Carta sobre Medea

       

      “La cólera canta , Oh diosa, de la cólquida Medea,
maldita, que causó incontables dolores…”

     Con lo versos de Homero debió empezar Eurípides la tragedia, en vez de presentar a la nodriza culpando a la nave Argo, a los argonautas y al monte Pelión de que su señora Medea fuera herida en su corazón por el amor a Jasón.

    Porque, si hubiese invocado a las Musas, sabría, que si la cólera de Aquiles no cesó hasta matar a Héctor, llenar de cuerpos el cauce del Escamandro y degollar delante de la pira de Patroclo a doce ilustres vástagos de los troyanos, tampoco Medea cesaría hasta cubrir el escenario de cadáveres. Extraño sería que, siendo de temperamentos semejantes, no descargara su carácter salvaje y violento sobre Creúsa, Creonte, Jasón y sus propios hijos, como Aquiles descargó su ira sobre el moribundo Héctor:

       –No implores, perro, invocando mis rodillas y a mis padres.
     ¡Ojalá que, a mí mismo, el furor y el ánimo me indujera
     a despedazarte y a comer cruda tu carne por tus fechorías.

    Y si crees que, si Agamenón no se hubiera apoderado de Briseida, o Jasón le hubiese convencido que fue Cipris, su única salvadora, la venganza de Aquiles y Medea hubiera sido menos cruel y violenta, te equivocas. Tiberio, Calígula, Hitler, Lenin, Stalin, Mao, Chávez, Castro y Kim Jong-un habrían actuado de idéntica manera, de haber nacido en otro país y en otro siglo. Porque podemos disfrazar, enmascarar, ocultar la manera de ser bajo un cúmulo de elevados ideales, pero no eliminarla. Y si dirigentes, guías y educadores de la humanidad no matan, reprimen y asesinan es porque les faltó la ocasión, no porque estén hechos de un material distinto que discípulos, militantes y seguidores. ¿O crees que si Epicuro hubiera nacido en Judea, no habría proclamado que había venido al mundo para dar testimonio de la Verdad y, si Marx hubiera nacido en Moscú, las agrias y cínicas palabras que empleaba en las conversaciones de economía y política no se habrían transmutado en hechos?

    Y no es porque retornen, una y otra vez, las mismas personas y las mismas cosas, como imaginan Heráclito, Nietzsche, Zenón y demás estoicos, o se repitan siempre los mismos esquemas y estructuras, como supone Vico, sino porque el carácter con el que nacemos es, como observa Schopenhauer, tan eterno, inmutable e imperecedero como el Ser de Parménides, los átomos de Demócrito, Dios, la gravitación universal y los Elementos de Euclides. Escucha sino a los educadores de la humanidad: Administro la justicia histórica. Doy a cada uno lo suyo, proclama Marx, La veneración del sabio es un gran bien para el que lo venera, proclama Epicuro. Escucha ahora a los discípulos: Me sentí deslumbrado y esa impresión perduró por muchos años, confiesa el fiel Lafargue, Preso de veneración por lo que decías, me sobrevino el deseo de abrazarte cogiéndote las rodillas, confiesa el fiel Colotes.

    Distintos siglos, distintos individuos, pero idéntica reflexión e idéntico comportamiento. Si la verdad no inflamara los caracteres fuertes, y obnubilara los caracteres débiles, difícilmente fieles, militantes y seguidores creerían que Dios creó el mundo en siete días, que Jesús resucitó al tercer día de entre los muertos y que Marx veía, como el Dios de Vico, no sólo la superficie, sino lo que estaba debajo de ésta. ¡Cómo si hubiera algo detrás de lo que vemos y, de existir, pudiéramos verlo! Podemos imaginar, fantasear, pero no ir más allá de lo que vemos, tocamos, olemos, oímos y saboreamos, aunque deambular de la mano de la imaginación y la fantasía sea sumamente placentero. Así que, entre Dios y el Magister dixit, me quedo con Dios, porque puedo prescindir de la verdad, incluso del alma, pero no de la libertad de escribir lo que siento, pienso e imagino.

     También podía haber empezado, como Plutarco, con Egeo acogiéndola a los pies de la Acrópolis:

     Hace tiempo que comparto tu dolor y aflicción, Medea…,

o con sus hijos consolándola, como Séneca a su madre Helvia:

     A menudo, Medea, he sentido el impulso de consolarte, a menudo lo he reprimido…..

