Ditirambo del Resucitado

 

Primera escena: Coro de ángeles a los pies del mausoleo de Herodes.

 

     Somos ángeles de Yavé, atraídos por la música fúnebre y los lamentos hemos cruzado el cielo de Judea para contemplar el cortejo. Y aquí estamos a los pies de este grandioso mausoleo. ¡Cómo si las piedras pudieran burlar el cerco del tiempo! Las obras del espíritu son tan perecederas como los cadáveres que cuelgan de las garras y los colmillos de las bestias. Si se contentaran con lo que son, fugaces y perecederos, no anhelarían lo imposible. ¡Necios! ¿Acaso creen que basta con decir: ¡Hágase la luz!, para que la luz sea hecha? Lloran y se lamentan como si la muerte fuera un instante, si comprendieran que desde que nacen están muriendo, no llorarían por los que mueren sino por ellos mismos. ¿O creen qué basta con decir: ¡Resurrección! ¡Vida eterna! ¡Eterno retorno! para que la palabras generen músculos y huesos? La muerte es un hecho y los hechos no se rebaten con palabras. Y que perduren sus nombres ¿en qué les afecta? ¡Oh, Muerte! ¡Cuánta presunción! ¡Cuánto orgullo! ¡Cuánto despilfarro! ¡Cuánto esfuerzo para nada! Ignorancia son sus deseos, ignorancia son sus obras, ignorancia son sus palabras. Dicen que lo mejor es no haber nacido y después morir lo antes posible. Pero más sabio es morir en el momento justo, porque hayas vivido uno o cien años, ¡qué más da!, si, desde que ven la luz del sol, siempre verán lo mismo: alegría, tristeza, miedo, esperanza, frustración, violencia, enfermedad, miseria e ignorancia. Nada compensa el dolor y el sufrimiento. Todo lo humano es arena y polvo.

 

Segunda escena: Un mensajero anuncia a Nicolás de Damasco la muerte del Mesías.

 

Mensajero: El Mesías ha muerto.

Nicolás:       ¿Estaba solo?

Mensajero:  No, le acompañaban su madre y uno de sus discípulos.

Nicolás:       ¿Estuviste presente todo el tiempo?

Mensajero:  No me separé de él ni un instante.

Nicolás:        ¿Anotaste lo que dijo?

Mensajero:  No hizo falta, a la hora nona dijo: “Tengo sed y, antes de expirar, gritó: “Eli, Eli…

Nicolás:        Sí lo recuerdo….lema sebchtani”.

Mensajero:   ¡Cómo lo sabes! ¿Es que estuviste allí?

Nicolás:        Yo escribí esas palabras. ¿Dijo algo más?

Mensajero:   No.

Nicolás:        ¿Estás seguro?

Mensajero:   Bueno, le susurró algo a la madre, pero los soldados sorteaban sus vestidos y no pude oír con claridad lo que decía.

Nicolás:       Yo sí, aunque estuviera lejos del Gólgota. “Mujer éste es tu hijo, hijo ésta es tu madre” es lo que dijo, ¿verdad?

Mensajero:  Sí esas fueron sus palabras.

Nicolás:   Era su frase favorita, aunque, cada vez que la repetía, se le saltaban las lágrimas. ¿Algo más? Porque se le daba muy bien improvisar.

Mensajero:  No, eso fue todo.

Nicolás:       Intenta recordar, haz un último esfuerzo, necesito saber todo lo que dijo.

Mensajero: Te repito que no dijo nada más.

