Carta sobre Hipólito

     

    Sabemos y comprendemos lo que está bien, pero no lo ponemos en práctica, unos por indolencia, otros por preferir cualquier clase de placer al bien, asegura Fedra al coro de mujeres.

      Así sería si nos guiáramos por el sentido común y la experiencia, pero no por nuestras imaginaciones. Porque si, según Cicerón, el consenso debe ser considerado una ley de la naturaleza, y Pitágoras distingue tres tipos de individuos: el que puede prever por sí mismo lo conveniente, en segundo lugar, el que advierte lo provechoso a partir de lo sucedido a los demás y el peor, aquél que sólo después de sufrir los males percibe lo mejor, Platón distingue tres cosas: el alma, el cuerpo o ambos, Jesús distingue tres personas: Padre, Hijo y Espíritu Santo, Aristóteles distingue tres bienes que conducen a la felicidad: la virtud, la prudencia y el placer, y tres tipos de vida: la vida política, la vida filosófica y la vida de placer, Epicuro distingue tres tipos de deseos: unos naturales y necesarios, otros naturales y no necesarios, y otros, ni naturales ni necesarios, nacidos de la vana opinión, Marx distingue tres momentos: afirmación, negación y negación de la negación, y tres fases en la historia: capitalismos, socialismo y comunismo, los científicos distinguen tres combinaciones de moléculas o tripletes en el ADN, incluso Aquiles necesitaba la fuerza de tres aqueos para atrancar la puerta de la tienda, y a mí me bastan tres palabras: naturaleza, manera de ser y circunstancias para explicar la conducta humana, la sociedad y la historia, siendo la naturaleza el conjunto de las virtudes y vicios comunes a todos los seres, la manera de ser la proporción de vicios y virtudes que diferencia a los individuos y las circunstancias, los acontecimientos que, a lo largo del tiempo, determinan qué virtudes y vicios predominan, quedan aletargados o al descubierto.

    Es obvio que el tres debe de tener alguna relación con nuestra manera de percibir el mundo y la existencia. Aunque no sepamos explicar por qué el tres y no el uno, el dos, el cuatro y el infinito como opinan Parménides, Heráclito, Empédocles y Anaximandro. Quizá se trate de un impulso relacionado con el instinto de supervivencia, porque, sabemos por experiencia, que una manada, o sea tres individuos, tienen más posibilidades de sobrevivir que un individuo solitario o una pareja. El éxito debió impulsarles a identificar el tres con la vida, con su diversidad y su potencia, convirtiéndose con el paso del tiempo en una especie de a priori a través del cual ordenamos el entorno que nos rodea, o sea en el arjé, el elemento último, la clave que explica física y metafísicamente la naturaleza, la realidad y la existencia.

     Claro que si las circunstancias modelan, pero no transforman la naturaleza humana ni la historia, quizá haya llegado el momento de sustituir la concepción triádica de la naturaleza y la historia de Marx-Engels por la teoría del Amor-Odio de Empédocles, o cualquier otra teoría binaria. Porque si no hay saltos cualitativos, ni en la naturaleza ni en la conducta humana, la concepción dialéctica de la naturaleza y la historia será teóricamente falsa porque, en la práctica, hace décadas que sus predicciones no coinciden con los hechos. Lo que no debería sorprendernos, porque no es el logos, sino el devenir y el azar los que determinan qué teoría parecerá verdadera y por cuanto tiempo.

      Pero si el tres es el arjé, el elemento último de todas las cosas, no todos sabrán y comprenderán lo que está bien, como asevera Fedra, sino que habrá quienes no tengan en cuenta si lo que van a hacer es bueno o malo. Pero, no por ignorancia, sino porque toman sus deseos como medida de todas las cosas, es decir, lo que les beneficia personalmente es bueno y lo que les perjudica es malo. Y habrá, también, quienes tomen sus fantasías como referencia, si es creyente, bueno será lo que honra Dios y malo lo que le denigra, y si es creyente ateo, o creyente laico, bueno será lo que beneficia a la Revolución, la Nación y el Medio Ambiente y malo lo que les perjudica. Matar, torturar, encarcelar al oponente, al que piensa lo contrario, por ejemplo, será bueno; a militantes, seguidores, fieles y discípulos, será fascista, burgués y reaccionario, es decir, moralmente malo. ¡Y pensar que la humanidad prefiere la verdad en lugar de la sencillez, la utilidad, el placer y la belleza!

El masoquismo debe ser inherente a la naturaleza humana, si, en el altar de nuestras fantasías, no dudamos en auto inmolarnos, al menos los crédulos, militantes y conversos, porque los dirigentes siempre mueren en sus camas. Lo que no debería sorprendernos porque siempre habrá más tontos que listos, y más tontos inconscientes que conscientes. Y si todavía crees que existen clases sociales en vez de individuos, dicho filosóficamente que a las palabras les corresponden cosas, recuerda que tu eres Juan y yo Álvaro, lo demás imaginaciones nuestras.