     Porque la traición de Jasón no fue la causa sino la ocasión para dar rienda suelta a su carácter cruel, salvaje y violento. ¿O crees que, si Egeo la hubiera abandonado, Medea no le habría espetado, con el cadáver de su hijo Medo entre los brazos: Sábelo bien: el dolor me libera si no te sirve de alegría? A los coléricos, señala Aristóteles, la venganza, al poner fin a la ira, produce placer en vez de dolor. ¡Y asegura Montaigne no reconocer en Aristóteles la mayor parte de sus impulsos ordinarios a causa de lo mucho que los ha cubierto y revestido de otras galas!

     Los ordinarios quizá, los extraordinarios lo dudo. Porque, si hubiese eliminado la jerga de la escuela, habría hallado el núcleo estadístico: las pasiones, los deseos, los instintos que unos llaman naturaleza, otros esencia, y yo roca madre, siempre he sido más poeta que científico. Me pregunto si sucederá lo mismo con el teatro, la novela, la poesía, la pintura, la arquitectura, la escultura y la música, incluso con la religión, la ciencia y la filosofía. ¡Probemos! Quizá la teoría de las tres anécdotas y de las dos capas funcione con Eurípides. Y, si no funcionara, tampoco importaría, siempre nos quedarán sus metáforas, sus cinematográficas descripciones y sus alabanzas a Atenas:

      Y cuentan que Cipris, alcanzando las bellas corrientes del Cefiso, difunde sobre   su tierra las auras dulces y suaves de los vientos y que siempre, ceñidos sus cabellos con una corona perfumada de rosas, envía a los Amores como compañeros la Sabiduría,  colaboradores de toda virtud

     Hermosa loa… ¡y bello lienzo!, casi puedo imaginar la mano de Boticelli pintando a la diosa junto a la orilla y a los Amores revoloteando sobre la corriente del río, a Ghiberti cincelando su cuerpo desnudo en la Puerta del Paraíso y a Bach tecleando el reflejo de sol en el agua. Bellas y luminosas notas, ¿no te parece? Quizá deberíamos centrarnos en la belleza; para mí, al menos, sería sumamente placentero porque, entre la frágil verdad y la robusta belleza, me quedo con la belleza, como Pirrón, Montaigne y Sexto, incluso Cicerón, Arcesilao y Carnéades. ¿O creías que la búsqueda de la verdad es consustancial a la naturaleza humana? Además si la verdad es, como Dios, una, eterna e inmutable, o existe la verdad y no todo se transforma y cambia; o todo se transforma y cambia y la verdad es sólo opinión, convicción y creencia. Comprendo que, en esa vorágine, encontrar un asidero llámese Dios, Verdad, Nación o Revolución es como gritar ¡tierra! en medio del océano.

    Empecemos, pues, por el contenido, porque, si con tres anécdotas es posible, según Nietzsche, configurar el retrato de un hombre, por qué no podemos, con tres reflexiones, configurar el retrato de la naturaleza humana. Luego comprobaremos si hemos alcanzado la roca madre, porque si estamos formados por un núcleo -esencia o naturaleza- común a todos los seres, y una gradación -carácter o manera de ser- única y exclusiva de cada persona, como especula el autor de estas cartas, la venganza y el deseo de felicidad de Medea y Jasón serían consustanciales a la naturaleza humana; matar y abandonar a sus hijos, sin embargo, formarían parte del carácter. Muy ingenuo tendría que ser para creer que héroes y heroínas no están hechos del mismo material que sus creadores. ¡Cómo si pudiéramos imaginar seres distintos a nosotros mismos! Y, aunque Schopenhauer opine lo contrario: ¿Dónde hubiera ido Dante a buscar el modelo del infierno sino en nuestro mundo real? Por el contrario, cuando trató de describir el cielo, tropezó con una dificultad insuperable, porque nuestro mundo no ofrece nada análogo. ¡Cómo si la imaginación necesitara modelos! ¿O los necesitó él, Marx y Jesús para describir la esencia de la Voluntad, el Comunismo y el Reino de los cielos? La imaginación no necesita modelos, se basta consigo misma.