Nicolás:    La venganza, amigo mío, se ha consumado, ya puedes descansar en paz. Recuerdo el estupor dibujado en su rostro cuando los magos peguntaron por el rey de los judíos, y el entusiasmo con el que aplaudió la idea de vengarse utilizando la Ley y las Escrituras. El plan era sencillo: llevar a los niños nacidos en Belén al desierto y, una vez descubierto el supuesto rey de los judíos, controlar su mente y su lengua para que pensara y hablara como el Mesías vaticinado por los profetas. No fue difícil escribir sus andanzas, sólo tenía que reconstruir su vida a partir de los pasajes de las Escrituras, añadir algunos milagros como lo que había visto en los teatro de todo el imperio, y poner en su boca diálogos y sermones como era costumbre en los historiadores griegos. Y, así surgió, la “Pasión y muerte del Mesías”.

Mensajero:    Y yo que creía que las palabras salían de su corazón, no de tu boca.

Nicolás:        ¿Acaso importa quien las escriba? Las palabras son de todos como el aire que respiras.

Mensajero:  Oírle decir: Amaos los unos a los otros como yo os he amado y Bienaventurados los pobres porque de ellos es el reino de los cielos, me desconcertaba. Sus palabras no son humanas, sus palabras son divinas.

Nicolás:    Lo sé, aislado en el desierto, lejos de sus padres y hermanos no fue difícil conseguir que hablara y pensara como el Mesías anunciado por los profetas. Poseía una inteligencia penetrante y una memoria prodigiosa. No sólo era capaz de repetir las parábolas y los sermones con sólo oírlos una vez, y disertar con soltura sobre el Génesis, los Proverbios, los Salmos y cualquier libro de las Escrituras, aunque sus opiniones no fueran a veces muy ortodoxas, sino que hablaba del Padre, del reino de los cielos y de la vida eterna con tal familiaridad, que, si no supieran que era uno de los niños nacidos en Belén, habrían creído que era hijo de Dios y no de un carpintero. La educación en las manos adecuada es como el látigo para las fieras. ¿O no es controlando la mente y la lengua como consiguen que los judíos prefieran morir a obedecer al César? Prever el comportamiento, sin embargo, fue imposible. En situaciones normales era fácil saber lo que haría. Pero, cuando tenía que improvisar, ni él sabía cómo reaccionaría. Si, al nacer, viéramos cómo somos con la misma claridad que vemos el color de los ojos y los cabellos, la incertidumbre desaparecería. ¿O crees que, sabiendo lo que nos conviene, elegiríamos lo que nos perjudica? La incertidumbre y la ignorancia son caras de la misma moneda.

Mensajero:   Ojalá la sabiduría fuera tan poderosa como dices.

Nicolás:         Que estés aquí ¿no es prueba suficiente?

Mensajero:    De mi presencia quizá, no de lo que tengo que decirte. ¿O crees que si las circunstancias dependieran de la voluntad no habrían cumplido las órdenes?

Nicolás:          ¿Qué quieres decir?

Mensajero:    Que las circunstancias dependen del azar y el azar no distingue entre sabios e ignorantes.

Nicolás:          Habla claro, ¿qué intentas decirme?

Mensajero:    Que el cuerpo ha desaparecido.

Nicolás:        ¿Cómo?

Mensajero:   El gobernador les había dado permiso para enterrarlo.

Nicolás:        Con unas monedas hubiese bastado. El dinero hace con los hombres lo que le place.

Mensajero: Ni siquiera pudieron acercarse. Y, cuando consiguieron entrar, el sepulcro estaba vacío.

Nicolás:       Robarían el cuerpo sus discípulos.

Mensajero: Nadie entró, lo hubiésemos visto.

Nicolás:      Pues alguien lo hizo.

Mensajero: No creo que unas mujeres pudieran mover la piedra.

Nicolás:      Nadie debía permanecer junto al sepulcro.

Mensajero: Aparecieron de repente y, cuando nos vieron, se alejaron gritando: ¡Está vivo! ¡Ha resucitado!

Nicolás:     Quizá intentaban distraeros.

Mensajero: Estaban tan sorprendidas como nosotros.

Nicolás:      Hay que encontrarlo. Si no le curan las heridas, morirá.

Mensajero: Y si fuera verdad.