     Tampoco la vida será sólo sufrimiento o un perpetuo dolor, como proclaman la Nodriza, Sileno y Schopenhauer, sino que habrá quienes le den las gracias como Violeta Parra, Withman y Montaigne, y quienes la alaben, o maldigan, según las circunstancias, como Hipólito, que entra en escena entonado himnos a la celestial hija de Zeus, Ártemis: Te saludo, oh Ártemis, hija de Leto y de Zeus y sale lamentando su suerte: Zeus, Zeus, ¿ves mi situación? Yo el santo, el devoto de los dioses, yo que aventajaba a todos en virtud, desciendo hacia el inevitable Hades. No sé si la pasión amorosa es enfermedad o locura. Pero, muy alejada de la razón no debe estar, si Fedra, a pesar de estar herida por el aguijón del amor, asegura, como el sabio Solón, que los humanos cometerían menos injusticias si de igual modo lo sintieran los que la sufren y los que no la sufren, aunque ella esté pensando en Hipólito, no en la especie humana.

          ¡Y se sorprende Cicerón que unos imaginen que somos cuerpo y otros que somos almas en lugar de un compuesto de cuerpo-alma! Si fuera tan coherente como presume, sabría que si el tres está en el trasfondo de todas las cosas, también estará presente en la religión, la filosofía, la literatura, la pintura, la música y las tragedias. Aunque yo cambiaría toda la coherencia del mundo por la libertad y la tolerancia. Porque el problema no es si somos o no coherentes, sino si podemos dejar de serlo, es decir, ser ambiguos, excesivos y contradictorios, sin ser insultados ni agredidos. La libertad, como la salud, sólo se siente cuando se pierde.

     Pero, ¿cómo explicaría la teoría una tragedia como Hipólito? Pues, visualizándola como un triángulo isósceles, en cuyo vértice (a) estaría la virtud representada por Hipólito-Ártemis, en el vértice (b) el placer representado por Fedra-Afrodita y, en el vértice opuesto a la base (c), los espectadores que, según fueran más o menos apasionados o pudorosos, velarían sus rostros, exclamarían escandalizados,

     ¡Oh tierra madre y rayos del sol, qué palabras he oído que ninguna voz se atrevería a pronunciar!,

o cantarían con el coro de mujeres:

¡Amor, amor, que por los ojos destilas el deseo,
infundiendo un dulce placer en el alma de los que sometes!,

declamarían con Safo:

     Hiciste bien en venir pues te anhelaba
y desfallecía por este deseo que incendia mi alma,

con Salomón:

     Mientras reposa el rey en su lecho
exhala mi nardo su aroma.
Es mi amado para mí bolsita de mirra
que descansa entre mis pechos,

o con el autor de estas cartas:

     Mi cuerpo se reblandece
al calor de los huracanes.
Besa amado mi boca y mis pechos,
extrayendo de la fuente de la vida,
sus profundidades.

¿Y si, de repente, los espectadores dejaran de oír a los actores? Pues la mayoría observaría sus idas y venidas, los más sensibles, por empatía, adivinarían sus sentimientos y algunos incluso los diálogos. Pero, ¿y las quejas y los lamentos? Porque puedo imaginar al corifeo afirmando, dudando y negando, incluso al coro, pero no a Hipólito ni a Fedra porque si pudieran elegir ni él sería tan casto ni ella tan apasionada como pretende Eurípides. Dicho filosóficamente: si la conducta dependiera de la ideología, el sexo y las circunstancias, la manera de ser no sería siempre la misma, y el principio de Aquiles sería falso. Pero sabemos por experiencia que podemos ignorar, incluso ocultar, pero no modificar nuestro carácter. Y, como hay tantas maneras de ser como individuos, más coherente sería utilizar el método de las múltiples explicaciones basadas en los fenómenos. Aunque Epicuro esté pensando en los rayos, el granizo y la nieve y yo en la vida, el cosmos y la naturaleza humana. Y, más coherente sería aún, no utilizar ninguno, con la libertad basta para recorrer el universo, Dios, el alma, el pasado, el presente y el  futuro. Veamos adonde nos llevan nuestras imaginaciones.

 En el primer episodio, la Nodriza afirma que La vida no es sino sufrimiento y que no hay tregua en sus dolores. Y, así sería, si todas las personas sufrieran de la misma manera y por los mismos motivos. Pero sabemos por experiencia que el umbral de dolor depende del carácter. ¿O crees que si Epicuro hubiese sido sensible al dolor, habría afirmado que las enfermedades duraderas procuran a la carne más placer que dolor, y Nietzsche que el estar enfermo puede constituir incluso un enérgico estimulante para vivir, para más-vivir? Se equivoca, sin embargo, cuando añade que El sufrimiento es necesario para los mortales. Porque, como la necesidad, depende de la manera de ser, no de la naturaleza humana, sólo los necios e ignorantes necesitan aprender en carne propia.

