Poemas

                             

                                     I

Cuando Alcestis, desfallecida,
exclamó:

¡Hades se aproxima
y la noche sombría resbala
sobre mis ojos!

Una ola de lamentos
inundó el graderío,
humedeciendo las lágrimas,
las laderas de la Acrópolis.

Nada, ni la Toma de Mileto
había causado tanto dolor y sufrimiento.

 

                             II

El sol no rebasará sus medidas,
ni la luna abandonará el cielo
de la brillante y esplendorosa Atenas,
porque las Erinias, defensoras de la justicia,
los detendrían.

Y, entonces, el graderío vería
que Alcestis duerme con Admeto;
no, en el Orco, con Hades.

 

                      III

El teatro enmudeció,
cuando Eumelo,
abrazando el cadáver de Alcestis,
gritó:

¡Te llamo, te llamo yo, madre,
tu hijo, que cae sobre tus labios!

Nadie, ni el viejo Frínico
había angustiado tanto a los espectadores.

Temo que el joven poeta
pague con oro
su atrevimiento.

 

                        IV

Una lluvia de insultos y aplausos
cayó sobre el escenario,
cuando Admeto, increpando al cielo,
preguntó:

¿Qué hemos hecho a los dioses
para que tú mueras?

Pero, cuando desconcertado, exclamó:

¡Ay, ay, cómo les echan la culpa los mortales a los dioses
cuando ellos mismos por su propia locura
tienen desastres más allá de su destino!

El público enmudeció, escapando el ilustrado poeta
por la puerta del teatro.

Nunca habíamos sentido tanto miedo,
confesaron los actores.

 

                       V

Yace en el suelo la estatua
que Praxíteles cinceló
para enfriar el ardiente
deseo de Admeto.

¡Ojalá Temis, hija de Zeus,
castigue a Cipris,
trabando, Eros, el cinturón
de su celosa madre!

 

 

Temis   Dibujo de Juan Capllonch