     Primera reflexión: en el prólogo, la nodriza, después de lamentar la traición de Jasón y el abandono de sus hijos, sentencia: No hay duda que es un malvado con los suyos. ¿Y quién no? -replica el pedagogo-. Acabas de comprender que todo el mundo se ama más a sí mismo que a su prójimo. Todo el mundo no, Sócrates, por ejemplo, predicaba por las calles de Atenas, que no se debe hacer mal a ningún hombre, cualquiera que sea el daño que se reciba de él; Marx y Jesús también, según confiesa el concejal de Ahora Madrid: Tengo dos modelos, algo más que filosóficos, Jesús de Nazaret y Carlos Marx y los dos son compatibles y me indican que lo que hay que hacer es amar al que tengo enfrente. Dicho filosóficamente: Jesús es la tesis, Marx la antítesis y él la negación de la negación, la síntesis. Curiosidades de la dialéctica, supongo, aunque, más que compatibles, Marx y Jesús son intercambiables: la misma liturgia, el mismo paraíso, el mismo sentimiento de culpa, la misma fe, incluso el mismo libro si el Capital, como asegura Lafargue, es la Biblia de la clase trabajadora. Así que, si tuviera que visualizarlo, imaginaría dos escaleras, como en El sueño de Jacob, una de la Tierra al cielo y otra del cielo a la Tierra, y, al trasiego, no lo llamaría progreso sino subida-bajada. Porque, si la humanidad progresara, los iluminados de todos los tiempos no predicarían siempre lo mismo, o sea que Dejaremos este mundo, como lo dejó Voltaire, tan necio y tan malvado como lo encontramos.

     Segunda reflexión: en el segundo episodio, Medea, después de quejarse de la desvergüenza de Jasón, exclama: ¡Oh, Zeus! ¿Por qué concediste a los hombres medios claros para distinguir el oro falso y, en cambio, no imprimiste en el cuerpo ninguna huella con la que distinguir a los malvados? Si, en ese momento, Zeus, bajando del Olimpo, hubiese replicado: Son los seres humanos los que por su propia soberbia e insensatez agravan los males señalados por el destino. El teatro, puesto en pie, hubiese ovacionado a Eurípides. Porque si los seres humanos no aprendieran, como los necios, por experiencia propia, la historia no sería eadem, sed alister, (las mismas cosas, pero de diferente manera) sino el lento, pero imparable ascenso hacia el Paraíso, o ambas cosas, porque, si cuantificamos el tiempo, la humanidad, como el gato de Schrödinger, progresaría y no progresaría al mismo tiempo. Así que imagina la historia no como un círculo o una línea recta sino como una raya discontinua cuyos segmentos, o cuantos, ligeramente inclinados produjeran en los individuos y en las generaciones la sensación de que avanzan, de que progresan, aunque el conjunto, la humanidad, siempre esté en el mismo punto, porque, al estar los fragmentos separados por espacios vacíos, es inevitable que individuos y generaciones empiecen de cero.

     Tercera reflexión: en el quinto episodio, Medea, consciente de que, en la especie humana, no manda la razón sino los instintos, confiesa: Sí, conozco los crímenes que voy a realizar, pero mi pasión es más poderosa que mis reflexiones. No sé si Sócrates se levantó y abandonó el teatro, aunque lo más probable es que intentara convencerla de que los que causan daño a los hombres, los que comenten injusticias, los que mienten, los que engañan, los que comenten faltas, y lo hacen intencionadamente y no contra su voluntad, son mejores que los que lo hacen involuntariamente. O sea que ella, a pesar de asesinar a sangre fría a cuatro personas, es mejor persona que Creúsa, Creonte y sus dos hijos. Quizá ahora comprendas por qué a la bobería dominante le preocupan más los asesinos, criminales y terroristas que sus víctimas. Y no es porque los juicios de valor cristianos reaparezcan por doquier en los sistemas socialistas, como pretende Nietzsche. Porque tales juicios de valor no son inherentes al cristianismo, ni a la naturaleza humana, sino a nuestras raíces griegas y romanas, aunque la intensidad dependa del carácter y su extensión de las circunstancias. O sea que somos cristianos, según Montaigne, solidarios, comunistas y socialistas, del mismo modo que somos perigordeses o alemanes. Y lamenta Cicerón que Teofrasto afirmara que es la fortuna la que gobierna la vida, no la sabiduría. ¡Cómo si la sabiduría y la verdad fueran caras de la misma moneda! No es la verdad ni la sabiduría sino libertad la que libera la mente humana.

     Cuídate

 

Medea    Dibujo de Juan Capllonch