Había allí, mirándole desde lejos, muchas mujeres que habían seguido a Jesús desde Galilea (Mateos, 27-55)
El encuentro
Vino Jesús de Galilea al Jordán. Bautizado por Juan, salió del agua y he aquí que los cielos se abrieron y el Espíritu de Dios descendió como paloma. (San Mateos 3,13-16)
A orillas del Jordán llegué
siguiendo el rastro del amor
pero no pude seguir
el corazón me lo impidió.
¿Por qué te detienes corazón?
¿Es que no ves y sientes
lo que veo y siento yo?
Pero cuando emergió
sintiendo que el desierto
abrasaba mi corazón
acerqué los labios al agua
para aliviar el dolor.
Sigue, corazón, no te detengas,
¿no ves el cielo abierto
y las palomas arrullar alrededor?
Entonces comprendí
que el amor sujetaba
las riendas de mi corazón.
La llamada
Caminando junto al mar de Galilea vio a dos hermanos que echaban las redes en el mar, pues eran pescadores. Venid, les dijo, y le siguieron. (San Marcos 1, 16-17)
Bordeando el lago llegó.
Sígueme, dijo,
y, dejando las redes,
le seguí.
Serás la Amante
y yo el Amado, dijo,
y, abandonando la doncellez,
me entregué.
Si algún día vuelve,
como prometió,
en esta vieja vasija
encontrará mi corazón.
Aquí yace la Amante
porque el Amado se fue
y nunca volvió.
Apareció de noche
sin decir nada.
Llévame contigo, Señor,
no te vayas,
espera que la luz claree
las oscuras aguas.
Pero, cuando se alejó,
corrí tras él,
abandonando la doncellez
varada en la playa.
La espera
Velad, pues, porque no sabéis cuándo llegará vuestro Señor. (San Mateos 24,42)
A la luz del alba
vi la huellas de mi Amado
en la orilla de la playa.
¿Dónde estás amor
que te llamé
y no contestabas?
Busqué y no te encontré
miré y no te vi
te sentí pero no estabas.
¿Dónde estás amor
que te llamé
y no contestabas?
¿Qué hago? ¿Qué haré
cuando mi Amado
se vaya?
Seguir la estela
que deja en el agua.
Y cuando la luz descubra
que se aproxima su barca
al borde de la orilla
aguardaré su llegada.
Subí a la roca más alta
para ver si mi Amado llegaba,
pero sólo vi
el resplandor del sol
sobre la superficie del agua.
Cierra los ojos, me dijo,
verás mi rostro
grabado en el alma.
Y, si algún día
el tiempo lo borrara,
pregunta al corazón
cómo eran mis ojos,
mis labios y mi mirada.
El deseo
se ha apoderado
de mi corazón
la fiebre me consume
quiero sus manos
sus labios
su mirada
yo le quiero a él
él quiere mi alma.
La traición
En verdad te digo que esta misma noche, antes de que el gallo cante, me negarás tres veces. (San Mateos 26,34)
Él la besó
yo lo vi
él no me vio
¿Adónde iré?
¿Con quién hablaré?
¿Dónde me ocultaré?
¿Cómo viviré sin sus ojos
sus labios y su mirada?
Si pudiera abrazarle,
mirarle a la cara,
suplicaría a mi Amado
que aliviara el resquemor
que atormenta mi alma.
El reencuentro
Hallándose Jesús en Betania, cuando estaba recostado en la mesa, vino una mujer con un frasco de alabastro lleno de ungüento de nardo ungió los pies de Jesús y los enjugó con sus cabellos. (San Mateos, 26, 6-7)
A la sombra de mi Amado
me arrodillé
y con el cabello
enjugué sus pies.
Él lo acarició
yo los besé.
Amaos los unos a los otros, dijo
y, sonriendo, me miró,
yo lo miré.
Él hablaba de amor,
mi corazón de él.