En el éxodo, cuando Hipólito, vapuleado por el destino, exclama: Se ha abatido sobre mí la desgracia, está constatando un hecho. Pero, cuando pregunta: ¿Por qué sobre un inocente de toda culpa?, no constata, juzga. Porque la inocencia es un valor, y los valores están en nuestra cabeza no en las cosas. ¿O cree que Dios, la fortuna, la naturaleza, el azar, el universo y el ADN ven, oyen y escuchan? Ojalá la prudencia formara parte de la naturaleza, no del carácter. Porque si, en vez de querer las cosas como se nos antojan, las deseáramos como son, los dilemas, las dudas y las contradicciones desaparecerían, también la uniformidad, la homogeneidad y demás aberraciones de la mente. La vida hay que aceptarla como es, no como nos gustaría. Porque si tomas por tuyas las cosas que dependen de otros, advierte Epicteto, estarás triste, inquieto y te quejarás de Dios y los hombres. Yo, sin embargo, preferiría que cada uno se adueñara de las que quisiera. Porque si privamos a los seres humanos del error, la equivocación y la mentira, la filosofía, la poesía y demás creaciones del espíritu desaparecerían. Es curioso, sin embargo, que Heráclito censure la incongruencia de Homero al desear que la discordia desaparezca de entre los dioses y los hombres y no la suya porque, si el devenir es lo único inmutable, lo que hoy es verdad, mañana será mentira. Y, más curioso es aún, que no habiendo verdades absolutas, el tiempo tenga que demoler los triunfos que la razón levanta en sus orillas.

     En el estásimo tercero el coro canta: Mucho alivia mis penas la providencia de los dioses, cuando mi razón piensa en ella, pero, aunque guardo dentro de mí la esperanza de comprenderla, la pierdo al contemplar los avatares y las acciones de los mortales, pues experimentan cambios imprevisibles y la vida de los hombres en perpetuo peregrinar es siempre inestable. Más aliviado nos sentiríamos si comprendiéramos que la vida es un hecho y nuestros juicios opiniones; que la naturaleza tienen sus propias leyes y la razón las suyas; que lo percibido y lo pensado, sólo por azar, se entrecruzan; y, más aún, si aceptáramos la vida como es, sin juzgarla ni condenarla y, al atardecer, junto al mar, con una copa de vino en la mano, elucubráramos con griegos, romanos y cristianos sobre el mal, el más allá y la naturaleza humana.

Claro que la serenidad no es tan estimulante y creativa como la inquietud, la duda y el desasosiego . ¿O no se hubiese estremecido el teatro al oír cantar al coro:

     Oh rêves de savants! Oh chimère profonde!
Dieu est libre, juste, et n´ est pas implacable.
Pourquoi donc souffrons-nous sous un maître equitable?
Voilà le noeud fatal qu´ il falláis délier?

El teatro no sé, los creyentes seguro, a pesar de llevar, más de dos mil años, intentando deshacer el nudo sin conseguirlo: Dios o quiere eliminar los males o no puede, o puede y no quiere, o ni quiere ni puede, o quiere y puede….si quiere y puede -que es lo único acorde con Dios-, ¿de dónde proceden los males y por qué no los elimina? Y no me extraña, Dios y el mal no casan, aunque tampoco casa la bondad con los seres humanos, ¡y llevamos imaginando paraísos desde la aparición de los homínidos!; ¿los ateos? no creo, a no ser que sustituyan a Dios por la sociedad, la burguesía y el capitalismo; ¿los agnósticos?, escuchando ensimismados argumentos y contraargumentos porque, en la naturaleza y en el arte, la ignorancia es tan bella como la sabiduría. Juzga tú mismo:

     Nada puede conocerse, ni comprenderse ni saberse porque los sentidos son limitados, la inteligencia débil y breve el espacio de la vida, todo está rodeado de tinieblas, nada pertenece a la verdad, todo es del dominio de lo opinable y convencional. Y si por casualidad alguien enunciase la verdad, ni siquiera él lo sabría, pues todo no es más que una maraña de conjeturas.

¿No sientes el frescor, la brisa, la libertad que exhala el inabarcable espacio que la ignorancia levanta ante nuestra vista? No creer saber lo que se ignora nos hace libres, y la libertad, felices, al menos a mí y, probablemente, a Sócrates, Pirrón, Montaigne y algún otro. Porque, con los demás, me sucede como a Epicuro que lo que a ellos les gusta yo no lo conozco, y lo que yo sé está muy lejos de su sensibilidad. Y no juzgo, constato, antinatural sería que todos los seres humanos sintieran y pensaran lo mismo, tampoco hay que ser cofrade de la verdad para saber que siempre ha habido y habrá tontos y listos, y que pertenecer a uno u otro bando no depende de la clase social, la inteligencia y el sexo sino de la manera de ser, la llamen, por ignorancia, voluntad de Dios, gen, casualidad o destino.

         Cuídate

 

Fedra