Nicolás:     ¿Verdad?

Mensajero: Que está vivo, que ha resucitado.

Nicolás:      Más fácil sería no morir que resucitar de entre los muertos.

Mensajero: Ella lo vio, habló con él.

Nicolás:    Nadie, ¿comprendes?, nadie puede volver a la vida después de muerto. Y aunque volviera, ¿de qué serviría si ya no sería el mismo?

Mensajero: Pero la reconoció, la llamó por su nombre.

Nicolás:       Nunca pensé que un griego creería esos cuentos.

Mensajero: Lo conozco y sé que no miente, si dijo que volvería, volverá; que resucitaría de entre los muertos, resucitará; que es hijo de Dios, lo será.

Nicolás:      ¡No hablaba él, hablaba el Mesías!

Mensajero: Está vivo, lo sé.

Nicolás:      Es sólo un hombre.

Mensajero: Para Dios nada es imposible.

Nicolás:    Si ahora creen, ¿qué no creerán mañana cuando el tiempo confunda lo sucedido con lo imaginado? La fe sujeta con mano férrea la mente de los hombres.

 

Tercera escena: Ditirambo del Resucitado

 

Mirad, hijas de Israel, cómo se incendia el cielo de Jerusalén, mirad cómo espigan las altas almenas del templo, mirad cómo la luz ilumina los santos lugares que pisaron sus pies hasta llegar al Calvario.

-Cuenta María, hija de Magdala, qué viste, qué sentiste, qué pensaste aquella madrugada cuando el ángel del Señor te anunció que Jesús, el hijo de Dios, había resucitado. Di de qué color era su piel, cómo era su mirada, qué palabras te dijo Jesús, el hijo de Dios, nacido dos veces.

No me toques porque aún no he subido al Padre; pero diles a mis hermanos: Subo a mi Padre y a vuestro Padre; a mi Dios y a vuestro Dios”.

Callad, no blasfeméis, ni Jesús es hijo de Dios ni ha resucitado de entre los muertos.

-¿Aún palpita su corazón y ya habéis olvidado sus palabras?

Sus palabras viven, pero él ha muerto.

Que callen los desengañados, que callen los desesperanzados porque nuestro Señor ha resucitado. Gritad hijas de Israel, gritad alto: Jesús, el hijo de Dios ha resucitado.

Sólo fue una sombra, un sueño entretejido por la mente.

Alabados los que creen porque la fe se sostiene por sí misma sin apoyos ni argumentos. Alabados los que creen porque la fe nos hace felices, la duda desgraciados. Alabados los que creen porque los que creen saben y los que saben felices. ¡Oh, fe, bendita fe, fuente perenne de felicidad y sabiduría! ¡Oh, esperanza, santa hija de la fe y el gozo, protege a los que creen porque de ellos es el paraíso en la tierra y en el cielo!

Ojalá la ignorancia y el deseo no oscurecieran la mente de los hombres! ¡Ojalá la prudencia templara los gélidos arrebatos de los creyentes! ¡Ojalá la crueldad no se apodere del corazón de los hombres!

 

Cuarta escena: Nicolás acude a la tumba de Herodes para comunicarle la noticia

 

     Estarás contento. Jesús, el niño buscado por los magos, vivió y murió como estaba escrito, aunque las consecuencias de su pasión y muerte no fueron las previstas. ¿Cómo íbamos a imaginar que sus seguidores sustituirían a Yave por Cristo y, menos aún, que nacería una nueva religión fruto de la Ley y del Logos? Teníamos que haber prohibido la enseñanza de las Escrituras no fabricado un Mesías. ¿O no es controlando la educación como Licurgo convirtió a los espartanos en autómatas, Platón imaginó un estado perfecto y el Alejandro consiguió que los griegos se postraran ante su presencia? Si hubiésemos sabido que en nuestras manos está sembrar la semilla, no que germine, se desarrolle o perezca; que por mucho que sepamos donde ponemos los pies nunca sabremos adonde nos llevarán nuestros pasos; que podemos prever el comportamiento de los seres humanos pero no de los individuos porque la naturaleza humana es y será siempre la misma, pero la manera de ser es única y, por tanto, imprevisible, hubiésemos dejado la suerte del pueblo judío en manos del destino. Porque podemos imaginar el futuro, pero no conocerlo. Y aunque así fuera, ¿de qué serviría si ya no existiremos? ¡Afortunada casualidad sería que lo planificado coincidiera con lo acontecido!

