-Coro

Dichosos lo que arriban a puerto
guiados por la dulce luz de las estrellas.
Desgraciados los que navegan
a merced del viento y las mareas.

Somos libres, dicen.
¿Cómo?
¿Acaso pueden ser libres
navegando a ciegas?

Sólo los que se conocen son libres,
los que se ignoran
esclavos de las circunstancias.

¿O creen que si el saber
guiara con mano firme
las conductas
se distinguirían
los necios de los sabios?

Luminosa corriente es el conocimiento;
oscura y traicionera la ignorancia.

 

-Corifeo: ¿Y la madre? Al menos ella accedería.

-Ángel: Ni una palabra, sólo lágrimas.

-Corifeo: ¿Y cómo reaccionó? La incomprensión de los seres queridos es la herida más dolorosa.

-Ángel: Con desesperación, no esperaba que su madre se negara.

 

-Coro

Ojalá la mente iluminara con su luz
los recovecos más oscuros del alma
como el sol ilumina cada mañana
los profundo océanos y las vastas tierras.

Porque, si pudiera seguir el hilo
de los deseos y sentimientos,
comprenderían que no es la razón, la fe,
ni los instintos sino la manera de ser
la que guía la conducta.

Pero ni la mente es tan poderosa,
ni la naturaleza humana
tan clara y transparente
como la luz y el agua de la bahía.

 

-Corifeo: ¿Entonces?

-Ángel: Cuando estaba a punto de aceptar su destino, encontró la víctima propiciatoria que buscaba.

-Corifeo: ¿Quién? ¿Un extraño o la conocía?

-Ángel: La mujer que más ama.

-Corifeo: ¿María de Magdala?

-Ángel: Sólo ella aceptó ocupar su lugar.

-Corifeo: Pero es una mujer.

-Ángel: Nadie lo sabrá, aunque tampoco ella morirá.

-Corifeo: No entiendo nada, explícate.

-Ángel: Cada uno creerá según su fe: la madre y sus discípulos creerán que es Jesús el que muere en la cruz y su compañera creerá que muere en su lugar. Pero es una imagen, ni él ni ella perecerán. Así se cumplirán las Escrituras: Y al tercer día resucitará.

-Corifeo: ¿Nadie lo sabrá?

-Ángel: Nadie.

-Corifeo: ¿Nunca?

-Ángel: Ella al tercer día revelará que Jesús ha resucitado.

-Corifeo: ¿Por qué lo hace?

-Ángel: Por amor, ¿por qué si no? Ahí viene y no parece muy contento. La fe y la razón no hacen buenas migas.

 

 

Escena IV: La confesión de María Magdalena.

 

-María Magdalena: Ha llegado la hora. Debo contaros lo que Jesús me dijo.

-Pedro: Sabemos lo que decía.

-María Magdalena: Debo hacerlo, le prometí que, al tercer día, os contaría la verdad.

-Juan: ¿Qué verdad?

-María Magdalena: Es la conciencia no la resurrección la que salvará a la humanidad de sus pecados.

-Pedro: No te creo. ¿Por qué iba a confiar en una mujer y no en sus discípulos?

-Juan: ¿Por qué la acusas de mentir? Deja que hable, el corazón nos dirá si son sus palabras.

-María Magdalena: Creen los hombres que la muerte es un tránsito y no el final del camino, y que, si se arrepienten, desaparecerán la envidia, la codicia, la crueldad y demás vicios y pecados. Pero se equivocan, nada ni nadie puede cambiar la naturaleza humana. El que es de natural bondadoso, lo seguirá siendo, y el que nació malvado, nunca dejará de serlo. No es la ignorancia, sino la inconsciencia la culpable del dolor y el sufrimiento.

-Pedro: Él nunca nos habló de saber sino de fe.

-Juan: Y de amor.

-Pedro: A los demás, no a nosotros mismos.

-Juan: Él la amaba. Era su compañera. Pudo enseñarle cosas que ignoramos.

-Pedro: Él nos conminó a predicar el Evangelio. Pero, ¿cómo podríamos predicar lo que ignoramos?

-María Magdalena: Al principio tampoco yo lo comprendí. Fue en casa de Lázaro, todos estuvisteis allí. ¿Por qué lo has hecho? Me preguntó. No lo sé, respondí. ¿Te arrepientes? No. Haz siempre aquello que te haga feliz, porque, si eres feliz, también lo serán los que están a tu alrededor. Pero, Señor, si me dejo llevar por los sentimientos me rechazarán, la fe y el corazón no siempre coinciden. ¿Acaso tu felicidad depende de ellos? Si cada uno se preocupara de sí mismo, sus vidas no se cruzarían desapareciendo la codicia, la envidia y el odio. Y, un mundo sin pecados, ¿no sería el paraíso?

-Pedro: El no vino a traer la felicidad sino el reino de los cielos. Ese Jesús del que hablas no es el que nosotros conocemos.

-María Magdalena: Dos caminos hay, dijo, al alcance de todos: la fe, que apenas se distingue de la ignorancia y la conciencia, antesala del reino de los cielos. El que tiene fe, al ignorarse, camina a ciegas guiado con mano férrea por el carácter: si es por naturaleza bondadoso, la bondad neutralizará sus vicios; si es malvado matará y asesinará en nombre de Dios, aunque no es Dios ni su fe como alardean, sino sus propios demonios los que guían sus pasos. Es la conciencia, no la fe, la que salvará a los seres humanos, porque, sólo conociéndose, neutralizarán vicios y pecados y, sólo neutralizando vicios y pecados, reinará la paz y la justicia en el mundo. El Paraíso está en el alma, no en la tierra ni en el cielo.

-Pedro: ¿De qué caminos hablas? ¿Acaso no basta con creer para salvarse?

-María Magdalena: Del conocimiento, porque, sólo conociéndonos, sabremos si el amor es o no verdadero. El amor, no la fe, salvará a los seres humanos.

-Juan: Si tanto nos amaba. ¿Por qué nos abandonó?

-María  Magdalena: No nos abandonó. Jesús no ha muerto, está con nosotros.

-Juan: Yo le vi morir.

-María Magdalena: No era él.

-Juan: Vi cómo le quebraban las piernas y le atravesaban con una lanza el costado.

-María Magdalena: Era su imagen.

-Pedro: ¿De qué hablas? Jesús murió, nosotros amortajamos su cuerpo.

-María Magdalena: Te equivocas. En el huerto os pidió que ocuparais su lugar, pero ninguno aceptó.

-Pedro: Tampoco su madre.

-María Magdalena: No, hubiese sido una bella acción.

-Pedro: ¿Acaso está escrito que debíamos morir en su lugar?

-María Magdalena: No, y, sin embargo, me ofrecí a morir por él.

-Pedro: Pero estás aquí.

-María Magdalena: Y él, Jesús no murió. Está con nosotros. No hay fuerza tan poderosa como el amor.

 

Jesús en el huerto de los Olivos      Dibujo de Juan Capllonch