     He hecho circular, por las comunidades judías de Roma y Alejandría, la “Vida y pasión del Mesías”, que algunos llaman “El evangelio de Nicolás”, ¡cómo si fuera uno de sus discípulos! Fuiste muy astuto al ordenar que estudiara filosofía y retórica. Las bellas palabras, decías, se asientan más fácilmente en las almas. Aunque haya tenido que esperar a que expirara el último aliento, porque no se limitaba a repetir lo aprendido la inteligencia es un arma de doble filo sino que, fertilizando la Ley con el logos, especulaba sobre el amor, el reino de Dios y la vida eterna. La Ley y la filosofía, ¡extraña simbiosis!, aunque a ti, ejemplo de su fertilidad, no te lo parecía. Recuerdo el placer que sentías, cuando sentados en la cubierta del barco que nos llevaba a Roma, te leía los diálogos de Aristóteles y cómo lamentabas que los judíos sólo memorizaran las Escrituras. ¡Esos bárbaros!, exclamabas cuando comparabas los argumentos de Aristóteles con las fantasiosas afirmaciones de los profetas. Diferencias que desaparecían cuando analizábamos el contenido. Porque la forma puede variar, ser más o menos racionales o fantasiosas, pero el fondo animal es el mismo para todos. Lo aprendido es una fina capa que colorea no modifica la inmutable naturaleza humana.

 

Quinta escena: Coro de ángeles a los pies del mausoleo de Herodes

 

      ¡Oh, Santa ingenuidad! Si comprendieran que la sabiduría es ignorancia, que sabio no es el que busca la verdad ni el que la encuentra, que no hay más verdad que la imaginada, no extenderían la luz de la razón más allá del alcance de la vista. ¡Necios! Creen que, en las entrañas del presente, encontrarán las llaves del futuro. ¡Cómo si la regularidad, el orden y la belleza existieran fuera de sus cabezas! Podrán alardear de la razón, ondear su bandera, pero nunca la razón llevará la rienda de la vida porque más allá de los sentidos sólo hay oscuridad, fantasías, imaginaciones nuestras. Si vivieran aquí y ahora, sin anhelar paraísos que nunca han visto ni verán los ojos, si se amaran como son, sin anhelar ser hombres nuevos, no confundirían el saber con la esperanza, ni la tierra con el cielo. El Mesías ha muerto, pero la igualdad, la fraternidad y la justicia resucitarán una y otra vez en millones de hermanos y camaradas, claman. ¡Cómo si el pasado no fuera presente y el presente futuro! Que un ser producto del azar, que flota a la deriva en un punto del espacio, pretenda conducir el carro del tiempo no es presunción y vanidad, es necedad y bobería. Ningún ser humano puede prever el futuro y, aunque pudiera, ¿de qué serviría si el azar rige con su alocada mano la vida, la historia y el universo? De la unión de Yavé y Zeus ha brotado el Padre. Mañana, ¡quién sabe! Oh, azar que pilotas la vida por el ancho mar de la incertidumbre. Gracias a ti, la bandera de la libertad ondea en la mente de los hombres. El azar nos hace libres, la verdad esclavos. ¡Roma, Jesús y Grecia, hermosa simbiosis que fertiliza los espíritus generando hombres libres!

 

 

Cristo resucitado    Dibujo de Juan Capllonch